Los dioses y los diversos panteónes

A grandes rasgos se puede decir que en el Próximo Oriente Antiguo la vida religiosa se hallaba caracterizada por el politeísmo y una tolerancia muy amplia que favorecía los fenómenos de sincretismo e identificación entre divinidades de distintos lugares aunque de naturaleza más o menos similar. Las diversas teogonías que fueron elaboradas por los sacerdotes, aun cuando intentan poner orden en este universo pluriforme de múltiples divinidades, pudieron en realidad haber obedecido más a los intentos hegemónicos de los sucesivos centros de poder político, que a lo que realmente pensaba y creía la población en relación a la importancia y jerarquía de los dioses, lo que nos resulta ciertamente inaccesible. Otros rasgos igualmente notorios eran la existencia destacada de elementos cósmicos y astrales, junto a la presencia de los vegetativos y ctónicos propios de la vida natural, además de un notable antropomorfismo de las divinidades y un escaso desarrollo, que muchas veces es una completa ausencia, de ideas y creencias de tipo escatológico.

El panteón mesopotámico.
Un rasgo generalizado entre los dioses de Mesopotamia es el de una atropomorfización bastante desarrollada. Según la tradición mesopotámica las divinidades, muy numerosas, se dividían en dos grupos, los dioses del cielo o Igigi, y los dioses de la tierra de las aguas y de los infiernos, los llamados Anounnaki. De época sumeria datan las más antiguas listas de dioses que formaban una jerarquía de familias divinas. En primer lugar se hallaban los dioses primordiales de carácter cósmico, cual eran An, Enlil, y Enki, que componían la primera tríada. An -Anu en acadio- era un dios supremo que se identifica con el señor de los cielos, resultando lejano e inaccesible, en tanto que Enlil (Ba‘al entre los semitas occidentales) en su calidad de dios de la atmósfera y la tierra tenía un gran protagonismo, pues se hacía depender de él más que de ningún otro el bienestar y la vida. Enki- en acadio Ea-, a quien pertenecía el dominio de las aguas, poseía un carácter más benéfico en su papel de divinidad de la sabiduría práctica, de la habilidad artística y de los encantamientos, ya que se pensaba que el agua, fuente de vida pero también de destrucción, poseía poderes mágicos. Se le consideraba, igualmente, el creador del mundo.

La segunda triada estaba compuesta por divinidades de tipo astral, como eran Sin -Nannar en sumerio-, el dios luna, hijo de Enlil y padre de Shamash -Utu en sumerio-, el dios sol, que actuaba como velador y protector de la justicia, persiguiendo el pecado y la mala conducta social, e Ishtar -la Inanna sumeria y la Astarté de los semitas occidentales-, que unas veces aparecía como hija de Sin y otras de Enlil, incluso de Anu, con un fuerte dualismo como reina del cielo, representada por el planeta Venus. Era una diosa del amor y la sensualidad pero también de la guerra y la batalla. A pesar de algunas semejanzas superficiales Ishtar no debe ser confundida con ninguna de las diosas madres, divinidades que jugaron un papel importante en la creación de los mismos dioses y de la humanidad. Entre los sumerios Ninhursag era la diosa madre. Nintu, Aruru, Beletili eran otros tantos nombres para referirse a este tipo de divinidades. Nammu era una primitiva divinidad sumeria relacionada con las aguas subterráneas convertida por la teología de Eridu en Madre Tierra.

Luego venían toda una serie de dioses relacionados con la naturaleza de los que aquí solo mencionaremos los que tuvieron mayor relevancia. Ninurta y Ningirsu, que terminaron por equiparase, eran dioses de la fecundidad y de la vegetación, aunque también lo eran de la guerra y de la caza. Adad (Hadad entre los semitas occidentales) era el dios de la tormenta y el trueno y una divinidad de carácter oracular. La diosa Nisaba era una divinidad del grano que otorgaba la sabiduría a la humanidad.

Los dioses infernales, cuyo dominio era el mundo inferior, eran Nergal, señor de los muertos, y divinidad también de la vegetación, junto con Erra, dios guerrero capaz de provocar epidemias, y Ereshkigal, reina del submundo, y consorte de Nergal. Namtar, al que también se le consideraba un maléfico demonio, era el mensajero de Ereshkigal, heraldo de la muerte y llevaba en su séquito sesenta enfermedades que podía lanzar contra la humanidad. Por el contrario, dioses de la salud eran Damu, Gula y Nininsina, mientras que en Ishum tenía la humanidad un protector que velaba por ella, especialmente en la noche. Otros dioses fueron famosos por motivos políticos, como Marduk en Babilonia que acabó por situarse en la cúspide del panteón meridional gracias al apogeo político de aquel reino, y Assur divinidad "nacional" de los asirios, o por ser los patrocinadores de alguna actividad de gran importancia y renombre social, como Nabu, hijo de Marduk, escriba de los dioses y divinidad protectora de la escritura. Un carácter un tanto especial tiene Dumuzi/Tammuz, divinidad ctónica asociado al descenso de Innana/Ishtar a los infiernos, que ocupa un papel relevante en el mito que explica los ciclos vegetativos, y del que se piensa que pudo tratarse de un antiguo rey deificado.

A pesar del politeísmo imperante se percibe en ocasiones una cierta reflexión teológica de tendencia monoteísta que opera mediante la identificación, bien de divinidades entre si, o de distintos dioses como partes o emanaciones de otro, aunque no pasaron de ser tendencias, en muchos casos impulsadas por motivos políticos. Una determinada divinidad, como Marduk en Babilonia, se encumbraba hasta la cúspide del panteón y, sin eliminar a los restantes dioses, asumía frecuentemente muchos de sus rasgos. Otras veces eran las afinidades en la naturaleza y las funciones de los dioses y diosas, más que los motivos políticos, los que impulsaban la identificación.

El panteón anatólico-hitita.
En Anatolia la confluencia y superposición de dioses y de ideas religiosas fue el resultado de conglomerado de pueblos e influencias que cristalizó finalmente, por vía de la unificación política, en el reino de Hatti y la cultura palatina hitita. Sobre un fondo originario local en que encontramos, por ejemplo, a Halmashuitta antigua divinidad hatti, se superponen y entremezclan divinidades procedentes del universo indoeuropeo familiar a los hititas, como Shiunshummi -"nuestro dios"-, del que también los hurritas recibían influencias, junto con rasgos de esta última procedencia, además por supuesto de los elementos de origen sirio y mesopotámico. Hallamos concepciones relativas a dioses atmosféricos junto a otras que parece estuvieron en principio relacionadas con la vida agrícola. De todo ello resultó, finalmente, un panteón sistematizado según los principios de la estructura política del propio imperio, en el que los dioses tendían a ser agrupados por sus funciones específicas -que en bastantes ocasiones no se hallaban netamente definidas- bien como miembros de una familia de dioses o como dignatarios de una casa real. A la cabeza de este panteón se encontraba una divinidad atmosférica, "el dios de la tormenta del cielo", cuyo nombre en hitita se ignora y que era llamado, Taru, Teshub o Tarhunt por la población prehittita (hatti), los hurritas y luvitas respectivamente. Su consorte era Wurushemu, "la diosa del sol de Arinna" con connotaciones solares, pero al mismo tiempo considerada como una divinidad infernal y que parece responder a un origen hatti más que indoeuropeo. Su hija, mencionada por algunos textos, era la diosa Mezulla. Telebinu era un dios de la tormenta y de la vegetación en su calidad de dispensador de la lluvia. Istanu era un antiguo dios-sol.

Otras divinidades eran Sharruma, hijo de los grandes dioses atmosféricos, y las diosas Kubaba, Allatum y Hepat. Esta última era una divinidad hurrita, consorte de Teshub, y con rasgos similares a los de la Ereshkigal mesopotámica, en ocasiones identificada como la esposa del "dios de la tormenta". Kamrushepa era la diosa de la magia. Kait era una diosa del grano. Ishdushtaya y Papaya eran divinidades infernales que con sus husos "hilan los años de vida del rey". Ishtar, procedente de Mesopotamia, ocupaba un lugar igualmente importante. Ea fue también asimilado a través de la influencia hurrita. Había otras muchas divinidades en un panteón tan abigarrado que distinguía, además, entre dioses grandes y pequeños, dioses del cielo y de la tierra, así como divinidades masculinas y femeninas, pero sabemos de ellos bastante poco, a veces ni siquiera su nombre, por lo que proceder a su enumeración no aportaría ningún provecho.

Los dioses eran antropomorfos, si bien el dios de la tormenta era frecuentemente representado como un toro, y, a pesar de la distancia infinita que los separaba de los hombres, en cuya vida podían intervenir a su antojo, poseían sus mismos sentimientos y cualidades, lo que a menudo les hacía reaccionar como éstos. Amor, ira, felicidad eran atributos tanto de los dioses como de los humanos. Los dioses se distinguían por su poder, en el que la magia intervenía en no escasa medida, y por la inmortalidad que estaba reservada exclusivamente a las divinidades.

El panteón de los semitas occidentales.
Entre los semitas occidentales, que habitaban Siria, Palestina y Fenicia (Canaán), la religión y los dioses tenían una naturaleza similar a la que hemos visto en Mesopotamia, destacando los aspectos relacionados con la fecundidad y los ctónicos, aunque existían, por supuesto, peculiaridades propias y rasgos locales. El dios supremo era El, y como tal aparece en los textos de Ugarit presidiendo la asamblea de los dioses. Se le consideraba el gran creador de las criaturas y tenía un carácter benévolo y misericordioso. Era frecuente designarle como "el Toro El". Su consorte era la diosa Athirat o Asherá, a la que se llamaba "Señora de Asherá del Mar" y "la que crea, o da a luz a los dioses", aunque otras veces se la mencionaba simplemente como "la diosa", para indicar su condición de pareja de El.

Luego venían otras tantas divinidades en las que cabe apreciar algo que era propio también de las dioses y diosas mesopotámicos, la plurifuncionalidad de muchos de ellos. Así, Ba‘al, el "dueño" era, además de una divinidad de la vegetación, el dios de las tormentas que cabalga sobre las nubes y cuya voz es el trueno, al igual que el Yahvé bíblico del Salmo 29, y el que provoca las lluvias, en cuyo honor se ofrecían holocaustos que incluían sacrificios humanos en los "lugares altos" en demanda de lluvia. En este papel Ba‘al se identificaba con Hadad, nombre arameo del dios de la tormenta. Pero Ba‘al era también el dios de la guerra, que blande un arma y arroja su lanza, es decir el rayo, hacia la tierra. Su hermana/esposa, la diosa Anat, tenía los mismos contrastes y polivalencias ya que era a la vez diosa del amor y del combate, y como tal se la presenta con un carácter violento y sanguinario. También se la consideraba como la mensajera de los dioses. Astarté, con la que a menudo se identifica, era la diosa de la fecundidad pero también de la justicia y el derecho. Así mismo, Melkart, un dios reciente que no aparece en ninguno de los textos de la Edad del Bronce y era la divinidad tutelar de Tiro, una de las principales ciudades fenicias de la Edad del Hierro, era al mismo tiempo un dios solar y marino, que terminó sincretizándose con el Heracles griego.

Muchos de estos dioses eran de una gran antigüedad, remontándose, como Reshef, el dios de la guerra y la peste, al tercer milenio, en que aparece mencionado en los textos de Ebla. Otro dios muy antiguo era Chusor, divinidad fabril y artesana a la que se le atribuía un papel importante en el origen del mundo y en la historia de las invenciones. Hadad era el dios de la tormenta y como tal parece que llegó a sincretizarse con Ba‘al, aunque puede que se tratase de la misma divinidad que en los textos cananeos aparece denominada de forma genérica con un término que, convertido en nombre propio, también se utilizaba para llamar a diversas divinidades de carácter local, Ba‘al Jasor, Ba‘al Sidón, o de índole más específica, Ba‘al-Berit -"Señor de la Alianza"-.

Entre los arameos Hadad fue considerado el dios "nacional", como Marduk lo había sido de los babilonios y Assur de los asirios o Yahvé lo será de los hebreos, y como tal otorgaba el trono y la autoridad al rey. Kamosh, era, por su parte, el dios "nacional" de los moabitas y Milkom el de los ammonitas, si bien de estas divinidades apenas sabemos nada. Algunos dioses menores como Shahar, dios de la aurora, y Shalim, dios del atardecer y las sombras aparecen ya atestiguados en los textos de Ugarit. Otra divinidad secundaria muy antigua era Jorón, de posible carácter ctónico.

También había otros dioses más recientes que no están documentados durante la Edad del Bronce, como fueron Eshmún, de carácter sanador y asimilado al Asclepio griego, y Adón -o Adonis para los griegos-. Este último, al que se dedicaban unos famosos festivales y cuyo nombre significa en fenicio "Señor", parece, sin embrago, haber sido una manifestación local de Ba‘al, al igual que Baalshamin -"el Señor del Cielo"- ha podido ser la expresión de un aspecto celeste del dios de la tormenta.

El panteón iranio.
Entre los iranios la sistematización de un panteón con numerosas divinidades -de origen indo-iranio unas, próximas por tanto al ambiente religioso védico, tomadas otras de los pueblos con los que estuvieron en contacto- no se realizó por yuxtaposición de familias o triadas de dioses, como en otros lugares, sino mediante una tendencia monoteísta/dualista que la tradición atribuye a las reformas de Zoroastro y un posterior resurgimiento de los antiguos dioses en el que tomaron parte muy activa los procesos de sincretismo. En una primera etapa el universo religioso se había caracterizado por la existencia de un politeísmo que distinguía entre los ahuras, una categoría especial de entre los "señores celestes" y los daevas, en principio divinidades que no eran ahuras, y que con el tiempo fueron rebajados a la categoría de demonios. Mitra, dios de la guerra y de la aurora y guardián del Contrato, Apam Napat, principio vital y creador de todas las cosas y de la humanidad, así como Airyaman, protector de las personas, pertenecían, junto con Ahura Mazda, a la primera categoría, mientras que otros dioses igualmente antiguos como Indra, que llegó prácticamente a desaparecer, Saurva o Nanhaizya, eran considerados daevas.. Otros, como Verezragna, el dios de la victoria, ocupaban una situación intermedia y de hecho se le consideraba ahuradata o "creado por un ahura".

La reforma monoteísta/dualista que se atribuye a Zoroastro, personaje cuya cronología no resulta nada precisa, pero que en todo caso parece anterior al Irán aqueménida, marginó a los daevas, convirtiendo a Ahura Mazda en dios supremo, creador de todas las cosas, que engendra a Spenta Mainyu y a Anra Mainyu, espíritu benéfico y destructor respectivamente, y padre de las Entidades, o elementos abstractos en que fueron transformadas muchas de las antiguas divinidades. Estas Entidades eran, principalmente, Apam Napat, el fuego que fluye en medio de las aguas, Haurvatat y Ameretat, encargadas de la tutela de las aguas y de las plantas, Vohu Manah, que vino a sustituir a Mitra como "señor de los ganados" y era el más activo y eficaz de los intermediarios entre Dios y el hombre; Asha, la más importante de todas las Entidades con relaciones estrechísimas con el Creador, que se valió de ella para llenar de luces el espacio. Finalmente el propio Ahura Mazda terminó por absorber al Espíritu benéfico, enfrentándose en solitario a un rival, Anra Mainyu, coopartícipe también de la creación pero que, sin embargo, está destinado a ser vencido.

La reforma de Zoroastro no pudo impedir, pese a todo, el renacimiento del politeísmo, lo que se produjo de dos maneras distintas, mediante la desaparición de las Entidades que quedaron reducidas a simples divinidades, incluso con sus distinciones entre masculinas y femeninas, y con el resurgimiento de los antiguos dioses, como Anahita, diosa de las aguas, Hvare, el sol brillante e inmortal, Mah, la luna, Parendi, diosa de la abundancia y la riqueza, Rashnu, protector de los inocentes, Vayu, el viento, Zurvan, el tiempo, Mitra y sus compañeros, Airyaman y Bhaga, dios este último del matrimonio, y otros tantos que, sin embargo, no se integran en un sistema, ni existe una distribución de poderes entre ellos

Espíritus y demonios.
Además de todos estos dioses, en el Próximo Oriente Antiguo se creía en la existencia de innumerables espíritus y "demonios". Muy difundida se hallaba la creencia de que toda persona poseía su espíritu tutelar, así como de que se hallaba potencialmente amenazada por entes maléficos. Los más temidos en Mesopotamia eran los llamados "siete malignos" que bullían por todas partes y amenazaban incluso a los mismos dioses celestes. Según la tradición, los demonios Galla habían causado la muerte a Dumuzi/Tammuz en el mundo inferior tras ser entregado por Inanna como rescate.

Demonios maléficos eran así mismo los responsables de las enfermedades y otras desgracias que ocurrían a la gente. Lamashtu era un demonio femenino que arrebataba a los recién nacidos del regazo de sus madres. Entre los iranios, Dahaka, el dragón de tres cabezas, y Apaosha, el demonio de la sequía, ocuparon un lugar importante. El mismo Anra Mainyu quedó convertido finalmente en el "demonio de los demonios". Contra todos ellos existían ensalmos, talismanes y exorcismos. También había espíritus y "demonios" benignos, como el mesopotámico Pazuzu, rey de los demonios del viento, a quien consignaban su protección las embarazadas.