El culto: rituales y ceremonias religiosas

En cualquier sistema religioso, y en esto el Próximo Oriente Antiguo no constituía excepción, los rituales incluyen prácticas demostrativas y transformativas. Las primeras marcan y actualizan las condiciones reales de la existencia en tanto que se manifiestan en la conciencia religiosa de la gente. Entre ellas cabe destacar los ritos de tránsito, de solidaridad y de renovación. Las segundas, por el contrario, tienen que ver con el deseo o la necesidad de modificar las condiciones de dicha existencia, siendo importantes entre ellas, la magia, la adivinación y los ritos propiciatorios, entro los cuales los sacrificios destacan por su significación.

Aspectos generales.
El culto tenía lugar en los templos y santuarios que, además de en las ciudades, se podían hallar también, como ocurría en Canaán y entre los hititas, en colinas y bosques. Cabe diferenciar, por tanto, entre los templos urbanos y los santuarios rupestres y "lugares altos". Estos últimos estaban especialmente difundidos entre los semitas occidentales. Al margen de estas diferencias, el templo se concebía como la morada del dios y albergaba una imagen o estatua del mismo. En los bamah, o "lugares altos" cananeos la divinidad masculina era representada por un estela de piedra y la femenina por un cipo de madera.

El culto diario a los dioses, que se celebraba en sus templos y del que el pueblo estaba excluido, consistía, fundamentalmente, en venerarlos y alimentarlos con diversas ofrendas por medio de un ritual muy estricto en el que era preciso observar numerosas prescripciones. En general, la música desempeñaba un importante papel, no sólo en las grandes celebraciones rituales, sino también en la liturgia cotidiana por medio de himnos destinados a apaciguar el corazón de las divinidades. El carácter secreto del ritual, transmitido de padres a hijos, determinaba que el culto se realizara sin la participación de más miembros que los sacerdotes. Pero no en todas partes ocurría así. Los iranios, a diferencia de otros pueblos del Próximo Oriente en la Antigüedad, no poseyeron una jerarquía sacerdotal, sino que los "magos" y los aezrapaiti del Avesta o "maestros de instrucción" ejercían sus funciones religiosas sin estar subordinados a la autoridad de ningún templo o santuario.

Aunque la gente común no participaba del culto y la liturgia diarias, que estaban reservadas a los sacerdotes, si podían acudir al templo para realizar ofrendas con que acompañar sus plegarias, lo que constituía una obligación habitual para con los dioses. Las plegarias podían ser himnos ensalzando a la divinidad a quien estaban dirigidos, súplicas o lamentaciones, así como promesas de gratitud. Los iranios, por su parte, pensaban que la eficacia de la oración dependía en gran medida del momento en que fuera recitada. Las oraciones, que podían cantarse o salmodiarse, eran más frecuentemente musitadas y debían realizarse a lo largo de cinco ocasiones diarias, al amanecer, al mediodía, por la tarde, a la puesta del sol y, finalmente entre la media noche y el amanecer.

Eran habituales las ofrendas de alimentos, dátiles, leche, zumos, panes, y las libaciones de vino, cerveza y aceite. Una ofenda muy preciada era la de incienso. También se sacrificaban animales, sobre todo en los ritos de expiación y en los exorcismos, para los que había una clase especial de sacerdotes, llamados en Mesopotamia ashipu y mashmashu, dedicados a ayudar a la gente contra la acción de los malos espíritus y demonios. Era particularmente frecuente el puhu o sustitución, mediante la que el enfermo o la persona afectada por una desgracia la transfería a un víctima propiciatoria, normalmente un pequeño animal, en ocasiones a un objeto inanimado, al que se vestía como si de aquella se tratara. Había un componente mágico muy grande en tales ritos, que cobraban gran importancia cuando la amenaza, presagiada por medio de un eclipse de luna, se cernía sobre el propio rey, y la víctima -en el caso del rey una persona que le sustituía, sentándose incluso en el trono- debía ser destruida para lograr sus eficacia. El zoroatrismo iranio, pese a encumbrar el sacrificio del Haoma, de hecho un sacrificio simbólico en forma de eucaristía, no eliminó totalmente los sacrificios sangrientos. El myazda era un ofrenda consistente en carne y vino, y el Avesta, el libro sagrado de la religión irania, menciona los sacrificios de ovejas y toros. Al propio Haoma se le dedicaban sacrificios cruentos y un texto (Yasna, II) menciona incluso las partes de la víctima que han de otorgársele.

Ritos de renovación y de tránsito.
En las grandes celebraciones religiosas se manifestaba la participación de la comunidad en sucesos que para la mentalidad de las gentes no pertenecían a leyes naturales impersonales sino que, como el cambio de las estaciones, la inundación o la tormenta, poseían un carácter individual y una relación concreta con quienes resultaban afectados por ellos. Tales celebraciones marcaban los momentos cruciales del calendario agrícola, precedían las campañas militares, o, como en Mesopotamia, acompañaban la configuración de cada una de las fases de la luna. La más importante de todas las festividades religiosas era el festival del Año Nuevo o Akitu, que entre los mesopotámicos adquiría una especial relevancia, pudiendo celebrase tanto en primavera como en otoño

En Babilonia se celebraba durante los primeros once días del mes de Nisan, en primavera, lo que llegó a generalizarse al resto del país. Se trataba, de hecho, de un ceremonial de renovación del mundo y del orden cósmico, que se efectuaba mediante una serie de celebraciones y rituales que se desarrollaban durante varios días. Incluían la representación del mito cosmogónico de la creación en el que la divinidad se enfrenta al Caos, el rescate del dios sufriente, la humillación del rey ante la estatua de la divinidad, la hierogamia o matrimonio sagrado del monarca con la diosa, representada por su sacerdotisa, y la determinación del destino para el año próximo. Algunas de las ceremonias estaban reservadas en exclusiva para el rey, como ocurría con su humillación y el matrimonio sagrado, pero en otras, que comprendían desfiles, procesiones, o la búsqueda entre lamentos del dios, participaba toda la comunidad. También los hititas celebraban su peculiar festival del Año Nuevo que denominaban Purili y en el que, de la misma manera que en Mesopotamia se recitaban el relato de la Creación, se dramatizaba el mito con la narración de la lucha del "dios de la tormenta" contra el dragón.

En Canaán existieron asimismo festivales dedicados a Ba‘al y a su personificación en Adonis, que incluían, como en el caso mesopotámico, procesiones, sacrificios y ofrendas, si bien estamos muy mal informados acerca de sus detalles. "Apenas se puede dudar de que el mito de la muerte y la resurrección de Ba‘al formaba parte de una celebración ritual con motivo de unas grandes fiestas estacionales. Todo indica que se daba una estrecha conexión entre el mito y la muerte y la renovación de la vida vegetal; además los autores clásicos atestiguan la práctica de ciertos ritos con motivo de la muerte de Adonis, que no puede ser sino una forma particular de Ba‘al. Numerosos detalles del mito tienen su mejor explicación como otros tanto reflejos de las acciones rituales" (Ringren: 1973: 213).

Los rituales de expiación y purificación eran también ritos de renovación. Afectaban tanto a las personas como a los objetos, incluidas las armas, en particular los de templos y santuarios que debían ser purificados cada cierto tiempo. Singular importancia tenía la purificación ritual del rey. Una ceremonia especial de purificación del templo tenía lugar durante el quinto día del Festival de Año Nuevo, mediante la cual se trasladaban las impurezas al cadáver de una oveja degollada que luego era arrojado al río. Los sacerdotes que habían llevado a cabo la purificación tenían que abandonar la ciudad hasta el fin de los festivales, ya que ahora se les consideraba ritualmente impuros. La noción de la impureza y su contaminación, sobre todo a partir de seres muertos, estaba particularmente difundida en la religión irania, lo que hacia preciso toda una serie de prescripciones rituales destinadas a eliminarla. La principal ceremonia de purificación entre los iranios era el bareshnum, en la que las impurezas se lavaban, en unos hoyos practicados en el suelo, con agua, arena y orín de toro.

Entre los ritos de tránsito cabe distinguir, ya que el matrimonio no constituía una ceremonia religiosa, los funerarios y los de carácter iniciático. Los primeros, en estrecha conexión con las ideas sobre la muerte y la vida en ultratumba de las que hablaremos luego, incluían lamentos rituales y ofrendas que se depositaban en la tumba junto al cadáver. En algunos sitios, como en Ugarit y Babilonia, se celebraban banquetes fúnebres. Los iranios, bajo la influencia de la religión mazdeista, depositaban los cadáveres sobre plataformas y torres. Una vez que los cuerpos habían estado expuestos durante el tiempo adecuado, se recogían las huesos y se guardaban en urnas. De los ritos de carácter iniciático destacaron sobre todo las iniciaciones de tipo místico, comunes en los cultos iranios a Ahura Mazda y Mitra, si bien este último con un carácter mucho más tardío y notables influencias helenísticas. La iniciación mazdeista consistía en una ceremonia en la que se vestía por primera vez el ceñidor y la túnica blanca. Las iniciaciones mitraicas, por lo menos en la forma tardía en que las conocemos, eran mucho más complejas y tenían un fuerte componente mistérico.

Ritos propiciatorios: ofrendas y sacrificios.
Los sacrificios constituyen un procedimiento por el que se establecen los medios para comunicar el mundo sagrado con el profano a través de un víctima que queda destruida en el curso de la ceremonia. Pueden ser rituales con los que se pretenda compartir el poder de las entidades sobrenaturales a las que se juzga benévolas, dando lugar entonces a una comunión, o por el contrario ritos propiciatorios que ocasionan sacrificios, cruentos o simbólicos, de carácter expiatorio.

Existía una gran variedad de ritos sacrificiales en el Próximo Oriente Antiguo, de los que ya hemos mencionado algunos al aludir a las características y componentes del culto. Otros merecen destacarse ahora. Fueron importantes, por el papel que jugaron en el seno de las prácticas religiosas de los distintos pueblos y culturas, la ofrenda o sacrificio de las primicias, con mucho arraigo entre los semitas occidentales, los sacrificios en petición de lluvia, los de Mitra y Haoma, propios de la religión irania, y el sacrificio molk, perteneciente a la religión cananeo-fenicia, con alguna difusión también entre los hebreos. Por su especial significación nos referiremos con más detalle a estos tres últimos.

El sacrificio del Haoma, o Yasna, era una ceremonia vivificante, análoga a la del Soma en la India, cuya parte principal consistía en la elaboración de una bebida sagrada, a partir de una planta igualmente sagrada, que al mismo tiempo era una divinidad. El Haoma era tanto la planta, la bebida que se extraía de su jugo, como el dios al que estaba destinado el sacrificio. Su eficacia radicaba en la fertilidad, la procreación, la salud y la inmortalidad, cuyas espectativas aumentaba. También producía un tipo de conocimiento y de valor distintos a los habituales. El sacrificio del Haoma era una ceremonia compleja, en la que se aunaban los distintos sentidos que se otorga a los rituales. Constituía el centro del ritual mazdeico, como el del Soma, su equivalente en la India, lo era del védico. Era la conmemoración de una cosmogonía, y por tanto un ritual de renovación, al tiempo que anunciaba y anticipaba una escatología mediante un sacrificio que era, en realidad, una eucaristía, una comunión.

Igualmente importante en la religión irania era el culto de Mitra cargado de un simbolismo escatológico y de ciertos componentes mistéricos que se desarrollaron sobre todo en época tardía. El acto central de los misterios de Mitra presentaba al dios en el momento se sacrificar al toro primordial, de cuyo rabo brota una espiga de trigo. El sacrificio del toro era un elemento común de la religión irania que sobrevivió al paso del tiempo y a la reforma zoroatrista. En los misterios mitraicos representaba el sacrificio originario por el que se había engendrado toda la vida animal y vegetal, y poseía un fuerte sentido escatológico.

Por su parte, el sacrificio molk, practicado por los fenicios, los hebreos y los púnicos, ha suscitado desde siempre una enorme controversia, ya que, a diferencia de los anteriores, se trataba de víctimas humanas. Su trascendencia, además, radica en que, al igual que los misterios de Mitra, rebasó el marco geográfico y cultural en que parece haberse originado, para difundirse por el Mediterráneo con la expansión de los fenicios. En algunos pasajes de la Biblia se habla de la práctica, común en un tiempo entre los hebreos y anatemizada por los profetas de Yahvé, de "hacer pasar a sus hijos e hijas por el fuego" en honor de Moloc, en un lugar situado a la afueras de Jerusalén, el tofet del valle de Ben-Himmon. La Biblia también menciona otro tipo de sacrificios humanos, que a menudo se confunden con el molk, como el del primogénito, o aquellos que se realizaban con ocasión de algún grave peligro. Pero todos estos sacrificios implicaban fundamentalmente a algún miembro de la realeza o de la clase dirigente, lo que no siempre ocurría con el molk. Las fuentes griegas y latinas posteriores insisten en que se trataba de una antigua costumbre de los fenicios, practicada luego igualmente por los cartagineses descendientes de aquellos, con la que se pretendía obtener algún favor de los dioses.

El problema radica en que, en Oriente, sólo es mencionado en los textos bíblicos, no hallándose alusión alguna en los documentos más antiguos procedentes de Ugarit. Ello, unido a su carácter de sacrificio humano, en el que las víctimas eran niños de corta edad, ha provocado frecuente polémica y un reciente intento de explicación en términos de un sacrificio simbólico, y por lo tanto no cruento, que no implicaba violencia alguna. No obstante, el conjunto de la evidencia literaria y arqueológica, si bien en la misma Fenicia no se ha encontrado ningún tofet -aunque el registro arqueológico es muy incompleto-, al contrario de lo que ocurre en las ciudades que los fenicios fundaron a lo largo del Mediterráneo, apunta en el sentido opuesto. La incapacidad de nuestra mentalidad moderna para relacionarlo con una forma de infanticidio tiene mucho que ver con la pólemica sobre su naturaleza, frecuencia y función.