El Próximo Oriente no era abundante en riquezas naturales, o mejor dicho, éstas se encontraban irregularmente distribuidas, lo que desde un principio había obligado a agudizar el ingenio de sus pobladores. Las maderas, piedras y metales sólo se hallaban en las zonas montañosas de Asiria, Anatolia, Siria, Líbano, Armenia y los Zagros, faltando totalmente en la gran llanura aluvial conformada por los dos grandes ríos Tigris y Eufrates. En Mesopotamia no eran raros, en cambio, los cañaverales, que suplían en su uso a la madera de los árboles, y que albergaban una variada fauna. También abundaban las palmeras datileras. Los principales cultivos eran los cereales, especialmente la cebada que se utilizaba para hacer harina, elaborar cerveza y como alimento del ganado, pero se cosechaban también, en jardines y huertas, legumbres y verduras diversas. El aceite extraído del sésamo, tenía una extraordinaria importancia ya que intervenía en múltiples ámbitos de la vida, desde la alimentación a las ceremonias del culto religioso, pasando por la iluminación, el cuidado corporal, la adivinación y la medicina. Las cosechas eran abundantes, pero las tierras se hallaban amenazadas por el peligro de la salinización, ocasionado por el riego intensivo y la falta de drenaje, así como por la ausencia de lluvias que limpiaran la superficie.
Después de la cebada, que sirvió en un tiempo como principal patrón de valores, y del aceite de sésamo, venía en importancia la lana producida por los abundantes rebaños de ovejas, de la que se desarrolló una floreciente industria textil. Pero sería faltar a la verdad no reconocer que antes que todos estos productos, la principal riqueza de Mesopotamia era la tierra misma, pues su excelente arcilla proporcionaba el principal recurso, y el más barato y abundante, con el que se fabricaban no sólo ladrillos para la construcción, vajillas y utensilios variados para todos los usos domésticos, como barricas, lámparas, hornos, etc, sino que se utilizaba también en forma de tablillas como soporte para la escritura, y se hacían incluso estatuas con ella. Tampoco el subsuelo era estéril ya que proporcionaba nafta y betún, empleado éste último a modo de cemento en los edificios y como impermeabilizador de cubiertas en la construcción de barcos para la navegación marítima o fluvial.
La pesca era abundante en las marismas del sur, próximas al Golfo Pérsico, y así mismo en los ríos y canales que irrigaban la llanura de Mesopotamia, constituyendo un complemento básico y muy asequible de la alimentación, ya que la carne se consumía poco, tratándose sobre todo de cordero. Los rebaños de ovejas, cabras, cerdos y bueyes eran apreciados, más por los productos que daban las reses, como lana, cuero, leche, etc.. que por el propio alimento de su carne. Asnos, caballos y camellos proporcionaban, junto a los bueyes de labor, la principal fuerza de tracción y transporte. El caballo fue utilizado sobre todo en la guerra, a partir del segundo milenio, para tirar de los carros y, más tarde, como montura de los jinetes. El camello, o más bien el dromedario, aunque conocido desde antes, tuvo una introducción tardía, desde la zona del golfo pérsico, a finales de la edad del Bronce. Entre los animales domésticos figuraba igualmente la gallina, traída de la India no sabemos muy bien cuando.
Como es preciso huir de las generalizaciones, diremos ahora que la Mesopotamia septentrional, el país que conocemos con el nombre histórico de Asiria, se diferenciaba esencialmente de la seca estepa y de la calurosa llanura aluvial del sur. La topografía, más abrupta allí que en Babilonia, como se llamó luego al "País de Sumer y Akkad", había influido desde un principio en la aparición de un menor número de asentamientos importantes. Tampoco la agricultura hidráulica se llegó a desarrollar en tierras asirias con la misma extensión que alcanzaría en el mediodía mesopotámico, ya que en las montañas del norte la construcción de canales requería grandes esfuerzos e inversiones. Es por eso que las lluvias tenían una especial importancia para la economía asiria y el dios Adad era considerado como señor del cielo, que enviaba la lluvia a la tierra. No obstante, los desbordamientos periódicos del Tigris ofrecían la oportunidad de construir una red de canales y aprovechar el agua de las crecidas para irrigar campos, huertos y jardines frutales. Las laderas de las montañas se irrigaban en grado suficiente con las aguas de los torrentes, arroyos y ríos.
Tierra de prados, valles y montes, el país asirio ofrecía a sus gentes una variada gama de recursos. Plátanos, tamariscos, moreras y encinas crecían en las faldas de las montañas, que albergaban también números rebaños de ovejas que proporcionaban una excelente lana. Los montes estaban cubiertos de bosques y la caza era abundante. Desde tiempos remotos los hombres habían encontrado aquí diversas clases de piedra y mineral metálico que les eran necesarios para el desarrollo de los oficios. En el territorio de Asiria, que se extendía por el curso medio del Tigris entre sus dos afluentes orientales, el Zab Superior e Inferior, la agricultura se desarrolló especialmente en el valle del Zab Superior, que en primavera llevaba mucha agua procedente del deshielo de las montanas. También había una agricultura floreciente en torno al valle del Tigris, pero las montañas que se alzaban próximas por el Este limitaban la superficie destinada a los cultivos. Las rutas comerciales discurrían al Sur por el Tigris hacia el país de Elam y el Golfo Pérsico, hacia el Este por los valles de los ríos hacia las montañas del Zagros y la planicie iraní -aquí los límites tenían mucho que ver con el control del fértil valle del Diyala-, al Norte los caminos penetraban, a través de los pasos de montaña, en la región de los tres grandes lagos —Sevan, Van y Urmia—, en las proximidades de Armenia y más allá en las regiones del Transcaucaso, mientras al Oeste el desierto imponía una especie de frontera climática, si bien el valle del Habur, afluente oriental del Eufrates, y el meandro occidental del gran río al noroeste permitían la penetración hacia los puertos mediterráneos del litoral sirio-fenicio y el Asia Anterior respectivamente.
En Siria y, en general en las regiones occidentales ribereñas del Mediterráneo, abundaban vides y olivos, no faltando árboles más grandes, siendo apreciados por su madera los bosques del Amano. La explotación de la riqueza maderera de los montes del Líbano constituyó uno de los pilares básicos de la economía cananeo-fenicia, al menos en aquellos lugares en que tal riqueza resultaba asequible. El otro correspondía al comercio que los principales puertos como Biblos y Ugarit realizaban en todas direcciones: Creta, Chipre, Siria del norte, Cilicia, Mesopotamia y Egipto recibían a través de ellos las riquezas del país y los productos de su artesanía. Las manufacturas se encontraban muy desarrolladas y existían industrias altamente especializadas como las de la talla de marfil, la de productos textiles y la de tinturas de púrpura.
En Anatolia los metales, como el cobre, el oro, el hierro y la plata, eran los recursos más importantes, después de la agricultura. También había obsidiana, basalto, mármol, alabastro. y jadeita. Tierra de metales, como Siria y Líbano lo fueron de bosques y maderas, su riqueza en ellos contribuyó a las tempranas relaciones mantenidas con las gentes de Mesopotamia. También en los extensos territorios de Irán, en general poco aptos para la agricultura, a excepción de la llanura meridional, podían encontrarse plata, oro, estaño, hierro, turquesa y basalto. El hierro que, aunque conocido desde antes, solo se introdujo a partir del siglo XIII, se encontraba así mismo en Armenia.
Como todos estos recursos no estaban distribuidos por igual, abundando en unos lugares y faltando en otros, el comercio constituyó desde muy pronto una actividad muy importante, ya que gracias a él se podía obtener aquello de que se carecía. Un papel similar desempeñaron las guerras y las incursiones de rapiña. En Mesopotamia, donde primero se formó una civilización urbana, todo aquello que no proporcionaba la llanura era adquirido mediante el comercio o la guerra: piedra, apreciadísima para las grandes construcciones y monumentos, madera necesaria para el desarrollo artesanal, así como los indispensables metales -cobre, estaño, plata, oro y más tarde el hierro-, así como diversos productos de carácter suntuoso: lapislázuli y otras piedras preciosas, marfil, vinos. etc. Para el tráfico de mercancías, los ríos eran utilizados tanto como era posible, sobre todo el Eufrates que es más regular y estable que el Tigris, si bien ambos están salpicados de bancos de arena, islotes y otros obstáculos, aunque en el norte, en territorio asirio, la navegación era impracticable a causa de la rápida corriente. Desde un principio estos ríos habían constituido los ejes que ponían en comunicación el Golfo Pérsico y las lejanas regiones de la India con el Mediterráneo. Y es que, pese a la importancia de algunas barreras ambientales, como los desiertos, Mesopotamia no constituía en modo alguno un mundo cerrado en sí mismo, más bien por el contrario, el hallazgo de los característicos sellos cilíndricos empleados por los comerciantes de la región en lugares lejanos como Chipre, Creta, Grecia meridional y la cuenca baja del Indo, demuestra la gran amplitud de sus actividades. El desierto era cruzado por las caravanas a la altura del recodo superior occidental del Eufrates, en plena Siria, donde Alepo y Palmira tenían una especial importancia, alcanzando desde allí la costa cananea -fenicia. Otras rutas caravaneras se introducían a través de Asiria en Anatolia y Armenia, o bien avanzaban siguiendo el curso del Zab y del Diyala hacia las regiones de los lagos Van y Urmia y en dirección a la altiplanicie iraní. La periferia -Anatolia, Siria, Irán o Armenia- que proporcionaban todas aquellas materias primas a las gentes de la llanura aluvial recibía, a cambio, productos manufacturados y algunos excedentes de alimentos, en una situación de clara desventaja que se plasmaba en un intercambio desigual. Por esta razón el comercio era muchas veces reemplazado por la guerra para adquirir aquello que en Mesopotamia se necesitaba. Por supuesto, y como vimos en el volumen anterior, las circunstancias cambiaron con el tiempo, originándose procesos políticos y militares en aquellas regiones periféricas que actuaron, en parte, como respuesta a la presión ejercida desde la llanura aluvial. Tal fue el auge hitita o iranio, en una dinámica en que la periferia se torna centro y el centro en periferia.
Después de la cebada, que sirvió en un tiempo como principal patrón de valores, y del aceite de sésamo, venía en importancia la lana producida por los abundantes rebaños de ovejas, de la que se desarrolló una floreciente industria textil. Pero sería faltar a la verdad no reconocer que antes que todos estos productos, la principal riqueza de Mesopotamia era la tierra misma, pues su excelente arcilla proporcionaba el principal recurso, y el más barato y abundante, con el que se fabricaban no sólo ladrillos para la construcción, vajillas y utensilios variados para todos los usos domésticos, como barricas, lámparas, hornos, etc, sino que se utilizaba también en forma de tablillas como soporte para la escritura, y se hacían incluso estatuas con ella. Tampoco el subsuelo era estéril ya que proporcionaba nafta y betún, empleado éste último a modo de cemento en los edificios y como impermeabilizador de cubiertas en la construcción de barcos para la navegación marítima o fluvial.
La pesca era abundante en las marismas del sur, próximas al Golfo Pérsico, y así mismo en los ríos y canales que irrigaban la llanura de Mesopotamia, constituyendo un complemento básico y muy asequible de la alimentación, ya que la carne se consumía poco, tratándose sobre todo de cordero. Los rebaños de ovejas, cabras, cerdos y bueyes eran apreciados, más por los productos que daban las reses, como lana, cuero, leche, etc.. que por el propio alimento de su carne. Asnos, caballos y camellos proporcionaban, junto a los bueyes de labor, la principal fuerza de tracción y transporte. El caballo fue utilizado sobre todo en la guerra, a partir del segundo milenio, para tirar de los carros y, más tarde, como montura de los jinetes. El camello, o más bien el dromedario, aunque conocido desde antes, tuvo una introducción tardía, desde la zona del golfo pérsico, a finales de la edad del Bronce. Entre los animales domésticos figuraba igualmente la gallina, traída de la India no sabemos muy bien cuando.
Como es preciso huir de las generalizaciones, diremos ahora que la Mesopotamia septentrional, el país que conocemos con el nombre histórico de Asiria, se diferenciaba esencialmente de la seca estepa y de la calurosa llanura aluvial del sur. La topografía, más abrupta allí que en Babilonia, como se llamó luego al "País de Sumer y Akkad", había influido desde un principio en la aparición de un menor número de asentamientos importantes. Tampoco la agricultura hidráulica se llegó a desarrollar en tierras asirias con la misma extensión que alcanzaría en el mediodía mesopotámico, ya que en las montañas del norte la construcción de canales requería grandes esfuerzos e inversiones. Es por eso que las lluvias tenían una especial importancia para la economía asiria y el dios Adad era considerado como señor del cielo, que enviaba la lluvia a la tierra. No obstante, los desbordamientos periódicos del Tigris ofrecían la oportunidad de construir una red de canales y aprovechar el agua de las crecidas para irrigar campos, huertos y jardines frutales. Las laderas de las montañas se irrigaban en grado suficiente con las aguas de los torrentes, arroyos y ríos.
Tierra de prados, valles y montes, el país asirio ofrecía a sus gentes una variada gama de recursos. Plátanos, tamariscos, moreras y encinas crecían en las faldas de las montañas, que albergaban también números rebaños de ovejas que proporcionaban una excelente lana. Los montes estaban cubiertos de bosques y la caza era abundante. Desde tiempos remotos los hombres habían encontrado aquí diversas clases de piedra y mineral metálico que les eran necesarios para el desarrollo de los oficios. En el territorio de Asiria, que se extendía por el curso medio del Tigris entre sus dos afluentes orientales, el Zab Superior e Inferior, la agricultura se desarrolló especialmente en el valle del Zab Superior, que en primavera llevaba mucha agua procedente del deshielo de las montanas. También había una agricultura floreciente en torno al valle del Tigris, pero las montañas que se alzaban próximas por el Este limitaban la superficie destinada a los cultivos. Las rutas comerciales discurrían al Sur por el Tigris hacia el país de Elam y el Golfo Pérsico, hacia el Este por los valles de los ríos hacia las montañas del Zagros y la planicie iraní -aquí los límites tenían mucho que ver con el control del fértil valle del Diyala-, al Norte los caminos penetraban, a través de los pasos de montaña, en la región de los tres grandes lagos —Sevan, Van y Urmia—, en las proximidades de Armenia y más allá en las regiones del Transcaucaso, mientras al Oeste el desierto imponía una especie de frontera climática, si bien el valle del Habur, afluente oriental del Eufrates, y el meandro occidental del gran río al noroeste permitían la penetración hacia los puertos mediterráneos del litoral sirio-fenicio y el Asia Anterior respectivamente.
En Siria y, en general en las regiones occidentales ribereñas del Mediterráneo, abundaban vides y olivos, no faltando árboles más grandes, siendo apreciados por su madera los bosques del Amano. La explotación de la riqueza maderera de los montes del Líbano constituyó uno de los pilares básicos de la economía cananeo-fenicia, al menos en aquellos lugares en que tal riqueza resultaba asequible. El otro correspondía al comercio que los principales puertos como Biblos y Ugarit realizaban en todas direcciones: Creta, Chipre, Siria del norte, Cilicia, Mesopotamia y Egipto recibían a través de ellos las riquezas del país y los productos de su artesanía. Las manufacturas se encontraban muy desarrolladas y existían industrias altamente especializadas como las de la talla de marfil, la de productos textiles y la de tinturas de púrpura.
En Anatolia los metales, como el cobre, el oro, el hierro y la plata, eran los recursos más importantes, después de la agricultura. También había obsidiana, basalto, mármol, alabastro. y jadeita. Tierra de metales, como Siria y Líbano lo fueron de bosques y maderas, su riqueza en ellos contribuyó a las tempranas relaciones mantenidas con las gentes de Mesopotamia. También en los extensos territorios de Irán, en general poco aptos para la agricultura, a excepción de la llanura meridional, podían encontrarse plata, oro, estaño, hierro, turquesa y basalto. El hierro que, aunque conocido desde antes, solo se introdujo a partir del siglo XIII, se encontraba así mismo en Armenia.
Como todos estos recursos no estaban distribuidos por igual, abundando en unos lugares y faltando en otros, el comercio constituyó desde muy pronto una actividad muy importante, ya que gracias a él se podía obtener aquello de que se carecía. Un papel similar desempeñaron las guerras y las incursiones de rapiña. En Mesopotamia, donde primero se formó una civilización urbana, todo aquello que no proporcionaba la llanura era adquirido mediante el comercio o la guerra: piedra, apreciadísima para las grandes construcciones y monumentos, madera necesaria para el desarrollo artesanal, así como los indispensables metales -cobre, estaño, plata, oro y más tarde el hierro-, así como diversos productos de carácter suntuoso: lapislázuli y otras piedras preciosas, marfil, vinos. etc. Para el tráfico de mercancías, los ríos eran utilizados tanto como era posible, sobre todo el Eufrates que es más regular y estable que el Tigris, si bien ambos están salpicados de bancos de arena, islotes y otros obstáculos, aunque en el norte, en territorio asirio, la navegación era impracticable a causa de la rápida corriente. Desde un principio estos ríos habían constituido los ejes que ponían en comunicación el Golfo Pérsico y las lejanas regiones de la India con el Mediterráneo. Y es que, pese a la importancia de algunas barreras ambientales, como los desiertos, Mesopotamia no constituía en modo alguno un mundo cerrado en sí mismo, más bien por el contrario, el hallazgo de los característicos sellos cilíndricos empleados por los comerciantes de la región en lugares lejanos como Chipre, Creta, Grecia meridional y la cuenca baja del Indo, demuestra la gran amplitud de sus actividades. El desierto era cruzado por las caravanas a la altura del recodo superior occidental del Eufrates, en plena Siria, donde Alepo y Palmira tenían una especial importancia, alcanzando desde allí la costa cananea -fenicia. Otras rutas caravaneras se introducían a través de Asiria en Anatolia y Armenia, o bien avanzaban siguiendo el curso del Zab y del Diyala hacia las regiones de los lagos Van y Urmia y en dirección a la altiplanicie iraní. La periferia -Anatolia, Siria, Irán o Armenia- que proporcionaban todas aquellas materias primas a las gentes de la llanura aluvial recibía, a cambio, productos manufacturados y algunos excedentes de alimentos, en una situación de clara desventaja que se plasmaba en un intercambio desigual. Por esta razón el comercio era muchas veces reemplazado por la guerra para adquirir aquello que en Mesopotamia se necesitaba. Por supuesto, y como vimos en el volumen anterior, las circunstancias cambiaron con el tiempo, originándose procesos políticos y militares en aquellas regiones periféricas que actuaron, en parte, como respuesta a la presión ejercida desde la llanura aluvial. Tal fue el auge hitita o iranio, en una dinámica en que la periferia se torna centro y el centro en periferia.