La religión entre los nómadas

A diferencia de lo que ocurre en las ciudades, en los poblados y las tribus los aspectos rituales y ceremoniales de la vida social y cultural son predominantes, en acusado contraste con las ocasiones y oportunidades puntuales en que se manifestaban en el marco de las sociedades urbanas y estatales. Este notorio carácter ceremonial y ritual de la vida aldeana y nómada obedece a una serie de causas diversas. Por un lado no existe la separación, característica de las llamadas civilizaciones urbanas, entre un grupo especializado de sacerdotes y una comunidad de creyentes que asiste pasivamente a las celebraciones ceremoniales. Aún cuando existen, por supuesto, especialistas en el ámbito de lo religioso, en el contacto con lo sobrenatural, lo son más por capacidad personal que por designio o heredabilidad, como ocurría entre los antiguos hebreos, y su función la ejercen casi siempre a tiempo parcial.

Por otra parte, a la inexistencia de un sacerdocio profesional y burocratizado se añade la inexistencia de sistemas complejos y muy articulados de comunicación, control y regulación social, como son para las gentes de las ciudades las sistematizaciones de los conocimientos médicos, matemáticos y astronómicos o las recopilaciones legales escritas y las medidas coercitivas destinadas a su cumplimiento, todo lo cual confiere al ritual una primacía inexistente en el mundo urbano dominado por los palacios. Al carecer de un sistema de registro y trasmisión de la información como la escritura, no por incapacidad, sino por no ser necesario para su forma de vida, los rituales desempeñan una importante función en tal sentido en el seno de las sociedades nómadas. El contenido del ritual y su escenificación están directamente involucrados con la comunicación de datos indispensables para tomar decisiones, tanto a nivel de la trasmisión de información cuantitativa como cualitativa, acerca de la oportunidad de hacer o no hacer, socialmente hablando, tal o cual cosa de la que puede llegar a depender el bienestar de la comunidad.

Tanto en la tribu como en el poblado, los programas de rituales más elaborados sirven, además de actuar como reguladores de la vida socioeconómica y cultural, y de resolver las tensiones mediante la eliminación o reducción de los conflictos, para detectar las disparidades resultantes de las diferencias familiares y hacer circular de forma ceremonial los bienes, derechos y recursos. Estos rituales son costosos, y deben ser sufragados por medio de aportaciones de todos, que de ésta forma entran en circulación por medio de la redistribución ceremonial, pero proporcionan sin embargo mayor cantidad de datos y son más efectivos como reguladores que los dirigentes informales ("ancianos", etc.).

La importancia del ritual en este tipo de sociedades va más allá, no obstante, de la simple comunicación estereotipada y de una función de regulación socio-cultural. Como en otras partes, los mitos explicaban para los nómadas el funcionamiento del mundo y el orden social, función que era más importante aún en las sociedades ágrafas. Como integrante de un conjunto de creencias el mito era concebido no solo como una verdad, sino como la razón de la realidad existente, por consiguiente como una realidad original. El valor concluyente del mito se reconfirma periódicamente por medio de los rituales. La rememoración y la reactualización del acontecimiento primordial ayudan a los hombres a distinguir y retener la realidad que el propio mito expresa como algo fijo y duradero, en definitiva trascendente. En tales contextos la primacía de los rituales era incuestionable.

Rituales en los que la gente participaba como protagonistas y no como meros observadores, en contraste con las ceremonias religiosas propias de los habitantes de las ciudades, servían para convalidar el orden social existente bien ante determinadas circunstancias de crisis, de incertidumbre económica por la insuficiencia de los medios técnicos o ante acontecimientos naturales desfavorables. Tales rituales eran algo más que la representación de los mitos, constituyendo la repetición de un fragmento del tiempo original, de aquel en el que las cosas ocurrieron por primera vez. Los rituales proporcionaban certidumbre y como tal constituían valores socioculturales positivos. Luego está la cuestión de la eficacia instrumental del ritual, del carácter tecnológico de la religión y la magia, que tampoco en las sociedades nómadas pueden separarse fácilmente. A este respecto, las unidades básicas del comportamiento ritual, entendido como un sistema de comunicaciones que almacenan de forma efectiva la información, son los "símbolos", que constituyen "depósitos" de sabiduría tradicional, un conjunto de mensajes acerca de algún sector de la vida social o natural que se considera digno de trasmitirse a otras generaciones.

Ahora bien, la información transmitida por la simbología ritual no concierne únicamente a conocimientos prácticos, sino que posee una eficacia, una eficacia mágica. De ahí que se halla llegado a proponer una interpretación del ritual como un hecho tecnológico, cuando con él se pretende controlar determinados aspectos de la naturaleza a fin de favorecer su explotación por el hombre. Conviene distinguir, no obstante dicha eficacia mágica, que acompaña ritos e incluso actos en apariencia no religiosos, como determinadas prescripciones relacionadas con actividades como la caza o la siembra, de la magia que pretende conseguir para el hombre el poder de las fuerzas de la naturaleza, por lo que algunos prefieren hablar de la eficacia religiosa de los rituales, aunque más bien parece que se trata de dos tipos de magia distinta.

Dicha eficacia, mágica o religiosa, no era monopolizada entre los nómadas por un grupo de personas. Los ciclos rituales no habían sido sustituidos por la propia función ritual del dirigente, jefe o rey, hacia el cual se dirige la información y las aportaciones materiales, y del cual fluyen hacia los diversos grupos domésticos y de parentesco en las sociedades estratificadas. Si bien existían personas con una especial dedicación a los asuntos religiosos, no constituían una jerarquía de sacerdotes ni impedían a las restantes una participación activa en ritos y ceremonias. Más bien actuaban como guías espirituales, personas sabias que aconsejaban, a nivel individual o colectivo, a cerca de cuestiones de la más diversa índole e importancia, por lo que gozaban de gran reputación y reconocimiento social. A menudo eran personas inspiradas, de diverso modo, por las divinidades, y que, sumidas en un trance de éxtasis, adquirían facultades proféticas o adivinatorias.

Las prácticas chamánicas están directamente involucradas con la religiosidad de las gentes nómadas. Los chamanes son individuos a quienes se les reconoce socialmente capacidades especiales para entrar en contacto con seres espirituales y controlar las fuerzas sobrenaturales. A pesar de este reconocimiento social no suelen actuar como especialistas a tiempo completo, y lo más normal es que además ejerzan otras ocupaciones, similares a las del resto de las personas de su comunidad. Hay una estrecha relación entre las prácticas chamánicas y la búsqueda individual de visiones. Normalmente los chamanes son personas psicológicamente predispuestas a las experiencias alucinatorias. Los rituales chamánicos incluyen casi siempre alguna forma de experiencia de trance durante el cual se aumentan los poderes del chamán. La forma más frecuente de trance chamánico es la posesión, en la que un espíritu se apodera de su cuerpo.

Una vez en trance el chamán puede transmitir mensajes de los antepasados, localizar la causa de una enfermedad, casi siempre producida mediante brujería y curarla, descubrir objetos perdidos, predecir acontecimientos futuros y dar consejos sobre como protegerse de las intenciones malvadas de los enemigos. Los chamanes desempeñan también, junto a los dirigentes locales ("ancianos", jefes de poblado o de clan, etc) un papel importante en el mantenimiento de la "ley y el orden", descubriendo gracias a sus habilidades psicológicas al culpable o culpables de faltas o infracciones de la ley tribal consideradas graves, identificando la causa desconocida de alguna adversidad o culpando de las desgracias ocurridas a "chivos expiatorios" que pueden ser castigados o expulsados de la comunidad sin dañar la estructura de la unidad social.

También los dioses se presentan para los nómadas de una manera distinta a la que adquieren para la gente de las ciudades. La religión tribal que intenta, como todas, explicar el mundo, parte de las ideas que le son familiares. El gran dios tribal, el principio creador único, permanece alejado e inaccesible de la misma manera que en la vida ordinaria la tribu conforma una realidad que se hace patente en muy pocas ocasiones. Pero, por otra parte, el dios está allí donde está su pueblo, abarcando tanto como la propia tribu, por lo que a menudo tienen carácter omnipresente, aunque lejano, y, se diría, universal. Por debajo de la tribu las realidades más inmediatas son los clanes y las familias que las integran, y así existen toda una serie de seres sobrenaturales, dioses, espíritus, genios, que resultan más próximos en tanto en cuanto que tengan que ver con niveles más simples de la vida social y doméstica. Los grandes dioses son misteriosos, imposibles de localizar y a menudo múltiples en su expresión, pero los entes inferiores, de menor volumen social, son más limitados en sus manifestaciones y también más accesibles. Por ello suelen ser los que reciben culto más a menudo.

En la esfera de la sociabilidad de clan es particularmente importante el culto a los antepasados, que constituye en realidad la variante mística de las genealogías. Los dioses supremos que figuran como causas primeras, explicación del origen de los acontecimientos trascendentes, como la creación del mundo y de las personas, del ganado, o la institución de las costumbres tribales, permanecen prácticamente ausentes, quedando su existencia presente relegada al mito. En los orígenes actuaron y fueron creadas todas las cosas naturales y sociales, luego se retiraron a una esfera lejana, desde la que reinan sin apenas ejercer influencia. Han delegado en los entes inferiores, en ocasiones manifestaciones suyas, de la misma manera que la realidad tribal delega en clanes y familias concretos.

Así, en este tipo de universo religioso, las fuerzas sobrenaturales, aumentan generalmente en materialidad y particularidad, tornándose más accesibles y también más manipulables por medios mágicos o propiciatorios, a medida que menguan en extensión social. Por ello los cultos domésticos adquieren una especial relevancia. No suele haber santuarios, aunque por supuesto existen lugares identificados con las fuerzas espirituales de la naturaleza o que simbolizan la unidad entre los clanes y la cohesión intertribal. Un santuario, en este último caso, que no tiene por qué ubicarse en un lugar determinado, aunque ello corresponderá finalmente con el carácter y alcance de la trashumancia practicada por las tribus y otras circunstancias históricas similares. El santuario lo constituye el propio espacio social y así lo será la casa en el poblado o la tienda en la estepa en el caso de los cultos domésticos, o el lugar de reunión de los linajes y clanes. El espacio sagrado no se encuentra formalizado de la misma manera que tampoco lo está el espacio social, y corresponde además a esa dimensión no estática ni permanente que caracteriza el espacio y el territorio nómadas.

Sin embargo, en el nivel más amplio y complejo de las relaciones políticas entre las diversas tribus, la religión adquiere un importancia especial, ya que los pactos mediante los que se establecen tales relaciones a menudo precisaban del apoyo de una sanción divina explícita: "Se recurre a un "pacto" formal de alianza, donde al someterse a las normas dictadas por la divinidad de la liga, cada participante sabe bien que se somete en realidad a un organismo en el que la voluntad de los miembros queda condicionada por la solidaridad con los demás" (Liverani: 1987, 305). Tal es el caso de la "alianza" con Yavé de las tribus israelitas. Un "santuario" común o compartido, que ni siquiera ha de tener un lugar fijo de ubicación, se convierte entonces en el símbolo de tal unidad política, lo que no impide que las fricciones y disputas entre los clanes y las tribus tiendan a solucionarse en una esfera más inmediata y, por tanto, menos involucrada con la representación religiosa de la confederación o liga tribal.

Precisamente en un cuadro histórico caracterizado por la presencia cada vez mayor de los fugitivos de los palacios -hapiru- que se acercaban al ambiente seminómada, y de pactos entre los palacios y entre las distintas tribus, habría de surgir, basada en la antigua tradición de la justicia y la solidaridad tribal, una concepción ética de la religión, entendida como ley, a partir también de un pacto con la divinidad, que si es observada producirá el beneficio de la comunidad que ha pactado con el dios, convirtiendose así en un poderoso acicate del "nacionalismo". Un elemento de cohesión social y política que muestra toda su efectividad cuando las comunidades tribales, aún después de haberse sendentarizado parcial o totalmente, o en el mismo proceso de tal sedentarización, se ven amenazadas de disgregación por poderosas presiones externas.

En un plano más estrictamente histórico, la religión, o determinados aspectos de la religión de los nómadas pueden articularse en la línea de una revitalización, en situaciones concretas de opresión y pobreza ocasionadas por la presión de un grupo palatino o militar externo, En ocasiones la revitalización -que no es patrimonio exclusivo de la religión de los nómadas, constituyendo un proceso de interacción política y religiosa entre un grupo subordinado y otro dominante-, acompañada de un contenido mesiánico o milenarista, puede llegar a ser tan poderosa como para crear una nueva religión, como parece haber sido el caso del Zoroatrismo.

Cuando la revitalización se produce en el contexto del enfrentamiento entre grupos pertenecientes a sociedades y culturas distintas, el carácter "reformador" no es tan evidente, ocupando muchas veces su lugar una reinterpretación de la tradición propia, que puede implicar la adopción de prácticas culturales antiguas y en desuso a las que se les confiere un nuevo valor. De esta manera la religión tribal sobrevive, adoptando formas nuevas, ante circunstancias adversas, cuando la tribu se ve amenazada por el poder económico y militar del palacio o de una tribu más poderosa, insertándose incluso en un ambiente sedentario en el que las prácticas nómadas han desaparecido hace mucho tiempo.

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El conjunto de creencias

Se ha dicho que el ritual es la religión en acción. Esto es así por que los actos que comprenden los rituales religiosos son poderosamente significativos. Lo que los hace significativos es la presencia de un conjunto de creencias que el ritual racionaliza. Dicho conjunto de creencias, más o menos sistematizadas, está compuesto de una cosmología y un conjunto de valores. Una cosmología es una teoría del universo que incluye un panteón, mitos y varias creencias substantivas acerca de niveles de existencia y de relaciones de causa/efecto. Así mismo el panteón es una lista ordenada de hechos sobrenaturales y divinizados, que los miembros de la comunidad creen que existen. Puesto que ya hemos examinado someramente los diversos panteones y sus divinidades más características nos ocuparemos ahora de las cosmogonías, los mitos, y las creencias relativas a la naturaleza humana, el comportamiento ético y las expectativas de una vida después de la muerte.

La ética y las creencias substantivas.
Los mespotámicos creían en un poder divino inmanente, llamado me en lengua sumeria y pasum en acadia, que no se concebía como una especie de fluido, sino como algo subsistente, individual, diferenciado e impersonal, residente en todas las cosas y en todos los seres (Romer: 1973, 122). También se creía en una fuerza vital impulsora -lamassu- inherente al hombre. Este recibía en el momento de su nacimiento una suerte -shintum- otorgada por los dioses con distintas proporciones de buena y mala fortuna. Frente a ello solo cabía conocer el destino mediante la adivinación y la observación de los presagios y tratar de influir en él con medios mágicos. No obstante no creían en un plan primigenio, en un orden establecido para siempre en el momento de la creación, sino que el mundo cambiaba continuamente de acuerdo con la voluntad de los dioses que determinaban el destino cada día de Año Nuevo.

Puesto que la humanidad, como veremos, había sido creada para servicio de los dioses, la falta, el pecado, se concebía más como una transgresión ritual o una desatención del culto debido, que una ofensa ética o moral. Aún así, puesto que se consideraba la sociedad como una consecuencia del orden establecido por los dioses, determinadas conductas tenían una carga ética y moral importante, y por ello se consideraba una falta contra aquellos la opresión del débil, las acciones engañosas, la falta de respeto a los padres, el libertinaje, la arrogancia o el orgullo desmesurado. Los principios éticos más característicos eran, por tanto, la conducta piadosa, el dominio de uno mismo y la caridad. La trasgresión de la ley era considerada igualmente un pecado contra Shamash.

Sabemos muy poco de la ética religiosa de los semitas occidentales. Al igual que en Mesopotamia, la falta de espectativas escatológicas influía decisivamente en la consideración de que las conductas justas o injustas eran recompensadas o castigadas en esta vida y no después de la muerte. Está claro que una conducta justa era recompensada con el éxito (vida larga, buena fama, abundancia de bienes) mientras que el pecado se castigaba con la mala fortuna.

De acuerdo con la ética mazdeista, propia de la religión irania inspirada en el zoroatrismo, el destino del hombre dependía de la elección que hace en cada momento, ya que aunque su lado material está gobernado por el hado, no ocurre lo mismo con su lado espiritual, lo que contrasta con las ideas mesopotámicas sobre el destino del hombre. Aún así, el libre albedrío se encontraba limitado por la lucha ritual y permanente contra la impureza, proveniente de mil causas, por la presencia de los demonios amenazadores y por las limitaciones de la sabiduría humana, que no siempre es capaz de luchar contra el hado, por lo que al final sobreviene un cierto fatalismo. Fatalismo que también se aprecia entre los mesopotámicos, para quien el hombre parece haber constituido un juguete de los dioses y cuyas reflexiones sobre los fundamentos de la moral resultan en ocasiones desesperanzadoras. La ausencia de una escatología, de cualquier perspectiva de salvación más allá de la muerte, acentúa aún más si cabe este fatalismo mesopotámico que, al menos en la literatura, encuentra en ocasiones un cierto contrapeso en el cinismo y el humor.

Las cosmogonías y la creación de la humanidad.
Entre los sumerios las cosmogonías van acompañadas de catástrofes naturales. Tres eran los niveles en que se concebía la existencia, Cielo, Tierra, y Mundo inferior. La tierra era un disco plano que flotaba sobre el agua dulce, rodeada por un gran Océano cerrado por un anillo de montañas. Todo ello dentro de una esfera, cuya mitad superior formaba la bóveda celeste en la que se movían los astros, y la inferior el mundo subterráneo. En ambas partes de la esfera vivían los dioses sin que existiera una determinación de bondad o maldad para los dioses respectivamente celestes e infernales, pero los espíritus de los muertos sólo poblaban la mitad inferior, invisible y misteriosa. El universo fue creado de un mar primordial de la misma manera a como se logró transformar los pantanos originarios en suelo agrícola. El cielo -An- y la tierra -Ki-, estrechamente unidos en una montaña cósmica engendraron a los grandes dioses -Annunaki-, y se separaron por obra de Enlil, que asignó el cielo a An y el mundo inferior a Ereshkigala, quedándose él con el dominio de la tierra. Enki habría, por lo demás, distribuido sus funciones a los restantes dioses.

Según una tradición procedente de Eridu, el hombre fue creado de barro por la diosa Nammu, ayudada por su hijo Enki. De acuerdo con otra propia de Nippur, fue Enlil quien hizo un hoyo en la tierra de donde surgieron los primeros hombres. En el relato sumerio del diluvio se alude a la creación del hombre por los dioses An, Enlil y Ningursaga. Esta diversidad de tradiciones relativas a la creación en época sumeria puede interpretarse como el resultado de la convivencia de un sustrato ctónico, propio de los agricultores sedentarios, y uno cósmico que correspondería a los pastores nómadas. Pero también se puede interpretar como la consecuencia de la pluralidad de tradiciones propia de un contexto político diversificado, con sus respectivos templos, divinidades y elaboraciones sacerdotales.

En cualquier caso, todas comparten la idea de que los hombres fueron creados para servir a los dioses, en el sentido más literal, en concreto para ahorrarles trabajo, ya que antes los dioses trabajaban como luego lo harían por ellos los humanos, pero éstos se multiplicaron de tal manera, volviéndose ruidosos y perturbadores, que los dioses decidieron finalmente exterminarlos enviándoles un diluvio. Un solo hombre, llamado Ziusudra en un tradición, Utanapishtim y Atrahasis en otras, fue avisado por Ea y pudo salvarse construyendo un barco en el que se refugió junto con su familia, sus obreros, ganados y animales salvajes.

La misma idea de que el hombre fue creado para el servicio de los dioses encontramos en las tradiciones acadias. Una de ellas atribuye su creación a la diosa madre Nintu, que lo modeló en el barro que le trajo Enki. En época paleobabilónica se compuso el Enuma Elish, o Poema de la Creación, en el que las catástrofes naturales han sido sustituidas por una teomaquia. El poema, que seguramente revela el ascenso de Babilonia a gran potencia en tiempos de Hammurabi, muestra un proceso en el que los dioses más jóvenes han relegado a Enlil para entregar la soberanía a Marduk, vencedor de los demonios acuáticos y de Tiamat, personificación de las fuerzas del caos que surgen del mar primordial. El triunfo del orden sobre el caos se representa en el combate y la victoria de el más joven de los dioses, Marduk, sobre Tiamat. Las dos mitades de su cadáver tapizarán la bóveda celeste y sostendrán la tierra. Luego Marduk asigna a cada dios su labor y encarga a Ea la creación del hombre para que sirva a los dioses. Otras tradiciones babilónicas atribuían su creación a Marduk y Aruru.

Los textos con mitos hititas y cananeos que nos han llegado no mencionan como se efectuó la creación del hombre por los dioses, si bien sabemos que la divinidad principal actuó en un momento como creador, combatiendo contra el dragón primordial, las aguas rebeldes del caos primigenio. Lo despedazó y con los fragmentos de su cuerpo creó el mundo, sirviéndose del caos para hacer el cosmos. Un mito fenicio adaptado tardíamente a la mentalidad griega narra como del viento, enamorado de su propio principio, surgió Mot, un caos de cieno del que aún no se habían separado las aguas, y del que se formó el resto de la creación. Cushor, un dios artesano, parece que desempeñó un papel activo en la creación de las cosas. En el caso iranio la creación se atribuye, según la reforma zoroatrista, a Ahura Mazda, quien separó el cielo de la tierra y materializó las aguas, las plantas y los cuerpos celestes, aunque el mundo ya existía previamente en un estado espiritual. Un segundo momento en la creación corresponde con la elección, entre el bien y el mal, la vida y la muerte, hecha por los Espíritus gemelos. El hombre primordial, Yima o Gayomart, era concebido como un gigante cósmico cuya muerte originó los metales.

Los mitos y las reelaboraciones sacerdotales.
Los mitos son sistemas explicativos del orden cosmológico y de las principales creencias que identifican, describen y explican el origen, interés y poderes de las entidades sobrenaturales del panteón, dando cuenta, igualmente, de su relación con las personas, lo que justifica y racionaliza los rituales que se hacen en su nombre. Como integrante de un sistema de creencias, el mito era concebido no solo como una verdad, sino como la razón de la realidad existente, por consiguiente como una realidad original. En Mesopotamia la mayoría de las cosmogonías y de las ideas sobre la creación de la humanidad están contempladas ya en época sumeria en distintos mitos que solo aparecen como relatos articulados en los textos acadios.

La mitología era muy rica, como corresponde al fuerte antropomorfismo de la religión. Los temas que tratan los mitos van desde la Creación y el Diluvio, presentes en el mito de Atrahasis, en el Poema babilónico de la Creación o Enuma Elish y en distintas tradiciones sumerias, hasta el descenso a los Infiernos, narrado en el Poema de Gilgamesh y más específicamente en el Descenso de Inanna al Mundo Inferior, pasando por la búsqueda infructuosa de la inmortalidad -tema igualmente de Gilgamesh y del mito de Adapa -, las reyertas entre los dioses, de las que se ocupan el mito de Nergal y Ereshkigala y que aparecen también en el Poema babilónico de la Creación, y el ascenso de Marduk a la cumbre del panteón. Muchos de los mitos trataban de varios temas principales que se hallaban asociados, creación/diluvio, diluvio/búsqueda de la inmortalidad/bajada al mundo inferior, luchas entre los dioses/diluvio, luchas entre los dioses/creación, lo que hace pensar en que, más que mitos de origen o explicativos, se trata de mitos de ritual que contienen las claves de las ceremonias de las diversas celebraciones religiosas.

El contenido relativo a los ciclos vegetativos y la renovación de la naturaleza está presente en algunos de los más significativos mitos mesopotámicos, encarnado en la figura del dios sufriente y su consorte-hermana la diosa de luto, con su más antigua representación en Dumuzi/Tammuz e Inanna/Ishtar. Como tan magistralmente ha expresado Frankfort (1983: 304): "El verano en Mesopotamia es una carga que apenas si se puede soportar: la vegetación se seca, las tórridas polvaredas dañan ojos y pulmones, y hombre y animales, al perder resistencia, se rinden, aturdidos, al prolongado azote. En dicho país, la noción de creación no tiene conexión alguna con el sol, y la fuerza generativa de la naturaleza reside en la tierra, porque incluso el agua es de la tierra; el cielo pocas veces se nubla, es demasiado cruel durante cinco meses agotadores para que se le asocie con la bendición de la humedad. El agua pertenece a los pozos y arroyos de la tierra y en primavera Ningirsu la baja desde las montañas en negras nubes.

Un ritmo único fluye a través de la vida de la naturaleza y el hombre, acelerándose cuando las lluvias otoñales traen alivio, yendo algo más despacio por los rigores del invierno, y expansionándose en el breve y fascinante periodo de la primavera. Los dioses que están en la naturaleza tienen que participar de este movimiento de flujo y reflujo, y se creía que muchos de ellos tenían que soportar prisión o daños". Dumuzi/Tammuz era uno de ellos, un dios sufriente que simbolizaba la renovación de la naturaleza, la fuerza generadora de plantas y animales, y su relación con la diosa de luto se observa en el mito del Descenso de Inanna al Mundo Inferior, en el que la diosa asume casi por entero un protagonismo que en las liturgias y textos mágicos comparte, sin embargo, con el dios. El propio Marduk y muchas otras divinidades, Ninurta, Ningirsu entre otros, recogen este aspecto de dios sufriente, evidenciando que se trataba de una concepción que ocupaba un lugar central en la religión mesopotámica, que supo expresar en la imagen y el mito del dios que sufre y la diosa de luto el conjunto de sentimientos que caracterizó la religiosidad de sus gentes. Hijo de la Diosa Madre, ya que se pensaba en un principio femenino que había concebido el mundo, penetraba en el Mundo Inferior para revivir con un nuevo ciclo de la vegetación.

Entre los hititas eran frecuentes los mitos sobre dioses que desaparecen, llevándose "todo cuanto es bueno" y provocando graves alteraciones en el orden natural del mundo. Por lo común la divinidad desaparece a causa de un arrebato de cólera que en ocasiones está provocado por una falta ritual. El mito de Telepinu es uno de ellos. Narra la ira del dios, que iracundo se marcha y pierde, a causa de lo cual se producen graves alteraciones en la naturaleza, quedando interrumpidos los ciclos generativos; hambre y sequía son las consecuencias. El mito narra a continuación la búsqueda de Telepinu por parte de los restantes dioses, encabezados por el Dios de la Tormenta, y el ritual mágico de súplica y purificación para lograr que vuelva. Finalmente se produce el retorno del dios y la vuelta al orden y la prosperidad.

Este mito del dios perdido y hallado, en cuya ausencia la vida queda en suspenso, recuerda por una parte los mitos mesopotámicos sobre el dios sufriente, pero guarda tantas divergencias con ellos que no es posible proponer un origen común. Otros mitos, como el del Combate del dios de la tormenta con el dragón, estaban integrados en el culto oficial, formando parte del ritual. La narración, que daba cuenta de como el Dios de la Tormenta había sido derrotado por el dragón, pero gracias a la ayuda de la diosa Inara, que le embelesa y embriaga, consigue finalmente vencerlo, era recitada durante la celebración del festival del Purulli, una de las grandes fiestas religiosas del calendario hitita.

También tenemos alguna información sobre los mitos cananeos y fenicios por los textos de Ugarit y algunas fuentes tardías. Uno de los mejor conocidos corresponde a la leyenda de Ba‘al y Anat, en realidad una dramatización de la lucha de la vegetación contra las inundaciones marítimas que siembran el caos, el desorden y la muerte. Ambos son hijos de El, el padre de los dioses y creador de todas las cosas existentes, y de su esposa Asherat, equivalente a la Ishtar mesopotámica, y luego conocida como Astarté. El representa la fuerza trascendente tal y como se manifiesta en la creación del universo y en el mantenimiento del orden social, mientras que Ba‘al, su hijo, es la fuerza inmanente, la vida, que se manifiesta en la naturaleza bajo la forma de la vegetación y la fecundidad.

El esquema de la leyenda es similar a otras conocidas en Oriente y Egipto, ya que se trata en realidad de un mito agrario que describe y explica el ciclo de la vegetación en sus diversas estaciones. Entre los fenicios de la Edad del Hierro Ba‘al y Astarté, identificada entonces con la diosa Anat, son los dos principios (masculino y femenino) de la vegetación y la fecundidad. Tras la lucha victoriosas de Ba‘al contra Yam, que personifica el mar como fuerza destructiva que amenaza la tierra cultivada, se sucede el combate de Ba‘al contra Mot, símbolo de la sequía y de la muerte. En esta ocasión Ba‘al es derrotado y muerto; llorado por su padre El y enterrado por su esposa/hermana Anat, quién finalmente logra matar a Mot y dispersa los miembros de su cuerpo como los granos de trigo en el campo. Más tarde Ba‘al, encontrado por Anat, revive y derrota a sus enemigos. Tras su triunfo aún habrá de enfrentarse, siete años después, nuevamente a Mot que lo provoca al combate, pero que en esta ocasión resultará derrotado por Ba‘al.

Otro mito agrario de época fenicia es el de Adonis, dios-espiritu de la vegetación nacido de un árbol y muerto mientras cazaba un jabalí, y Astarté, diosa de la fecundidad y el amor, que baja al mundo subterráneo para buscarle y llevarle de nuevo entre los vivos. Adonis, resucitado en la primavera, moría con el estío, y era lamentado por la diosa, que lo hacía revivir después del invierno. Adonis era venerado en toda Fenicia, celebrándose en el verano fiestas con largas procesiones en su honor, pero particularmente en la ciudad de Biblos. La antigua concepción del dios sufriente subyace también en todos estos mitos.

El fundamento de la naturaleza humana.
La distinción entre materia y alma, entre cuerpo y espíritu se hallaba arraigada por doquier, si bien existían diferencias en la forma de concebirla. Los mesopotámicos, por ejemplo, creían que en la creación del hombre a partir del barro había intervenido un elemento superior que le había conferido su dignidad, la sangre de los mismos dioses. Numerosas tradiciones convergen en este punto. En el Poema babilónico de la Creación Marduk, por ejemplo, decide que sea Kingu, jefe de los partidarios de Tiamat que se le opusieron, la víctima que aporte su sangre para modelar al hombre. La misma idea se recoge ya en textos de época sumeria, en donde el sacrificado resulta ser We, un dios muy poco conocido. Este componente superior en la creación del hombre sería transformado en un soplo, un halito vital, por los hebreos. Los mesopotámicos ya concebían al hombre como dotado de un halito de origen divino -lamassu - y de un impulso vital -shedu-.

Los semitas concebían la existencia del alma -neshemah - y el espíritu -ruaj- tal y como aparecen también mencionados en el Antiguo Testamento. El espíritu, que en ocasiones se concebía como una sombra, correspondería a ese aliento de vida de procedencia divina, que también los animales podían poseer, siendo el alma equiparable a "deseo" o "voluntad", el aspecto volitivo del espíritu. Entre los persas, la distinción entre espíritu y materia no se hallaba afectada por el dualismo característico de las concepciones religiosas iranias. Aunque se consideraba a los valores espirituales más elevados que los materiales, la materia, el cuerpo, no eran en sí malos. El hombre había de luchar por el bien, por la vida, en cuerpo y espíritu, pero sin desatender este aspecto corporal de su naturaleza.

En todas partes la vida era un don de los dioses. Estos podían acortarla y alargarla a voluntad, si bien en muchas partes se creía, como en Mesopotamia, que en el momento del nacimiento ya había sido fijado el de la muerte. Pero el hombre no se encontraba sólo ante su destino, determinado por su shintum, la medida de buena y mala fortuna que a cada uno se le había otorgado. Poseía un ilu, que muchas veces se traduce por "dios tutelar personal" y que debía ser algún tipo de don espiritual en alusión al elemento divino que hay en el hombre, y un ishtaru o hado. Su travesía por la vida resultaba más sencilla, o al menos más reconfortante con tales dones y no debemos olvidar que Enki/Ea, el dios amigo de la humanidad, había creado precisamente las artes mágicas y adivinatorias a fin de que el hombre pudiera conocer e influir en su destino.

Creencias sobre el más allá.
En general las perspectivas escatológicas eran escasas, por no decir inexistentes, para el común de las personas. Aunque se creía en una existencia de ultratumba, ésta no era especialmente atrayente. Los mesopotámicos concebían una existencia después de la muerte que transcurría en un mundo inferior, al que se llegaba después de haber atravesado un río y siete puertas, en las que iban siendo despojados de todos sus vestidos y adornos. Era un lugar oscuro, lleno de polvo y agua salobre en donde permanecían reducidos al estado de sombras. Una vívida descripción es la que se halla en el comienzo del Descenso de Inanna al Mundo Inferior: "A la Tierra sin Regreso, el reino de Ereshkigal, Ishtar, hija de Sin dirigió su espíritu. Si la hija de Sin dirigió su espíritu a la casa sombría, morada de Irkalla, a la casa de la que no sale quién entra, al camino que carece de retorno, a la casa en que los que entran están sin luz, donde polvo es su vianda y arcilla su cómoda, donde no ven luz, residiendo en tinieblas, donde están vestidos como aves, con alas por vestido, y donde sobre la puerta y cerrojo se esparce el polvo" (ANET, 106). También los semitas occidentales se imaginaban el dominio de los muertos como un lugar subterráneo donde llevaban una existencia fantasmal. Entre los hititas, los reyes, que eran divinizados después de la muerte, podían escapar al destino que aguardaba al común de los mortales, concebido como una morada en el mundo inferior poblado por los espíritus de los muertos.

Los iranios, por su parte, creían en la existencia de un cielo y de un infierno, a los que se llegaba, respectivamente, a través de tres niveles que se ascienden o descienden y que corresponden a los pensamientos, las palabras y las obras, después de cruzar un puente vigilado por perros. Los niveles ascendentes se identificaban así mismo con las estrellas, la luna y el sol. Las almas buenas, a las que acompaña una hermosa doncella, tras cruzarlo ascienden hacia un viaje celeste, mientras que las perversas, guiadas por una horrible bruja, lo encuentran sumamente estrecho y caen hacia el infierno. En realidad es el doble del alma el que acompaña a cada una, según hayan sido sus obras. De acuerdo con estas creencias el alma tenia que someterse, además, a un juicio presidido por Mitra, idea del todo novedosa en el Próximo Oriente Antiguo, si exceptuamos a los hebreos, aunque conocida de otras culturas, como la egipcia. En contraste con lo que vemos en otras partes, la escatología irania era especialmente compleja. Como en Israel, se esperaba llegada futura de salvadores, bien en la figura de Zoroastro o alguno de sus descendientes, bien en la de Mitra. Entonces tendría lugar el último acto de la historia del mundo, con la derrota definitiva de todos los poderes y fuerzas maléficas, y se produciría la resurrección de los muertos, de la que las almas condenadas al infierno también habrían de participar.

Magos, adivinos y profetas


La magia y la adivinación.
La magia, en cuanto procedimiento con el que se pretende transformar la realidad, constituye una de las prácticas transformativas más frecuentes. La magia y los encantamientos eran utilizados en Siria y Mesopotamia tanto por los brujos, considerados asociales y perseguidos por practicar una magia dañina que podía perturbar el orden social e incluso alcanzar al rey, como por los sacerdotes y adivinos. En este último caso formaba parte de un repertorio "profesional" de técnicas y métodos en el que los ensalmos y otras prácticas de carácter mágico se mezclaban con los elementos del ritual y la liturgia. Había, por supuesto, dioses que ejercían un patrocinio especial de las actividades mágicas. Entre los sumerios, jugaban un papel importante Enki y su hijo Asariluhi, que presidían los encantamientos, y a los que se consideraba creadores de la magia. Las diosas de la salud, Nininsina y Gula, combatían la enfermedad sirviéndose del poder de los exorcismos.

Como hemos explicado al hablar de los demonios, se les combatía o contentaba por medio de la magia. Había encantamientos específicos que consistían en la quema de esfinges para luchar contra seres malignos, como brujas o hechiceros. Otras veces se ofrecía a los demonios responsables de la enfermedad o mal causado una víctima sustitutoria, a menudo un chivo, acompañado de súplicas para hacerle desistir de su propósito. Igualmente se recitaban encantamientos en los ritos contra los espíritus de los muertos. También se recurría a la magia para lograr determinados fines, de índole amoroso/sexual, comercial o relacionados con la vida agrícola. Incluyendo elementos mágicos y rituales se hallaban los augurios que ocupaban un importante papel en la vida pública y privada. Prácticamente no había iniciativa que no se emprendiera sin antes asegurarse del buen resultado mediante la consulta de los augurios. Los dioses Shamash y Adad eran considerados protectores y patrocinadores de la adivinación y se creía que habían sido ellos quienes habían enseñado este arte secreto a algunos reyes antiguos.

Adivinos y videntes, encargados de observar los presagios, a menudo se organizaban en corporaciones que solían depender de algún templo. Las técnicas más frecuentes eran la hepatoscopia (observación del hígado), los sueños y la observación de los astros. El examen de las entrañas de las víctimas era ya una práctica de los tiempos sumerios más remotos, sobre todo, se observaban las vísceras de los cabritos. También eran de extraordinaria importancia los presagios debidos a fenómenos o incidentes astronómicos y atmosféricos, tales como eclipses de luna, considerados especialmente nefastos, cambios en el color del sol, lluvias de estrellas y cometas, así como las tormentas, lluvias y relámpagos. Así mismo se consideraban presagios importantes los movimientos de diversos animales, como el vuelo de las aves, el reptar de las serpientes, etc y los partos anormales de animales y seres humanos. Todos estos procedimientos pueden ser catalogados como "accidentales" en tanto que suceden independientemente de la voluntad humana, pero también se podían inducir los presagios, observando la forma y el movimiento del humo del incienso o del aceite derramado sobre el agua contenida en una copa.

La interpretación de los sueños u oniromancia tenía singular importancia en Mesopotamia. El sacerdote recibía el oráculo al lado de la estatua de la divinidad mientras dormía. Así, Gudea, patesi de Lagash (2200 a.C.), recibió en sueños la orden de construir el templo de la localidad con las indicaciones arquitectónicas precisas, como se dice de la construcción del tabernáculo del desierto por orden de Yahvé a Besalel, al que se le determinan las medidas y estilo del mismo. Respecto a la construcción del templo de Salomón, el profeta Natán recibió las ordenes también de noche.

La magia y los procedimientos adivinatorios eran igualmente importantes entre los hititas y los hurritas. También tenía allí un origen divino y sus dioses habían hecho uso de ella. Los procedimientos utilizados eran similares a los que se usaban en Mesopotamia y solamente la adivinación a partir de la observación del comportamiento de una serpiente o de un pez dentro de una tinaja parece ser un técnica específicamente hitita (Vieyra: 1977: 365). La magia se empleaba como medio de influir en la divinidad, pero ante todo como protección para mantener o devolver la pureza, mediante rituales y conjuros realizados normalmente por una sacerdotisa, "la vieja mujer" y en los que se recurría a sacrificar cerdos y perros, animales considerados impuros a efectos religiosos pero propicios para los encantamientos. Como en muchas otras partes, en Hatti la magia negra era perseguida y castigada con pena de muerte.

También la antigua religión cananea manifestaba un fuerte componente mágico, perfectamente integrado en el sistema oficial del culto. Su expresión más llamativa, la que mejor conocemos por los textos de Ugarit, es la adivinación, es decir la pretensión de conocer y dominar el futuro desde el conocimiento y dominio que de él tiene la divinidad. No hay testimonios de "profetas" o "videntes" que recibiesen tal conocimiento por revelación o vía mística, sino que todas las manifestaciones adivinatorias parecen ser inducidas por prácticas rituales. En Ugarit se puede apreciar una distinción entre la adivinación "regia" o institucional (nigromancia regia en cuanto "evocación" para realizar una consulta) y la profesional (modelos de "hígado" y de "pulmón" inscritos hallados en casa de un sacerdote mago) que se realizaba con ocasión de los sacrificios ofrecidos en situación de calamidad pública, como un ataque enemigo, o privada, ante diversos signos de peligro -cómo un eclipse de Sol- o en caso de búsqueda expresa de un presagio mágico para encarar los más diversos asuntos familiares (Olmo Lete, 1992).

La adivinación se efectuaba, además de por la lectura de las visceras de animales, por los presagios leídos en las estrellas o astromancia: sí en el día tres se debilita la luna en los dos costados, los reyes quedarán apartados,si una estrella cae el día treinta, nuestro rey no cogerá al enemigo... si en el novilunio la luna se oscurece, habrá situación de necesidad...si la luna en su ascensión se pone amarilla, nuestro ganado perecerá RIH 78/14), por la interpretación de las malformaciones en fetos humanos y animales: si no tiene bazo habrá hambre en el país...si no tiene testículos la sementera del país enemigo quedará destruida...si no tiene oreja derecha el enemigo asolará el país y lo destruirá...si no tiene oreja izquierda, el rey asolará el país de su enemigo y lo destruirá...si su hocico es como el pico de un pájaro, los dioses abandonarán el país que quedará asolado y despoblado...si no tiene patas traseras la guardia se revelará contra el rey...si le falta la lengua el país se dispersará...si sus ojos están en su entrecejo, el rey tendrá poder sobre sus mercenarios...si no tiene pata delantera izquierda, el país del enemigo será destruido. Junto a la adivinación con sus diversos procedimientos tenemos también testimonios de conjuros y métodos de prevenir o enderezar el futuro.

La diversidad de conjuros era grande y los había, incluso, contra las mordeduras de serpientes a los caballos. En general tenían una estructura repetitiva, en la que la invocación se decía varias veces y que culmina en la eficaz acción de la divinidad protectora, que se presenta en forma de un desarrollo mítico-mágico que demuestra su eficacia. Se percibe así que en Canaán, como en otros lugares, no se consideraba la magia como una fuerza autónoma de la divinidad sino derivada de ésta, siendo usada también contra demonios causantes de enfermedades y contra malos espíritus causantes de diversos males y terrores.

La religión irania contenía mucho de adivinación y astrología, pero desde la reforma de Zoroastro excluía la magia. La adivinación se realizaba por los sueños, la observación de los astros y la ordalía por el fuego. Parece que el uso de narcóticos, derivado de antiguas prácticas chamanísticas, era conocido como un medio para inducir una experiencia extática, un viaje celeste o infernal que aportaba, entre otras cosas, conocimientos sobre el futuro, pero no sabemos nada sobre su incidencia y difusión. Aunque el zoroatrismo había extirpado la magia del culto a los dioses, y brujos y hechiceras eran considerados como criminales, quedaron algunas reminiscencias, como el hecho de emplear las plegarias en calidad de conjuros. Así mismo, los medios para repeler una influencia provocada por la magia eran frecuentemente mágicos.

En general, aquí y allí, se pensaba que cuando un fenómeno extraordinario precedía a un acontecimiento la repetición del mismo fenómeno iría seguida del mismo acontecimiento. Mediante la asociación de ideas y algunos principios generales, como los que determinaban que una dirección era más propicia que otra, o que las cosas de proporciones extraordinarias eran propicias y desfavorables las reducidas o defectuosas, se fueron elaborando tablas que ayudaban a los adivinos en el ejercicio de su profesión, convertida finalmente en un minucioso repertorio de casos y técnicas.

El profetismo extático.
Otra forma de conocer el designio y la voluntad de los dioses era mediante la profecía, que se distinguía de la adivinación y la ciencia oracular por su carácter no técnico y extático. Particularmente conocidos son los profetas extáticos en Mari, así como en ambiente cananeo y entre los hebreos. Tampoco fueron desconocidos entre los asirios. Arrebatados por el frenesí profético vaticinaban sobre el futuro y advertían a los reyes y autoridades por encargo de los dioses.

En Mesopotamia el término majju significaba "frenético", en estado de "éxtasis" (maju: "estar fuera de sí"); es llamado también eshshebu, "el que salta"; zabbu, "estar en trance"; raggimtu "gritadora": la proclamadora de un oráculo. Esta última es el paralelo de la pitonisa helénica. El majju recibe un "soplo" de parte del dios que se asemeja al murmullo del viento. Así, sin acudir a la técnica mecánica adivinatoria (hepatoscopia), comunica avisos que considera que proceden directamente de los dioses. Más que un mago, era un místico, aunque las fórmulas tienen un aire mágico subyacente. Así, cuando Asurbanipal rogó al dios Nabu, le respondió un zaqiqu "soplo" de parte del dios animándole.

En el templo de Ishtar en Arbela había hombres-profetas, cuyas funciones no eran cultuales; y por la boca de Ishtar comunicaban oráculos en primera persona, pues el majju se consideraba como poseído por la divinidad. Otro tanto podía hacer la raggimtu. Disponemos de un texto oracular en que Ishtar habla a Asarhadón por medio de una raggimtu:

"¡Oh Asarhadón, rey del país, no temas ! Tus enemigos, como en el mes de siwan los cerdos del cañaveral, huirán de aquí para allá delante de tus pies. ¡Yo soy la gran señora! ¡Yo soy Ishtar de Arbela, que pondrá delante de tus pies a tus enemigos!... A tus enemigos yo los despellejaré y te los entregaré. Yo estoy delante de ti y marcharé detrás de ti. ¡No temas !"

Este oráculo nos recuerda a muchos oráculos de asistencia de Yahvé a Moisés y a los caudillos de Israel. Así, en Ex 14,19 se dice que el "ángel de Yahvé", que marchaba delante de Israel, se puso detrás para protegerlo contra los perseguidores egipcios. Y a Josué se le comunica de parte de Yahvé que tendrá en su poder a sus enemigos (Jos., 6,5). Y en el oráculo de Sal I. 10, 1 se anuncia que Yahvé pondrá a los enemigos de David como "escabel de sus pies".

También en Mari, en el curso medio del Eufrates, el majju era el hombre “extático”, y el apilum, “el que responde” (femenino apiltum: “la que responde”). Como en otras partes, al lado de los adivinos-funcionarios (baru) estaban los "profetas" espontáneos, hombres o mujeres, que transmitían un mensaje de parte de la divinidad. Algunas veces, los transmisores de estos mensajes eran los "extáticos" del culto. Bajo este aspecto encontramos analogía con el "profetismo" bíblico:

“...Comunica esto a mi señor: Asi habla Kibri-Dagan, tu siervo: Dagan e Ikrub-il siguen bien. La ciudad de Terca y su distrito siguen bien...A propósito de la nueva puerta a construir vino antes el majjú, y entonces...el día en que hice llevar esta carta a mi señor, este majjú ha vuelto y ha dicho, hablando en los siguientes términos categóricos...Esta puerta no la podeís construir...No habrá éxito. Esto es lo que este majjú me ha manifestado”. (III, 40)

Por otra parte, en Oriente, eran conocidos los nebim hebreos y el profestismo extático cananeo (nabis), ambos muy relacionados entre sí. El término nabi' "profeta" derivaba de la raíz naba' "estar en ebullición", aludiendo así al estado de transporte extático del sujeto, pues los nabis cananeos se manifestaban con acciones excéntricas y coribánticas, al estilo de los derviches modernos. No cabe duda de que las manifestaciones primitivas de los nebim hebreos tenían mucho que ver con el movimiento "extático" de los cananeos, como aparece en el relato de Saúl (Sam., I, 19), que se incorpora semidesnudo a la banda de nebim que con instrumentos músicos y danzas "profetizaban" (lit. "hacían el nabi"):

Dijéronle a Saúl: «Mira, David está en Nayot, en Rama». Saúl mandó gente para prenderle, y viendo a la tropa de profetas profetizando, con Samuel a la cabeza, se apoderó de ellos el espíritu de Yavé y pusiéronse ellos también a profetizar. Dieron a conocer esto a Saúl, y éste mandó nueva gente, y también éstos se pusieron a profetizar. Por tercera vez envió otros, pero también éstos profetizaron. Entonces fue Saúl en persona a Rama, y al llegar a la cisterna de la era que hay en el teso preguntó: «¿Dónde están Samuel y David?» Y le respondieron: «Están en Nayot de Rama». Dirigiose allá, a Nayot de Rama. El espíritu de Dios se apoderó de él, e iba profetizando hasta que llegó a Nayot de Rama, y quitándose sus vestiduras, profetizó él también ante Samuel, y se estuvo desnudo por tierra todo aquel día y toda la noche.”

Algunas veces buscaban la exaltación de la música, como en el caso de Eliseo antes de pronunciar un oráculo sobre la suerte del ejército de Israel en el Arabá frente a Moab. El carácter de "éxtasis" va unido al de extravagante; por eso se emplea el término de "loco" o meshugå' en relación con estos movimientos orgiásticos. De acuerdo con Godbey (1934), muchos de estos trances podían ser provocados por los aceites esenciales de carácter psicoactivo de plantas como el junípero o el enebro, ingredientes habituales de los inciensos utilizados.

El relato del sacerdote egipcio Uen-Amón (ANET, 25-29) fue redactado hacia el siglo XI a.C., cuando Egipto estaba en plena decadencia respecto de sus antiguas posesiones de Canaán. Al llegar a Biblos, este sacerdote egipcio fue testigo de la manifestación de un "extático", que describe del modo siguiente:

“Un día en que (el príncipe de Biblos ) sacrificaba a sus dioses, el dios (Amón) se apoderó de un sacerdote ('ddjw) de entre sus sacerdotes y lo hizo entrar en éxtasis. Y le dijo: ' ¡Trae el dios al alto, trae el embajador que está en la carga ! ¡Es Amón, que le ha enviado; es el que le ha hecho venir ! Mientras el extático estaba fuera de sí esta tarde, yo había encontrado un barco cuya proa estaba vuelta hacia Egipto; y yo había cargado todas mis cosas...”

Según comenta J. Wilson en la edición al texto, la palabra que traducimos de los jeroglíficos por "posesión profética" o “éxtasis”, se expresa por una figura contraída por violentas convulsiones epilépticas. Y el término que traducimos por “sacerdote” tiene el determinativo de joven ('ddjw) y de escriba (con un rollo de papiro sellado); parece ser, pues, un joven iniciado en el grupo de “extáticos”.

El culto: rituales y ceremonias religiosas

En cualquier sistema religioso, y en esto el Próximo Oriente Antiguo no constituía excepción, los rituales incluyen prácticas demostrativas y transformativas. Las primeras marcan y actualizan las condiciones reales de la existencia en tanto que se manifiestan en la conciencia religiosa de la gente. Entre ellas cabe destacar los ritos de tránsito, de solidaridad y de renovación. Las segundas, por el contrario, tienen que ver con el deseo o la necesidad de modificar las condiciones de dicha existencia, siendo importantes entre ellas, la magia, la adivinación y los ritos propiciatorios, entro los cuales los sacrificios destacan por su significación.

Aspectos generales.
El culto tenía lugar en los templos y santuarios que, además de en las ciudades, se podían hallar también, como ocurría en Canaán y entre los hititas, en colinas y bosques. Cabe diferenciar, por tanto, entre los templos urbanos y los santuarios rupestres y "lugares altos". Estos últimos estaban especialmente difundidos entre los semitas occidentales. Al margen de estas diferencias, el templo se concebía como la morada del dios y albergaba una imagen o estatua del mismo. En los bamah, o "lugares altos" cananeos la divinidad masculina era representada por un estela de piedra y la femenina por un cipo de madera.

El culto diario a los dioses, que se celebraba en sus templos y del que el pueblo estaba excluido, consistía, fundamentalmente, en venerarlos y alimentarlos con diversas ofrendas por medio de un ritual muy estricto en el que era preciso observar numerosas prescripciones. En general, la música desempeñaba un importante papel, no sólo en las grandes celebraciones rituales, sino también en la liturgia cotidiana por medio de himnos destinados a apaciguar el corazón de las divinidades. El carácter secreto del ritual, transmitido de padres a hijos, determinaba que el culto se realizara sin la participación de más miembros que los sacerdotes. Pero no en todas partes ocurría así. Los iranios, a diferencia de otros pueblos del Próximo Oriente en la Antigüedad, no poseyeron una jerarquía sacerdotal, sino que los "magos" y los aezrapaiti del Avesta o "maestros de instrucción" ejercían sus funciones religiosas sin estar subordinados a la autoridad de ningún templo o santuario.

Aunque la gente común no participaba del culto y la liturgia diarias, que estaban reservadas a los sacerdotes, si podían acudir al templo para realizar ofrendas con que acompañar sus plegarias, lo que constituía una obligación habitual para con los dioses. Las plegarias podían ser himnos ensalzando a la divinidad a quien estaban dirigidos, súplicas o lamentaciones, así como promesas de gratitud. Los iranios, por su parte, pensaban que la eficacia de la oración dependía en gran medida del momento en que fuera recitada. Las oraciones, que podían cantarse o salmodiarse, eran más frecuentemente musitadas y debían realizarse a lo largo de cinco ocasiones diarias, al amanecer, al mediodía, por la tarde, a la puesta del sol y, finalmente entre la media noche y el amanecer.

Eran habituales las ofrendas de alimentos, dátiles, leche, zumos, panes, y las libaciones de vino, cerveza y aceite. Una ofenda muy preciada era la de incienso. También se sacrificaban animales, sobre todo en los ritos de expiación y en los exorcismos, para los que había una clase especial de sacerdotes, llamados en Mesopotamia ashipu y mashmashu, dedicados a ayudar a la gente contra la acción de los malos espíritus y demonios. Era particularmente frecuente el puhu o sustitución, mediante la que el enfermo o la persona afectada por una desgracia la transfería a un víctima propiciatoria, normalmente un pequeño animal, en ocasiones a un objeto inanimado, al que se vestía como si de aquella se tratara. Había un componente mágico muy grande en tales ritos, que cobraban gran importancia cuando la amenaza, presagiada por medio de un eclipse de luna, se cernía sobre el propio rey, y la víctima -en el caso del rey una persona que le sustituía, sentándose incluso en el trono- debía ser destruida para lograr sus eficacia. El zoroatrismo iranio, pese a encumbrar el sacrificio del Haoma, de hecho un sacrificio simbólico en forma de eucaristía, no eliminó totalmente los sacrificios sangrientos. El myazda era un ofrenda consistente en carne y vino, y el Avesta, el libro sagrado de la religión irania, menciona los sacrificios de ovejas y toros. Al propio Haoma se le dedicaban sacrificios cruentos y un texto (Yasna, II) menciona incluso las partes de la víctima que han de otorgársele.

Ritos de renovación y de tránsito.
En las grandes celebraciones religiosas se manifestaba la participación de la comunidad en sucesos que para la mentalidad de las gentes no pertenecían a leyes naturales impersonales sino que, como el cambio de las estaciones, la inundación o la tormenta, poseían un carácter individual y una relación concreta con quienes resultaban afectados por ellos. Tales celebraciones marcaban los momentos cruciales del calendario agrícola, precedían las campañas militares, o, como en Mesopotamia, acompañaban la configuración de cada una de las fases de la luna. La más importante de todas las festividades religiosas era el festival del Año Nuevo o Akitu, que entre los mesopotámicos adquiría una especial relevancia, pudiendo celebrase tanto en primavera como en otoño

En Babilonia se celebraba durante los primeros once días del mes de Nisan, en primavera, lo que llegó a generalizarse al resto del país. Se trataba, de hecho, de un ceremonial de renovación del mundo y del orden cósmico, que se efectuaba mediante una serie de celebraciones y rituales que se desarrollaban durante varios días. Incluían la representación del mito cosmogónico de la creación en el que la divinidad se enfrenta al Caos, el rescate del dios sufriente, la humillación del rey ante la estatua de la divinidad, la hierogamia o matrimonio sagrado del monarca con la diosa, representada por su sacerdotisa, y la determinación del destino para el año próximo. Algunas de las ceremonias estaban reservadas en exclusiva para el rey, como ocurría con su humillación y el matrimonio sagrado, pero en otras, que comprendían desfiles, procesiones, o la búsqueda entre lamentos del dios, participaba toda la comunidad. También los hititas celebraban su peculiar festival del Año Nuevo que denominaban Purili y en el que, de la misma manera que en Mesopotamia se recitaban el relato de la Creación, se dramatizaba el mito con la narración de la lucha del "dios de la tormenta" contra el dragón.

En Canaán existieron asimismo festivales dedicados a Ba‘al y a su personificación en Adonis, que incluían, como en el caso mesopotámico, procesiones, sacrificios y ofrendas, si bien estamos muy mal informados acerca de sus detalles. "Apenas se puede dudar de que el mito de la muerte y la resurrección de Ba‘al formaba parte de una celebración ritual con motivo de unas grandes fiestas estacionales. Todo indica que se daba una estrecha conexión entre el mito y la muerte y la renovación de la vida vegetal; además los autores clásicos atestiguan la práctica de ciertos ritos con motivo de la muerte de Adonis, que no puede ser sino una forma particular de Ba‘al. Numerosos detalles del mito tienen su mejor explicación como otros tanto reflejos de las acciones rituales" (Ringren: 1973: 213).

Los rituales de expiación y purificación eran también ritos de renovación. Afectaban tanto a las personas como a los objetos, incluidas las armas, en particular los de templos y santuarios que debían ser purificados cada cierto tiempo. Singular importancia tenía la purificación ritual del rey. Una ceremonia especial de purificación del templo tenía lugar durante el quinto día del Festival de Año Nuevo, mediante la cual se trasladaban las impurezas al cadáver de una oveja degollada que luego era arrojado al río. Los sacerdotes que habían llevado a cabo la purificación tenían que abandonar la ciudad hasta el fin de los festivales, ya que ahora se les consideraba ritualmente impuros. La noción de la impureza y su contaminación, sobre todo a partir de seres muertos, estaba particularmente difundida en la religión irania, lo que hacia preciso toda una serie de prescripciones rituales destinadas a eliminarla. La principal ceremonia de purificación entre los iranios era el bareshnum, en la que las impurezas se lavaban, en unos hoyos practicados en el suelo, con agua, arena y orín de toro.

Entre los ritos de tránsito cabe distinguir, ya que el matrimonio no constituía una ceremonia religiosa, los funerarios y los de carácter iniciático. Los primeros, en estrecha conexión con las ideas sobre la muerte y la vida en ultratumba de las que hablaremos luego, incluían lamentos rituales y ofrendas que se depositaban en la tumba junto al cadáver. En algunos sitios, como en Ugarit y Babilonia, se celebraban banquetes fúnebres. Los iranios, bajo la influencia de la religión mazdeista, depositaban los cadáveres sobre plataformas y torres. Una vez que los cuerpos habían estado expuestos durante el tiempo adecuado, se recogían las huesos y se guardaban en urnas. De los ritos de carácter iniciático destacaron sobre todo las iniciaciones de tipo místico, comunes en los cultos iranios a Ahura Mazda y Mitra, si bien este último con un carácter mucho más tardío y notables influencias helenísticas. La iniciación mazdeista consistía en una ceremonia en la que se vestía por primera vez el ceñidor y la túnica blanca. Las iniciaciones mitraicas, por lo menos en la forma tardía en que las conocemos, eran mucho más complejas y tenían un fuerte componente mistérico.

Ritos propiciatorios: ofrendas y sacrificios.
Los sacrificios constituyen un procedimiento por el que se establecen los medios para comunicar el mundo sagrado con el profano a través de un víctima que queda destruida en el curso de la ceremonia. Pueden ser rituales con los que se pretenda compartir el poder de las entidades sobrenaturales a las que se juzga benévolas, dando lugar entonces a una comunión, o por el contrario ritos propiciatorios que ocasionan sacrificios, cruentos o simbólicos, de carácter expiatorio.

Existía una gran variedad de ritos sacrificiales en el Próximo Oriente Antiguo, de los que ya hemos mencionado algunos al aludir a las características y componentes del culto. Otros merecen destacarse ahora. Fueron importantes, por el papel que jugaron en el seno de las prácticas religiosas de los distintos pueblos y culturas, la ofrenda o sacrificio de las primicias, con mucho arraigo entre los semitas occidentales, los sacrificios en petición de lluvia, los de Mitra y Haoma, propios de la religión irania, y el sacrificio molk, perteneciente a la religión cananeo-fenicia, con alguna difusión también entre los hebreos. Por su especial significación nos referiremos con más detalle a estos tres últimos.

El sacrificio del Haoma, o Yasna, era una ceremonia vivificante, análoga a la del Soma en la India, cuya parte principal consistía en la elaboración de una bebida sagrada, a partir de una planta igualmente sagrada, que al mismo tiempo era una divinidad. El Haoma era tanto la planta, la bebida que se extraía de su jugo, como el dios al que estaba destinado el sacrificio. Su eficacia radicaba en la fertilidad, la procreación, la salud y la inmortalidad, cuyas espectativas aumentaba. También producía un tipo de conocimiento y de valor distintos a los habituales. El sacrificio del Haoma era una ceremonia compleja, en la que se aunaban los distintos sentidos que se otorga a los rituales. Constituía el centro del ritual mazdeico, como el del Soma, su equivalente en la India, lo era del védico. Era la conmemoración de una cosmogonía, y por tanto un ritual de renovación, al tiempo que anunciaba y anticipaba una escatología mediante un sacrificio que era, en realidad, una eucaristía, una comunión.

Igualmente importante en la religión irania era el culto de Mitra cargado de un simbolismo escatológico y de ciertos componentes mistéricos que se desarrollaron sobre todo en época tardía. El acto central de los misterios de Mitra presentaba al dios en el momento se sacrificar al toro primordial, de cuyo rabo brota una espiga de trigo. El sacrificio del toro era un elemento común de la religión irania que sobrevivió al paso del tiempo y a la reforma zoroatrista. En los misterios mitraicos representaba el sacrificio originario por el que se había engendrado toda la vida animal y vegetal, y poseía un fuerte sentido escatológico.

Por su parte, el sacrificio molk, practicado por los fenicios, los hebreos y los púnicos, ha suscitado desde siempre una enorme controversia, ya que, a diferencia de los anteriores, se trataba de víctimas humanas. Su trascendencia, además, radica en que, al igual que los misterios de Mitra, rebasó el marco geográfico y cultural en que parece haberse originado, para difundirse por el Mediterráneo con la expansión de los fenicios. En algunos pasajes de la Biblia se habla de la práctica, común en un tiempo entre los hebreos y anatemizada por los profetas de Yahvé, de "hacer pasar a sus hijos e hijas por el fuego" en honor de Moloc, en un lugar situado a la afueras de Jerusalén, el tofet del valle de Ben-Himmon. La Biblia también menciona otro tipo de sacrificios humanos, que a menudo se confunden con el molk, como el del primogénito, o aquellos que se realizaban con ocasión de algún grave peligro. Pero todos estos sacrificios implicaban fundamentalmente a algún miembro de la realeza o de la clase dirigente, lo que no siempre ocurría con el molk. Las fuentes griegas y latinas posteriores insisten en que se trataba de una antigua costumbre de los fenicios, practicada luego igualmente por los cartagineses descendientes de aquellos, con la que se pretendía obtener algún favor de los dioses.

El problema radica en que, en Oriente, sólo es mencionado en los textos bíblicos, no hallándose alusión alguna en los documentos más antiguos procedentes de Ugarit. Ello, unido a su carácter de sacrificio humano, en el que las víctimas eran niños de corta edad, ha provocado frecuente polémica y un reciente intento de explicación en términos de un sacrificio simbólico, y por lo tanto no cruento, que no implicaba violencia alguna. No obstante, el conjunto de la evidencia literaria y arqueológica, si bien en la misma Fenicia no se ha encontrado ningún tofet -aunque el registro arqueológico es muy incompleto-, al contrario de lo que ocurre en las ciudades que los fenicios fundaron a lo largo del Mediterráneo, apunta en el sentido opuesto. La incapacidad de nuestra mentalidad moderna para relacionarlo con una forma de infanticidio tiene mucho que ver con la pólemica sobre su naturaleza, frecuencia y función.

Los dioses y los diversos panteónes

A grandes rasgos se puede decir que en el Próximo Oriente Antiguo la vida religiosa se hallaba caracterizada por el politeísmo y una tolerancia muy amplia que favorecía los fenómenos de sincretismo e identificación entre divinidades de distintos lugares aunque de naturaleza más o menos similar. Las diversas teogonías que fueron elaboradas por los sacerdotes, aun cuando intentan poner orden en este universo pluriforme de múltiples divinidades, pudieron en realidad haber obedecido más a los intentos hegemónicos de los sucesivos centros de poder político, que a lo que realmente pensaba y creía la población en relación a la importancia y jerarquía de los dioses, lo que nos resulta ciertamente inaccesible. Otros rasgos igualmente notorios eran la existencia destacada de elementos cósmicos y astrales, junto a la presencia de los vegetativos y ctónicos propios de la vida natural, además de un notable antropomorfismo de las divinidades y un escaso desarrollo, que muchas veces es una completa ausencia, de ideas y creencias de tipo escatológico.

El panteón mesopotámico.
Un rasgo generalizado entre los dioses de Mesopotamia es el de una atropomorfización bastante desarrollada. Según la tradición mesopotámica las divinidades, muy numerosas, se dividían en dos grupos, los dioses del cielo o Igigi, y los dioses de la tierra de las aguas y de los infiernos, los llamados Anounnaki. De época sumeria datan las más antiguas listas de dioses que formaban una jerarquía de familias divinas. En primer lugar se hallaban los dioses primordiales de carácter cósmico, cual eran An, Enlil, y Enki, que componían la primera tríada. An -Anu en acadio- era un dios supremo que se identifica con el señor de los cielos, resultando lejano e inaccesible, en tanto que Enlil (Ba‘al entre los semitas occidentales) en su calidad de dios de la atmósfera y la tierra tenía un gran protagonismo, pues se hacía depender de él más que de ningún otro el bienestar y la vida. Enki- en acadio Ea-, a quien pertenecía el dominio de las aguas, poseía un carácter más benéfico en su papel de divinidad de la sabiduría práctica, de la habilidad artística y de los encantamientos, ya que se pensaba que el agua, fuente de vida pero también de destrucción, poseía poderes mágicos. Se le consideraba, igualmente, el creador del mundo.

La segunda triada estaba compuesta por divinidades de tipo astral, como eran Sin -Nannar en sumerio-, el dios luna, hijo de Enlil y padre de Shamash -Utu en sumerio-, el dios sol, que actuaba como velador y protector de la justicia, persiguiendo el pecado y la mala conducta social, e Ishtar -la Inanna sumeria y la Astarté de los semitas occidentales-, que unas veces aparecía como hija de Sin y otras de Enlil, incluso de Anu, con un fuerte dualismo como reina del cielo, representada por el planeta Venus. Era una diosa del amor y la sensualidad pero también de la guerra y la batalla. A pesar de algunas semejanzas superficiales Ishtar no debe ser confundida con ninguna de las diosas madres, divinidades que jugaron un papel importante en la creación de los mismos dioses y de la humanidad. Entre los sumerios Ninhursag era la diosa madre. Nintu, Aruru, Beletili eran otros tantos nombres para referirse a este tipo de divinidades. Nammu era una primitiva divinidad sumeria relacionada con las aguas subterráneas convertida por la teología de Eridu en Madre Tierra.

Luego venían toda una serie de dioses relacionados con la naturaleza de los que aquí solo mencionaremos los que tuvieron mayor relevancia. Ninurta y Ningirsu, que terminaron por equiparase, eran dioses de la fecundidad y de la vegetación, aunque también lo eran de la guerra y de la caza. Adad (Hadad entre los semitas occidentales) era el dios de la tormenta y el trueno y una divinidad de carácter oracular. La diosa Nisaba era una divinidad del grano que otorgaba la sabiduría a la humanidad.

Los dioses infernales, cuyo dominio era el mundo inferior, eran Nergal, señor de los muertos, y divinidad también de la vegetación, junto con Erra, dios guerrero capaz de provocar epidemias, y Ereshkigal, reina del submundo, y consorte de Nergal. Namtar, al que también se le consideraba un maléfico demonio, era el mensajero de Ereshkigal, heraldo de la muerte y llevaba en su séquito sesenta enfermedades que podía lanzar contra la humanidad. Por el contrario, dioses de la salud eran Damu, Gula y Nininsina, mientras que en Ishum tenía la humanidad un protector que velaba por ella, especialmente en la noche. Otros dioses fueron famosos por motivos políticos, como Marduk en Babilonia que acabó por situarse en la cúspide del panteón meridional gracias al apogeo político de aquel reino, y Assur divinidad "nacional" de los asirios, o por ser los patrocinadores de alguna actividad de gran importancia y renombre social, como Nabu, hijo de Marduk, escriba de los dioses y divinidad protectora de la escritura. Un carácter un tanto especial tiene Dumuzi/Tammuz, divinidad ctónica asociado al descenso de Innana/Ishtar a los infiernos, que ocupa un papel relevante en el mito que explica los ciclos vegetativos, y del que se piensa que pudo tratarse de un antiguo rey deificado.

A pesar del politeísmo imperante se percibe en ocasiones una cierta reflexión teológica de tendencia monoteísta que opera mediante la identificación, bien de divinidades entre si, o de distintos dioses como partes o emanaciones de otro, aunque no pasaron de ser tendencias, en muchos casos impulsadas por motivos políticos. Una determinada divinidad, como Marduk en Babilonia, se encumbraba hasta la cúspide del panteón y, sin eliminar a los restantes dioses, asumía frecuentemente muchos de sus rasgos. Otras veces eran las afinidades en la naturaleza y las funciones de los dioses y diosas, más que los motivos políticos, los que impulsaban la identificación.

El panteón anatólico-hitita.
En Anatolia la confluencia y superposición de dioses y de ideas religiosas fue el resultado de conglomerado de pueblos e influencias que cristalizó finalmente, por vía de la unificación política, en el reino de Hatti y la cultura palatina hitita. Sobre un fondo originario local en que encontramos, por ejemplo, a Halmashuitta antigua divinidad hatti, se superponen y entremezclan divinidades procedentes del universo indoeuropeo familiar a los hititas, como Shiunshummi -"nuestro dios"-, del que también los hurritas recibían influencias, junto con rasgos de esta última procedencia, además por supuesto de los elementos de origen sirio y mesopotámico. Hallamos concepciones relativas a dioses atmosféricos junto a otras que parece estuvieron en principio relacionadas con la vida agrícola. De todo ello resultó, finalmente, un panteón sistematizado según los principios de la estructura política del propio imperio, en el que los dioses tendían a ser agrupados por sus funciones específicas -que en bastantes ocasiones no se hallaban netamente definidas- bien como miembros de una familia de dioses o como dignatarios de una casa real. A la cabeza de este panteón se encontraba una divinidad atmosférica, "el dios de la tormenta del cielo", cuyo nombre en hitita se ignora y que era llamado, Taru, Teshub o Tarhunt por la población prehittita (hatti), los hurritas y luvitas respectivamente. Su consorte era Wurushemu, "la diosa del sol de Arinna" con connotaciones solares, pero al mismo tiempo considerada como una divinidad infernal y que parece responder a un origen hatti más que indoeuropeo. Su hija, mencionada por algunos textos, era la diosa Mezulla. Telebinu era un dios de la tormenta y de la vegetación en su calidad de dispensador de la lluvia. Istanu era un antiguo dios-sol.

Otras divinidades eran Sharruma, hijo de los grandes dioses atmosféricos, y las diosas Kubaba, Allatum y Hepat. Esta última era una divinidad hurrita, consorte de Teshub, y con rasgos similares a los de la Ereshkigal mesopotámica, en ocasiones identificada como la esposa del "dios de la tormenta". Kamrushepa era la diosa de la magia. Kait era una diosa del grano. Ishdushtaya y Papaya eran divinidades infernales que con sus husos "hilan los años de vida del rey". Ishtar, procedente de Mesopotamia, ocupaba un lugar igualmente importante. Ea fue también asimilado a través de la influencia hurrita. Había otras muchas divinidades en un panteón tan abigarrado que distinguía, además, entre dioses grandes y pequeños, dioses del cielo y de la tierra, así como divinidades masculinas y femeninas, pero sabemos de ellos bastante poco, a veces ni siquiera su nombre, por lo que proceder a su enumeración no aportaría ningún provecho.

Los dioses eran antropomorfos, si bien el dios de la tormenta era frecuentemente representado como un toro, y, a pesar de la distancia infinita que los separaba de los hombres, en cuya vida podían intervenir a su antojo, poseían sus mismos sentimientos y cualidades, lo que a menudo les hacía reaccionar como éstos. Amor, ira, felicidad eran atributos tanto de los dioses como de los humanos. Los dioses se distinguían por su poder, en el que la magia intervenía en no escasa medida, y por la inmortalidad que estaba reservada exclusivamente a las divinidades.

El panteón de los semitas occidentales.
Entre los semitas occidentales, que habitaban Siria, Palestina y Fenicia (Canaán), la religión y los dioses tenían una naturaleza similar a la que hemos visto en Mesopotamia, destacando los aspectos relacionados con la fecundidad y los ctónicos, aunque existían, por supuesto, peculiaridades propias y rasgos locales. El dios supremo era El, y como tal aparece en los textos de Ugarit presidiendo la asamblea de los dioses. Se le consideraba el gran creador de las criaturas y tenía un carácter benévolo y misericordioso. Era frecuente designarle como "el Toro El". Su consorte era la diosa Athirat o Asherá, a la que se llamaba "Señora de Asherá del Mar" y "la que crea, o da a luz a los dioses", aunque otras veces se la mencionaba simplemente como "la diosa", para indicar su condición de pareja de El.

Luego venían otras tantas divinidades en las que cabe apreciar algo que era propio también de las dioses y diosas mesopotámicos, la plurifuncionalidad de muchos de ellos. Así, Ba‘al, el "dueño" era, además de una divinidad de la vegetación, el dios de las tormentas que cabalga sobre las nubes y cuya voz es el trueno, al igual que el Yahvé bíblico del Salmo 29, y el que provoca las lluvias, en cuyo honor se ofrecían holocaustos que incluían sacrificios humanos en los "lugares altos" en demanda de lluvia. En este papel Ba‘al se identificaba con Hadad, nombre arameo del dios de la tormenta. Pero Ba‘al era también el dios de la guerra, que blande un arma y arroja su lanza, es decir el rayo, hacia la tierra. Su hermana/esposa, la diosa Anat, tenía los mismos contrastes y polivalencias ya que era a la vez diosa del amor y del combate, y como tal se la presenta con un carácter violento y sanguinario. También se la consideraba como la mensajera de los dioses. Astarté, con la que a menudo se identifica, era la diosa de la fecundidad pero también de la justicia y el derecho. Así mismo, Melkart, un dios reciente que no aparece en ninguno de los textos de la Edad del Bronce y era la divinidad tutelar de Tiro, una de las principales ciudades fenicias de la Edad del Hierro, era al mismo tiempo un dios solar y marino, que terminó sincretizándose con el Heracles griego.

Muchos de estos dioses eran de una gran antigüedad, remontándose, como Reshef, el dios de la guerra y la peste, al tercer milenio, en que aparece mencionado en los textos de Ebla. Otro dios muy antiguo era Chusor, divinidad fabril y artesana a la que se le atribuía un papel importante en el origen del mundo y en la historia de las invenciones. Hadad era el dios de la tormenta y como tal parece que llegó a sincretizarse con Ba‘al, aunque puede que se tratase de la misma divinidad que en los textos cananeos aparece denominada de forma genérica con un término que, convertido en nombre propio, también se utilizaba para llamar a diversas divinidades de carácter local, Ba‘al Jasor, Ba‘al Sidón, o de índole más específica, Ba‘al-Berit -"Señor de la Alianza"-.

Entre los arameos Hadad fue considerado el dios "nacional", como Marduk lo había sido de los babilonios y Assur de los asirios o Yahvé lo será de los hebreos, y como tal otorgaba el trono y la autoridad al rey. Kamosh, era, por su parte, el dios "nacional" de los moabitas y Milkom el de los ammonitas, si bien de estas divinidades apenas sabemos nada. Algunos dioses menores como Shahar, dios de la aurora, y Shalim, dios del atardecer y las sombras aparecen ya atestiguados en los textos de Ugarit. Otra divinidad secundaria muy antigua era Jorón, de posible carácter ctónico.

También había otros dioses más recientes que no están documentados durante la Edad del Bronce, como fueron Eshmún, de carácter sanador y asimilado al Asclepio griego, y Adón -o Adonis para los griegos-. Este último, al que se dedicaban unos famosos festivales y cuyo nombre significa en fenicio "Señor", parece, sin embrago, haber sido una manifestación local de Ba‘al, al igual que Baalshamin -"el Señor del Cielo"- ha podido ser la expresión de un aspecto celeste del dios de la tormenta.

El panteón iranio.
Entre los iranios la sistematización de un panteón con numerosas divinidades -de origen indo-iranio unas, próximas por tanto al ambiente religioso védico, tomadas otras de los pueblos con los que estuvieron en contacto- no se realizó por yuxtaposición de familias o triadas de dioses, como en otros lugares, sino mediante una tendencia monoteísta/dualista que la tradición atribuye a las reformas de Zoroastro y un posterior resurgimiento de los antiguos dioses en el que tomaron parte muy activa los procesos de sincretismo. En una primera etapa el universo religioso se había caracterizado por la existencia de un politeísmo que distinguía entre los ahuras, una categoría especial de entre los "señores celestes" y los daevas, en principio divinidades que no eran ahuras, y que con el tiempo fueron rebajados a la categoría de demonios. Mitra, dios de la guerra y de la aurora y guardián del Contrato, Apam Napat, principio vital y creador de todas las cosas y de la humanidad, así como Airyaman, protector de las personas, pertenecían, junto con Ahura Mazda, a la primera categoría, mientras que otros dioses igualmente antiguos como Indra, que llegó prácticamente a desaparecer, Saurva o Nanhaizya, eran considerados daevas.. Otros, como Verezragna, el dios de la victoria, ocupaban una situación intermedia y de hecho se le consideraba ahuradata o "creado por un ahura".

La reforma monoteísta/dualista que se atribuye a Zoroastro, personaje cuya cronología no resulta nada precisa, pero que en todo caso parece anterior al Irán aqueménida, marginó a los daevas, convirtiendo a Ahura Mazda en dios supremo, creador de todas las cosas, que engendra a Spenta Mainyu y a Anra Mainyu, espíritu benéfico y destructor respectivamente, y padre de las Entidades, o elementos abstractos en que fueron transformadas muchas de las antiguas divinidades. Estas Entidades eran, principalmente, Apam Napat, el fuego que fluye en medio de las aguas, Haurvatat y Ameretat, encargadas de la tutela de las aguas y de las plantas, Vohu Manah, que vino a sustituir a Mitra como "señor de los ganados" y era el más activo y eficaz de los intermediarios entre Dios y el hombre; Asha, la más importante de todas las Entidades con relaciones estrechísimas con el Creador, que se valió de ella para llenar de luces el espacio. Finalmente el propio Ahura Mazda terminó por absorber al Espíritu benéfico, enfrentándose en solitario a un rival, Anra Mainyu, coopartícipe también de la creación pero que, sin embargo, está destinado a ser vencido.

La reforma de Zoroastro no pudo impedir, pese a todo, el renacimiento del politeísmo, lo que se produjo de dos maneras distintas, mediante la desaparición de las Entidades que quedaron reducidas a simples divinidades, incluso con sus distinciones entre masculinas y femeninas, y con el resurgimiento de los antiguos dioses, como Anahita, diosa de las aguas, Hvare, el sol brillante e inmortal, Mah, la luna, Parendi, diosa de la abundancia y la riqueza, Rashnu, protector de los inocentes, Vayu, el viento, Zurvan, el tiempo, Mitra y sus compañeros, Airyaman y Bhaga, dios este último del matrimonio, y otros tantos que, sin embargo, no se integran en un sistema, ni existe una distribución de poderes entre ellos

Espíritus y demonios.
Además de todos estos dioses, en el Próximo Oriente Antiguo se creía en la existencia de innumerables espíritus y "demonios". Muy difundida se hallaba la creencia de que toda persona poseía su espíritu tutelar, así como de que se hallaba potencialmente amenazada por entes maléficos. Los más temidos en Mesopotamia eran los llamados "siete malignos" que bullían por todas partes y amenazaban incluso a los mismos dioses celestes. Según la tradición, los demonios Galla habían causado la muerte a Dumuzi/Tammuz en el mundo inferior tras ser entregado por Inanna como rescate.

Demonios maléficos eran así mismo los responsables de las enfermedades y otras desgracias que ocurrían a la gente. Lamashtu era un demonio femenino que arrebataba a los recién nacidos del regazo de sus madres. Entre los iranios, Dahaka, el dragón de tres cabezas, y Apaosha, el demonio de la sequía, ocuparon un lugar importante. El mismo Anra Mainyu quedó convertido finalmente en el "demonio de los demonios". Contra todos ellos existían ensalmos, talismanes y exorcismos. También había espíritus y "demonios" benignos, como el mesopotámico Pazuzu, rey de los demonios del viento, a quien consignaban su protección las embarazadas.