La explotación agrícola

Para hacer frente a la explotación de los recursos las gentes que habitaron el Próximo Oriente Antiguo desarrollaron medios e útiles que facilitaran su labor, domesticando animales que remplazaran al hombre en las tareas más fatigosas, como tirar del arado o de la carreta, fabricando herramientas y utensilios, como el arado, y creando algunas máquinas que, pese a su simpleza, como la rueda, la noria o la vela, tuvieron una enorme importancia. Ahora bien, todos estos aspectos técnicos aplicados a la obtención de los recursos se producían en un marco de relaciones entre las personas que permitía y garantizaba al mismo tiempo su eficaz aprovechamiento, lo que quiere decir que la técnica por si sóla no era suficiente si no se hallaba inserta, como en cualquier otra parte, en una organización de los esfuerzos y los medios, que es lo que la convierte en tecnología y la proporciona su dimensión social. Asociada a las relaciones que los hombres establecen entre sí y con su medio para satisfacer sus necesidades, la tecnología se halla en la base de la economía y se convierte en un elemento esencial de las fuerzas productivas.


Sistemas de explotación agrícola.
Básicamente, la distinción fundamental en el aprovechamiento del entorno y la utilización de los recursos materiales que éste proporcionaba es la que se estableció entre la agricultura sedentaria y el pastoralismo nómada. La distribución de los recursos junto con las pautas de pluviosidad y la distinta calidad de los suelos, que depende a su vez de factores topográficos y orográficos, configuraron las condiciones para una diversidad de subsistemas dentro de cada uno de los dos grandes grupos: pastoralismo de montaña, de estepa y semidesierto / agricultura de secano, de regadío a pequeña escala e irrigada. De todos ellos la agricultura irrigada es el que más potencial productivo posee, dada su capacidad para intensificar la explotación y aumentar los rendimientos, mediante el riego, los cultivos intensivos, y la colonización de nuevas tierras, permitiendo por tanto mantener poblaciones mayores y más densas que dieron lugar a sociedades más complejas y con un mayor desarrollo de las fuerzas productivas.

La Mesopotamia centromeridional dependía de los dos grandes ríos para la irrigación de su agricultura, ya que las lluvias eran escasas e irregulares y se producían en otoño e invierno. Durante la primavera, que se anunciaba ya en Febrero, y el comienzo del tórrido verano podía producirse la crecida de los ríos -regulados a lo largo de su curso por un complejo y elaborado sistema de diques, presas, embalses, acequias y canales- como consecuencia del deshielo producido en las cumbres de Armenia, donde el Eufrates y el Tigris tienen su nacimiento. Los meses estivales se prolongaban hasta bien entrado Noviembre y eran extremadamente calurosos, por lo que a menudo se hacía necesario alimentar al ganado con pienso previamente almacenado. El subsistema de agricultura de irrigación a gran escala ó hidráulica, que originó las primeras sociedades estatales se constituyó como un modelo sumamente centralizado, debido a la necesidad de coordinar los esfuerzos y la eficacia en la construcción y mantenimiento de la infraestructura hídrica que requería una gran inversión de fuerza de trabajo. Estaba integrado por una compleja red de presas, diques, embalses, canales y acequias destinada a conseguir el máximo aprovechamiento del agua y controlar las avenidas y riadas. Estas obras llegaron a alcanzar una gran envergadura, extendiéndose los canales a lo largo de muchos kilómetros y permitiendo, como en Mari (Margueron, 1991: 138 ss), la aparición de una floreciente ciudad junto a una llanura hasta entonces estéril.

La agricultura irrigada a pequeña escala y la agricultura de secano, que en ocasiones se combinaban allí donde las condiciones naturales lo permitían, sustentaban poblaciones más bajas y menos densas y presentaban formas de organización y gestión más descentralizadas en las que se daba una mayor margen de actuación a la actividad doméstico/familiar. Un ejemplo característico lo constituye el reino de Ebla en el norte de Siria, región donde los avances y retrocesos de la superficie de tierras cultivadas, ocasionados por pequeñas variaciones en los índices de pluviosidad media anual, debieron ejercer una cierta influencia sobre la vida de las ciudades. Con todo, la mayor descentralización era propia de las formas de vida pastoriles adaptadas al tribalismo, con una capacidad productiva más baja y una tecnología rudimentaria y conservadora, en las que las unidades familiares y los grupos mayores que las contienen (clanes) no son superados por ningún otro organismo que se atribuya la gestión económica.

Ahora bien, estas diversas formas de aprovechamiento de los recursos, no se han dado casi nunca en estado "puro", sino que con frecuencia aparecen en diversas combinaciones en las que, desde luego, algunas adquieren un carácter predominante. Ello dará lugar a interacciones y simbiosis, como las que caracterizan la relativa dependencia de los pastores respecto de los agricultores y, también, a la inversa. No era raro que en una determinada región, como Asiria, convivieran distintos sistemas de explotación de los recursos: agricultura hidráulica en el valle del Diyala, de pequeña irrigación y secano en la zona centro/septentrional. Se trata, claro está, de zonas de transición medioambiental que desde un punto de vista económico e histórico emergen como situaciones periféricas. Desde esta perspectiva, la expansión productiva del "centro", constituido por la Mesopotamia centro/meridional, una región de condiciones medioambientales específicas y no transicionales, terminará afectando a las condiciones propias de las diversas periferias, transformándolas en mayor o menor medida, lo que a la larga influirá también sobre el centro que se verá afectado por cambios y transformaciones. Esta noción de periferia es útil para poder apreciar la realidad dinámica de los sistemas y subsistemas de utilización del medio y aprovechamiento de los recursos materiales, que no permanecerán estáticos, sino que evolucionarán debido, en parte a causas internas, y por efecto de las iteraciones que se establecieron entre ellos.

El trabajo de la tierra y las labores agrícolas y ganaderas.
Nunca el trabajo agrícola ha sido una tarea fácil, al menos hasta la invención de la maquinaria moderna. En el Próximo Oriente Antiguo la tierra, dura por la sequedad o la progresiva salinización que constituía uno de los efectos indeseables de la agricultura irrigada, debía ser roturada con ayuda de palas, azadas y arados de madera que eran arrastrados por bueyes de labor. Luego se rastrillaba y se regaba con lo que, despojada de su costra superficial, se la dejaba reposar hasta el otoño. La siembra se realizaba con la ayuda del arado que llevaba incorporado una sementera, que no era otra cosa que un contenedor en forma de embudo estrecho por el que la simiente caía a los surcos, si bien los agricultores más pobres debían servirse tan solo de su azada. Con la ayuda de un rastrillo se recubrían los surcos. El crecimiento de los cereales se favorecía mediante la eliminación de los brotes tempranos, a fin de permitir a los restantes crecer con más fuerza. Las escasas lluvias de invierno y la irrigación hacían el resto. La cosecha se recogía en primavera, en marzo o abril, antes de la crecida de los ríos y se utilizaban hoces fabricadas con finas láminas de silex unidas con betún a un soporte curvo de madera, las más antiguas, o de terracota, siendo más raras las de metal, de bronce y hierro, que aparecieron desde el tercer y primer milenio respectivamente. Para separar el grano se utilizaban estacas, trillos o se dejaba que el ganado pisara las espigas en la era.

Los campos solían tener, al menos en Mesopotamia, una forma alargada con el doble fin de facilitar su roturación con el arado de tiro y de aprovechar mejor las posibilidades del riego, ya que se disponían por uno de su lados más cortos junto al canal que llevaba el agua desde el rio. Como ésta es, no obstante, una generalización excesiva, es preciso matizar aclarando que tal era la morfología de los campos que pertenecían inicialmente a las explotaciones de templos y palacios, sobre los que nos informan los documentos que se han conservado, al menos hasta el denominado periodo paleobabilónico, sin que podamos precisar nada sobre las explotaciones privadas. Una disposición que, por otra parte, era típica de las tierras sometidas a una colonización planificada que, de esta manera, permite regar con las aguas que transporta el canal el mayor número de campos. En el periodo paleobabilónico se produjo un cambio en el paisaje agrícola de Mesopotamia. Se desarrolló una mayor parcelación de los campos como consecuencia de una cierta caída global de los rendimientos que se contrarrestaba con la difusión de nuevos cultivos, como la palmera datilera, y de los cambios en las formas de propiedad de la tierra, que estudiaremos en otro capítulo, cambios que introdujeron una mayor participación de la actividad privada y de la mano de obra asalariada.

Conocemos detalles de las tareas agrícolas gracias a diversos documentos que han llegado hasta nosotros. En el "Almanaque del agricultor", un documento de la época paleobabilónica procedente de Nippur, se recomendaba al labrador que trazase ocho surcos por cada franja de tierra de seis metros de anchura, así como que trazara primero sobre los campos surcos rectos y derechos para luego ararlos en diagonal. La fertilidad del suelo era preservada, en lo posible, alternando diversos tipos de cereal (cebada, escanda, trigo) y dejando las tierras en barbecho. El rendimiento medio, aunque elevado, parece que ha sido bastante exagerado ya en la misma Antigüedad por algunos autores, como Heródoto y Estrabón, que escribieron al respecto. Algunos documentos cuneiformes mencionan rendimientos de entre 35 a 50 por 1, como cosa normal y en condiciones óptimas 80 por 1 (Klima, 1980: 126). No obstante parece que la media se acercaba más al 20 por 1, y a veces menos, por lo que se ha señalado que la reputación de riqueza de Mesopotamia provenía más de la importancia de las superficies cultivadas que de los rendimientos obtenidos (Margueron, 1991: 117).

Se cultivaban también legumbres, lino y sésamo, muy utilizado por el aceite que de él se obtenía. El cultivo de la palmera datilera, el árbol más apreciado por su gran productividad, requería métodos totalmente distintos y se realizaba en terrenos rodeados por un alto muro que debía protegerlos de los vientos. Para acelerar su crecimiento se plantaban esquejes que crecían antes que las semillas. Tras cuatro o cinco años de cuidados, consistentes en un riego abundante y el mullido de la tierra, comenzaban a dar los primeros frutos. La fecundación era provocada artificialmente entre los meses de enero y marzo por verdaderos especialistas, muy bien retribuidos, que fecundaban por frotación las flores femeninas con ayuda de panículos de las masculina. En octubre la cosecha, si era buena, podía proporcionar hasta trescientos litros de dátiles por árbol, aunque lo normal era unos ciento veinte o ciento cincuenta litros, lo que se prolongaba durante un periodo de cincuenta a setenta años. Aunque la palmera no proporcionaba madera de buena calidad, sus frutos eran extraordinariamente aprovechados. Los dátiles, además de formar parte de la alimentación habitual, se utilizaban para elaborar miel, bebidas alcohólicas y vinagre, siendo los huesos empleados como combustible y alimento del ganado. Así mismo, las hojas de la palmera y las fibras del tallo se usaban también para hacer cuerdas y tejidos. La higuera, el granado, el manzano, el tamarisco, y en algunos lugares la vid, eran otros arboles frutales que, junto con hortalizas cultivadas en huertos y pequeños bancales, como ajos, cebollas, puerros, lechugas, remolachas, rábanos, nabos y pepinos, completaban el abanico de alimentos vegetales. En ocasiones se utilizaban los palmerales como huertos para aprovechar el espacio entre los árboles y su sombra, que protegía a las hortalizas y verduras del viento y del sol excesivo.

En Anatolia las condiciones eran muy distintas, propias de un país de mesetas y montañas y no de una gran llanura aluvial. La altitud y el relieve influían, por supuesto, en la agricultura por lo que, junto al cultivo extensivo de cereales en secano, los cultivos de huerta y los arbóreos se hallaban muy extendidos. La vid y el olivo, eran importantes, así como los frutales. Las relaciones sociales imponían también un paisaje agrícola distinto. Frente a las grandes y abiertas extensiones aradas de Mesopotamia, predominaban aquí los campos cercados de vallas y muros. La explotación ganadera también era diferente, como ocurría así mismo en Siria y la alta Mesopotamia, regiones que compartían algunas características con el país anatólico. Los rebaños de cabras y ovejas realizaban una trashumancia vertical que los llevaba de los pastos estivales de montaña a los invernales de valle, a diferencia de la trashumancia horizontal en la planicie mesopotámica con la estabulación del ganado en verano y su alimentación mediante piensos. El ganado porcino en las zonas boscosas y el bovino en los valles completaban, junto a la madera y los metales, un panorama muy distinto al de la llanura aluvial cruzada por el Tigris y el Eufrates.

En Siria y Canaán el aprovechamiento agrícola era intensivo. Las laderas de las colinas estaban preparadas con pretiles y terrazas para evitar que las lluvias arrastrasen la tierra monte abajo. Al igual que en otros paises mediterráneos las hortalizas y los cultivos arbóreos eran preferentes del entorno rural de las ciudades. En estas campiñas los pequeños y medianos propietarios trabajaban sus tierras que se componían por lo general de un huerto, una viña y un olivar, realizándose la transformación de los productos que proporcionaban en la misma explotación, que constaban de las instalaciones adecuadas. Algo bastante distinto a las explotaciones centralizadas de templos y palacios predominantes en Mesopotamia. Muy importante era la ganadería de la que se obtenían productos básicos, como la leche de las cabras y la excelente lana de las ovejas. La apicultura debió de ser igualmente importante y los textos bíblicos celebran con frecuencia la abundancia de la tierra cananea de la que "mana leche y miel".

En todas partes el trabajo de pastor constituía una ocupación especializada. Los pastores, cuyo salario solía ser calculado por el periodo de un año, debían escoger los mejores pastos, cuidar, ayudados de perros, del ganado frente a las fieras y los bandidos, y resarcir a los propietarios de las pérdidas que se pudieran atribuir a su negligencia. Así el Código de Hammurabi dispone al respecto: "Si un pastor a quien le ha sido confiado ganado mayor o menor para apacentarlo, ha recibido en conformidad todo su salario y deja que el ganado disminuya, con lo que ha hecho decrecer la reproducción, deberá entregar las crías según los términos de su contrato y los beneficios. Si un pastor a quién le fue confiado ganado mayor y menor se ha vuelto infiel y ha cambiado la marca de las reses y las ha vendido, se le probará esa acción y pagará a su propietario hasta diez veces lo que haya robado. Si en una majada el golpe de un dios se ha manifestado o un león ha matando algunos animales, el pastor se justificará delante del dios y sobre la pérdida en la majada será el propietario quién la hará frente. Si un pastor ha sido negligente y a permitido propagarse la sarna en la majada, el pastor asumirá la culpa y restituirá el ganado mayor y meno y los entregará a su propietario" (CH, 264-7). Pero no en todas partes el pastoreo y la ganadería se hallaban totalmente integrados en las condiciones propias de los agricultores sedentarios. En alguno sitios marginales para la explotación agrícola prevalecieron formas más o menos puras de pastoreo nómada, mientras que en otros se llegó a una situación intermedia en la proximidad de las tierras cultivadas de forma intensiva.