La guerra en los estados arcaicos.
Las potentes murallas de Uruk constituyen, junto con otros, un claro indicio de que la paz no era un hecho general ni predominante en el país sumerio durante el periodo dinástico arcaico. Los conflictos locales por cuestiones de lindes y territorios, como las guerras entre las ciudades de Umma y Lagash, fueron bastante frecuentes y se presentaban ante la población ideologizados como combates que tenían lugar entre los respectivos dioses. Aunque había divinidades relacionadas con la guerra, como la diosa Innana, se trataba de la lucha que enfrentaba a las divinidades tutelares de cada ciudad. La guerra, aunque frecuente era un asunto que no había cobrado aún las dimensiones políticas, sociales e ideológicas que alcanzaría después, y como un asunto más de Estado se mezclaba con la diplomacia en la que la mediación de una tercera parte -normalmente una ciudad prestigiosa como Kish o un santuario como Nippur- cobraba una gran importancia a fin de resolver los conflictos. No obstante, cuando la guerra era dirigida hacia el exterior, hacia las poblaciones lejanas o no "civilizadas" de los paises de la periferia, como los nómadas o los montañéses, cambiaba radicalmente de significado. Ya no era el asunto de los dioses tutelares de dos o más ciudades que disputaban entre sí, sino la exigencia del reconocimiento de su soberanía por las poblaciones "bárbaras" a las que se debía someter, al menos en el plano teórico y en el de las realizaciones simbólicas. Tales ideas descansaban sobre una forma de pensamiento arcaico: la ciudad, el reino, el mundo sumerio "civilizado" en definitiva, constituían el centro del mundo por designio de los dioses y todo lo externo era por consiguiente inferior y suceptible de ser dominado. En tal sentido, una acción puntual, cual pudiera ser una expedición a la "Montaña de Los Cedros", además de proporcionar en la práctica la apreciada madera del Libano, servía para mostrar en el plano simbólico la sumisión de la periferia "barbara". Precisamente a partir de tales conceptos y prácticas habría de generarse la ideología del "dominio universal".
Los sumerios, que en tiempos de guerra eran movilizados mediante un sistema de levas para formar una milicia campesina que reforzaba a la guardia palaciega, combatían en formación cerrada alineados en falanges de infantería pesada, armados con altos escudos cuadrangulares, largas picas, hachas y cascos de cobre revestidos de cuero. Un armamento condicionado sin duda por la disponibilidad tecnológica así como por el carácter mayoritario de las tropas, una milicia que solo temporalmente recibía adiestramiento. Los efectivos eran asímismo reducidos. Un templo podía proporcionar unos quinientos o seiscientos combatientes y una fuerza de unos cinco mil combatientes era un ejército enorme para la época.
a similitud en el armamento y la táctica desplegada entre sumerios y griegos ha sido ya señalada (Harmand, 1985, 131), más como quiera que entre ambos media una distancia tecnológica notable, parece que la afinidad debe buscarse en el componente social de tal tipo de tropas. En ambos casos no se trata de soldados profesionales, sino de gentes, habitualmente campesinos, que son movilizados en circunstancias concretas. Su adiestramiento es por tanto restringido, lo que explica, más que por desconocimiento, que no emplearan armas y tácticas que requerían una instrucción más regular. Sumerios y acadios habitaban las mismas tierras y convivían de cerca, lo que convierte en sumamente improbable que los sumerios no conocieran el arco y la jabalina de los acadios. Aún así, el adiestramiento que precisa la utilización de armas arrojadizas como éstas es bastante incompatible con la milicia campesina y se adecúa mejor a un ejército profesional, como el formado por Sargón, o a las actividades de los nómadas. Estos son cazadores además de pastores, eliminando así el riesgo que las alimañas representan para su ganado, y disponen mientras lo vigilan cuando pasta o descansa de tiempo necesario para adiestrarse. El campesino, sencillamente, no podía emplear los momentos de menor trabajo agrícola para adiestrarse en el uso de tales armas, ya que era entonces cuando era reclamado por las autoridades para trabajar en la reparación de los canales, en las murallas o en cualquier otro tipo de trabajos comunes.
Ejército y guerra en los primeros imperios.
Sin duda sería exagerado atribuir los triunfos militares de Sargón de Akkad a las diferencias de armamento entre los sumerios y los acadios. Ciertamente los soldados acadios portaban armas más ligeras y, sobre todo, generalizaron el uso del arco, pero si ello les aportó, sin duda, una gran ventaja sobre las falanges de la infantería pesada sumeria, no es menos cierto que la guerra había también experimentado un cambio en cuanto a su concepción y objetivos, cambio ocasionado por la ideología del "dominio universal" que constituía un acicate para su práctica. Por lo demás el triunfo de Sargón no se produjo de forma tan repentina como para poder achacarlo únicamente a las ventajas del armamento y las tácticas empleadas por los acadios, sino que, tras derrotar a Lugalzaguesi, que previamente había unificado Sumer, se enfrentó a lo largo de muchas campañas con los ensi locales hasta conseguir derrotarlos completamente. Más que una simple cuestión de ventaja táctica y de armamento, que sin duda tuvo su incidencia, parece una cuestión de empeño inmersa en un concepto nuevo de las relaciones políticas y de la misma guerra, que él toma seguramente de los últimos reyes sumerios que ya habían albergado aspiraciones de hegemonía, favorecido todo ello por el hecho de que los cada vez más frecuentes conflictos acabaron por debilitar a las ciudades meridionales.
A partir de formulaciones más elementales el propio reino, que incluye las ciudades sometidas, pasa a ser considerado el centro del mundo mientras que el resto no es más que algo exterior que, por el mismo hecho de existir, muestra ya su rebeldía hacia el orden dispuesto por los dioses. Los extranjeros, los extraños, los habitantes de ese "mundo exterior" son "rebeldes" por el hecho mismo de no estar sometidos a la autoridad de la única realeza que agrada a los dioses y, por tanto, destinada a gobernar la totalidad del mundo para ellos. Por consiguiente son enemigos que deben ser tratados sin contemplaciones. Tal concepción monocéntrica perfila una noción de frontera a la que se sitúa en los confines del mundo. El mar, detrás del cual no existe nada, o en su defecto una montaña inaccesible o un gran río, esto es, un accidente geográfico difícil de salvar, son utilizados para delimitar con cierta precisión los confines del mundo en los que se ubica la frontera. Del "Mar Superior" (Mediterráneo) al "Mar Inferior" (Golfo pérsico) de la Montaña de Los Cedros (Amanus, Líbano) a la Montaña de la Plata (Tauro) tales límites configuran un mapa ideal del dominio universal de la realeza que, sin embargo, se mueve más en un plano simbólico que real y práctico. El sometimiento de todas las poblaciones que habitan dicho mundo resulta la mayor de las veces problemático cuando no comprometido, por lo que se recurre al plano simbólico a fin de apoyar la idea de que tal sometimiento se ha producido. Si en la práctica no se pueden conquistar y mantener sometidos a todos los pueblos que habitan los confines del mundo bastará con un signo de que en realidad es una empresa posible. Este signo será un acto cargado de simbolismo, como erigir una estela, lavar las armas en las orillas del mar, lo que supone que la autoridad del rey se halla presente en dichos confines por lo que puede reclamarlos como suyos.
En lo que a la organización de las tropas concierne, poco es lo que sabemos de tales ejércitos. Es preciso esperar a la época de Hammurabi para saber que al frente de las tropas -cuya jerarquía es precisamente la que ahora mejor conocemos- se encontraba el ugula-martu con su subordinado el wakil amurrim, que en un principio había sido el jefe de los contingentes integrados por amoritas para convertirse luego en un cargo militar indiferenciado. El reclutamiento dependía de los gobernadores de provincias que actuaban ante las órdenes del rey, llevándose a cabo la leva tanto entre la población sedentaria como entre los nómadas. Al margen de las levas circunstanciales existía un cuerpo profesional bien entrenado que tenía a su cargo la formación de cuadros de mando y oficiales. Unos y otros pertenecían a la clase social de los awilu y recibían como pago a sus servicios el usufructo de haciendas que constaban de una casa con tierras y huertas. Tal beneficio -ilku- podía transmitirse a los hijos o en su caso a la viuda. Por debajo de los oficiales —designados con el ideograma PA.PA— se encontraban los laputtu encargados del mando directo de los soldados -redu- que integraban la tropa. Los archivos de Mari nos proporcionan información acerca de los adivinos -barum- que acompañaban a las tropas y sin los cuales éstas no se ponían en marcha, práctica frecuente no sólo en la Babilonia de Hammurabi, y entre los hititas, sino en otros muchos ejércitos. Tras la concentración de los efectivos militares se reunían los presagios a fin de determinar la posición de los dioses cara a la futura batalla.
Las dimensiones de los ejércitos habían aumentado. Los documentos de Mari citan contingentes de trenta mil hombres, y en cualquier caso los ejércitos de veinte mil combatientes no eran raros. Tropas de escolta o de refuerzo solían estar integradas por ocho o diez mil hombres, aunque las expediciones secundarias utilizaban contingentes mucho más modestos de entre quinientos y dos mil hombres según el caso. Pero no en todas partes los efectivos militares movilizados para una campaña eran tan numerosos. La capacidad de movilización dependía de la base territorial y demográfica, así como de la política de alianzas, que constituyó una característica del periodo paleobabilónico. En época de Shamshi Adad I, que llevaría a Asiria a su primer esplendor militar, el rey Anita de Kussara, responsable de la unificación del país de Hatti, disponía de un ejército de cuarenta carros y mil cuatrocientos soldados. La guerra de sitio, que no fue desconocida de los sumerios, utilizaba medios y procedimientos como la zapa y rampas de ataque sobre las que se desplazaban las torres de asalto.
Las potentes murallas de Uruk constituyen, junto con otros, un claro indicio de que la paz no era un hecho general ni predominante en el país sumerio durante el periodo dinástico arcaico. Los conflictos locales por cuestiones de lindes y territorios, como las guerras entre las ciudades de Umma y Lagash, fueron bastante frecuentes y se presentaban ante la población ideologizados como combates que tenían lugar entre los respectivos dioses. Aunque había divinidades relacionadas con la guerra, como la diosa Innana, se trataba de la lucha que enfrentaba a las divinidades tutelares de cada ciudad. La guerra, aunque frecuente era un asunto que no había cobrado aún las dimensiones políticas, sociales e ideológicas que alcanzaría después, y como un asunto más de Estado se mezclaba con la diplomacia en la que la mediación de una tercera parte -normalmente una ciudad prestigiosa como Kish o un santuario como Nippur- cobraba una gran importancia a fin de resolver los conflictos. No obstante, cuando la guerra era dirigida hacia el exterior, hacia las poblaciones lejanas o no "civilizadas" de los paises de la periferia, como los nómadas o los montañéses, cambiaba radicalmente de significado. Ya no era el asunto de los dioses tutelares de dos o más ciudades que disputaban entre sí, sino la exigencia del reconocimiento de su soberanía por las poblaciones "bárbaras" a las que se debía someter, al menos en el plano teórico y en el de las realizaciones simbólicas. Tales ideas descansaban sobre una forma de pensamiento arcaico: la ciudad, el reino, el mundo sumerio "civilizado" en definitiva, constituían el centro del mundo por designio de los dioses y todo lo externo era por consiguiente inferior y suceptible de ser dominado. En tal sentido, una acción puntual, cual pudiera ser una expedición a la "Montaña de Los Cedros", además de proporcionar en la práctica la apreciada madera del Libano, servía para mostrar en el plano simbólico la sumisión de la periferia "barbara". Precisamente a partir de tales conceptos y prácticas habría de generarse la ideología del "dominio universal".
Los sumerios, que en tiempos de guerra eran movilizados mediante un sistema de levas para formar una milicia campesina que reforzaba a la guardia palaciega, combatían en formación cerrada alineados en falanges de infantería pesada, armados con altos escudos cuadrangulares, largas picas, hachas y cascos de cobre revestidos de cuero. Un armamento condicionado sin duda por la disponibilidad tecnológica así como por el carácter mayoritario de las tropas, una milicia que solo temporalmente recibía adiestramiento. Los efectivos eran asímismo reducidos. Un templo podía proporcionar unos quinientos o seiscientos combatientes y una fuerza de unos cinco mil combatientes era un ejército enorme para la época.
a similitud en el armamento y la táctica desplegada entre sumerios y griegos ha sido ya señalada (Harmand, 1985, 131), más como quiera que entre ambos media una distancia tecnológica notable, parece que la afinidad debe buscarse en el componente social de tal tipo de tropas. En ambos casos no se trata de soldados profesionales, sino de gentes, habitualmente campesinos, que son movilizados en circunstancias concretas. Su adiestramiento es por tanto restringido, lo que explica, más que por desconocimiento, que no emplearan armas y tácticas que requerían una instrucción más regular. Sumerios y acadios habitaban las mismas tierras y convivían de cerca, lo que convierte en sumamente improbable que los sumerios no conocieran el arco y la jabalina de los acadios. Aún así, el adiestramiento que precisa la utilización de armas arrojadizas como éstas es bastante incompatible con la milicia campesina y se adecúa mejor a un ejército profesional, como el formado por Sargón, o a las actividades de los nómadas. Estos son cazadores además de pastores, eliminando así el riesgo que las alimañas representan para su ganado, y disponen mientras lo vigilan cuando pasta o descansa de tiempo necesario para adiestrarse. El campesino, sencillamente, no podía emplear los momentos de menor trabajo agrícola para adiestrarse en el uso de tales armas, ya que era entonces cuando era reclamado por las autoridades para trabajar en la reparación de los canales, en las murallas o en cualquier otro tipo de trabajos comunes.
Ejército y guerra en los primeros imperios.
Sin duda sería exagerado atribuir los triunfos militares de Sargón de Akkad a las diferencias de armamento entre los sumerios y los acadios. Ciertamente los soldados acadios portaban armas más ligeras y, sobre todo, generalizaron el uso del arco, pero si ello les aportó, sin duda, una gran ventaja sobre las falanges de la infantería pesada sumeria, no es menos cierto que la guerra había también experimentado un cambio en cuanto a su concepción y objetivos, cambio ocasionado por la ideología del "dominio universal" que constituía un acicate para su práctica. Por lo demás el triunfo de Sargón no se produjo de forma tan repentina como para poder achacarlo únicamente a las ventajas del armamento y las tácticas empleadas por los acadios, sino que, tras derrotar a Lugalzaguesi, que previamente había unificado Sumer, se enfrentó a lo largo de muchas campañas con los ensi locales hasta conseguir derrotarlos completamente. Más que una simple cuestión de ventaja táctica y de armamento, que sin duda tuvo su incidencia, parece una cuestión de empeño inmersa en un concepto nuevo de las relaciones políticas y de la misma guerra, que él toma seguramente de los últimos reyes sumerios que ya habían albergado aspiraciones de hegemonía, favorecido todo ello por el hecho de que los cada vez más frecuentes conflictos acabaron por debilitar a las ciudades meridionales.
A partir de formulaciones más elementales el propio reino, que incluye las ciudades sometidas, pasa a ser considerado el centro del mundo mientras que el resto no es más que algo exterior que, por el mismo hecho de existir, muestra ya su rebeldía hacia el orden dispuesto por los dioses. Los extranjeros, los extraños, los habitantes de ese "mundo exterior" son "rebeldes" por el hecho mismo de no estar sometidos a la autoridad de la única realeza que agrada a los dioses y, por tanto, destinada a gobernar la totalidad del mundo para ellos. Por consiguiente son enemigos que deben ser tratados sin contemplaciones. Tal concepción monocéntrica perfila una noción de frontera a la que se sitúa en los confines del mundo. El mar, detrás del cual no existe nada, o en su defecto una montaña inaccesible o un gran río, esto es, un accidente geográfico difícil de salvar, son utilizados para delimitar con cierta precisión los confines del mundo en los que se ubica la frontera. Del "Mar Superior" (Mediterráneo) al "Mar Inferior" (Golfo pérsico) de la Montaña de Los Cedros (Amanus, Líbano) a la Montaña de la Plata (Tauro) tales límites configuran un mapa ideal del dominio universal de la realeza que, sin embargo, se mueve más en un plano simbólico que real y práctico. El sometimiento de todas las poblaciones que habitan dicho mundo resulta la mayor de las veces problemático cuando no comprometido, por lo que se recurre al plano simbólico a fin de apoyar la idea de que tal sometimiento se ha producido. Si en la práctica no se pueden conquistar y mantener sometidos a todos los pueblos que habitan los confines del mundo bastará con un signo de que en realidad es una empresa posible. Este signo será un acto cargado de simbolismo, como erigir una estela, lavar las armas en las orillas del mar, lo que supone que la autoridad del rey se halla presente en dichos confines por lo que puede reclamarlos como suyos.
En lo que a la organización de las tropas concierne, poco es lo que sabemos de tales ejércitos. Es preciso esperar a la época de Hammurabi para saber que al frente de las tropas -cuya jerarquía es precisamente la que ahora mejor conocemos- se encontraba el ugula-martu con su subordinado el wakil amurrim, que en un principio había sido el jefe de los contingentes integrados por amoritas para convertirse luego en un cargo militar indiferenciado. El reclutamiento dependía de los gobernadores de provincias que actuaban ante las órdenes del rey, llevándose a cabo la leva tanto entre la población sedentaria como entre los nómadas. Al margen de las levas circunstanciales existía un cuerpo profesional bien entrenado que tenía a su cargo la formación de cuadros de mando y oficiales. Unos y otros pertenecían a la clase social de los awilu y recibían como pago a sus servicios el usufructo de haciendas que constaban de una casa con tierras y huertas. Tal beneficio -ilku- podía transmitirse a los hijos o en su caso a la viuda. Por debajo de los oficiales —designados con el ideograma PA.PA— se encontraban los laputtu encargados del mando directo de los soldados -redu- que integraban la tropa. Los archivos de Mari nos proporcionan información acerca de los adivinos -barum- que acompañaban a las tropas y sin los cuales éstas no se ponían en marcha, práctica frecuente no sólo en la Babilonia de Hammurabi, y entre los hititas, sino en otros muchos ejércitos. Tras la concentración de los efectivos militares se reunían los presagios a fin de determinar la posición de los dioses cara a la futura batalla.
Las dimensiones de los ejércitos habían aumentado. Los documentos de Mari citan contingentes de trenta mil hombres, y en cualquier caso los ejércitos de veinte mil combatientes no eran raros. Tropas de escolta o de refuerzo solían estar integradas por ocho o diez mil hombres, aunque las expediciones secundarias utilizaban contingentes mucho más modestos de entre quinientos y dos mil hombres según el caso. Pero no en todas partes los efectivos militares movilizados para una campaña eran tan numerosos. La capacidad de movilización dependía de la base territorial y demográfica, así como de la política de alianzas, que constituyó una característica del periodo paleobabilónico. En época de Shamshi Adad I, que llevaría a Asiria a su primer esplendor militar, el rey Anita de Kussara, responsable de la unificación del país de Hatti, disponía de un ejército de cuarenta carros y mil cuatrocientos soldados. La guerra de sitio, que no fue desconocida de los sumerios, utilizaba medios y procedimientos como la zapa y rampas de ataque sobre las que se desplazaban las torres de asalto.