El impacto ecológico de la explotación económica

La explotación de los recursos permitió en el Próximo Oriente la aparición de formas sociales y culturales muy complejas y especializadas, si bien tendremos ocasión de comprobar como esto no benefició por igual a todos los sectores y grupos de la población. Desde la perspectiva del entorno, esta explotación, intensiva y aún forzada en muchos casos, tuvo a la larga una serie de consecuencias negativas que, junto con otros factores de orden social, económico y político, ocasionaron finalmente la desaparición de muchas de las, hasta entonces, prósperas ciudades. Los efectos de la deforestación, ocasionada por la destrucción masiva de los bosques, y la salinización, a causa del riego intensivo, acabaron convirtiendo muchas de las antiguas tierras fértiles en desiertos, los mismo que hoy contemplamos cuando se recorre la región. En las zonas más húmedas, allí donde las ciénagas y los pantanos se enseñoreaban del lugar, la paludización afectaba muy negativamente la vida una población cada vez más escasa.

Deforestación.
Las gentes de la llanura de Mesopotamia, donde no crecían árboles, buscaron la madera del "País de los Cedros" (Líbano) desde épocas muy tempranas. Aunque la madera se conseguía también en los bosques de las montañas de Asiria, así como en los Zagros y en el Tauro, la calidad de la madera occidental parece haber sido siempre preferida, lo que explica el continuo uso que se hizo de ella. En el Poema de Gilgamesh encontramos un testimonio del temprano interés por lo recursos forestales de las regiones occidentales próximas al "Mar Superior" (Mediterráneo) en el viaje del héroe y su compañero Enkidu al Bosque de los Cedros y su lucha con Huwawa, su temible guardián, al que finalmente logran matar para abatir los árboles. Tal actitud se mantendrá a lo largo de los siglos venideros y su repercusión ecológica se tradujo en una progresiva deforestación que alcanzó niveles muy altos con las necesidades de construcción naval generada, a comienzos del primer milenio, por la expansión fenicia por el Mediterráneo. Ya antes se había abusado de estos recursos, y la desaparición de los bosques de Biblos, mas o menos por las mismas fechas, es síntoma claro de la virulencia del proceso como también causa, en parte, de su propia decadencia. Otros factores importantes de deforestación fueron el uso de la madera en industrias como la de la obtención de la púrpura, la fabricación de vidrio, los procesos metalúrgicos y la propia manufactura de cerámica (Brown: 1969, 215). Los rebaños mixtos de cabras y ovejas, tan extendidos por todo el Próximo Oriente, actuaron aquí como otra importante causa de deforestación, al actuar de manera combinada y complementaria en el proceso de destrucción de la cubierta vegetal agudizado, seguramente, por un sobrepastoreo impuesto por las barreras geográficas y las fronteras políticas. Así, las ovejas actúan especialmente sobre plantas de escasa altura, pastos y raíces, impidiendo con ello una rápida regeneración y provocando un inmediato deterioro del suelo. Las cabras por su parte, al alimentarse de arbustos y del follaje de los arboles, complementan el efecto devastador de las ovejas, por lo que conjuntamente pueden acabar, en no mucho tiempo, con la cubierta vegetal del territorio que frecuentan y dejarlo indefenso ante la erosión. Desprovistos de buena parte de su cubierta vegetal, los suelos quedan entonces muy expuestos a los peligros resultantes de la acción conjunta de los agentes erosivos, especialmente las lluvias que arrastran sin dificultad las capas superficiales de las tierras altas en las que la reaparición de los bosques será una obra ya casi imposible para la naturaleza.

La misma disminución de la masa forestal irá acentuando paulatinamente la sequedad del clima. La disminución de las precipitaciones, imperceptible en plazos cortos de tiempo, pero significativa a la larga, sobre todo en un entorno semiárido como éste en el que pequeñas fluctuaciones pueden ocasionar graves repercusiones a la agricultura dependiente de la lluvia, se vio acompañada de otros efectos negativos, ocasionados por la ausencia de cubierta vegetal que, al no permitir fijar al terreno el agua, favorecía la aparición de torrenteras y riadas, con los consecuentes daños para la vida agrícola, y su pernicioso efecto al contribuir, arrastrando las tierras, a la erosión e inestabilidad del suelo. Por lo demás, la deforestación terminará por auyentar la fauna silvestre que podría competir con el ganado actuando como un elemento de regulación, y forzando el retroceso del equilibrio de sucesión y energía de todo el sistema ecológico. Por supuesto cabían alternativas. Así era posible defenderse contra la disminución de la media de pluviosidad anual y el incremento de la sequedad del clima mediante la perforación de pozos, pero a la larga ello podía repercutir también negativamente sobre la capa freática. Y no había manera de regenerar los bosques destruidos en las montañas.

Salinización.
La salinización, un efecto indeseable de la agricultura irrigada, afectó especialmente a la llanura de Mesopotamia. El agua que irrigaba los campos se evaporaba sin que existiera suficiente drenaje y, con el paso del tiempo, dada la escasez de lluvia y de humedad, la concentración de sales se fue haciendo más elevada volviendo muchas tierras improductivas. La sal no se acumula en el suelo si éste se halla bien drenado, pero en Mesopotamia el drenaje de los suelos agrícolas era particularmente difícil, debido en parte a una causa natural y en parte a un problema técnico. En algunos lugares el curso de los ríos discurría a mayor altura que las tierras circundantes, pero en otras ocasiones eran los terraplenes formados por el lodo, que había que remover de los canales para que no se atascasen, los que actuaban de esta forma como una barrera al drenaje elevando incluso la altura del cauce. Las soluciones a la salinización eran dos: la colonización y puesta en cultivo de tierras vírgenes y la utilización de especies, como la palmera datilera, resistentes a los suelos con elevadas concentraciones de sal. Ambas fueron utilizadas desde muy pronto para paliar el problema, pero la disposición de nuevas tierras que trabajar no era, desde luego, ilimitada. Los rendimientos decrecientes, que se atestiguan en documentos sobre la explotación de las tierras estatales en la época de Ur III en contraste con los rendimientos ciertamente superiores conocidos en periodos anteriores, hacen pensar en una incidencia importante de la salinización hacia finales del 3er milenio. En los siglos venideros la incidencia será particularmente grave en las zonas mas meridionales, aquellas que habían sido sometidas a una explotación intensiva desde tiempos más antiguos. En contraste con una visión excesivamente mecanicista, como es la que atribuye la "desaparición" de las civilizaciones próximo-orientales a la destrucción irreversible del medio provocado por sus habitantes (Hughes: 1981, 61 ss), fenómenos como la deforestación y la salinización, con su incidencia negativa sobre la vida de aquellas poblaciones, crearon condiciones prácticas que retroalimentaron los problemas, sociales, económicos y políticos.

Paludización.
Se trataba de un fenómeno que afectaba sobre todo a las zonas pantanosas, como el extremo sur de la llanura aluvial Mesopotámica, el denominado "País del Mar" desde mediados del periodo paleobabilónico. El calor y la humedad volvían insalubres las condiciones de vida en el amplio delta de los dos grandes ríos. Aunque en apariencia debido a causas naturales, la paludización progresiva de algunas zonas fue también consecuencia de la acción de los hombres sobre el medio. Tierras que antaño habían sido fértiles se abandonaban debido a su alto grado de salinización y se descuidaba toda la regulación hídrica que antaño había permitido su riego. Sin el mantenimiento y la limpieza debidos los canales se atascaban y desbordaban en las crecidas inundando las tierras baldías sobre las que se iba paulatinamente acumulando el lodo. De esta manera se iba elevando su nivel hasta alcanzar en algunos puntos el cauce del rio, lo que daba lugar a la formación de ciénagas. En otras ocasiones en las que el cauce del rio discurría a muy baja altura, lo que podía llegar a provocar incluso la modificación más o menos brusca de su curso, el abandono de las tierras baldías significaba la despreocupación por los efectos de la inundación. Los lagos y marismas llegaron a alcanzar la región de Nippur a comienzos de la época islámica. En tales condiciones la agricultura retrocedía y el principal sustento era proporcionado por la pesca. Las densidades de población eran muy bajas y las condiciones de calor y humedad sofocantes favorecían la proliferación de enfermedades.

La metalurgia y los oficios especializados

Por norma general y de acuerdo con la tradición generalizada en todo el Próximo Oriente Antiguo, las profesiones y oficios se trasmitían por vía familiar, como indica también el hecho de que los contratos de aprendizaje conciernan, sobre todo, a los esclavos. Probablemente estos últimos se ocupaban preferentemente de las labores artesanales menos especializadas y que por tanto no requerían unos conocimientos técnicos muy elevados: panaderos, tejedores, zapateros, etc. El auge del artesanado se encontraba también en estrecha relación con la actividad comercial.

Por desgracia las actividades del sector privado permanecen ocultas debido al silencio de las fuentes, lo que seguramente no supone su inexistencia sino que se llevaban a cabo sin documentación escrita. Por ello no sabemos si las actividades artesanales estaban organizadas como gremios, en el sentido de asociaciones más o menos exclusivas de trabajadores que se dedicaban a la misma actividad artesanal sin depender de las instituciones. Algunas actividades artesanales se enorgullecían de contar con una divinidad protectora, como el dios ladrillo Kulla, y es posible especular que quienes se dedicaban a ellas se mantenían unidos gracias al culto común al dios; sin embargo, no hay garantía alguna de que tales dioses tuvieran templos propios, y que su existencia fuera más que una construcción teórica. Existe cierta información arqueológica sobre barrios de artesanos, y en Ur y Nippur algunos sacerdotes, escribas y mercaderes vivían en sus propias vecindades, pero no está bien atestiguada la existencia de barrios de las ciudades que tomen su nombre de una profesión. Finalmente, en contraste con el período neobabilónico, cuando se redactaban de forma regular los contratos de empleo, los únicos contratos de aprendizaje que conocemos parecen ser el de un cantante y un cocinero, procedentes de los escribas de la Isín paleobabilónica.

El trabajo metalúrgico.
Si el cultivo de plantas y la domesticación de animales supuso durante el Neolítico una auténtica revolución en las técnicas de explotación de los recursos con repercusiones que habrían de afectar decisiva y radicalmente a todos los ámbitos de la vida, otro tanto cabe decirse de la cerámica y también de la metalurgia, que fue una consecuencia de la primera dentro de un mismo proceso de control de la transformación de la materia por el fuego. La especialización en el trabajo de los metales se puede advertir en el vocabulario que utilizaba distintas palabras para referirse a los artífices que protagonizaban las diversas partes de que se componía. Así, el qurqurru era el fundidor, encargado de la preparación del metal que, separado del mineral de origen en forma de planchas o lingotes mediante su fundición en un horno, y una vez limpio de impurezas y escorias, era luego trabajado por el nappahu, el herrero, mediante la fundición en moldes para la fabricación de herramientas y armas, o el martilleo de los metales maleables para conseguir finas láminas o trabajar el hierro. El kutimmu era el orfebre, especializado en los trabajos que concernían al oro y la plata, y entre cuyas técnicas figuraba ya la de la soldadura.

La parte inicial de los trabajos metalúrgicos solía desarrollarse en lugares próximos a las zonas de extracción minera, ya que el metal una vez limpio y preparado era más fácil de transportar. No obstante había también talleres de fundidores en las ciudades y en los templos, pues en ocasiones el mineral viajaba en estado nativo y porque los objetos de metal inservibles eran refundidos para volver a fabricar piezas nuevas. Las altas temperaturas necesarias para la fundición se conseguían utilizando como combustible carbón vegetal, forzando la ventilación de los hornos mediante toberas y por el mismo poder refractario de la cerámica con que estaban fabricados los hornos. El metal era fundido una y otra vez, y golpeado con martillos de piedra para eliminar las impurezas. Además de herramientas, utensilios y armas se fabricaban de bronce figuras y relieves. El método de la cera perdida, que permitía fundir objetos de formas complejas, era empleado desde antiguo antiguo y parece que su conocimiento puede remontarse al 4º Milenio.

Desde los tiempos de Uruk y a lo largo de muchos siglos el bronce jugó un papel predominate en la fabricación de objetos de metal. Pero el bronce no es un metal en sí, sino una aleación que se consigue al mezclar el cobre con otro metal, como el estaño o el arsénico, con lo que aumenta su dureza a costa de su maleabilidad, por lo que representa una innovación técnica de primera índole, ya que permite fabricar instrumentos y armas más duraderos y eficaces. Hasta comienzos del segundo milenio, en que el bronce arsenicado desaparece, había coexistido con el bronce de estaño, si bien ambos en lugares distintos. Mientras que el bronce arsenicado era propio de sitios como la Anatolia oriental, el sur de Mesopotamia y Palestina, el bronce de estaño se producía en Irán, toda la Mesopotamia, en el Norte de Siria y en el sur de Anatolia.

Desde el siglo XIII el hierro comenzó a hacerse cada vez más frecuente, reemplazando al bronce que quedó relegado a un segundo rango a comienzos del 1er milenio. Pero el hierro, que se conocía desde mucho antes y era considerado casi un metal precioso y al que los asirios llegaron a atribuir propiedades mágicas, deviene útil entonces gracias al descubrimiento de su carburación que permite martillearlo al rojo y eliminar sus impurezas. La nueva tecnología de hierro supuso un cambio tan importante como lo fue la del bronce en su momento. Las concentraciones de mineral de hierro, de modestas dimensiones pero suficientes para la producción local, se hallaban mas difundidas por el Próximo Oriente que los yacimientos de cobre o estaño, lo que, junto al carácter menos especializado de los conocimientos técnicos implicados, favoreció finalmente su éxito, en un momento en que, a finales de la Edad del Bronce, la crisis del sistema palatino, con la destrucción incluida de muchos centros de poder, supuso la paralización del comercio y la desaparición de los centros metalúrgicos especializados en la fabricación de objetos de bronce. La metalurgia, tanto del bronce como del hierro, conoció un desarrollo espectacular en tierras de Urartu. La destreza de los metalúrgicos urartianos en los procedimientos del fundido y la forja, así como la calidad de las manufacturas realizadas alcanzó allí niveles muy elevados (Ruder y Merhav: 1991).

Otros oficios especializados.
La alfarería y la cerámica constituían otros de los oficios especializados que, si bien no requerían de unos conocimientos tan específicos como la metalurgia, tenían un peso proporcional importantísimo. La invención de la rueda en el transcurso del 4º milenio constituyó el punto de partida de una nueva tecnología que permitía, mediante el torno de alfarero, la mecanización de la actividad, incrementando considerablemente su producción. Además de la producción de vasijas, los moldes de arcilla cocida a altas temperaturas fueron utilizados para realizar figurillas y relieves en terracota. Intimamente vinculados a la cerámica, y como una consecuencia del desarrollo de los sistemas de cocción, aparecerán finalmente, durante el 2º milenio, el esmalte y el vidrio. La técnica del esmaltado conoció un alto grado de desarrollo. La placa de arcilla se cocía primero ligeramente para colocar luego, sobre el contorno del dibujo, hilos de vidrio negro, rellenando el resto de la superficie del color escogido, tras lo cual se sometía a una nueva cocción. El vidrio, trabajado en forma de pasta, pues se desconocía la técnica del soplado, era utilizado para la fabricación de recipientes y figurillas y conoció con el artesanado fenicio un auge importante. Cuando los objetos eran pequeños la pasta de vidrio se trabajaba directamente logrando por calentamiento la forma deseada; si, por el contrario, se trataba de recipientes mayores se utilizaban moldes de arcilla.

Ur III.
De un estrecho control y supervisión eran objeto los artesanos que trabajaban para el palacio en la época del imperio de Ur, bien en los templos o en talleres situados en las afueras de las ciudades, sometidos al mismo tiempo a una política de reagrupamiento e integración destinada a sustituir los talleres de modestas dimensiones por "fabricas" reales donde se concentraba un gran numero de trabajadores: cuarenta personas para un molino, seis mil cuatrocientos tejedores en los tres distritos de la provincia de Lagash. El trabajo metalúrgico, el más especializado, se realizaba en serie desde la fundición hasta concluir las piezas., siempre bajo la supervisión de contramaestres que se cuidaban de las diferentes fases de proceso de fabricación. Otras manufacturas, como las textiles, que empleaban fundamentalmente mano de obra servil femenina, o la alfarería, compartían los mismos métodos de producción: los trabajadores (curtidores, carpinteros, cesteros, grabadores, fundidores y orfebres), cuya independencia resultaba proporcional a su grado de especialización, integraban equipos dirigidos por capataces que eran responsables ante los intendentes. Había inspectores que se encargaban de constatar si las piezas entregadas correspondían a la cantidad de materia prima suministrada (lana, metal...) y se calculaban las pérdidas propias del proceso de manufacturación así como el tiempo, en jornadas laborales, necesario para fabricarlas. Por supuesto, todo ello daba lugar a una abundante contabilidad y a registros minuciosos por parte de los escribas.

Las ciudades levantinas.
La artesanía se encontraba muy desarrollada en algunas ciudades comerciales de la costa mediterránea. Como en otras partes, los artesanos transmitían su oficio de padres a hijos y se agrupaban por corporaciones de tejedores, orfebres, curtidores, alfareros, etc. situados bajo la autoridad de los palacios, de los que recibían la materia prima y a los que debían hacer entrega de los productos terminados. Más tarde el comercio fenicio sobre un especializado sector de manufacturas que producía de una extensa gama de artículos. Muebles y objetos de ebanistería, vestidos de lana y lino teñidos con la púrpura que mucho antes les había hecho famosos, estatuillas y cuencos decorados de bronce, platos, fuentes y jarros de bronce y plata, collares, pulseras, pendientes, colgantes y otros objetos de orfebrería en metales nobles, vidriados, marfiles decorados y cerámicas, eran producidos en los talleres fenicios, cuyos artesanos, que transmitían su oficio por tradición familiar, como era corriente en el Próximo Oriente, se hallaban reunidos en corporaciones profesionales bajo la autoridad de un gran maestro. Si bien durante la Edad del Bronce muchas de estas corporaciones con sus miembros estaban sometidas a una dependencia directa del palacio y eran incluso denominados como "hombres del rey", el declive del sistema de organización palatino y la extensión de los principios del derecho individualista, que acompañó al auge de las actividades comerciales, favoreció sin duda una mayor autonomía de estas corporaciones profesionales, al parecer muy semejantes a las que encontramos en otros lugares del Próximo Oriente. La reputación de los técnicos y artesanos fenicios era tal que con frecuencia se les encuentra trabajando en las cortes de los grandes imperios circundantes, como Asiria, Babilonia o Persia, o de los pequeños reinos vecinos, como Israel, donde fueron responsables de la construcción y decoración del templo y el palacio de Salomón.

Asiria y Babilonia.
Debido a las necesidades militares, la metalurgia alcanzó en Asiria un desarrollo especialmente notable y una gran perfección técnica. Durante el siglo VIII a.C. el hierro había desplazado al cobre y al bronce tanto en la vida ordinaria como en la producción militar. La extracción y elaboración del hierro produjeron una revolución tecnológica y favorecieron el desarrollo y complejidad de la metalurgia. La fuerte caída del coste de esta nueva y más asequible clase de metal contribuyó a su amplia difusión. Al desarrollo de las manufacturas especializadas durante este período contribuyó también de forma importante la presencia de artesanos extranjeros, especialmente sirio-fenicios, llevados a los talleres de sus palacios por los monarcas asirios, y responsables de la fabricación de bienes de gran calidad, como las tallas de marfil o las telas de lujo.

El artesanado floreció durante el período neobabilónico, favorecido en buena medida por los programas de grandes trabajos reales. Los artesanos -ummanu—, como los carpinteros, metalúrgicos u orfebres, trabajaban bien en los templos que disponían de sus propios talleres o en las ciudades, apareciendo entonces agrupados por barrios según los oficios. Aunque se discute si llegaron a formar organizaciones similares a las guildas o gremios medievales, lo cierto es que estaban agrupados en asociaciones situadas bajo la protección de una divinidad tutelar. Estas asociaciones que parecen haber contado con su «domicilio social» jugaban un papel esencial en la prestación de socorro mutuo, ya que disponían de un fondo común que era gestionado directamente por ellas. Este tipo de organización parece haber sido un privilegio de los artesanos más especializados, cuyas profesiones recibían frecuentemente prebendas del templo y a menudo ellos mismos figuraban entre los notables -mar bani- de la comunidad. Actuaban también como una especie de sindicato, ya que poseían personalidad civil para tratar directamente con el contratante de sus servicios y en su caso reclamar la exclusividad de éstos.

También había artesanos fenicios trabajando en los palacios. Al igual que los deportados políticos de alto rango eran mantenidos mediante un sistema de raciones, tipo de retribución de gran antigüedad asociada a la economía templario-palatina que, pese a la aparición y generalización de otras formas de pago, no llegó a desaparecer. Si bien los templos promovían una parte importante de la actividad comercial, esto no quiere decir que no existieran empresas comerciales autónomas. Como antaño, los tamkaru se organizaban en sociedades comanditarias, generalmente de carácter familiar, que invertían su fortuna en la financiación del comercio y actuaban a la vez como "banca", función que también desempeñaban los templos, adelantando capitales o concediendo créditos y préstamos contra interés.

El pastoralismo nómada

La región que se extiende como un arco desde las tierras de Palestina y Siria hasta la alta Mesopotamia constituye la zona "dimorfa" por excelencia, en la que conviven agricultura y ganadería trashumante, pero también formas de ganadería semi-nómada. En ella la población se divide en agricultora y pastoril. Los pastores se concentran con sus rebaños de cabras y ovejas en torno a las tierras irrigadas durante el verano, en busca de los pastos estivales de la estación seca, para dispersarse en los pastos de la estepa semiárida durante el invierno y la primavera, siguiendo un ritmo de trashumancia "horizontal" que afecta también al tamaño de las concentraciones humanas. La migración de frecuencia estacional constituye, por lo tanto, uno de los rasgos típicos de la movilidad espacial del nómada.

Aunque conocemos el pastoralismo nómada sobre todo debido a los hebreos y sus relatos en los libros bíblicos, lo cierto es que constituyó una de las formas de explotación de los recursos del entorno más antiguas en el Próximo Oriente, seguramente derivada de formas originarias de trashumancia en las que los nómadas seguían los desplazamientos estacionales de las manadas de animales aún no domesticados. Por eso mismo debemos desechar la idea bastante difundida de una "expansión" progresiva de los pastores nómadas desde una zona supuestamente "originaria", que algunos ubican en Siria y otros en Arabia, sin perjuicio de la existencia de momentos verdaderamente álgidos en la expansión de estas gentes, caracterizados por su irrupción más o menos violenta en las tierras agrícolas irrigadas, y cuyas razones trataremos enseguida. El pastoralismo nómada, que debe por tanto distinguirse de la trashumancia pura, constituye una forma muy eficaz de explotar la productividad de regiones que son inhabitables e improductivas durante parte de año. Una variante del mismo asociada a la agricultura de aldea fue particularmente practicada en la "zona dimorfa" y no debe entenderse, como se ha hecho, como una etapa de transición desde el nomadismo hacia a la agricultura sedentaria, sino como un rasgo estructural y perfectamente idóneo para el aprovechamiento de una zona intermedia entre la llanura irrigada y el desierto (Liverani, 1988: 373). Las tribus pastoralis del medio Eufrates y del valle del Habur practicaban esta forma mixta, o seminomadismo, en la que sólo una parte del grupo emigra con el ganado, permaneciendo el resto en la aldea trabajando en las tareas agrícolas.

El pastoreo, por otra parte, al ser la producción escasamente intensificable, soporta poblaciones menos densas y numerosas que la de los valles y llanuras agrícolas. El aumento de la población nómada y de cabezas de ganado desembocaba a la larga en una mayor necesidad de pastoreo a expensas de los mamíferos salvajes. La presión sobre las estepas semiáridas producía sobrepastoreo y degradación, por lo que la presión de expansión llegaba a ser grande, constituyendo así una constante histórica que explica las invasiones recurrentes de las tierras de la llanura irrigada por parte de los pastores nómadas o seminómadas. No obstante una serie de factores limitadores establecen una suerte de equilibrio, distanciando, por consiguiente, dichos periodos de presión y expansión. Así, lo rebaños grandes y numerosos son propensos a sufrir enfermedades epidémicas, en general cuando se hacinan en las pozas o los oasis durante la estación seca. Los periodos extremadamente secos ocasionaban igualmente la muerte de un gran número de cabezas de ganado.

La domesticación y difusión del camello a partir de finales de la Edad del Bronce modificó notoriamente la capacidad de movilidad de los nómadas. El uso de camellos, debido a su capacidad de penetración en los ambientes desérticos, favoreció la apertura de nuevos horizontes comerciales en manos de grupos de nómadas residentes en torno a un oasis, bien actuando por su cuenta o por encargo de algún palacio, con lo que el comercio, actividad desde siempre complementaria del pastoralismo nómada, adquirió -en tales ambientes- una nueva dimensión y mayor importancia. Todo ello influyó en el auge económico experimentado por los nómadas camelleros del desierto arábigo septentrional, lo que terminó atrayendo la atención de los grandes imperios, como el asirio o el babilonio, hacia las posibilidades de explotación de tales formas de riqueza.

La economía de los pastores nómadas y semi-nómadas.
El pastoralismo nómada es la más extensiva de las economías tribales. En condiciones de un nomadismo "puro" o "abierto", el ganado y no la tierra constituye el principal y casi único medio de producción. La tierra es sólo una condición de la producción y como tal no está incluida activamente en la misma, lo que tuvo su influencia en la formación y el funcionamiento de determinadas formas de propiedad. En cuanto a la tierra en este tipo de sociedades se establecen relaciones de utilización, que constituyen la forma más simple de posesión que se produce en una comunidad humana, con el objetivo de satisfacer las necesidades primarias mediante la obtención de los productos que ofrece la naturaleza. Esta utilización de los productos de la naturaleza no es individual y privada, ya que, al no haber sido transformados por el trabajo de las personas, pertenecen en igual medida a todos los miembros del colectivo que vive en un territorio. De este modo, la utilización de la tierra y de sus productos da lugar a una posesión colectiva de los mismos.

El derecho a utilizar las tierras colectivas lo proporciona la pertenencia a la comunidad, que se rige normalmente por principios de parentesco y no de territorialidad, en claro contraste con los agricultores sedentarios. Como único sujeto de posesión de la tierra actúa el colectivo, clan, comunidad o tribu. Por contra, el ganado constituye una propiedad de índole familiar, siendo necesaria la participación de los miembros del grupo de parentesco en su cuidado y acrecentamiento, si bien en algunas situaciones más especializadas, propias del seminomadismo, mujeres, ancianos y niños cultivan pequeño campos y huertas, mientras que los varones se desplazan con los animales durante unos meses al año. Son los meses del invierno y la primavera, cuando la estepa se cubre de una rica vegetación de pasto. También se dan circunstancias en las que toda la tribu comienza la trashumancia, tras haber realizado la siembra, dejando tras ella numerosos guardianes y responsables de la irrigación de los campos. En la región de Mari, el medio Eufrates y el Habur, estos se extendían en la zona comprendida entre la isoyeta de 100 mm y la de 200 mm, donde sólo se puede practicar un cultivo irrigado, y en aquella otra situada entre los 200 mm y los 400 mm, que, si bien permite una agricultura dependiente de las lluvias, es preferible, así mismo, irrigar, a fin de asegurar los resultados. En otras ocasiones la marcha era emprendida únicamente por una parte de la tribu, y otras veces sólo partían los ganados con sus pastores.

Es en este periodo del año cuando los miembros de la tribu se dedican a la fabricación de quesos como de otros productos resultado de la recolección y de la caza, que constituyen así mismo actividades importantes. En primavera se recogían setas, se capturaban langostas y se cazaban serpientes. Se trata en todos estos casos de formas propias del nomadismo "cerrado", predominante en el Próximo Oriente Antiguo, que supone el paso de los pastores a las tierras de pastizales a través de las zonas agrícolas y la interdependencia entre los grupos migratorios y los asentados. "Entre los elementos tribales que permanecen en el poblado para atender a los cultivos y la porción que constituye el grupo migratorio se da evidentemente una plena simbiosis social y una interdependencia económica: la especialización laboral en sentido agrícola o pastoril puede estructurarse, en casos de este tipo, según la edad (ancianos y niños al cargo de los cultivos), según el sexo (mujeres residentes durante todo el año en el asentamiento) o según los dos criterios (y quizás otros más). La cuestión de la interacción entre los miembros tribales de ocupación diversa presenta, naturalmente, características algo más complejas cuando los grupos agrícolas o migratorios tienen que ver con tribus (o confederaciones tribales) distintas desde el punto de vista organizativo" (Fales: 1988, 172 ss).

Las historias bíblicas de Abraham, Isaac y Jacob revelan también este estilo de vida seminómada, algo intermedio entre la vida del beduino y la del agricultor. En cualquiera de estas situaciones, el ganado, ovino y bovino, constituye la riqueza de una familia, su mejor patrimonio, y como tal puede ser utilizado en el establecimiento de vínculos y relaciones sociales. La tierra desempeñaba un papel secundario. Los haneos, que servían como soldados en las tropas del palacio de Mari, poseían campos en el valle del Eufrates. Los sugagu, jefes de una localidad, recibían tierras del palacio de entre uno y diez iku (3. 600 m2) de extensión. Otras veces los haneos tomaban parte en los trabajos agrícolas de los campos reales. Un documento procedente de Sippar menciona, por ejemplo, a un suteo encargado de guardar el campo de sésamo de las naditu (Harris: 1963, 145). Al igual que los haneos, los benjamitas tenían sus propias aldeas donde pasaban el verano es espera de iniciar la trashumancia invernal. Por lo que se sabe de la actividad agrícola de estas tribus del Eufrates medio se tiene la impresión de que los benjamitas se ocupaban más de la agricultura que los haneos, mientras que los suteos parecen haber permanecido exclusivamente dedicados al pastoreo. La propiedad estaba repartida entre las tierras de palacio concedidas a los seminómadas, y aquellas que se consideraban propiedad de la tribu en su conjunto. También se da entre los nómadas la propiedad privada, pero ésta se reduce fundamentalmente a los objetos personales, como las armas, adornos, etc.

Los nómadas no utilizan el ganado por su carne. Bien por el contrario mantienen vivos a sus animales, que constituyen su única riqueza, de los cuales aprovechan los productos que les ofrecen. Los principales eran la lana de las ovejas, que se esquilaba en primavera, a finales de la época de las lluvias, cuando ya habían parido, y la leche y el pelo de las cabras. Con este último se hilaban y tejían las cubiertas de las tiendas que constituían su morada. Apoyada sobre estacas y sujeta con cuerdas y clavijas, la cubierta de la tienda proporcionaba el abrigo necesario a los rigores de la vida en el desierto y la estepa semiárida -sofocante calor de día y terrible frio de noche- que, dicho sea de paso, transcurría en su mayor parte al aire libre. La vida estaba condicionada por la necesidad de trasladarse con los rebaños de un lugar a otro y ello hacía que los utensilios de que disponían aquellas gentes fueran transportables. No existía nada parecido a los muebles y la riqueza acumulada o heredada tenía que poder transportarse sin constituir una carga, por lo que normalmente se trataba de joyas u objetos similares. El mobiliario nómada era tan sencillo como su estilo de vida y sus ocupaciones poco especializadas. Alfombras y esteras de paja hacían las veces de sillas y en lugar de mesa se extendía sobre el suelo de la tienda una piel de cabra. Una sencilla vajilla metálica era utilizada como servicio. El metal era preferible a la cerámica que aguantaba peor los traqueteos de la vida del nómada. Pero no podían ser piezas grandes ni pesadas. Seguramente lo más importante de todo lo que se acarreaba era el odre de agua fabricado con un pellejo entero de cabrito o de cabra y que se llevaba colgado a la espalda. La leche se guardaba también en odres y se bebía agria o se batía para transformarla en una especie de mantequilla.

Desde finales de la primavera los ganados regresaban a las tierras habitadas, siendo alimentados con paja durante el verano. En esta época se sembraba el sésamo que era recogido tres o cuatro meses después, justo a comienzos del verano. En las aldeas se trabajaba también en la elaboración de vestidos que muchas veces, como sabemos por los documentos, eran reclamados por los palacios, junto con otras prestaciones como el servicio militar o la limpieza de los canales. La caza, las incursiones y el comercio constituían otras tantas actividades. La movilidad del nómada facilitaba en gran manera su conversión ocasional en mercader. No era raro aprovechar los desplazamientos a los lugares a los que se iba a vender el ganado para adquirir una serie de artículos, que luego podían ser vendidos en otro sitio.

La explotación agrícola

Para hacer frente a la explotación de los recursos las gentes que habitaron el Próximo Oriente Antiguo desarrollaron medios e útiles que facilitaran su labor, domesticando animales que remplazaran al hombre en las tareas más fatigosas, como tirar del arado o de la carreta, fabricando herramientas y utensilios, como el arado, y creando algunas máquinas que, pese a su simpleza, como la rueda, la noria o la vela, tuvieron una enorme importancia. Ahora bien, todos estos aspectos técnicos aplicados a la obtención de los recursos se producían en un marco de relaciones entre las personas que permitía y garantizaba al mismo tiempo su eficaz aprovechamiento, lo que quiere decir que la técnica por si sóla no era suficiente si no se hallaba inserta, como en cualquier otra parte, en una organización de los esfuerzos y los medios, que es lo que la convierte en tecnología y la proporciona su dimensión social. Asociada a las relaciones que los hombres establecen entre sí y con su medio para satisfacer sus necesidades, la tecnología se halla en la base de la economía y se convierte en un elemento esencial de las fuerzas productivas.


Sistemas de explotación agrícola.
Básicamente, la distinción fundamental en el aprovechamiento del entorno y la utilización de los recursos materiales que éste proporcionaba es la que se estableció entre la agricultura sedentaria y el pastoralismo nómada. La distribución de los recursos junto con las pautas de pluviosidad y la distinta calidad de los suelos, que depende a su vez de factores topográficos y orográficos, configuraron las condiciones para una diversidad de subsistemas dentro de cada uno de los dos grandes grupos: pastoralismo de montaña, de estepa y semidesierto / agricultura de secano, de regadío a pequeña escala e irrigada. De todos ellos la agricultura irrigada es el que más potencial productivo posee, dada su capacidad para intensificar la explotación y aumentar los rendimientos, mediante el riego, los cultivos intensivos, y la colonización de nuevas tierras, permitiendo por tanto mantener poblaciones mayores y más densas que dieron lugar a sociedades más complejas y con un mayor desarrollo de las fuerzas productivas.

La Mesopotamia centromeridional dependía de los dos grandes ríos para la irrigación de su agricultura, ya que las lluvias eran escasas e irregulares y se producían en otoño e invierno. Durante la primavera, que se anunciaba ya en Febrero, y el comienzo del tórrido verano podía producirse la crecida de los ríos -regulados a lo largo de su curso por un complejo y elaborado sistema de diques, presas, embalses, acequias y canales- como consecuencia del deshielo producido en las cumbres de Armenia, donde el Eufrates y el Tigris tienen su nacimiento. Los meses estivales se prolongaban hasta bien entrado Noviembre y eran extremadamente calurosos, por lo que a menudo se hacía necesario alimentar al ganado con pienso previamente almacenado. El subsistema de agricultura de irrigación a gran escala ó hidráulica, que originó las primeras sociedades estatales se constituyó como un modelo sumamente centralizado, debido a la necesidad de coordinar los esfuerzos y la eficacia en la construcción y mantenimiento de la infraestructura hídrica que requería una gran inversión de fuerza de trabajo. Estaba integrado por una compleja red de presas, diques, embalses, canales y acequias destinada a conseguir el máximo aprovechamiento del agua y controlar las avenidas y riadas. Estas obras llegaron a alcanzar una gran envergadura, extendiéndose los canales a lo largo de muchos kilómetros y permitiendo, como en Mari (Margueron, 1991: 138 ss), la aparición de una floreciente ciudad junto a una llanura hasta entonces estéril.

La agricultura irrigada a pequeña escala y la agricultura de secano, que en ocasiones se combinaban allí donde las condiciones naturales lo permitían, sustentaban poblaciones más bajas y menos densas y presentaban formas de organización y gestión más descentralizadas en las que se daba una mayor margen de actuación a la actividad doméstico/familiar. Un ejemplo característico lo constituye el reino de Ebla en el norte de Siria, región donde los avances y retrocesos de la superficie de tierras cultivadas, ocasionados por pequeñas variaciones en los índices de pluviosidad media anual, debieron ejercer una cierta influencia sobre la vida de las ciudades. Con todo, la mayor descentralización era propia de las formas de vida pastoriles adaptadas al tribalismo, con una capacidad productiva más baja y una tecnología rudimentaria y conservadora, en las que las unidades familiares y los grupos mayores que las contienen (clanes) no son superados por ningún otro organismo que se atribuya la gestión económica.

Ahora bien, estas diversas formas de aprovechamiento de los recursos, no se han dado casi nunca en estado "puro", sino que con frecuencia aparecen en diversas combinaciones en las que, desde luego, algunas adquieren un carácter predominante. Ello dará lugar a interacciones y simbiosis, como las que caracterizan la relativa dependencia de los pastores respecto de los agricultores y, también, a la inversa. No era raro que en una determinada región, como Asiria, convivieran distintos sistemas de explotación de los recursos: agricultura hidráulica en el valle del Diyala, de pequeña irrigación y secano en la zona centro/septentrional. Se trata, claro está, de zonas de transición medioambiental que desde un punto de vista económico e histórico emergen como situaciones periféricas. Desde esta perspectiva, la expansión productiva del "centro", constituido por la Mesopotamia centro/meridional, una región de condiciones medioambientales específicas y no transicionales, terminará afectando a las condiciones propias de las diversas periferias, transformándolas en mayor o menor medida, lo que a la larga influirá también sobre el centro que se verá afectado por cambios y transformaciones. Esta noción de periferia es útil para poder apreciar la realidad dinámica de los sistemas y subsistemas de utilización del medio y aprovechamiento de los recursos materiales, que no permanecerán estáticos, sino que evolucionarán debido, en parte a causas internas, y por efecto de las iteraciones que se establecieron entre ellos.

El trabajo de la tierra y las labores agrícolas y ganaderas.
Nunca el trabajo agrícola ha sido una tarea fácil, al menos hasta la invención de la maquinaria moderna. En el Próximo Oriente Antiguo la tierra, dura por la sequedad o la progresiva salinización que constituía uno de los efectos indeseables de la agricultura irrigada, debía ser roturada con ayuda de palas, azadas y arados de madera que eran arrastrados por bueyes de labor. Luego se rastrillaba y se regaba con lo que, despojada de su costra superficial, se la dejaba reposar hasta el otoño. La siembra se realizaba con la ayuda del arado que llevaba incorporado una sementera, que no era otra cosa que un contenedor en forma de embudo estrecho por el que la simiente caía a los surcos, si bien los agricultores más pobres debían servirse tan solo de su azada. Con la ayuda de un rastrillo se recubrían los surcos. El crecimiento de los cereales se favorecía mediante la eliminación de los brotes tempranos, a fin de permitir a los restantes crecer con más fuerza. Las escasas lluvias de invierno y la irrigación hacían el resto. La cosecha se recogía en primavera, en marzo o abril, antes de la crecida de los ríos y se utilizaban hoces fabricadas con finas láminas de silex unidas con betún a un soporte curvo de madera, las más antiguas, o de terracota, siendo más raras las de metal, de bronce y hierro, que aparecieron desde el tercer y primer milenio respectivamente. Para separar el grano se utilizaban estacas, trillos o se dejaba que el ganado pisara las espigas en la era.

Los campos solían tener, al menos en Mesopotamia, una forma alargada con el doble fin de facilitar su roturación con el arado de tiro y de aprovechar mejor las posibilidades del riego, ya que se disponían por uno de su lados más cortos junto al canal que llevaba el agua desde el rio. Como ésta es, no obstante, una generalización excesiva, es preciso matizar aclarando que tal era la morfología de los campos que pertenecían inicialmente a las explotaciones de templos y palacios, sobre los que nos informan los documentos que se han conservado, al menos hasta el denominado periodo paleobabilónico, sin que podamos precisar nada sobre las explotaciones privadas. Una disposición que, por otra parte, era típica de las tierras sometidas a una colonización planificada que, de esta manera, permite regar con las aguas que transporta el canal el mayor número de campos. En el periodo paleobabilónico se produjo un cambio en el paisaje agrícola de Mesopotamia. Se desarrolló una mayor parcelación de los campos como consecuencia de una cierta caída global de los rendimientos que se contrarrestaba con la difusión de nuevos cultivos, como la palmera datilera, y de los cambios en las formas de propiedad de la tierra, que estudiaremos en otro capítulo, cambios que introdujeron una mayor participación de la actividad privada y de la mano de obra asalariada.

Conocemos detalles de las tareas agrícolas gracias a diversos documentos que han llegado hasta nosotros. En el "Almanaque del agricultor", un documento de la época paleobabilónica procedente de Nippur, se recomendaba al labrador que trazase ocho surcos por cada franja de tierra de seis metros de anchura, así como que trazara primero sobre los campos surcos rectos y derechos para luego ararlos en diagonal. La fertilidad del suelo era preservada, en lo posible, alternando diversos tipos de cereal (cebada, escanda, trigo) y dejando las tierras en barbecho. El rendimiento medio, aunque elevado, parece que ha sido bastante exagerado ya en la misma Antigüedad por algunos autores, como Heródoto y Estrabón, que escribieron al respecto. Algunos documentos cuneiformes mencionan rendimientos de entre 35 a 50 por 1, como cosa normal y en condiciones óptimas 80 por 1 (Klima, 1980: 126). No obstante parece que la media se acercaba más al 20 por 1, y a veces menos, por lo que se ha señalado que la reputación de riqueza de Mesopotamia provenía más de la importancia de las superficies cultivadas que de los rendimientos obtenidos (Margueron, 1991: 117).

Se cultivaban también legumbres, lino y sésamo, muy utilizado por el aceite que de él se obtenía. El cultivo de la palmera datilera, el árbol más apreciado por su gran productividad, requería métodos totalmente distintos y se realizaba en terrenos rodeados por un alto muro que debía protegerlos de los vientos. Para acelerar su crecimiento se plantaban esquejes que crecían antes que las semillas. Tras cuatro o cinco años de cuidados, consistentes en un riego abundante y el mullido de la tierra, comenzaban a dar los primeros frutos. La fecundación era provocada artificialmente entre los meses de enero y marzo por verdaderos especialistas, muy bien retribuidos, que fecundaban por frotación las flores femeninas con ayuda de panículos de las masculina. En octubre la cosecha, si era buena, podía proporcionar hasta trescientos litros de dátiles por árbol, aunque lo normal era unos ciento veinte o ciento cincuenta litros, lo que se prolongaba durante un periodo de cincuenta a setenta años. Aunque la palmera no proporcionaba madera de buena calidad, sus frutos eran extraordinariamente aprovechados. Los dátiles, además de formar parte de la alimentación habitual, se utilizaban para elaborar miel, bebidas alcohólicas y vinagre, siendo los huesos empleados como combustible y alimento del ganado. Así mismo, las hojas de la palmera y las fibras del tallo se usaban también para hacer cuerdas y tejidos. La higuera, el granado, el manzano, el tamarisco, y en algunos lugares la vid, eran otros arboles frutales que, junto con hortalizas cultivadas en huertos y pequeños bancales, como ajos, cebollas, puerros, lechugas, remolachas, rábanos, nabos y pepinos, completaban el abanico de alimentos vegetales. En ocasiones se utilizaban los palmerales como huertos para aprovechar el espacio entre los árboles y su sombra, que protegía a las hortalizas y verduras del viento y del sol excesivo.

En Anatolia las condiciones eran muy distintas, propias de un país de mesetas y montañas y no de una gran llanura aluvial. La altitud y el relieve influían, por supuesto, en la agricultura por lo que, junto al cultivo extensivo de cereales en secano, los cultivos de huerta y los arbóreos se hallaban muy extendidos. La vid y el olivo, eran importantes, así como los frutales. Las relaciones sociales imponían también un paisaje agrícola distinto. Frente a las grandes y abiertas extensiones aradas de Mesopotamia, predominaban aquí los campos cercados de vallas y muros. La explotación ganadera también era diferente, como ocurría así mismo en Siria y la alta Mesopotamia, regiones que compartían algunas características con el país anatólico. Los rebaños de cabras y ovejas realizaban una trashumancia vertical que los llevaba de los pastos estivales de montaña a los invernales de valle, a diferencia de la trashumancia horizontal en la planicie mesopotámica con la estabulación del ganado en verano y su alimentación mediante piensos. El ganado porcino en las zonas boscosas y el bovino en los valles completaban, junto a la madera y los metales, un panorama muy distinto al de la llanura aluvial cruzada por el Tigris y el Eufrates.

En Siria y Canaán el aprovechamiento agrícola era intensivo. Las laderas de las colinas estaban preparadas con pretiles y terrazas para evitar que las lluvias arrastrasen la tierra monte abajo. Al igual que en otros paises mediterráneos las hortalizas y los cultivos arbóreos eran preferentes del entorno rural de las ciudades. En estas campiñas los pequeños y medianos propietarios trabajaban sus tierras que se componían por lo general de un huerto, una viña y un olivar, realizándose la transformación de los productos que proporcionaban en la misma explotación, que constaban de las instalaciones adecuadas. Algo bastante distinto a las explotaciones centralizadas de templos y palacios predominantes en Mesopotamia. Muy importante era la ganadería de la que se obtenían productos básicos, como la leche de las cabras y la excelente lana de las ovejas. La apicultura debió de ser igualmente importante y los textos bíblicos celebran con frecuencia la abundancia de la tierra cananea de la que "mana leche y miel".

En todas partes el trabajo de pastor constituía una ocupación especializada. Los pastores, cuyo salario solía ser calculado por el periodo de un año, debían escoger los mejores pastos, cuidar, ayudados de perros, del ganado frente a las fieras y los bandidos, y resarcir a los propietarios de las pérdidas que se pudieran atribuir a su negligencia. Así el Código de Hammurabi dispone al respecto: "Si un pastor a quien le ha sido confiado ganado mayor o menor para apacentarlo, ha recibido en conformidad todo su salario y deja que el ganado disminuya, con lo que ha hecho decrecer la reproducción, deberá entregar las crías según los términos de su contrato y los beneficios. Si un pastor a quién le fue confiado ganado mayor y menor se ha vuelto infiel y ha cambiado la marca de las reses y las ha vendido, se le probará esa acción y pagará a su propietario hasta diez veces lo que haya robado. Si en una majada el golpe de un dios se ha manifestado o un león ha matando algunos animales, el pastor se justificará delante del dios y sobre la pérdida en la majada será el propietario quién la hará frente. Si un pastor ha sido negligente y a permitido propagarse la sarna en la majada, el pastor asumirá la culpa y restituirá el ganado mayor y meno y los entregará a su propietario" (CH, 264-7). Pero no en todas partes el pastoreo y la ganadería se hallaban totalmente integrados en las condiciones propias de los agricultores sedentarios. En alguno sitios marginales para la explotación agrícola prevalecieron formas más o menos puras de pastoreo nómada, mientras que en otros se llegó a una situación intermedia en la proximidad de las tierras cultivadas de forma intensiva.

Producción, redistribución y comercio

La producción.
En el Próximo Oriente Antiguo la producción, que se realizaba en su mayor parte en la explotación de los recursos agrícolas, se hallaba condicionada por factores de tipo técnico y organizativo. A pesar de una apariencia más o menos generalizada de buenos resultados, lo cierto es que los medios técnicos apenas evolucionaron desde mediados del cuarto milenio y las innovaciones fueron esporádicas y tardías, lo que constituyó un obstáculo para la producción, que además se veía afectada por otras trabas, como fue el deterioro medioambiental que supuso una caída de los rendimientos, que se intentaba compensar con la colonización de nuevas tierras, cuando era posible, y con la sustitución de cultivos. En el plano organizativo destaca la intervención en la gestión de las actividades productivas de los templos y los palacios, que adquirieron de esta forma y desde muy pronto un papel predominante. Esta intervención se realizaba de una manera directa sobre sus posesiones, y así templos y palacios se convertían no sólo en unidades de gestión sino también de explotación económica, que utilizaban un gran numero de trabajadores especializados y que colonizaban tierras baldías o desocupadas, tornándolas productivas. De una forma más indirecta, pero no menos importante, intervenían asegurando los trabajos de infraestructura y mantenimiento que posibilitaba la irrigación de las tierras de los campesinos "libres" pertenecientes a las comunidades rurales (villas o aldeas), como sucedía en gran parte de Mesopotamia, organizando el comercio a larga distancia, y por, ultimo, con la imposición de "diezmos" que gravaban las cosechas, lo que impulsaba a los campesinos a producir más allá de los límites que garantizaban su subsistencia.

Estos "diezmos" exigidos por los palacios y los templos constituían un elemento de primera importancia que aseguraba la producción en unos niveles estables, permitiendo almacenar el excedente, de acuerdo con el desarrollo tecnológico existente y una productividad no demasiado elevada que exigía invertir muchas horas de esfuerzo por trabajador individual. El cobro de los "diezmos" a que era sometida la población campesina "libre" se facilitaba con la elaboración por parte de los funcionarios de templos y palacios de censos y catastros que pretendían controlar la población y la productividad de las tierras. También era muy importante a este respecto la elaboración y difusión de una ideología que presentaba a la realeza y a los sacerdotes, en su papel de intermediarios ante los dioses, como responsables del buen funcionamiento del orden natural, protectores de la vida y generadores de riqueza y del bienestar de sus gentes.

La guerra de rapiña, que incluía el saqueo y la imposición de tributos a los vencidos, tenía una importante dimensión económica, y como una actividad depredadora que utilizaba técnicas y métodos propios, puede muy bien inscribirse en el apartado de la producción, en tanto que actividad con que se conseguían recursos, más que vincularla al comercio de Estado, como tantas veces se hace, pues en ella el aspecto de intercambio es inexistente. A diferencia de otro tipo de guerras, como la de fronteras o la de conquista, no constituía un instrumento al servicio de una causa económica, sino una actividad económica en sí que reportaba grandes beneficios en forma de riqueza material (botín, tributos) y humana (esclavos).

Otro tipo de actividades aparentemente extra-económicas tenían así mismo un importante papel en la producción y en los intercambios. El desarrollo inicial del cálculo matemático y de la técnica de la escritura tuvo mucho que ver con las actividades y el tipo de organización, primero de los templos y más tarde de los palacios, en cuanto que constituían eficaces instrumentos que permitían contabilizar y llevar un registro de las operaciones propias de la economía redistributiva. De esta forma, la elite tuvo en sus manos los instrumentos necesarios para ejercer una gestión y un control cada vez mayores en régimen de monopolio, ya que lo intrincado de tales conocimientos exigían una trasmisión especializada que solo podía darse dentro del seno de las familias poderosas que la componían. Los diferentes tipos de escribas, jefes del catastro, de los depósitos de grano, los contables eran todos ellos funcionarios pertenecientes a la élite que utilizaban el cálculo matemático y la escritura como técnicas específicas destinadas a asegurar y reproducir el modo de producción impuesto desde los templos y palacios.

Distribución, intercambio y comercio.
Los intercambios, sus procesos y sus formas se encontraban dominados por el trueque y la redistribución. El primero era propio de los ambientes de la denominada "economía natural", predominante entre los campesinos de las aldeas y villas, y por supuesto entre los nómadas, mientras que el segundo pertenecía a la organización impuesta desde los templos y palacios. La compraventa se extendió con el tiempo hasta alcanzar un cierto auge durante el periodo paleobabilónico, como consecuencia de la aparición de un sector social de grandes propietarios particulares, junto a las formas de posesión y de tenencia dependiente de templos y palacios y a la propiedad de tipo familiar. No obstante, nunca alcanzó un papel de primer orden, salvo tal vez en el ámbito fenicio, debido a la importante penetración económica de los templos y los palacios en el tejido social y a la existencia de normas consuetudinarias y jurídicas que impedían alienar el patrimonio familiar, y frente a las cuales los grandes propietarios desarrollaron artimañas, como la de su adopción por parte de los campesinos de cuyas tierras se querían adueñar.

Templos y palacios retribuían a sus trabajadores, entre los cuales no había solo campesinos sino gentes que ejercían todos los oficios, mediante un sistema de raciones mensuales que constituían su salario y/o un lote de tierra proporcionada en usufructo a tal efecto. Las raciones no solo consistían en alimentos como cebada, aceite o pescado sino que incluían vestidos y otros elementos similares (Gelb: 1965). Una serie de "cuencos de canto biselado" que aparecen de forma estandarizada desde comienzos del periodo de Uruk y cuya capacidad (1 sila: 8, 40 decilitros) coincide con una ración alimenticia diaria constituyen la prueba arqueológica del funcionamiento de aquel sistema redistributivo que conocemos mejor gracias a los tablillas con anotaciones encontradas en los archivos. Palacios y templos disponían para ello de grandes almacenes donde se guardaban los excedentes de las cosechas de sus dominios, los "diezmos" entregados por lo campesinos "libres" que además estaban obligados a prestaciones laborales periódicas, junto con los regalos de los ciudadanos importantes y el botín procedente de las guerras. Todos estos recursos eran considerables y se utilizaban para retribuir a sus funcionarios (administradores, escribas) y trabajadores especializados (artesanos, cocineros, etc) y para sostener el comercio con los paises lejanos de donde llegaban todos aquellos productos y materias primas de las que se carecía.

Dicho comercio constituía una actividad oficial y descansaba sobre unas bases políticas y diplomáticas que garantizaban el tránsito de los mercaderes, su seguridad y la de sus mercancías frente a las autoridades del lugar de destino y de las regiones que debían atravesar. Las rutas comerciales eran garantizadas por medio de tratados y acuerdos con los poderes políticos implicados, la implantación a lo largo de su recorrido de estaciones comerciales y la existencia de delegaciones permanentes allí donde la importancia de las transacciones lo requería. En este sistema el comerciante era ante todo un funcionario encargado por el palacio o el templo de realizar las adquisiciones. El contrataba a los mercaderes y disponía todo lo demás. Como tal era retribuido, normalmente mediante la tenencia de tierras, y se le proporcionaban las mercancías necesarias para llevar a cabo su misión. Por consiguiente no había mucho lugar para el beneficio personal al margen de la retribución que recibía por su cargo, pero, no obstante, podía aprovechar su posición y las ventajas que de ella se derivaban para hacer negocios por su cuenta, invirtiendo para ello de su patrimonio personal o familiar.

La posibilidad de beneficios se incrementaba en tanto que la mayor parte de este comercio discurría por los cauces de un intercambio desigual, que permitía obtener de los paises lejanos metales y otras riquezas a cambio fundamentalmente de productos manufacturados o derivados agrícolas. Los beneficios no procedían, por lo tanto, de las diferencias en los precios sino en las diferencias en el coste social de producción de lo que se intercambia. Lo que define el intercambio desigual es la situación descompensada en la que la parte económica, tecnológica y organizativamente más avanzada, en términos convencionales, consigue grandes cantidades de materias primas a cambio de un modesto volumen de manufacturas y objetos exóticos, como consecuencia precisamente de la diversa escala de valores en uso en ambos polos del sistema de intercambios (Liverani, 1988: 153). Ahora bien, la parte que obtiene el beneficio no se está tan sólo aprovechando de las mencionadas diferencias en costes sociales de producción, sino que, precisamente por ello, el intercambio desigual implica en realidad una sobre-explotación del trabajo que se articula en la transferencia que se da entre sectores económicos que funcionan sobre la base de relaciones de producción diferentes. En este contexto el modo de producción propio de las poblaciones periféricas, al entrar en contacto con el modo de producción de los templos y palacios mesopotámicos quedaba dominado por él y sometido a un proceso de transformación. La contradicción característica de tal transformación, la que realmente la define, es aquella que toma su entidad en las relaciones económicas que se establecen entre el modo de producción local y el modo de producción dominante, en las que éste preserva a aquél para explotarle, como modo de organización social que produce valor en beneficio de las relaciones centro/periferia, y al mismo tiempo lo destruye al ir privándole, mediante la explotación a que lo somete, de los medios que aseguran su reproducción. Por ello, junto con las guerras de rapiña, el intercambio desigual constituyó un factor que provocó a la larga la respuesta violenta de la periferia.

Otra forma de intercambio practicado por los palacios era el que podemos llamar "comercio diplomático", que consistía en el intercambio de regalos y presentes entre las diversas cortes reales. Aunque conocido desde la más antigua época sumeria, fue especialmente intenso entre las grandes cortes de las potencias regionales durante la segunda mitad del segundo milenio o Bronce Tardío. A menudo se sancionaba con el matrimonio de miembros de las familias reales implicadas y tenía también una función política que estudiaremos en su momento. Por este método objetos exóticos y valiosos, además de oro y otras riquezas, viajaban de un reino a otro en una actividad que a simple vista no parece ser económica, pero que de hecho permitía su distribución lejos de sus lugares de procedencia.

El sistema redistributivo y la actividad comercial exigieron la puesta a punto de un conjunto estandarizado de pesas y medidas sobre patrones homogéneos y oficiales, lo que se llevó a cabo desde la base de un sistema numérico sexagesimal. El talento, la principal medida de peso, se dividía en sesenta minas y cada una de estas en sesenta siclos. (8 grms). La medida de capacidad era el gur que se dividía en trescientos sila (0, 84 ltrs). La de superficie el bur ( 6 ha) se dividía en dieciocho iku.. Se establecieron, así mismo, equivalencias mas o menos estandarizadas según las cuales un siclo de plata equivalía a un gur de cebada, a seis minas de lana, a doce sila de aceite. El precio de un esclavo podía oscilar entre 20 siclos si era varón y 10 si se trataba de una mujer. Ahora bien, hubo, además de las crisis ocasionales, una tendencia de fondo al alza en los precios que llegó a ocasionar que tales equivalencias fueran más teóricas que otra cosa, variando con el tiempo la situación real.

Un caso bien documentado: el comercio asirio en Anatolia.
En Anatolia, en la llanura central los asirios establecieron durante el siglo XIX una serie de colonias comerciales, algunas de las cuales nos han proporcionado abundante información sobre sus actividades. El país había conocido anteriormente la visita de gentes procedentes de Mesopotamia, y su población llegó a considerar el período acadio como el comienzo de la historia en aquellas tierras. Un siglo antes del establecimiento de los asirios, habían estado ya bajo el dominio de los monarcas de Ur. Con el reinado de Erishum en Assur comienza un periodo que se caracteriza por la existencia de estrechos vínculos políticos y económicos con los principados anatólicos. Luego tras una aparente ausencia motivada tal vez por problemas en la propia Asiria (guerra con Eshnunna, usurpación del trono) la presencia comercial se restableció en tiempos de Shamshi-Adad I.

En época de este penetración asiria en Anatolia, la región comprendía un buen número de pequeños principados, situados algunos bajo la autoridad de dirigentes hititas, mientras la población local utilizaba nombres que revelan una procedencia heterogénea: hurritas, hititas, luvitas y semitas amoritas. Estos últimos presentan la mayor complejidad, ya que no se puede distinguir entre los que residían en el país desde antes de la llegada de los asirios y los que se habían instalado allí junto con los comerciantes procedentes de Assur. Parece, por lo demás, que las autoridades locales de estos principados admitían, mediante un tratado sellado con un juramento ante los respectivos dioses, la presencia de los mercaderes de Assur en sus ciudades. Al menos tres lugares del Asia Menor atestiguan el éxito de esta política comercial asiria: en las proximidades de Kultepe, la antigua Kanish nos ha legado cientos de tablillas escritas describiendo la actividad de los mercaderes asirios. Kanish parece haber sido el centro de los comerciantes asirios establecidos en la meseta central anatólica.

Otros pequeños archivos similares se han descubierto en Alisar, la antigua Ankuw y en Bogazkoy, la antigua Hattusha que se convertiría en la capital del poderío hitita. Estos documentos dan fe de los negocios realizados por los mercaderes asirios, que vendían mercancías traídas desde su país: lana, productos textiles, plomo argentífero y estaño, y repatriaban las mercancías producto de sus ventas, cobre, plata y oro, parte de los cuales era empleada en la obtención de más mercancías para exportar. Además de las telas de fabricación asiria, reexportaban otras que adquirían en otros mercados extranjeros, como Babilonia. Todo el tráfico de ida se realizaba mediante transporte caravanero, pero el oro y la plata eran transportados a Assur por un procedimiento mucho más rápido, por medio de enviados especiales, que eran los mismos que aseguraban las comunicaciones fluidas entre la capital y los distantes centros de comercio. Además de los conocidos arqueológicamente, los documentos mencionan otros tantos asentamientos asirios en la Anatolia central y oriental formando una verdadera trama de estaciones comerciales distribuidas por todo el país.

Los miembros de esta comunidad mercantil asiria pertenecían a las mismas familias que en Assur proporcionaban los dignatarios epónimos. Era esta oligarquía mercantil, en la que participaba activamente el propio rey que ejercía también su dirección, la que llevaba el peso de este tipo de negocios, y aunque parece seguro que existían diversas instituciones públicas que tomaban parte en este comercio con Anatolia, como la administración de los grandes templos, la de la capital y el mismo monarca, la financiación más importante procedía de las familias poderosas, si bien como en toda formación estatal arcaica, el límite entre las finanzas públicas y las privadas era bastante impreciso. Por lo general, el patriarca de una de estas familias de la aristocracia comercial permanecía en Asiria, dirigiendo desde allí los negocios de importación y exportación, que descansaban directamente en manos de los más jóvenes que residían en diferentes localidades de Anatolia. Allí podían incluso casarse temporalmente con mujeres nativas, si bien sus esposas se encontraran aguardándoles en Asiria, y a las que finalmente podían repudiar previo pago de un precio acordado de antemano para volver a Assur con los hijos que hubieran tenido con ellas.

Las comunidades asirias en el Anatolia variaban de tamaño e importancia, pero incluso las más pequeñas tenían su propio templo de Assur. Normalmente, como en Kanish, se encontraban fuera de las murallas de la ciudad y los residentes asirios estaban sometidos a impuestos por las autoridades locales. Allí los mercaderes asirios se reunían en un organismo asambleario que recibía el nombre de karum. El término significa "muelle" y es que en primer lugar el karum era un centro receptor de impuestos sobre el tráfico comercial, función ésta que se realizaba en Mesopotamia tanto en los puertos de mar como en los fluviales. El karum tenía poder para forzar el pago de los impuestos en caso de que los mercaderes se mostrasen evasivos o reluctantes. Proporcionaba, al mismo tiempo, facilidades de almacenaje para las mercancías y actuaba como institución financiera, concediendo créditos y manteniendo la contabilidad de los mercaderes. Además funcionaba como corte de justicia con competencia para dirimir pleitos entre mercaderes y discutir los litigios con los nativos. Por último, los dirigentes del karum, que también eran epónimos, representaban la autoridad asiria con la que se entendían los príncipes locales. Su residencia se fijaba en la «Casa del karum», que en lo que al de Kanish concierne se encontraba situada en el llano, a los pies de la terraza sobre la que se alzaba el palacio del príncipe del lugar.

El karum no era un organismo independiente, por el contrario dependían unos de otros en una intrincada red que cubría las rutas comerciales de Anatolia. El karum de Kanish poseía funciones especiales ya que era del que dependían todos los demás. Por medio de «el enviado de la Ciudad» —Assur— recibía órdenes del gobierno de la capital que transmitía a los restantes. Su primacía venía asegurada por el hecho de que Kanish era el punto de intersección de las vías de comunicación principales y, como tal, ocupaba un lugar preeminente entre las restantes ciudades de la Anatolia oriental. Así mismo los demás karu locales que se encontraban en todas las ciudades importantes de la región, controlaban a su vez agencias o estaciones secundarias o wabaratum, que desempeñaban una función análoga en las localidades de menor entidad. El karum de Kanish estaba subordinado a las autoridades ciudadanas de Assur que residían en «La casa de la Ciudad» o bit alim. Estas autoridades eran el rey y los dignatarios epónimos pertenecientes o vinculados a las grandes familias, que ejercían su influencia a través de una asamblea -consejo de ancianos o notables- en la que figuraban los patriarcas de las más importantes. De hecho, parece que el propio monarca no sea sino el más poderoso de tales mercaderes.

Es interesante señalar que este intercambio de bienes y productos, orientado desde la ciudad de Assur por algún gran comerciante -ummeanum - que proporcionaba las mercancías, prestaba el dinero, invertía grandes sumas contra interés o participación, o ambas cosas a la vez, y en el que podían intervenir también de manera similar otros mercaderes importantes establecidos en algún karum, era fundamentalmente una actividad económica que se desarrollaba en un ámbito ajeno a lo que nosotros entendemos por mercado. La ausencia de determinados recursos y materias primas, como maderas, piedra y metales, había originado un comercio con países de la periferia que estaba restringido fundamentalmente a este tipo de productos y organizado a nivel oficial por funcionarios dependientes de la administración real. Aunque el mercader -tamkarum- era frecuentemente un particular, no solía actuar por cuenta propia y su actividad se inscribía dentro de un conjunto de reglas generales que emanaban de las autoridades públicas. Pese a que en Asiria en este periodo, debido al carácter más tardío y menos centralista de su formación estatal, los limites entre el sector público y el privado eran casi imperceptibles y una misma persona podía actuar en ambas esferas, comerciantes y mercaderes no lo eran tanto por iniciativa propia como por rango o designación. Sus ingresos derivaban de la venta de bienes, sobre los que percibían una comisión y no de las diferencias de precios en las transacciones. Estos tomaban la forma de equivalencias establecidas por la costumbre o la autoridad.

El mercado como instrumento regulador de los precios mediante la oferta y la demanda no tenía lugar en este tipo de comercio disposicional, convenido o administrativo, que fue característico de muchas sociedades en el mundo antiguo. Las mismas autoridades que establecían las equivalencias, garantizaban mediante tratados el libre acceso de los mercaderes y las pertinentes garantías de seguridad y limpieza en las transacciones. Como por ambas partes lo determinante era la necesidad de obtener productos y bienes lejanos todos se mostraban dispuestos a cooperar. Se trataba, en realidad, de un comercio libre en gran medida de riesgos económicos, pues nadie podía arruinarse a causa de las fluctuaciones de los precios, dada la ausencia de mercados creadores de éstos. Todo ello explica que las tablillas procedentes de Kanish apenas aludan a las ganancias y a las pérdidas, y que los precios no sean el centro de interés.

Por supuesto, este tipo de comercio originaba paralelamente la necesidad de producir bienes exportables, que se pudieran transportar fácilmente y no tuvieran dificultades para encontrar salida en los países donde se hallaban las materias primas requeridas por los asirios, creándose así actividades manufactureras que utilizaban los abundantes recursos almacenados en los palacios y los templos. En Asiria la abundancia de recursos naturales ofrecía además a la población la posibilidad de ocuparse en diversos oficios, estando los artesanos organizados, a la manera sumeria, en cuerpos de oficio bajo la dirección de intendentes y oficiales. La manufactura de telas, al ser un país rico en pastos y ganado, llevada a cabo principalmente por mujeres, era una de las principales actividades relacionadas con el comercio, hasta el punto de que muchos de los comerciantes asirios estaban al frente de establecimientos de tejeduría en la misma Assur.

La naturaleza y el carácter de la economía

En el Próximo Oriente Antiguo la economía no constituía un conjunto específico y diferenciado de actividades sino que, por el contrario, se hallaba inmersa e integrada en las relaciones familiares y sociales, en las normas institucionales y en las creencias religiosas. No existía una actividad económica cómo algo propio y separado de las demás tareas que se realizaban, sino que las personas llevaban a cabo en el seno de su vida familiar, social, institucional y cultural-ideológica cometidos que estaban orientados hacia la producción, la distribución y el consumo o la subsistencia, y que, por consiguiente, poseían también una funcionalidad económica. Se trataba, por tanto, de una economía "integrada" en el contexto de actividades de otra índole, o mejor, se trataba de actividades con finalidad "económica" que se realizaban en el marco de la familia, de las relaciones sociales e institucionales, influidas por criterios de costumbre, de autoridad administrativa, de pertinencia política y de sanción religiosa.

Una de las principales diferencias con nuestra economía moderna estriba en que el objetivo de la producción consistía en satisfacer las necesidades más básicas de la mayoría de la población y conseguir un excedente que era centralizado por los tempos y los palacios. Fuera de las élites no existía un consumo conspicuo ni mantenido. Las formas en que las cosas eran adquiridas y se distribuían y el número de cosas que eran objeto de distribución tampoco guardan relación alguna con nuestra época. En el Próximo Oriente Antiguo el consumo más allá de la subsistencia, la ostentación y las comodidades sólo estaban al alcance de una élite minoritaria y respondían más a una condición política que económica. Eran los atributos del poder y como tal había que mantenerlos. La mayoría de las personas vivían y trabajaban en el umbral mismo de la subsistencia, que incluía, claro está, las condiciones de su reproducción, sin más lujos ni comodidades. Para ellas la subsistencia no estaba asegurada por su posición económica sino, ante todo por su estatuto jurídico. Sin él la subsistencia misma quedaba comprometida. Ello hacía que la mayor parte de las necesidades quedaran cubiertas dentro del ámbito familiar, en el marco de una economía doméstica que no necesitaba de muchos intercambios con el exterior. Fuera de la esfera familiar el factor que dominaba la economía era la redistribución.

El carácter redistributivo no se manifestaba únicamente en el sistema de raciones empleado para retribuir a los trabajadores empleados por los templos y los palacios, sino que se advierte así mismo en la capacidad de éstos para reclutar mediante corvea a los ciudadanos que eran puestos a trabajar en tareas de utilidad pública, como construcción y reparación de canales, murallas, etc, ya que la asignación centralizada propia de la redistribución no sólo tiene que ver con la recaudación física del producto sino también con la jurídica, como en el caso de los derechos sobre la localización física de los bienes o el trabajo de las personas. También se advierte el carácter redistributivo de las prácticas dominantes, además de en el grano conservado en los almacenes de templos y palacios para hacer frente a las eventuales emergencias, en las celebraciones que jalonaban el calendario y que, patrocinadas por los santuarios urbanos, servían para ritualizar los momentos más importantes de la actividad agrícola sobre la que se sustentaba toda la economía, favoreciendo la movilización de los esfuerzos hacia un mismo objetivo, y siendo al mismo tiempo ocasión para distribuir raciones extras de alimentos, que unas pocas veces incluían carne, entre el personal dependiente y los asistentes a los festivales.

La cuestión del Mercado y la iniciativa privada.
Aunque las cosas tenían un valor, el mercado no existía como instrumento creador y regulador de los precios, ya que la mayor parte de los cometidos de funcionalidad económica se regían por reglas distintas a la oferta/demanda. Así, aunque las personas intercambiaban bienes y productos, originariamente los intercambios se hacían predominantemente en el marco de la denominada "economía natural", concepto un tanto ambiguo que quiere decir que los cambios se realizaban en especie. Esto es, se intercambiaban unas cosas por otras. Más adelante se instituyeron sistemas de equivalencias basados en patrones de valores estables que se utilizaban como referencia y como elementos de pago en las transacciones. Los más comunes de tales patrones fueron la cebada, el cobre y la plata. Por supuesto se efectuaban pagos a numerosas personas a cambio de sus servicios especializados (funcionarios, artesanos, médicos etc) o de su trabajo en el campo, como jornaleros o pastores, pero se realizaban siempre de acuerdo a estos principios de la "economía natural" o de los sistemas de equivalencias.

De este modo la mayoría de los salarios se pagaban en forma de raciones alimentarias y/o de tierras agrícolas que aseguraban el mantenimiento de sus detentadores. Dichos salarios no eran fijados de acuerdo a criterios de índole económica que contemplaran la disponibilidad de fuerza laboral en el mercado del trabajo, sino mediante disposiciones administrativas que tenían en cuenta el tipo de trabajo o servicio realizado y los alimentos y bienes necesarios para mantener a una persona de acuerdo a su edad, sexo, y categoría jurídica. Los altos funcionarios, los escribas y mercaderes recibían salarios superiores a los artesanos, campesinos y pastores. Los pagos en raciones eran mayores, casi el doble, para los varones adultos que para las mujeres y los esclavos. Los niños recibían aproximadamente la tercera parte de lo que correspondía a un varón adulto.

El mercado como tal no existió, ya que las actividades económicas (producción, distribución, consumo) no tenían una existencia independiente de las instituciones y prácticas políticas, jurídicas y sociales en las que se articulaban las relaciones de producción. La economía no disponía, al revés de lo que ocurre en nuestros tiempos, de un lugar específico y propio, en lo que básicamente y de modo muy significativo están de acuerdo Polanyi y sus seguidores, Finley y los suyos, los marxistas no dogmáticos, Carandini y otros discípulos de Bianchi Bandinelli, y los marxistas estructuralistas franceses. Los elementos característicos del Mercado, como la iniciativa privada, las ganancias y los beneficios, el riesgo, y la fluctuación de los precios en función de los cambios experimentados en la oferta y la demanda, no ocuparon un lugar significativo al encontrarse sometidos a unas condiciones que emanaban, no de la actividad económica, sino de las esferas jurídica, política y social.

Por el contrario, haría falta demostrar la existencia de pequeños productores libres en todas las ramas de la producción, y que el intercambio afectara no sólo a metales y productos de lujo, sino sobre todo a las subsistencias, ya que el intercambio a través del mercado sólo llega a dominar la economía en la medida en que la tierra y las subsistencias son movilizados por ese intercambio y cuando la fuerza de trabajo se ha convertido en una mercancía que puede adquirirse libremente. Pero como los principales medios de producción estaban constituidos por la tierra y el trabajo no libre, el Mercado no tenía apenas incidencia en la dirección y regulación de los procesos económicos. Así, los elementos propios de una economía de mercado, como la iniciativa privada, las ganancias y los beneficios, el riesgo, y la fluctuación de los precios en función de los cambios experimentados en la oferta y la demanda, no desempeñaron un papel significativo al encontrarse sometidos a unas condiciones que emanaban, no de la actividad económica, sino de las esferas jurídica, política y social.

Se ha argumentado que la iniciativa privada existió siempre en mayor o menor medida y que se expandía aprovechando los períodos de debilidad de los poderes públicos, pero lo cierto parece ser más bien lo contrario. Además, en un mundo en el que la sociedad estaba formada por las elites (y los grupos que trabajaban para ellas:dependientes de palacio, artesanos, artistas, esclavos...) y la masa de campesinos, nuestra distinción entre una esfera de actividades “públicas” y una esfera de actividades “privadas” carece en gran medida de sentido. En todas partes el Estado era dirigido como si de una gran hacienda o propiedad se tratase, lo que puede percibirse en el término de "gran casa" empleado para denominar al palacio en Egipto y Oriente. El propio concepto de Estado como tal no había surgido y la mentalidad de las elites hacia la gestión “pública” se hallaba dominada por un fuerte sentido patrimonial.

Más adelante, aprovechando esta posición de privilegio, comerciantes y mercaderes realizaron negocios por su propia cuenta, sirviéndose de su patrimonio, salido de los pagos que les efectuaban los templos y palacios. Pero a pesar de su creciente importancia nunca estuvieron del todo en condiciones de sustituirlos totalmente como organizadores y garantes de la actividad comercial, y, por otra parte, los beneficios obtenidos en estos negocios, así como en los préstamos con interés, no eran reinvertidos en estas actividades a fin de aumentar su monto y las ganancias que proporcionaban, sino que normalmente se utilizaban para adquirir tierras, la única forma de riqueza considerada segura. La actividad dominante en sentido económico era la agricultura que se ejercía en el seno de unidades de explotación familiares, bien "libres" (poseedoras de su propia tierra) o dependientes de la tierra de otros propietarios, que podían arrendar su trabajo o utilizar para ello siervos o esclavos. Templos y palacios constituían grandes unidades económicas que poseían dominios de gran tamaño y utilizaban numeroso personal y trabajadores especializados.

Precios y dinero.
Las fluctuaciones en los precios, y en los pagos, si bien existieron no solían ser por lo normal bruscas ni importantes, al menos dentro del tiempo de vida de una persona, y las carestías, que las hubo, tuvieron más que ver con causas de tipo, natural (malas cosechas, plagas), militar (guerras, invasiones) o político (querellas dinásticas, esclerotización del aparato administrativo), que con oscilaciones provocadas por factores económicos. Así durante el reinado de Ibbi-Sin el grano llegó a alcanzar 30 veces su valor corriente en el cenit de la descomposición del Imperio de Ur. Otras crisis importantes tuvieron lugar en Eshnunna, Larsa y Ur antes de la conquista de Hammurabi y en toda Babilonia y Asiria a finales de la Edad del Bronce, pero las causas económicas, tal y como las concebimos hoy, no tuvieron más que una incidencia muy localizada.

La moneda hizo aparición muy tardíamente, en el curso de la primera mitad del primer milenio, y su difusión no respondió tanto a necesidades comerciales como a otras de carácter político y administrativo. Se utilizaba más como medio de pago que de intercambio. De hecho el comercio se había desarrollado desde muchos siglos antes, al igual que los préstamos con intereses, sin que existiera la moneda. Los patrones estables de valor basados en la cebada, y sus equivalentes en cobre y plata ejercían en este sentido a la manera de dinero. Además, a diferencia de nuestra época en que casi todo se compra y se vende, el comercio era un actividad muy especializada y restringida, tanto en el número de personas que lo llevaban a cabo como en la cantidad de cosas con que se comerciaba. En un principio el comercio estuvo dominado por la organización burocrática de los templos y los palacios que contrataban los servicios de los mercaderes, personajes de alto rango, adelantándoles en productos las sumas necesarias para llevar a cabo la labor que se les encomendaba. La actividad dominante en sentido económico era la agricultura que se ejercía en el seno de unidades de explotación familiares, bien "libres" (poseedoras de su propia tierra) o dependientes de la tierra de otros propietarios, que podían arrendar su trabajo o utilizar para ello siervos o esclavos. Templos y palacios constituían grandes unidades económicas que poseían dominios de gran tamaño y utilizaban numeroso personal y trabajadores especializados.

Propiedad, consumo y susbsistencia.
Otra diferencia importante con nuestra época es que ahora la mayoría de las personas no es poseedora, ni propietaria, de sus medios de producción y se ve obligada a alquilar o vender su trabajo a los propietarios de dichos medios (dueños de empresas, explotaciones agrícolas o bancos, amén del propio Estado) a cambio de un salario en moneda, en lo que constituye para nosotros una relación de tipo económico, ya que se trata en realidad de una compraventa en la que la mercancía es la fuerza de trabajo. En el Próximo Oriente Antiguo muchas gentes eran originariamente poseedoras o propietarias de los medios de producción, la tierra, los aperos y animales necesarios para hacerla productiva, no tanto a nivel individual, al menos en un principio, sino como miembros de una familia o de una comunidad (rural) más amplia.

Aquellos que, por el contrario, no poseían sus propios medios de producción, como ocurría primero con las personas que trabajaban para los palacios y los templos, y más tarde con los campesinos empobrecidos que se vieron obligados a vender sus tierras para hacer frente a sus deudas, pasaban a depender de grandes propietarios, personas particulares además de los palacios y templos, en una relación que no sólo era económica sino ante todo jurídica. Su situación de dependientes estaba regulada por la ley y a menudo carecían de la movilidad y otros derechos y prerrogativas que caracterizaban la situación de las personas "libres", es decir propietarias, por lo que su estatuto no era el de un trabajador a sueldo sino el de una especie de siervos. Ocurría de esta forma porque su trabajo no se había convertido en una mercancía separándose de su persona. Como vemos, todos los cometidos con una función económica se encontraban regulados por una serie de sanciones y disposiciones que emanaban del derecho familiar, de la reglamentación jurídica de los administradores políticos, o de la religión, por lo que el espacio concedido a la iniciativa privada, sin ser inexistente era en realidad muy exiguo. A este respecto el debate sobre la existencia o no de formas propias de la economía de mercado carece en realidad de sentido y debe ser sustituido por la discusión sobre el papel que tales formas, allí donde existieron, desempeñaron en la economía.

Tres factores condicionaban en gran medida el consumo que, como queda dicho, se situaba para la mayor parte de la población campesina en el umbral de la subsistencia. El primero tenía que ver con el carácter preponderántemente redistributivo de la economía en el Próximo Oriente Antiguo. El segundo concierne a los ordenamientos socio-jurídicos vigentes que influían enormemente en las prácticas laborales y en su retribución. El tercero, en fin, se relaciona con los procesos históricos de concentración de la tierra y empobrecimiento/endeudamiento de los pequeños campesinos "libres". Todos juntos articularon una situación en la que los niveles de vida material más elevados iban parejos a la posesión de conocimientos y a la práctica de funciones especializados, algo propio sólo de las elites urbanas.

Los tres artículos básicos, que procedían de la actividad agraria, eran la cebada, el aceite y la lana. La cebada "fue a la vez la base de la alimentación y el principal patrón de valores, y siguió conservando este papel, incluso después de que el uso de la plata se hubo generalizado en las transacciones. El aceite, obtenido del sésamo, era muy empleado en la alimentación, el cuidado corporal, la iluminación, las ceremonias de culto y de la adivinación, y en medicina. La lana, finalmente, fue la principal materia prima de la industria textil. El lino no tuvo más que una importancia secundaria, y el algodón no fue conocido hasta Senaquerib, que sólo lo aclimató, por otra parte, a título de ensayo" (Garelli: 1974, 227).

La mayoría de la población, esto es, los campesinos, consumían una dieta sobria (cereales, aceite, cerveza, dátiles y productos lácteos) de la que estaba ausente la carne, que sólo se comía en ocasión de unas pocas festividades anuales, y que en Mesopotamia se podía enriquecer un poco gracias a la abundancia de pesca en los ríos y canales. Los trabajadores de los templos y palacios recibían, al menos desde el periodo acadio, en que parecen estabilizarse los mínimos, una ración media de 60 sila (sila= 0, 84 litros) de cebada al mes si eran varones adultos, 40/30 si eran mujeres y 30/20 para los niños. Las raciones incluían también un sila de aceite una vez al mes, y lana una vez al año. Por un siclo (unos ocho gramos) de plata se podían obtener entre 250/300 sila de cebada, dependiendo del lugar y el periodo, 9/12 sila de aceite y unas dos minas (aproximadamente 1 kl.) de lana, por término medio. En época de Hammurabi la ración de un esclavo era de un sila de cebada al día, justo la mitad en que se estimaba la de un campesino libre, y con un siclo de plata podían adquirirse unos 150/180 sila de cebada. El salario de un jornalero era de unos 3,1/2 a 5 siclos de plata. Los salarios eran superiores a los de unos siglos atrás en tiempos del Imperio de Ur, pero los precios también habían aumentado.

Con todo, para la gente que no dependía de los templos y palacios los precios no eran el único factor que condicionaba los niveles de consumo (subsitencia). Gran parte de la población campesina no podía hacer frente a los gastos derivados de la compra de simientes, renovación del equipo, alquiler de los trabajadores y de los animales de tiro, amén de su propio mantenimiento, por lo que se veía obligada a pedir prestado. Los préstamos tenían un interés elevado, de un 33% si estaban expresados en cebada, y de un 20% si se trataba de plata. Para librarse de las deudas muchas personas vendían sus tierras y se convertían en campesinos arrendatarios que debían pagar entre un tercio y la mitad de la cosecha, además de hacer frente a todos los otros gastos habituales. Un campo de un iku (35 áreas) podía costar entre dos y siete siclos de plata, trece si se trataba de un huerto. En tales condiciones la subsistencia se tornaba difícil.

El medio y la distribución de los recursos

El Próximo Oriente no era abundante en riquezas naturales, o mejor dicho, éstas se encontraban irregularmente distribuidas, lo que desde un principio había obligado a agudizar el ingenio de sus pobladores. Las maderas, piedras y metales sólo se hallaban en las zonas montañosas de Asiria, Anatolia, Siria, Líbano, Armenia y los Zagros, faltando totalmente en la gran llanura aluvial conformada por los dos grandes ríos Tigris y Eufrates. En Mesopotamia no eran raros, en cambio, los cañaverales, que suplían en su uso a la madera de los árboles, y que albergaban una variada fauna. También abundaban las palmeras datileras. Los principales cultivos eran los cereales, especialmente la cebada que se utilizaba para hacer harina, elaborar cerveza y como alimento del ganado, pero se cosechaban también, en jardines y huertas, legumbres y verduras diversas. El aceite extraído del sésamo, tenía una extraordinaria importancia ya que intervenía en múltiples ámbitos de la vida, desde la alimentación a las ceremonias del culto religioso, pasando por la iluminación, el cuidado corporal, la adivinación y la medicina. Las cosechas eran abundantes, pero las tierras se hallaban amenazadas por el peligro de la salinización, ocasionado por el riego intensivo y la falta de drenaje, así como por la ausencia de lluvias que limpiaran la superficie.

Después de la cebada, que sirvió en un tiempo como principal patrón de valores, y del aceite de sésamo, venía en importancia la lana producida por los abundantes rebaños de ovejas, de la que se desarrolló una floreciente industria textil. Pero sería faltar a la verdad no reconocer que antes que todos estos productos, la principal riqueza de Mesopotamia era la tierra misma, pues su excelente arcilla proporcionaba el principal recurso, y el más barato y abundante, con el que se fabricaban no sólo ladrillos para la construcción, vajillas y utensilios variados para todos los usos domésticos, como barricas, lámparas, hornos, etc, sino que se utilizaba también en forma de tablillas como soporte para la escritura, y se hacían incluso estatuas con ella. Tampoco el subsuelo era estéril ya que proporcionaba nafta y betún, empleado éste último a modo de cemento en los edificios y como impermeabilizador de cubiertas en la construcción de barcos para la navegación marítima o fluvial.

La pesca era abundante en las marismas del sur, próximas al Golfo Pérsico, y así mismo en los ríos y canales que irrigaban la llanura de Mesopotamia, constituyendo un complemento básico y muy asequible de la alimentación, ya que la carne se consumía poco, tratándose sobre todo de cordero. Los rebaños de ovejas, cabras, cerdos y bueyes eran apreciados, más por los productos que daban las reses, como lana, cuero, leche, etc.. que por el propio alimento de su carne. Asnos, caballos y camellos proporcionaban, junto a los bueyes de labor, la principal fuerza de tracción y transporte. El caballo fue utilizado sobre todo en la guerra, a partir del segundo milenio, para tirar de los carros y, más tarde, como montura de los jinetes. El camello, o más bien el dromedario, aunque conocido desde antes, tuvo una introducción tardía, desde la zona del golfo pérsico, a finales de la edad del Bronce. Entre los animales domésticos figuraba igualmente la gallina, traída de la India no sabemos muy bien cuando.

Como es preciso huir de las generalizaciones, diremos ahora que la Mesopotamia septentrional, el país que conocemos con el nombre histórico de Asiria, se diferenciaba esencialmente de la seca estepa y de la calurosa llanura aluvial del sur. La topografía, más abrupta allí que en Babilonia, como se llamó luego al "País de Sumer y Akkad", había influido desde un principio en la aparición de un menor número de asentamientos importantes. Tampoco la agricultura hidráulica se llegó a desarrollar en tierras asirias con la misma extensión que alcanzaría en el mediodía mesopotámico, ya que en las montañas del norte la construcción de canales requería grandes esfuerzos e inversiones. Es por eso que las lluvias tenían una especial importancia para la economía asiria y el dios Adad era considerado como señor del cielo, que enviaba la lluvia a la tierra. No obstante, los desbordamientos periódicos del Tigris ofrecían la oportunidad de construir una red de canales y aprovechar el agua de las crecidas para irrigar campos, huertos y jardines frutales. Las laderas de las montañas se irrigaban en grado suficiente con las aguas de los torrentes, arroyos y ríos.

Tierra de prados, valles y montes, el país asirio ofrecía a sus gentes una variada gama de recursos. Plátanos, tamariscos, moreras y encinas crecían en las faldas de las montañas, que albergaban también números rebaños de ovejas que proporcionaban una excelente lana. Los montes estaban cubiertos de bosques y la caza era abundante. Desde tiempos remotos los hombres habían encontrado aquí diversas clases de piedra y mineral metálico que les eran necesarios para el desarrollo de los oficios. En el territorio de Asiria, que se extendía por el curso medio del Tigris entre sus dos afluentes orientales, el Zab Superior e Inferior, la agricultura se desarrolló especialmente en el valle del Zab Superior, que en primavera llevaba mucha agua procedente del deshielo de las montanas. También había una agricultura floreciente en torno al valle del Tigris, pero las montañas que se alzaban próximas por el Este limitaban la superficie destinada a los cultivos. Las rutas comerciales discurrían al Sur por el Tigris hacia el país de Elam y el Golfo Pérsico, hacia el Este por los valles de los ríos hacia las montañas del Zagros y la planicie iraní -aquí los límites tenían mucho que ver con el control del fértil valle del Diyala-, al Norte los caminos penetraban, a través de los pasos de montaña, en la región de los tres grandes lagos —Sevan, Van y Urmia—, en las proximidades de Armenia y más allá en las regiones del Transcaucaso, mientras al Oeste el desierto imponía una especie de frontera climática, si bien el valle del Habur, afluente oriental del Eufrates, y el meandro occidental del gran río al noroeste permitían la penetración hacia los puertos mediterráneos del litoral sirio-fenicio y el Asia Anterior respectivamente.

En Siria y, en general en las regiones occidentales ribereñas del Mediterráneo, abundaban vides y olivos, no faltando árboles más grandes, siendo apreciados por su madera los bosques del Amano. La explotación de la riqueza maderera de los montes del Líbano constituyó uno de los pilares básicos de la economía cananeo-fenicia, al menos en aquellos lugares en que tal riqueza resultaba asequible. El otro correspondía al comercio que los principales puertos como Biblos y Ugarit realizaban en todas direcciones: Creta, Chipre, Siria del norte, Cilicia, Mesopotamia y Egipto recibían a través de ellos las riquezas del país y los productos de su artesanía. Las manufacturas se encontraban muy desarrolladas y existían industrias altamente especializadas como las de la talla de marfil, la de productos textiles y la de tinturas de púrpura.

En Anatolia los metales, como el cobre, el oro, el hierro y la plata, eran los recursos más importantes, después de la agricultura. También había obsidiana, basalto, mármol, alabastro. y jadeita. Tierra de metales, como Siria y Líbano lo fueron de bosques y maderas, su riqueza en ellos contribuyó a las tempranas relaciones mantenidas con las gentes de Mesopotamia. También en los extensos territorios de Irán, en general poco aptos para la agricultura, a excepción de la llanura meridional, podían encontrarse plata, oro, estaño, hierro, turquesa y basalto. El hierro que, aunque conocido desde antes, solo se introdujo a partir del siglo XIII, se encontraba así mismo en Armenia.

Como todos estos recursos no estaban distribuidos por igual, abundando en unos lugares y faltando en otros, el comercio constituyó desde muy pronto una actividad muy importante, ya que gracias a él se podía obtener aquello de que se carecía. Un papel similar desempeñaron las guerras y las incursiones de rapiña. En Mesopotamia, donde primero se formó una civilización urbana, todo aquello que no proporcionaba la llanura era adquirido mediante el comercio o la guerra: piedra, apreciadísima para las grandes construcciones y monumentos, madera necesaria para el desarrollo artesanal, así como los indispensables metales -cobre, estaño, plata, oro y más tarde el hierro-, así como diversos productos de carácter suntuoso: lapislázuli y otras piedras preciosas, marfil, vinos. etc. Para el tráfico de mercancías, los ríos eran utilizados tanto como era posible, sobre todo el Eufrates que es más regular y estable que el Tigris, si bien ambos están salpicados de bancos de arena, islotes y otros obstáculos, aunque en el norte, en territorio asirio, la navegación era impracticable a causa de la rápida corriente. Desde un principio estos ríos habían constituido los ejes que ponían en comunicación el Golfo Pérsico y las lejanas regiones de la India con el Mediterráneo. Y es que, pese a la importancia de algunas barreras ambientales, como los desiertos, Mesopotamia no constituía en modo alguno un mundo cerrado en sí mismo, más bien por el contrario, el hallazgo de los característicos sellos cilíndricos empleados por los comerciantes de la región en lugares lejanos como Chipre, Creta, Grecia meridional y la cuenca baja del Indo, demuestra la gran amplitud de sus actividades. El desierto era cruzado por las caravanas a la altura del recodo superior occidental del Eufrates, en plena Siria, donde Alepo y Palmira tenían una especial importancia, alcanzando desde allí la costa cananea -fenicia. Otras rutas caravaneras se introducían a través de Asiria en Anatolia y Armenia, o bien avanzaban siguiendo el curso del Zab y del Diyala hacia las regiones de los lagos Van y Urmia y en dirección a la altiplanicie iraní. La periferia -Anatolia, Siria, Irán o Armenia- que proporcionaban todas aquellas materias primas a las gentes de la llanura aluvial recibía, a cambio, productos manufacturados y algunos excedentes de alimentos, en una situación de clara desventaja que se plasmaba en un intercambio desigual. Por esta razón el comercio era muchas veces reemplazado por la guerra para adquirir aquello que en Mesopotamia se necesitaba. Por supuesto, y como vimos en el volumen anterior, las circunstancias cambiaron con el tiempo, originándose procesos políticos y militares en aquellas regiones periféricas que actuaron, en parte, como respuesta a la presión ejercida desde la llanura aluvial. Tal fue el auge hitita o iranio, en una dinámica en que la periferia se torna centro y el centro en periferia.