La trasmisión de la autoridad desde el rey a sus funcionarios constituía el factor del que dependía el gobierno y la administración. Autoridad para realizar el censo, supervisar la construcción y el mantenimiento de las obras de templos, murallas y canales, reclutar la fuerza de trabajo necesaria, dirigir el comercio, cobrar las tasas y los impuestos, actividades todas ellas que requerían un personal numeroso y especializado. Este era el ámbito era en el que los dependientes de palacio ejercían su actividad. Dignatarios, funcionarios, supervisores, escribas constituían una cadena jerárquica mediante la cual se efectuaba la trasmisión de la autoridad -las decisiones del rey- y por la que llegaban al palacio los bienes y recursos necesarios para mantener a todo el personal cortesano y burocrático, así como a las tropas, y mantener bien alto el prestigio del rey, lo que suponía un elevado gasto suntuoso. Así que no resulta una exageración afirmar que en gran medida el aparato de gobierno y administrativo era, sobre todo, un aparto exactor, que aseguraba los medios y procedimientos para que las comunidades -aldeas y ciudades- entregaran a su debido tiempo las cantidades de bienes y servicios debidos al palacio. Como parece obvio, la complejidad del sistema administrativo era pareja a la magnitud de lo administrado, aunque el principio es básicamente el mismo en todas partes, tanto para una ciudad sumeria de dimensiones cantonales como para un imperio como el babilonio o el asirio.
Los medios que proporcionaban la capacidad de hacer anotaciones y realizar cálculos adquirieron muy pronto una enorme importancia para los métodos y prácticas administrativos, en un sistema que operaba de forma redistributiva, almacenando el excedente entregado por los campesinos para retribuir a los artesanos, comerciantes, sacerdotes, militares y escribas. De ahí el enorme interés de la escritura, que se desarrolló a partir de procedimientos muy elementales. No obstante, la escritura no supuso la aparición de una nueva era, como popularmente se piensa -si bien para nosotros posibilita conocer, como hasta entonces no ha sido posible, la vida y la historia de aquellas gentes- sino la culminación de un proceso de complejidad cultural que encontró en ella un extraordinario medio de expresión y un método práctico y eficaz de registrar y trasmitir información.
Los métodos de cálculo, medida y anotación.
En la base de todo el aparato administrativo, facilitando y garantizando su funcionamiento, se encontraban los procedimientos de registro y cálculo, así como los de medida, sin los cuales la exacción no habría sido posible. Estos se desarrollaron muy tempranamente, en la transición misma a la época histórica, a partir de métodos elementales que dieron origen finalmente a un sistema de cómputo, uno de pesas y medidas, así como a la escritura. Ya en las primitivas ciudades sumerias, cuya vida giraba enteramente en torno al templo, la centralización y la especialización hacía preciso anotar un sin fin de operaciones que se realizaban cotidianamente y llevar un registro de ellas a fin de garantizar una correcta administración. Las medidas de peso, de capacidad y de extensión, tanto en línea como en área, fueron unificadas desde sus correspondencias antropomórficas originales (pie, palmo...) en una primera estandarización administrativa y vinculadas a un sistema numérico sexagesimal, que era el usado también para el cálculo, según el cual la unidad podía ser multiplicada o dividida por seis y por diez. Así, la unidad de medida de peso, el talento -originariamente el cráneo de un asno- tenía sesenta minas, cada una con sesenta siclos. La de capacidad, el gur, trescientas sila. Las medidas estandarizadas y oficiales eran custodiadas por las autoridades administrativas y se impuso un patrón de valores basado en la cebada y en la plata a fin de simplificar, administrativamente hablando, los cambios y transacciones entre los más diversos productos. En consecuencia, en el plano teórico, un siclo de plata equivalía, de acuerdo con la estandarización de los valores, a un gur de cebada, seis minas de lana y doce silas de aceite, aunque luego en la práctica diversos factores podían alterar estos valores.
Si obtener un calculo correcto de los bienes y servicios que fluían desde la comunidad al templo y de allí al personal especializado era importante, no lo era menos asegurar la integridad de todos ellos e impedir pérdidas o sustracciones. Para ello un primer paso importante consistió en utilizar sellos de piedra sobre superficies de arcilla como medio de garantía y propiedad, que aparecen ya en tiempos de El Ubaid con forma cuadrangular o redonda y con improntas de animales o signos geométricos que, en la práctica, equivalían a una firma. En la época de Uruk los sellos se vuelven cilíndricos lo que permite una impronta mayor por rotación sobre una superficie alargada, y empiezan a utilizarse para garantizar el contenido del recipiente, jarro, ánfora o saco, que ha sido de esta manera sellado. Dicha modificación tiene que ver muy directamente con el desarrollo de la economía redistributiva, en la que la exacción, almacenamiento y posterior distribución deben ser garantizados mediante la clausura de los contenedores y las estancias de los almacenes. El funcionario correspondiente, al estampar la impronta de su sello sobre la placa o crétula de arcilla que sella puertas o recipientes, aportará de esta forma la garantía definitiva a los actos de cerrar y abrir, convertidos en hechos administrativos precisos e importantes, pues proporcionaban así seguridad sobre la integridad del contenido y la legitimidad de su utilización o distribución (Liverani: 1988, 130). La figuras de las improntas de aquellos sellos de Uruk ilustran, por su parte, los procesos que nutren toda la actividad administrativa. Nos muestran escenas de la vida económica, social y política de la ciudad que se refieren a actividades especializadas, agrícolas, ganaderas y artesanales, de transporte terrestre y fluvial, de ofrendas en el templo, de acumulación en los almacenes, del rey defendiendo a ambos contra los enemigos o las alimañas, sintetizando de esta manera la actividad redistributiva que constituye el vórtice de la sociedad de aquellos tiempos (Collon: 1987).
Trasmisión y conservación de la información.
Pero no todo se limitaba a guardar y redistribuir, sellar y abrir, a proteger la circulación o la conservación de lo exactado. Determinadas operaciones administrativas no se hallaban físicamente ligadas a ningún objeto, sino que pretendían obtener información, o establecer la disposición de un servicio, para lo que se utilizaban "contraseñas" simbólicas en las que intervenían objetos de piedra, hueso o cerámica que representaban mediante su forma determinados productos y cantidades. Dentro de un envoltorio de arcilla cruda, sellado con la impronta de un funcionario, constituían mensajes que se enviaban de la administración central a la periférica y viceversa, mientras que en la práctica representaban la existencia de una "escritura objetual" de carácter embrionario. El siguiente paso, en un proceso que pretende ser más práctico y más explícito, consiste en poder llegar a conocer el contenido de la bola de arcilla sin necesidad de abrirla, para lo cual se grava sobre la superficie de la impronta del sello que lo garantiza la marca que deja la señal de los objetos que en su interior constituyen el mensaje. Pero entonces, ¿para que seguir enviándolos dentro de una bola de arcilla?. La bola se convierte, de esta forma, en la tablilla sobre la que se gravan la impronta del sello y signos que representan números y objetos, al tiempo que el código objetual se va convirtiendo en un código gráfico. Nació de esta forma la escritura, que representaba la culminación del proceso de especialización del trabajo y de personalización de las relaciones laborales y retributivas en el seno de una sociedad centralizada y redistributiva como aquella.
La escritura cuneiforme.
Dentro de este proceso la siguiente evolución se produjo cuando empezaron a sustituirse las marcas realizadas por los objetos utilizados como contraseña por dibujos de los mismos, con lo que aparece hacia el 3200 a. C. (Uruk IV) la que denominamos escritura pictográfica. Más que de una escritura propiamente se trata, en realidad, de una evolución y perfeccionamiento del sistema de las contraseñas. Los signos o pictogramas están ejecutados con trazos lineales con los que se realiza un amplio repertorio; partes del cuerpo humano o de animales, vegetales, útiles y herramientas, elementos de la naturaleza, son dibujados con trazos simples y precisos que permiten generalmente identificar aquello que ha sido representado por el signo. Pronto el repertorio de imágenes se amplía, habiendo desaparecido la limitación objetual. La ampliación del repertorio gráfico así como la tendencia a la estilización propia de la técnica de los escribas -el personal especializado en la técnica del registro- que debían realizar numerosas anotaciones en una jornada de trabajo, desembocó finalmente en la escritura cuneiforme, a base de signos en forma de cuña realizados con el extremo inferior de una caña afilada sobre la tableta cruda de arcilla. No obstante, la una no fue el resultado lógico de la otra ya que ente ambas existen importantes diferencias conceptuales, por lo que en medio hubo de haber existido una elaboración intelectual importante. Los signos de la escritura pictográfica, en cuanto que evocan imágenes y asociaciones de imágenes fácilmente concebibles (la de un pie, andar; la de una mano, trabajar; un pie y un árbol, andar por el bosque; una mano y una espiga, trabajar en el campo; una mujer y una montaña, la esclava etc) poseen un valor universal, de ahí su utilidad, pero al mismo tiempo solo pueden expresar ideas muy generales, ya que el signo representa una cosa y no una palabra, por lo que no sirven más que para expresar con cierta facilidad ideas abstractas, pero no permiten describir ni explicar en su totalidad una situación concreta.
El paso del pictograma al ideograma, en el que por imperativo de los útiles y la técnica empleada los trazos curvos son imposibles, sustituyéndose por trazos rectos con aspecto de cuña, supuso la pérdida del realismo originario, con lo que aquello que se representa acabó por convertirse en un signo abstracto. Con la combinación de los trazos -cuñas verticales, horizontales e inclinadas de distinto tamaño- se formó un sistema de varios centenares de signos a los que se fue dotando del valor fonético de una determinada sílaba que se añadía a su significación ideográfica originaria. Así la escritura pasó a tener un valor silábico que, mediante la combinación de signos, permitía escribir palabras sin tener en cuenta el significado conceptual de cada uno de los que las componían, si bien determinados conceptos continuaron escribiéndose de forma ideográfica, sobre todo aquellos que poseían una información determinativa, como la estrella que daba a entender que el nombre que seguía era el propio de un dios. Con el tiempo, el valor silábico terminó predominando sobre el ideográfico de tal manera que, cuando se paso a escribir en líneas horizontales de izquierda a derecha -lo que se ajustaba mejor a la forma y superficie de la tablilla que la manera originaria de escribir en columnas verticales de arriba a bajo y de derecha a izquierda- los signos quedaron tumbados, lo que pictográficamente hubiera sido un absurdo, prueba del predominio de su valor silábico.
Aunque la escritura cuneiforme, fonético-silábica, se formó en ambiente sumerio, su adaptación a la lengua semita, el acadio, constituyó un gran estimulo para su desarrollo. Al ser el acadio una lengua de tipo flexional, a diferencia del sumerio que era aglutinante, en la que, por consiguiente, las palabras cambian su significado sin modificar su raíz, añadiendo prefijos y sufijos, el resultado fue la utilización de palabras en su mayoría plurisilábicas, frente a la mayoría monosilábicas del sumerio. Así, los acadios tuvieron que utilizar signos, que para los sumerios correspondían a una palabra, para designar las sílabas de las suyas, por lo que si bien conservaban su valor fonético perdieron todo su contenido semántico. Se comprende entonces que se haya producido en este contexto la transformación completa a una escritura fonética. El primitivo signo sumerio que correspondía a una palabra en aquella lengua se utiliza por el sonido que representa, que en acadio constituye una sílaba de una palabra y posee, además, un significado semántico distinto.
De la escritura fonética a la alfabética.
A pesar de sus evidentes ventajas respecto a la escritura pictográfica, el sistema cuneiforme, que predominó en todo el Próximo Oriente durante siglos, adaptado a las diversas lenguas, tenía también sus inconvenientes. En la práctica resultaba una mezcla de escritura fonética e ideográfica, por lo que al gran número de signos se añadía la dificultad de que cada uno de ellos podía poseer un valor ideográfico y varios valores fonéticos. Se comprende, por ello, que el conocimiento de la técnica de la escritura requiriera una auténtica especialización que recaía en el escriba, que también debía conocer los métodos de cálculo y procedimientos contables, así como la forma de redactar una carta o un contrato. Todo ello no comportaba un problema excesivo, y de hecho el sistema había mostrado su utilidad, cuando se trataba de la administración realizada en los palacios y los templos. Tal vez por ello fue en un contexto, el país de Canaán, donde los templos y palacios, aunque presentes, no tenían la dimensión ni la tradición de la cultura del escriba como en Mesopotamia, donde finalmente y en el transcurso de los siglos XVI y XV a. C. hizo su aparición un nuevo sistema, el alfabético, que se basaba en el valor unívoco de los signos. Que hubo allí diversos intentos de conseguir un sistema de escritura más ágil está probado por el hecho de haber sido encontrado en Ugarit y algunos otros sitios una especie de alfabeto cuneiforme que estuvo en uso durante la segunda mitad del segundo milenio.
La escritura alfabética, en la que quizá Egipto pudo haber ejercido cierta influencia a través de una especie de alfabeto que los egipcios ya poseían para escribir los nombres extranjeros, se concretó en el sistema del alfabeto lineal cananeo, el más antiguo de todos los alfabetos orientales, y supuso la utilización de signos con un valor fonético dado para formar las sílabas que componen una palabra. El resultado implica una disminución drástica del número de signos necesarios y la posibilidad de utilizar soportes distintos a la arcilla, el cuero o el papiro, para escribir. Resultado, en realidad, de una profundización del análisis fonético y de las exigencias de un método de escritura más ágil en un medio predominantemente comercial como era aquel, la escritura alfabética conoció una vigorosa expansión durante el primer milenio vinculada a lenguas como el fenicio, el hebreo o el arameo.
Los medios que proporcionaban la capacidad de hacer anotaciones y realizar cálculos adquirieron muy pronto una enorme importancia para los métodos y prácticas administrativos, en un sistema que operaba de forma redistributiva, almacenando el excedente entregado por los campesinos para retribuir a los artesanos, comerciantes, sacerdotes, militares y escribas. De ahí el enorme interés de la escritura, que se desarrolló a partir de procedimientos muy elementales. No obstante, la escritura no supuso la aparición de una nueva era, como popularmente se piensa -si bien para nosotros posibilita conocer, como hasta entonces no ha sido posible, la vida y la historia de aquellas gentes- sino la culminación de un proceso de complejidad cultural que encontró en ella un extraordinario medio de expresión y un método práctico y eficaz de registrar y trasmitir información.
Los métodos de cálculo, medida y anotación.
En la base de todo el aparato administrativo, facilitando y garantizando su funcionamiento, se encontraban los procedimientos de registro y cálculo, así como los de medida, sin los cuales la exacción no habría sido posible. Estos se desarrollaron muy tempranamente, en la transición misma a la época histórica, a partir de métodos elementales que dieron origen finalmente a un sistema de cómputo, uno de pesas y medidas, así como a la escritura. Ya en las primitivas ciudades sumerias, cuya vida giraba enteramente en torno al templo, la centralización y la especialización hacía preciso anotar un sin fin de operaciones que se realizaban cotidianamente y llevar un registro de ellas a fin de garantizar una correcta administración. Las medidas de peso, de capacidad y de extensión, tanto en línea como en área, fueron unificadas desde sus correspondencias antropomórficas originales (pie, palmo...) en una primera estandarización administrativa y vinculadas a un sistema numérico sexagesimal, que era el usado también para el cálculo, según el cual la unidad podía ser multiplicada o dividida por seis y por diez. Así, la unidad de medida de peso, el talento -originariamente el cráneo de un asno- tenía sesenta minas, cada una con sesenta siclos. La de capacidad, el gur, trescientas sila. Las medidas estandarizadas y oficiales eran custodiadas por las autoridades administrativas y se impuso un patrón de valores basado en la cebada y en la plata a fin de simplificar, administrativamente hablando, los cambios y transacciones entre los más diversos productos. En consecuencia, en el plano teórico, un siclo de plata equivalía, de acuerdo con la estandarización de los valores, a un gur de cebada, seis minas de lana y doce silas de aceite, aunque luego en la práctica diversos factores podían alterar estos valores.
Si obtener un calculo correcto de los bienes y servicios que fluían desde la comunidad al templo y de allí al personal especializado era importante, no lo era menos asegurar la integridad de todos ellos e impedir pérdidas o sustracciones. Para ello un primer paso importante consistió en utilizar sellos de piedra sobre superficies de arcilla como medio de garantía y propiedad, que aparecen ya en tiempos de El Ubaid con forma cuadrangular o redonda y con improntas de animales o signos geométricos que, en la práctica, equivalían a una firma. En la época de Uruk los sellos se vuelven cilíndricos lo que permite una impronta mayor por rotación sobre una superficie alargada, y empiezan a utilizarse para garantizar el contenido del recipiente, jarro, ánfora o saco, que ha sido de esta manera sellado. Dicha modificación tiene que ver muy directamente con el desarrollo de la economía redistributiva, en la que la exacción, almacenamiento y posterior distribución deben ser garantizados mediante la clausura de los contenedores y las estancias de los almacenes. El funcionario correspondiente, al estampar la impronta de su sello sobre la placa o crétula de arcilla que sella puertas o recipientes, aportará de esta forma la garantía definitiva a los actos de cerrar y abrir, convertidos en hechos administrativos precisos e importantes, pues proporcionaban así seguridad sobre la integridad del contenido y la legitimidad de su utilización o distribución (Liverani: 1988, 130). La figuras de las improntas de aquellos sellos de Uruk ilustran, por su parte, los procesos que nutren toda la actividad administrativa. Nos muestran escenas de la vida económica, social y política de la ciudad que se refieren a actividades especializadas, agrícolas, ganaderas y artesanales, de transporte terrestre y fluvial, de ofrendas en el templo, de acumulación en los almacenes, del rey defendiendo a ambos contra los enemigos o las alimañas, sintetizando de esta manera la actividad redistributiva que constituye el vórtice de la sociedad de aquellos tiempos (Collon: 1987).
Trasmisión y conservación de la información.
Pero no todo se limitaba a guardar y redistribuir, sellar y abrir, a proteger la circulación o la conservación de lo exactado. Determinadas operaciones administrativas no se hallaban físicamente ligadas a ningún objeto, sino que pretendían obtener información, o establecer la disposición de un servicio, para lo que se utilizaban "contraseñas" simbólicas en las que intervenían objetos de piedra, hueso o cerámica que representaban mediante su forma determinados productos y cantidades. Dentro de un envoltorio de arcilla cruda, sellado con la impronta de un funcionario, constituían mensajes que se enviaban de la administración central a la periférica y viceversa, mientras que en la práctica representaban la existencia de una "escritura objetual" de carácter embrionario. El siguiente paso, en un proceso que pretende ser más práctico y más explícito, consiste en poder llegar a conocer el contenido de la bola de arcilla sin necesidad de abrirla, para lo cual se grava sobre la superficie de la impronta del sello que lo garantiza la marca que deja la señal de los objetos que en su interior constituyen el mensaje. Pero entonces, ¿para que seguir enviándolos dentro de una bola de arcilla?. La bola se convierte, de esta forma, en la tablilla sobre la que se gravan la impronta del sello y signos que representan números y objetos, al tiempo que el código objetual se va convirtiendo en un código gráfico. Nació de esta forma la escritura, que representaba la culminación del proceso de especialización del trabajo y de personalización de las relaciones laborales y retributivas en el seno de una sociedad centralizada y redistributiva como aquella.
La escritura cuneiforme.
Dentro de este proceso la siguiente evolución se produjo cuando empezaron a sustituirse las marcas realizadas por los objetos utilizados como contraseña por dibujos de los mismos, con lo que aparece hacia el 3200 a. C. (Uruk IV) la que denominamos escritura pictográfica. Más que de una escritura propiamente se trata, en realidad, de una evolución y perfeccionamiento del sistema de las contraseñas. Los signos o pictogramas están ejecutados con trazos lineales con los que se realiza un amplio repertorio; partes del cuerpo humano o de animales, vegetales, útiles y herramientas, elementos de la naturaleza, son dibujados con trazos simples y precisos que permiten generalmente identificar aquello que ha sido representado por el signo. Pronto el repertorio de imágenes se amplía, habiendo desaparecido la limitación objetual. La ampliación del repertorio gráfico así como la tendencia a la estilización propia de la técnica de los escribas -el personal especializado en la técnica del registro- que debían realizar numerosas anotaciones en una jornada de trabajo, desembocó finalmente en la escritura cuneiforme, a base de signos en forma de cuña realizados con el extremo inferior de una caña afilada sobre la tableta cruda de arcilla. No obstante, la una no fue el resultado lógico de la otra ya que ente ambas existen importantes diferencias conceptuales, por lo que en medio hubo de haber existido una elaboración intelectual importante. Los signos de la escritura pictográfica, en cuanto que evocan imágenes y asociaciones de imágenes fácilmente concebibles (la de un pie, andar; la de una mano, trabajar; un pie y un árbol, andar por el bosque; una mano y una espiga, trabajar en el campo; una mujer y una montaña, la esclava etc) poseen un valor universal, de ahí su utilidad, pero al mismo tiempo solo pueden expresar ideas muy generales, ya que el signo representa una cosa y no una palabra, por lo que no sirven más que para expresar con cierta facilidad ideas abstractas, pero no permiten describir ni explicar en su totalidad una situación concreta.
El paso del pictograma al ideograma, en el que por imperativo de los útiles y la técnica empleada los trazos curvos son imposibles, sustituyéndose por trazos rectos con aspecto de cuña, supuso la pérdida del realismo originario, con lo que aquello que se representa acabó por convertirse en un signo abstracto. Con la combinación de los trazos -cuñas verticales, horizontales e inclinadas de distinto tamaño- se formó un sistema de varios centenares de signos a los que se fue dotando del valor fonético de una determinada sílaba que se añadía a su significación ideográfica originaria. Así la escritura pasó a tener un valor silábico que, mediante la combinación de signos, permitía escribir palabras sin tener en cuenta el significado conceptual de cada uno de los que las componían, si bien determinados conceptos continuaron escribiéndose de forma ideográfica, sobre todo aquellos que poseían una información determinativa, como la estrella que daba a entender que el nombre que seguía era el propio de un dios. Con el tiempo, el valor silábico terminó predominando sobre el ideográfico de tal manera que, cuando se paso a escribir en líneas horizontales de izquierda a derecha -lo que se ajustaba mejor a la forma y superficie de la tablilla que la manera originaria de escribir en columnas verticales de arriba a bajo y de derecha a izquierda- los signos quedaron tumbados, lo que pictográficamente hubiera sido un absurdo, prueba del predominio de su valor silábico.
Aunque la escritura cuneiforme, fonético-silábica, se formó en ambiente sumerio, su adaptación a la lengua semita, el acadio, constituyó un gran estimulo para su desarrollo. Al ser el acadio una lengua de tipo flexional, a diferencia del sumerio que era aglutinante, en la que, por consiguiente, las palabras cambian su significado sin modificar su raíz, añadiendo prefijos y sufijos, el resultado fue la utilización de palabras en su mayoría plurisilábicas, frente a la mayoría monosilábicas del sumerio. Así, los acadios tuvieron que utilizar signos, que para los sumerios correspondían a una palabra, para designar las sílabas de las suyas, por lo que si bien conservaban su valor fonético perdieron todo su contenido semántico. Se comprende entonces que se haya producido en este contexto la transformación completa a una escritura fonética. El primitivo signo sumerio que correspondía a una palabra en aquella lengua se utiliza por el sonido que representa, que en acadio constituye una sílaba de una palabra y posee, además, un significado semántico distinto.
De la escritura fonética a la alfabética.
A pesar de sus evidentes ventajas respecto a la escritura pictográfica, el sistema cuneiforme, que predominó en todo el Próximo Oriente durante siglos, adaptado a las diversas lenguas, tenía también sus inconvenientes. En la práctica resultaba una mezcla de escritura fonética e ideográfica, por lo que al gran número de signos se añadía la dificultad de que cada uno de ellos podía poseer un valor ideográfico y varios valores fonéticos. Se comprende, por ello, que el conocimiento de la técnica de la escritura requiriera una auténtica especialización que recaía en el escriba, que también debía conocer los métodos de cálculo y procedimientos contables, así como la forma de redactar una carta o un contrato. Todo ello no comportaba un problema excesivo, y de hecho el sistema había mostrado su utilidad, cuando se trataba de la administración realizada en los palacios y los templos. Tal vez por ello fue en un contexto, el país de Canaán, donde los templos y palacios, aunque presentes, no tenían la dimensión ni la tradición de la cultura del escriba como en Mesopotamia, donde finalmente y en el transcurso de los siglos XVI y XV a. C. hizo su aparición un nuevo sistema, el alfabético, que se basaba en el valor unívoco de los signos. Que hubo allí diversos intentos de conseguir un sistema de escritura más ágil está probado por el hecho de haber sido encontrado en Ugarit y algunos otros sitios una especie de alfabeto cuneiforme que estuvo en uso durante la segunda mitad del segundo milenio.
La escritura alfabética, en la que quizá Egipto pudo haber ejercido cierta influencia a través de una especie de alfabeto que los egipcios ya poseían para escribir los nombres extranjeros, se concretó en el sistema del alfabeto lineal cananeo, el más antiguo de todos los alfabetos orientales, y supuso la utilización de signos con un valor fonético dado para formar las sílabas que componen una palabra. El resultado implica una disminución drástica del número de signos necesarios y la posibilidad de utilizar soportes distintos a la arcilla, el cuero o el papiro, para escribir. Resultado, en realidad, de una profundización del análisis fonético y de las exigencias de un método de escritura más ágil en un medio predominantemente comercial como era aquel, la escritura alfabética conoció una vigorosa expansión durante el primer milenio vinculada a lenguas como el fenicio, el hebreo o el arameo.