Las sociedades nómadas y aldeanas

La familia nómada está constituida por un grupo de parentesco amplio, vinculado con otros grupos afines que juntos forman un grupo más extenso o clan. Varios clanes componen un tribu. Y las tribus pueden confederarse en uniones mayores, lo que ocurría con motivo de alianzas políticas o guerreras. Formar parte del grupo, compartir una misma línea de descendencia, constituye un elemento de reconocimientoo social en sí mismo. La estructura de la familia solía ser patriarcal, realizándose la filiación y la herencia por línea masculina. Las condiciones en que se desarrollaba la vida de los pastores nómadas y seminómadas hacían necesario preservar, una vez casados, a los hijos y sus mujeres como fuerza de trabajo en el hogar paterno, lo que servía para potenciar notablemente la autoridad y el poder del patriarca (el varón adulto de mayor edad). Una familia amplia, o extensa como gustan de llamarla los antropólogos, posee además otro tipo de ventajas relacionadas con la economía tribal. Dispersa los riesgos económicos, absorbiéndo sin demasiada dificultad la baja productividad de los trabajadores débiles o incapacitados. Al equipar a sus productores para actividades diversificadas y extensas puede entregarse simultáneamente a tareas diversas, como el pastoreo, el cultivo agrícola, la caza y recolección, desplegándose incluso en un vasto territorio para explotar diferentes oportunidades locales. Algunos de sus miembros pueden permanecer durante meses cuidando de huertos apartados o trasladando y vigilando los ganados en las zonas de pasto, mientras otros permanecen en la casa, ocupados en tejer, pescar u otro tipo de actividades.

Además de los linajes y clanes existían otros grupos suprafamiliares que se atenían al criterio de edad, como los "ancianos", y sexo, caso de las mujeres en edad nubil. La posición dentro de la comunidad social de los miembros de tales grupos no quedaba definida tanto por los lazos de familiares y de parentesco cuanto por los criterios aludidos, unidos a determinados usos laborales y a ciertas expectativas sociales. Tanto en la tribu como en el poblado los "ancianos" gozaban de autoridad y prestigio, mientras que las mujeres casaderas constituían una activo notable a la hora de estrechar vínculos y alianzas con otros grupos de parentesco. Por eso su posición era distinta a la de las mujeres casadas y a la de aquellas que ya habían superado la edad de procrear. La posición de los niños, y los jóvenes tampoco era similar a la de los adultos. De esta manera cada persona se insertaba en su comunidad a dos niveles diferentes pero interpenetrados, como miembro de un determinado grupo de parentesco y como miembro de un determinado grupo de edad o sexo.

La diferencia entre los dos niveles radica, sobre todo, en la variabilidad del segundo. Si ser varón o mujer constituyen realidades sociales determinadas por factores biológicos, ser mujer en edad núbil no es un estado permanente sino una situación transitoria. De la misma manera ser niño constituye otra situación transitoria que se resolverá con el paso a una nueva situación de joven adulto. Ritos específicos permiten y sancionan el tránsito de una situación a otra, revistiendo el momento y el hecho -que en ocasiones se expresa por medio de una muerte y renacimiento simbólicos- de un marcado carácter ceremonial, lo que señala el fuerte sentido socializador de tales prácticas. La posición social de las personas, en aquellas condiciones en las que no se había producido una acumulación de riqueza procedente del comercio o de las incursiones, quedaba pues establecida por tales condicionantes.

La esclavitud y la servidumbre, que en las comunidades nómadas adquiría siempre formas domésticas, se articulaban asimismo en el seno de la familia amplia patriarcal. Podían ser prisioneros capturados en un incursión o personas arruinadas y deudores insolventes forzados por las circunstancias a trabajar fuera de su familia. Respecto a estos últimos, la propia tradición tribal y la solidaridad interfamiliar podía actuar eficazmente a fin de paliar su situación. Entre los primitivos israelitas, por ejemplo, existía una ley por la cual un siervo debía de ser liberado tras cumplir seis años de trabajos para su amo: "Si compras un siervo hebreo te servirá por seis años; al séptimo saldrá libre, sin pagar nada. Si entró solo, solo saldrá; si teniendo mujer, marchará con su mujer. Pero si el amo le dio mujer y ella le dio a él hijos o hijas, la mujer y los hijos serán del amo, y el saldrá solo" (Exodo, 2-4). De acuerdo con otra norma, los esclavos debían ser liberados con motivo del jubileo, que se celebraba cada cincuenta años, aunque desconocemos su origen y aplicabilidad. A aquellos que habían llegado a la esclavitud por la miseria hay que sumar los ladrones incapaces de restituir, ellos o sus familiares, el contravalor de lo robado.

A menudo los esclavos solían ser pastores que ayudaban a sus amos y eran responsables ante ellos de las pérdidas que sufriera el rebaño, por lo que eran duramente castigados. No obstante, podían quedar frecuentemente integrados en la estructura suprafamiliar con base en el parentesco (linajes, clanes), en una situación similar a la de sus amos por medio de las costumbres de hospitalidad. El siervo de un señor enviado a otra casa por éste, como portador de algún recado o tratante de cualquier asunto, será recibido de la misma forma en que su señor habría sido acogido. La base gentilicia y las normas de hospitalidad aseguraban, de esta manera, una sociabilidad mínima indispensable de cara a aquellas personas, como lo esclavos o los extranjeros, que de otra manera habrían quedado totalmente marginados de cualquier posibilidad de relación social. El extranjero o el extraño, aquel que no participa de la estructura suprafamiliar de parentesco, no adscrito por tanto a ningún clan o linaje, puede ser reconocido por sus vínculos con una persona determinada, bien a través del procedimiento de la adopción, o, y esto resultaba mucho más frecuente, por medio de una relación de tipo clientelar.

La vida social se regía por normas consuetudinarias, o de costumbre, reforzadas por una fuerte vinculación religiosa con la tradición. Esta contenía un conjunto de normas y ejemplos acerca de lo que debía y no debía hacerse, de las consecuencias de una actitud u otra. La vida solo podía funcionar ordenadamente si se cumplía la tradición, que poseía en este sentido un gran poder normativo. Por supuesto, al tratarse de sociedades ágrafas, toda la trasmisión e interpretación de la tradición se realizaba por vía oral, recayendo en los "ancianos" -los jefes de clanes o linajes-, y otras personas que se consideraba sabias o inspiradas, su interpretación y aplicación en caso de conflicto social. Fuera de este contexto los asuntos eran arreglados por los grupos de parentesco de acuerdo con el principio extendido de la solidaridad y ayuda mutua entre parientes. La aplicación extrema de tal principio en caso de grave afrenta o daños importantes se plasmaba en una revancha que podía adquirir los rasgos de venganzas de sangre. En este tipo de sociedades, en las que las relaciones entre individuos no están reguladas por las reglas dictadas desde algún palacio, la venganza no debe entenderse como una forma turbulenta y emocional de dar una lección a quien es enemigo, sino, ante todo, de restablecer el equilibrio sin el cual no es posible olvidar la afrenta, ni curar la herida provocada en el seno de la propia familia. Por supuesto los intereses de los grupos de parentesco se hallaban supeditados al conjunto social, por lo que las venganzas no podían sucederse indefinidamente. En algún punto era necesario encontrar una satisfacción y si las familias enzarzadas en un disputa no eran capaces de hallarla por si solas, restableciendo de este modo el equilibrio y la concordia social, intervenía entonces toda la comunidad, representada por sus jefes, ejerciendo el arbitrio y dictando soluciones que debían ser acatadas.

El clan, -gayum- entre los amoritas del medio Eufrates, constituía la unidad económica y social por debajo de la tribu. Cuando habitaban en aldeas o villas se agrupaban en barrios específicos destinados a cada uno de los clanes en que se dividía la tribu y que se hallaban presentes en el asentamiento, de tal forma que algunas de estas localidades contaban sólo con unos pocos barrios, mientras que otras podían contener más de treinta. Los haneos, por ejemplo, se hallaban integrados en ocho o nueve clanes cuyos miembros se consideraban hermanos, de acuerdo a la más genuina tradición tribal. Por debajo existían aún los bit abim, unidades menores, probablemente linajes. Los benjamitas y los suteos, al igual que los israelitas, constituían una confederación tribal. Cinco eran las tribus que integraban la confederación benjamita y tres o cuatro las de los suteos. La confederación tribal permanece unida por un interés común, reconoce a un jefe superior que la representa en sus relaciones con el exterior, posee un nombre común y un sentimiento de homogeneidad a partir de una genealogía compartida, ya sea verdadera o imaginaria. Aquí se percibe una vez más una de las principales características de la sociedad tribal, la fuerza de los vínculos familiares y de parentesco. De hecho, en el nivel más elevado de la organización social, aquel de la confederación, las relaciones entre las tribus se establecen mediante lazos ficticios de fraternidad -"hermano" es una palabra frecuente que emplean los miembros de las diversas tribus cuando se reconocen como tales y se tratan entre sí- y de acuerdo a una descendencia que se considera o interpreta común.

Este tipo de estructura era también la propia de los israelitas, como leemos en la Biblia: "Os presentaréis mañana por tribus; y la tribu que Yavé designe se presentará por clanes; y el clan que Yavé señale, se presentará por familias; y la familia que determine Yavé, se presentará por varones" (Josué, 7, 14) y, de acuerdo con una documentación mucho más escasa, la de las tribus kasitas en Babilonia. Esta misma estructura se traslada a la guerra, en la que las divisiones por secciones tribales y familias son tenidos en cuenta para organización de las tropas. Cada uno combate junto a sus parientes más cercanos, lo que estimula el valor y la solidaridad. Los jefes de tribu, clanes, linajes y familias encabezan cada uno el mando de sus respectivos contingentes.

La sociedad de la tribu es, como aquella del poblado, una sociedad rural que contrasta notoriamente con la sociedad urbana. La tribu, o la sección tribal, y la aldea o poblado constituyen, por lo tanto, grupos o comunidades de personas emparentadas entre si, para las que el hecho fundamental radica en ese parentesco,o que es el que proporciona la cohesión social al grupo. "Solo parece existir una diferencia de grado entre los grupos de base local ("poblados") y los de base gentilicia ("tribus"): en los primeros la actividad agrícola sedentaria, con el reparto de las tierras y la construcción de casas permanentes, hace importantes, sobre todo, las relaciones de vecindario; en los segundos, el pastoreo nómada y la cohesión del grupo migratorio hacen más fuertes los vínculos personales. Pero en ambos casos el grado de parentesco es notable. Además, la simbiosis estrecha ente pastores y campesinos, el retorno regular de los grupos trashumantes a las mismas zonas, el hecho de que la tribu deje a veces una parte de sus miembros en los poblados son otros tantos elementos que contribuyen a reducir las diferencias, mientras que se afianza la contraposición con respecto a la sociedad urbana, organizada sobre la complementariedad de especializaciones diversas" (Liverani: 1987, 300).

La diversidad social, existente pese a la fuerte cohesión basada en el parentesco, se justifica a menudo por medio de la genealogía. Hay familias más ricas, en ganado y en tierras, y familias más pobres, familias mayores y familias más pequeñas, familias muy antiguas y otras muy jóvenes, o recién venidas, que ocupan un lugar social marginal o periférico. Las familias poderosas -el poder se establece a través de alianzas, matrimonios y la capacidad para movilizar trabajo ajeno, junto a la de influir en las decisiones de los otros- acumulan gran prestigio y pretenden una descendencia directa del antepasado tribal epónimo, asignando a las restantes familias una descendencia secundaria. Frente a lo que pudiera parecer la pobreza acusada constituía un freno poderoso a la solidaridad interfamiliar. Las familias muy pobres, poseedoras de un número de reses claramente insuficiente, ponen potencialmente en peligro el bienestar de otros grupos familiares que en un principio han acudido en su ayuda. El carácter extensivo de la economía pastoral, que impide cualquier intento de intensificación productiva, junto con la larga crianza del ganado influyen en ello notablemente. El crecimiento demográfico, favorecido en general por unas costumbres dietéticas e higiénicas más sanas que las de los agricultores sedentarios, y permitido en unos límites muy bajos por los factores que acabamos de señalar, sin ser la causa más importante, contribuye también en su medida. Finalmente la miseria expulsará a las familias más pobres que buscarán trabajo en la villa o la ciudad.