El pastoralismo nómada

La región que se extiende como un arco desde las tierras de Palestina y Siria hasta la alta Mesopotamia constituye la zona "dimorfa" por excelencia, en la que conviven agricultura y ganadería trashumante, pero también formas de ganadería semi-nómada. En ella la población se divide en agricultora y pastoril. Los pastores se concentran con sus rebaños de cabras y ovejas en torno a las tierras irrigadas durante el verano, en busca de los pastos estivales de la estación seca, para dispersarse en los pastos de la estepa semiárida durante el invierno y la primavera, siguiendo un ritmo de trashumancia "horizontal" que afecta también al tamaño de las concentraciones humanas. La migración de frecuencia estacional constituye, por lo tanto, uno de los rasgos típicos de la movilidad espacial del nómada.

Aunque conocemos el pastoralismo nómada sobre todo debido a los hebreos y sus relatos en los libros bíblicos, lo cierto es que constituyó una de las formas de explotación de los recursos del entorno más antiguas en el Próximo Oriente, seguramente derivada de formas originarias de trashumancia en las que los nómadas seguían los desplazamientos estacionales de las manadas de animales aún no domesticados. Por eso mismo debemos desechar la idea bastante difundida de una "expansión" progresiva de los pastores nómadas desde una zona supuestamente "originaria", que algunos ubican en Siria y otros en Arabia, sin perjuicio de la existencia de momentos verdaderamente álgidos en la expansión de estas gentes, caracterizados por su irrupción más o menos violenta en las tierras agrícolas irrigadas, y cuyas razones trataremos enseguida. El pastoralismo nómada, que debe por tanto distinguirse de la trashumancia pura, constituye una forma muy eficaz de explotar la productividad de regiones que son inhabitables e improductivas durante parte de año. Una variante del mismo asociada a la agricultura de aldea fue particularmente practicada en la "zona dimorfa" y no debe entenderse, como se ha hecho, como una etapa de transición desde el nomadismo hacia a la agricultura sedentaria, sino como un rasgo estructural y perfectamente idóneo para el aprovechamiento de una zona intermedia entre la llanura irrigada y el desierto (Liverani, 1988: 373). Las tribus pastoralis del medio Eufrates y del valle del Habur practicaban esta forma mixta, o seminomadismo, en la que sólo una parte del grupo emigra con el ganado, permaneciendo el resto en la aldea trabajando en las tareas agrícolas.

El pastoreo, por otra parte, al ser la producción escasamente intensificable, soporta poblaciones menos densas y numerosas que la de los valles y llanuras agrícolas. El aumento de la población nómada y de cabezas de ganado desembocaba a la larga en una mayor necesidad de pastoreo a expensas de los mamíferos salvajes. La presión sobre las estepas semiáridas producía sobrepastoreo y degradación, por lo que la presión de expansión llegaba a ser grande, constituyendo así una constante histórica que explica las invasiones recurrentes de las tierras de la llanura irrigada por parte de los pastores nómadas o seminómadas. No obstante una serie de factores limitadores establecen una suerte de equilibrio, distanciando, por consiguiente, dichos periodos de presión y expansión. Así, lo rebaños grandes y numerosos son propensos a sufrir enfermedades epidémicas, en general cuando se hacinan en las pozas o los oasis durante la estación seca. Los periodos extremadamente secos ocasionaban igualmente la muerte de un gran número de cabezas de ganado.

La domesticación y difusión del camello a partir de finales de la Edad del Bronce modificó notoriamente la capacidad de movilidad de los nómadas. El uso de camellos, debido a su capacidad de penetración en los ambientes desérticos, favoreció la apertura de nuevos horizontes comerciales en manos de grupos de nómadas residentes en torno a un oasis, bien actuando por su cuenta o por encargo de algún palacio, con lo que el comercio, actividad desde siempre complementaria del pastoralismo nómada, adquirió -en tales ambientes- una nueva dimensión y mayor importancia. Todo ello influyó en el auge económico experimentado por los nómadas camelleros del desierto arábigo septentrional, lo que terminó atrayendo la atención de los grandes imperios, como el asirio o el babilonio, hacia las posibilidades de explotación de tales formas de riqueza.

La economía de los pastores nómadas y semi-nómadas.
El pastoralismo nómada es la más extensiva de las economías tribales. En condiciones de un nomadismo "puro" o "abierto", el ganado y no la tierra constituye el principal y casi único medio de producción. La tierra es sólo una condición de la producción y como tal no está incluida activamente en la misma, lo que tuvo su influencia en la formación y el funcionamiento de determinadas formas de propiedad. En cuanto a la tierra en este tipo de sociedades se establecen relaciones de utilización, que constituyen la forma más simple de posesión que se produce en una comunidad humana, con el objetivo de satisfacer las necesidades primarias mediante la obtención de los productos que ofrece la naturaleza. Esta utilización de los productos de la naturaleza no es individual y privada, ya que, al no haber sido transformados por el trabajo de las personas, pertenecen en igual medida a todos los miembros del colectivo que vive en un territorio. De este modo, la utilización de la tierra y de sus productos da lugar a una posesión colectiva de los mismos.

El derecho a utilizar las tierras colectivas lo proporciona la pertenencia a la comunidad, que se rige normalmente por principios de parentesco y no de territorialidad, en claro contraste con los agricultores sedentarios. Como único sujeto de posesión de la tierra actúa el colectivo, clan, comunidad o tribu. Por contra, el ganado constituye una propiedad de índole familiar, siendo necesaria la participación de los miembros del grupo de parentesco en su cuidado y acrecentamiento, si bien en algunas situaciones más especializadas, propias del seminomadismo, mujeres, ancianos y niños cultivan pequeño campos y huertas, mientras que los varones se desplazan con los animales durante unos meses al año. Son los meses del invierno y la primavera, cuando la estepa se cubre de una rica vegetación de pasto. También se dan circunstancias en las que toda la tribu comienza la trashumancia, tras haber realizado la siembra, dejando tras ella numerosos guardianes y responsables de la irrigación de los campos. En la región de Mari, el medio Eufrates y el Habur, estos se extendían en la zona comprendida entre la isoyeta de 100 mm y la de 200 mm, donde sólo se puede practicar un cultivo irrigado, y en aquella otra situada entre los 200 mm y los 400 mm, que, si bien permite una agricultura dependiente de las lluvias, es preferible, así mismo, irrigar, a fin de asegurar los resultados. En otras ocasiones la marcha era emprendida únicamente por una parte de la tribu, y otras veces sólo partían los ganados con sus pastores.

Es en este periodo del año cuando los miembros de la tribu se dedican a la fabricación de quesos como de otros productos resultado de la recolección y de la caza, que constituyen así mismo actividades importantes. En primavera se recogían setas, se capturaban langostas y se cazaban serpientes. Se trata en todos estos casos de formas propias del nomadismo "cerrado", predominante en el Próximo Oriente Antiguo, que supone el paso de los pastores a las tierras de pastizales a través de las zonas agrícolas y la interdependencia entre los grupos migratorios y los asentados. "Entre los elementos tribales que permanecen en el poblado para atender a los cultivos y la porción que constituye el grupo migratorio se da evidentemente una plena simbiosis social y una interdependencia económica: la especialización laboral en sentido agrícola o pastoril puede estructurarse, en casos de este tipo, según la edad (ancianos y niños al cargo de los cultivos), según el sexo (mujeres residentes durante todo el año en el asentamiento) o según los dos criterios (y quizás otros más). La cuestión de la interacción entre los miembros tribales de ocupación diversa presenta, naturalmente, características algo más complejas cuando los grupos agrícolas o migratorios tienen que ver con tribus (o confederaciones tribales) distintas desde el punto de vista organizativo" (Fales: 1988, 172 ss).

Las historias bíblicas de Abraham, Isaac y Jacob revelan también este estilo de vida seminómada, algo intermedio entre la vida del beduino y la del agricultor. En cualquiera de estas situaciones, el ganado, ovino y bovino, constituye la riqueza de una familia, su mejor patrimonio, y como tal puede ser utilizado en el establecimiento de vínculos y relaciones sociales. La tierra desempeñaba un papel secundario. Los haneos, que servían como soldados en las tropas del palacio de Mari, poseían campos en el valle del Eufrates. Los sugagu, jefes de una localidad, recibían tierras del palacio de entre uno y diez iku (3. 600 m2) de extensión. Otras veces los haneos tomaban parte en los trabajos agrícolas de los campos reales. Un documento procedente de Sippar menciona, por ejemplo, a un suteo encargado de guardar el campo de sésamo de las naditu (Harris: 1963, 145). Al igual que los haneos, los benjamitas tenían sus propias aldeas donde pasaban el verano es espera de iniciar la trashumancia invernal. Por lo que se sabe de la actividad agrícola de estas tribus del Eufrates medio se tiene la impresión de que los benjamitas se ocupaban más de la agricultura que los haneos, mientras que los suteos parecen haber permanecido exclusivamente dedicados al pastoreo. La propiedad estaba repartida entre las tierras de palacio concedidas a los seminómadas, y aquellas que se consideraban propiedad de la tribu en su conjunto. También se da entre los nómadas la propiedad privada, pero ésta se reduce fundamentalmente a los objetos personales, como las armas, adornos, etc.

Los nómadas no utilizan el ganado por su carne. Bien por el contrario mantienen vivos a sus animales, que constituyen su única riqueza, de los cuales aprovechan los productos que les ofrecen. Los principales eran la lana de las ovejas, que se esquilaba en primavera, a finales de la época de las lluvias, cuando ya habían parido, y la leche y el pelo de las cabras. Con este último se hilaban y tejían las cubiertas de las tiendas que constituían su morada. Apoyada sobre estacas y sujeta con cuerdas y clavijas, la cubierta de la tienda proporcionaba el abrigo necesario a los rigores de la vida en el desierto y la estepa semiárida -sofocante calor de día y terrible frio de noche- que, dicho sea de paso, transcurría en su mayor parte al aire libre. La vida estaba condicionada por la necesidad de trasladarse con los rebaños de un lugar a otro y ello hacía que los utensilios de que disponían aquellas gentes fueran transportables. No existía nada parecido a los muebles y la riqueza acumulada o heredada tenía que poder transportarse sin constituir una carga, por lo que normalmente se trataba de joyas u objetos similares. El mobiliario nómada era tan sencillo como su estilo de vida y sus ocupaciones poco especializadas. Alfombras y esteras de paja hacían las veces de sillas y en lugar de mesa se extendía sobre el suelo de la tienda una piel de cabra. Una sencilla vajilla metálica era utilizada como servicio. El metal era preferible a la cerámica que aguantaba peor los traqueteos de la vida del nómada. Pero no podían ser piezas grandes ni pesadas. Seguramente lo más importante de todo lo que se acarreaba era el odre de agua fabricado con un pellejo entero de cabrito o de cabra y que se llevaba colgado a la espalda. La leche se guardaba también en odres y se bebía agria o se batía para transformarla en una especie de mantequilla.

Desde finales de la primavera los ganados regresaban a las tierras habitadas, siendo alimentados con paja durante el verano. En esta época se sembraba el sésamo que era recogido tres o cuatro meses después, justo a comienzos del verano. En las aldeas se trabajaba también en la elaboración de vestidos que muchas veces, como sabemos por los documentos, eran reclamados por los palacios, junto con otras prestaciones como el servicio militar o la limpieza de los canales. La caza, las incursiones y el comercio constituían otras tantas actividades. La movilidad del nómada facilitaba en gran manera su conversión ocasional en mercader. No era raro aprovechar los desplazamientos a los lugares a los que se iba a vender el ganado para adquirir una serie de artículos, que luego podían ser vendidos en otro sitio.