A lo largo de los muchos siglos, el mal llamado arte de la guerra sufrió diversas modificaciones en el Próximo Oriente Antiguo. Las innovaciones tuvieron que ver con el armamento y con las tácticas, y sus implicaciones sociales fueron en ocasiones notables. Desde la primitiva falange sumeria hasta la caballería asiria del primer milenio, pasando por las tropas de carros típicas de la segunda mitad del segundo milenio o Bronce Tardío, los cambios fueron muchos e importantes, influyendo, no sólo en la forma de concebir y plantear las batallas, esto es, en la estrategia, sino también en el reclutamiento de las tropas, en los medios y la instrucción que se las proporcionaba, así como en las medidas de defensa adoptadas. Por supuesto, las repercusiones también alcanzaron a la arquitectura militar, en las obras de gran envergadura, como fue el desarrollo de los sistemas de fortificación de las ciudades, que no eran sino una respuesta a los progresos en la técnica y métodos de asedio y asalto, o la realización de sistemas de comunicaciones estratégicas, desarrollado al máximo por los asirios, que llegaron a abrir caminos para el avance rápido de las tropas en las montañas.
En líneas generales la estructura de los ejércitos del Próximo Oriente Antiguo dependía de la propia concepción que se tenía de la guerra, que era, ante todo, un asunto del rey y de los dioses. El trabajo de la guerra era un trabajo especializado como cualquier, otro realizado por dependientes de palacio en prestación ininterrumpida. A diferencia de los nómadas, aquellos ejércitos no estaban formados por el pueblo en armas, sino por una jerarquía de combatientes renumerados por el rey, que en caso de conflicto asumía una posición de élite a lado de los combatientes que el palacio obtenía por los mismos procedimientos por los que conseguía la demás mano de obra, la leva forzosa. Ejércitos poco entusiastas si se quiere, dada su composición mayoritaria de combatientes escasamente o nada incentivados, pero baratos al fin y al cabo, obtenidos con poco esfuerzo y fáciles de reemplazar. El escaso ímpetu combativo de tales soldados se compensaba precisamente con la presencia de las tropas de élite que, a partir de mediados del segundo milenio, cobraron una importancia extraordinaria con la aparición de los maryannu, combatientes especializados sobre carros tirados por caballos.
En cuanto a las formas estratégicas que adoptaba la guerra lo cierto es que, aunque se puede apreciar una cierta evolución, no variaron demasiado con el transcurso del tiempo y los distintos lugares. En este sentido los cambios en la estrategia tuvieron siempre que ver con la aparición de innovaciones tácticas, como ocurrió con los arqueros acadios o los posteriores combatientes en carros. La estratagema, combinación de astucia, información y previsión, era ampliamente utilizada y solía producir buenos resultados. La información se conseguía gracias el reconocimiento del terreno por lo carros o la caballería, mediante espías o prisioneros, y era trasmitida por un sistema de trasmisión a base de señales de fuego y, ya en el primer milenio, por correos a caballo. Estrategias de mayor alcance fueron la devastación sistemática, muy practicada por los hititas y los neoasirios, o la destrucción del adversario mediante inundaciones artificiales, bastante corriente en época de Hammurabi. Las expediciones relámpago con carros fueron muy utilizadas por los asirios del primer imperio que más tarde adoptaron una auténtica estrategia del terror, con empalamientos masivos y derroche de otras crueldades, convertidas ahora en el centro de una propaganda destinada a desmovilizar a sus adversarios.
Otro aspecto de la estrategia incluía la construcción de fortificaciones, bien en los confines del propio territorio o en las tierras conquistadas, lo que a menudo era acompañado de la destrucción de las fortalezas del enemigo. El esquema de tales fortificaciones era bastante parecido en todas partes, gruesos muros de ladrillo en ocasiones cimentados en piedra, como en los fortines hititas, rodeados de un foso que podía ser inundado y flanqueados por bastiones o torres a intervalos regulares y que, en saliente, protegían a cada lado los accesos al recinto. Los muros defensivos contra las amenazas exteriores se emplearon desde los tiempos de los reyes del imperio de Ur, que construyeron el "Muro del País" y el "Muro de los Martu". Hammurabi estableció, ya a finales de su reinado, una línea defensiva sobre el Tigris y el Eufrates, mientras que los hititas emplearon un dispositivo fronterizo de campamentos fortificados encomendados a tropas especiales.
Durante muchos siglos los ejércitos de los reinos e imperios próximo orientales no practicaron una guerra de conquista que supusiera la anexión de los territorios y, por ende, una ocupación de los mismos. La guerra de conquista, entendida como la ocupación permanente del territorio enemigo, no fue posible durante mucho tiempo debido a impedimentos logísticos y administrativos ocasionados por la falta de medios materiales, técnicos y humanos. Los impedimentos técnicos parecen haber tenido la mayor incidencia sobre todo "con respecto a la posibilidad de enviar y mantener ejércitos y guarniciones a cierta distancia de la capital, de comprometerse simultáneamente en varias direcciones, y, en definitiva, de ejercer un control (orden público, exacción de impuestos) a gran distancia.
Los aspectos técnicos tienen que ver con la rapidez de las comunicaciones (caminos impracticables en una parte del año, al menos para grandes tropas), la disponibilidad de personal administrativo, la capacidad financiera para emprender campañas militares, la posibilidad de superar las barreras lingüísticas, y otros problemas que requieren una experiencia progresiva y prolongada" (Liverani: 1988, 406). De hecho, no ocurrió nada semejante hasta la expansión asiria de la primera mitad del primer milenio, por lo que cabría preguntarse a cerca de la imposibilidad material de una guerra de este tipo, de un desinterés hacia la misma, derivado de una forma muy distinta de concebirla o tal vez de una mezcla de ambos.
Por último es preciso que diferenciemos entre guerra e invasión. Esta última no constituye un hecho político ni ideológico, o al menos no en el sentido en que lo era la guerra, aunque igualmente incluya elementos bélicos. Las causas son así mismo distintas. Lo cierto es que las invasiones que asolaron un tanto recurrentemente el Próximo Oriente durante la Antigüedad estaban motivadas por presiones de índole demográfica y económica ó constituían una respuesta violenta a la depredación de los reinos e imperios sobre su "periferia" cuyas condiciones empeoraban. Al mismo tiempo existe una diferencia de magnitud. La guerra era un hecho concreto, si bien frecuente, para las gentes de las ciudades y palacios, mientras que la invasión implicaba una realidad más amplia que implica de forma distinta a la gente que la protagoniza, ya que encierra también una diferencia en sus objetivos. El soldado que participa en una campaña regresa, ni no es muerto o capturado en combate, a su ciudad, no aspira a permanecer en el país enemigo sino a destruirlo o, al menos, debilitarlo. El invasor, por el contrario, busca una nueva tierra donde establecerse y si no lo consigue es porque es rechazado o contenido por las tropas y las fortificaciones de aquellos que ocupan la tierra que pretende ocupar. En tal contexto, la debilidad del contrario significa la propia superioridad, más que el aspecto numérico o de armamento, que sin duda también tuvieron su importancia. El ejemplo más conocido es el de los israelitas en la conquista de la "tierra prometida" en Canaán, pero podemos pensar en muchos otros, amoritas, guteos, kasitas, arameos... En este contexto la invasión tiene muchas concomitancias con la guerra tribal de la que hablaremos más adelante.
Guerra y ejército en el ámbito tribal.
Dos hechos marcaron el predominio de la guerra tribal frente a la guerra especializada propia de las gentes de las ciudades y palacios. Tales fueron la ruptura del equilibrio entre los grandes imperios que habían conformado el sistema político regional desde el siglo XV, y el auge de los nómadas. Frente a la guerra de aristócratas de la etapa precedente, el apogeo de las tribus introdujo la guerra total. Total porque es la guerra de toda la comunidad en armas y porque sus objetivos no persiguen una delimitación de fronteras o de zonas de influencia, ni obtener botín o prestigio, sino espacio vital, tierra propia, que puede llegar a implicar la destrucción del adversario y de sus bienes y pertenencias. En este sentido es una guerra de conquista, se logren o no lo objetivos, en la que se hallan comprometidos todos los miembros de la comunidad tribal.
Como podemos suponer tal tipo de guerra rompe con las reglas de juego propias de la guerra especializada al tiempo que destaca la astucia y el riesgo como elementos importantes con que hacer frente a contingentes más numerosos o mejor armados. Supone situar en un primer plano la estratagema y la escaramuza. Se trata una guerra motivacional y no un asunto de política exterior. Frecuentemente es una guerra a muerte porque no se lucha por el honor sino por la propia vida.
En líneas generales la estructura de los ejércitos del Próximo Oriente Antiguo dependía de la propia concepción que se tenía de la guerra, que era, ante todo, un asunto del rey y de los dioses. El trabajo de la guerra era un trabajo especializado como cualquier, otro realizado por dependientes de palacio en prestación ininterrumpida. A diferencia de los nómadas, aquellos ejércitos no estaban formados por el pueblo en armas, sino por una jerarquía de combatientes renumerados por el rey, que en caso de conflicto asumía una posición de élite a lado de los combatientes que el palacio obtenía por los mismos procedimientos por los que conseguía la demás mano de obra, la leva forzosa. Ejércitos poco entusiastas si se quiere, dada su composición mayoritaria de combatientes escasamente o nada incentivados, pero baratos al fin y al cabo, obtenidos con poco esfuerzo y fáciles de reemplazar. El escaso ímpetu combativo de tales soldados se compensaba precisamente con la presencia de las tropas de élite que, a partir de mediados del segundo milenio, cobraron una importancia extraordinaria con la aparición de los maryannu, combatientes especializados sobre carros tirados por caballos.
En cuanto a las formas estratégicas que adoptaba la guerra lo cierto es que, aunque se puede apreciar una cierta evolución, no variaron demasiado con el transcurso del tiempo y los distintos lugares. En este sentido los cambios en la estrategia tuvieron siempre que ver con la aparición de innovaciones tácticas, como ocurrió con los arqueros acadios o los posteriores combatientes en carros. La estratagema, combinación de astucia, información y previsión, era ampliamente utilizada y solía producir buenos resultados. La información se conseguía gracias el reconocimiento del terreno por lo carros o la caballería, mediante espías o prisioneros, y era trasmitida por un sistema de trasmisión a base de señales de fuego y, ya en el primer milenio, por correos a caballo. Estrategias de mayor alcance fueron la devastación sistemática, muy practicada por los hititas y los neoasirios, o la destrucción del adversario mediante inundaciones artificiales, bastante corriente en época de Hammurabi. Las expediciones relámpago con carros fueron muy utilizadas por los asirios del primer imperio que más tarde adoptaron una auténtica estrategia del terror, con empalamientos masivos y derroche de otras crueldades, convertidas ahora en el centro de una propaganda destinada a desmovilizar a sus adversarios.
Otro aspecto de la estrategia incluía la construcción de fortificaciones, bien en los confines del propio territorio o en las tierras conquistadas, lo que a menudo era acompañado de la destrucción de las fortalezas del enemigo. El esquema de tales fortificaciones era bastante parecido en todas partes, gruesos muros de ladrillo en ocasiones cimentados en piedra, como en los fortines hititas, rodeados de un foso que podía ser inundado y flanqueados por bastiones o torres a intervalos regulares y que, en saliente, protegían a cada lado los accesos al recinto. Los muros defensivos contra las amenazas exteriores se emplearon desde los tiempos de los reyes del imperio de Ur, que construyeron el "Muro del País" y el "Muro de los Martu". Hammurabi estableció, ya a finales de su reinado, una línea defensiva sobre el Tigris y el Eufrates, mientras que los hititas emplearon un dispositivo fronterizo de campamentos fortificados encomendados a tropas especiales.
Durante muchos siglos los ejércitos de los reinos e imperios próximo orientales no practicaron una guerra de conquista que supusiera la anexión de los territorios y, por ende, una ocupación de los mismos. La guerra de conquista, entendida como la ocupación permanente del territorio enemigo, no fue posible durante mucho tiempo debido a impedimentos logísticos y administrativos ocasionados por la falta de medios materiales, técnicos y humanos. Los impedimentos técnicos parecen haber tenido la mayor incidencia sobre todo "con respecto a la posibilidad de enviar y mantener ejércitos y guarniciones a cierta distancia de la capital, de comprometerse simultáneamente en varias direcciones, y, en definitiva, de ejercer un control (orden público, exacción de impuestos) a gran distancia.
Los aspectos técnicos tienen que ver con la rapidez de las comunicaciones (caminos impracticables en una parte del año, al menos para grandes tropas), la disponibilidad de personal administrativo, la capacidad financiera para emprender campañas militares, la posibilidad de superar las barreras lingüísticas, y otros problemas que requieren una experiencia progresiva y prolongada" (Liverani: 1988, 406). De hecho, no ocurrió nada semejante hasta la expansión asiria de la primera mitad del primer milenio, por lo que cabría preguntarse a cerca de la imposibilidad material de una guerra de este tipo, de un desinterés hacia la misma, derivado de una forma muy distinta de concebirla o tal vez de una mezcla de ambos.
Por último es preciso que diferenciemos entre guerra e invasión. Esta última no constituye un hecho político ni ideológico, o al menos no en el sentido en que lo era la guerra, aunque igualmente incluya elementos bélicos. Las causas son así mismo distintas. Lo cierto es que las invasiones que asolaron un tanto recurrentemente el Próximo Oriente durante la Antigüedad estaban motivadas por presiones de índole demográfica y económica ó constituían una respuesta violenta a la depredación de los reinos e imperios sobre su "periferia" cuyas condiciones empeoraban. Al mismo tiempo existe una diferencia de magnitud. La guerra era un hecho concreto, si bien frecuente, para las gentes de las ciudades y palacios, mientras que la invasión implicaba una realidad más amplia que implica de forma distinta a la gente que la protagoniza, ya que encierra también una diferencia en sus objetivos. El soldado que participa en una campaña regresa, ni no es muerto o capturado en combate, a su ciudad, no aspira a permanecer en el país enemigo sino a destruirlo o, al menos, debilitarlo. El invasor, por el contrario, busca una nueva tierra donde establecerse y si no lo consigue es porque es rechazado o contenido por las tropas y las fortificaciones de aquellos que ocupan la tierra que pretende ocupar. En tal contexto, la debilidad del contrario significa la propia superioridad, más que el aspecto numérico o de armamento, que sin duda también tuvieron su importancia. El ejemplo más conocido es el de los israelitas en la conquista de la "tierra prometida" en Canaán, pero podemos pensar en muchos otros, amoritas, guteos, kasitas, arameos... En este contexto la invasión tiene muchas concomitancias con la guerra tribal de la que hablaremos más adelante.
Guerra y ejército en el ámbito tribal.
Dos hechos marcaron el predominio de la guerra tribal frente a la guerra especializada propia de las gentes de las ciudades y palacios. Tales fueron la ruptura del equilibrio entre los grandes imperios que habían conformado el sistema político regional desde el siglo XV, y el auge de los nómadas. Frente a la guerra de aristócratas de la etapa precedente, el apogeo de las tribus introdujo la guerra total. Total porque es la guerra de toda la comunidad en armas y porque sus objetivos no persiguen una delimitación de fronteras o de zonas de influencia, ni obtener botín o prestigio, sino espacio vital, tierra propia, que puede llegar a implicar la destrucción del adversario y de sus bienes y pertenencias. En este sentido es una guerra de conquista, se logren o no lo objetivos, en la que se hallan comprometidos todos los miembros de la comunidad tribal.
Como podemos suponer tal tipo de guerra rompe con las reglas de juego propias de la guerra especializada al tiempo que destaca la astucia y el riesgo como elementos importantes con que hacer frente a contingentes más numerosos o mejor armados. Supone situar en un primer plano la estratagema y la escaramuza. Se trata una guerra motivacional y no un asunto de política exterior. Frecuentemente es una guerra a muerte porque no se lucha por el honor sino por la propia vida.