La organización de la sociedad

estudio de una sociedad antigua plantea siempre problemas que no son sólo de documentación, sino también, y no menos importantes, de enfoque y conceptualización. No es posible abordar el análisis de una sociedad del pasado, como las del Próximo Oriente Antiguo, pertrechados únicamente con nuestras categorías y conceptos actuales, aquellos que nos son familiares, por pertinentes a nuestra propia sociedad, ya que muchos de ellos no resultarán significativos ni eficaces para el análisis que pretendemos. Así ocurre, por ejemplo, con la noción de clase, que tiene para nosotros unas connotaciones específicas que no se adecúan al tipo de contrastes y desigualdades que caracterizaban aquellas formas sociales, lo que no quiere decir, como veremos, que no existieran clases sociales por aquel entonces, si no que se articulaban de modo diferente, no sólo en su apariencia sino en los mismos criterios que permitían la clasificación de los individuos en distintos grupos y jerarquías sociales.

Otro tanto ocurre con conceptos como esclavitud, servidumbre o libertad. Por ejemplo, la libertad política de un ciudadano libre no incluía, en modo alguno, su capacidad de elección de las formas de gobierno y de las personas que lo integraban. En cambio, los siervos tenían reconocidos ciertos derechos que compartían con las personas libres. En realidad, las diferencias fundamentales se arbitraban a partir de la inclusión o no de los individuos en la clase propietaria. Pero, a tal respecto, propiedad significaba muchas veces posesión, como ocurría con los administradores de templos y palacios, poseedores de una "propiedad" de los dioses que les convertía, de hecho, en propietarios. De igual forma, el prestigio social y las opciones y oportunidades que frecuentemente de él se deribaban no equivalían siempre ni automáticamente a las relaciones que las personas mantenían con las formas de propiedad y posesión, si bien la tendencia histórica dominante a lo largo de todos aquellos siglos terminó por equipararlas.

La cuestión de las clases y las desigualdades.
A menudo, cuando se aborda el estudio de una sociedad antigua surge la cuestión de si se trataba ó no de una sociedad de clases. A este respecto, las del Próximo Oriente Antiguo eran sociedades que se caracterizaba por la forma específica que adquirían las desigualdades entre los distintos grupos que las integraban. El carácter de los contrastes y diferencia sociales difería en gran medida de los que podemos observar en cualquier sociedad del mundo actual. De acuerdo con un criterio económico, las personas se agrupaban en dos sectores. De un lado aquellas que pertenecían al grupo que detentaba la propiedad de la tierra y de otros medios de producción, bien individualmente -fenómeno este más tardío- bien a través de su pertenencia a una colectividad -clanes, familias- que les garantizara su posesión. De otro, todos aquellos que, por una u otra razón quedaban excluidos de este acceso a la propiedad. Los primeros formaban parte de una comunidad -rural o urbana- que les reconocía sus derechos de propietarios. Los segundos trabajaban en propiedades ajenas, como los campos y talleres de templos y palacios o las haciendas de los nobles y los dignatarios reales.

Desde el punto de vista de los derechos y obligaciones de cada uno, que se intentaban regular jurídicamente, se distinguía entre personas libres y aquellas que no lo eran. Así, a las desigualdades de índole socioeconómica, atribuibles al desigual reparto del acceso a la propiedad, se añadían las de tipo jurídico o político, que no obstante podían depender también de ese factor. Una persona no sólo podía ser pobre o rica, sino libre, sierva o esclava, además de ciudadano o extranjero, que en la mayoría de los casos equivalía a extraño. Un extranjero, un siervo e incluso un esclavo podían acceder a ciertos tipos de propiedad, lo que no hacía que su condición social variase. Aún así, dejando a un lado al residente que no había nacido en la ciudad, o al cautivo capturado en la batalla, la servidumbre y la esclavitud eran en gran medida consecuencia de dificultades económicas que afectaban desigualmente a la población. Por consiguiente la sociedad era una sociedad de clases, aunque estas no tuvieran la forma y la composición de las modernas clases sociales, y las diferencias entre la gente eran más abundantes, ya que no sólo tenían que ver con la propiedad de los medios de producción sino con factores que, aunque vinculados, operaban de forma independiente.

Un principio, tan común para nosotros, como la igualdad ante la ley, sencillamente no existía, y las personas ocupaban distintos lugares en la jerarquía social, disfrutando de diferentes derechos de acuerdo con su posición en ella. El lugar que ocupaba una persona en la escala social dependía de su posición en la comunidad a la que pertenecía, así como su capacidad para prestar determinados servicios al Estado, encarnado en la figura del monarca. Cuanto más especializados, y por tanto más necesarios, mayor era el rango social alcanzado. Ya que la definición de tales servicios y trabajos se realizaba desde arriba, desde la misma elite social que ocupaba una posición de privilegio, se consideraba que la administración de los bienes de los dioses, los servicios de intermediarios entre el pueblo y la divinidad, y de protección económica y militar de la población eran los más importantes de todos. De acuerdo con esta forma de ver las cosas, impuesta sin mucho esfuerzo por la elite social al resto de la población, ella misma disfrutaba de las mejores condiciones materiales de existencia, sustentadas en el excedente que otros grupos sociales producían a cambio de sus "servicios" organizativos y militares, de gestión y protección.

Jerarquía y estratificación social.
Desde esta cúspide social, lugar de privilegio ocupado por la elite, el resto de la sociedad quedaba organizada de forma jerárquica. Podemos representarnos a los diversos sectores de las sociedades del Próximo Oriente Antiguo como superpuestos, siguiendo la jerarquía social, siguiendo un perfil piramidal, en el que a mayor altura social corresponde un menor número de individuos, mientras que la base de la pirámide contiene a la mayor parte de la población. Por lo general, y en principio, la buena situación económica era propia de las personas que en su conjunto componían la clase propietaria, aquella que disfrutaba de mayores prerrogativas y de derechos jurídicos y políticos, aunque estos últimos, dado el carácter autócrata del gobierno, eran muy reducidos. La ley les reconocía el derecho de propiedad, de matrimonio, de herencia, garantizando así mismo su seguridad y la protección de sus bienes, así como un cierto autogobierno a escala puramente local.

En relación con el acceso a la propiedad de la tierra, que era el que garantizaba la manutención, se distinguía en un principio entre personas libres y el personal dependiente de un templo o un palacio. Las primeras pertenecían a una comunidad que era la que les brindaba el acceso a la propiedad de la tierra y les otorgaba la plenitud de los derechos como miembros de la misma. Desde el tercer milenio estas comunidades, originariamente rurales y articuladas en torno a los lazos de vecindad y parentesco, se transformaron en comunidades territoriales que, no obstante, retuvieron el derecho a la propiedad comunitaria de la tierra. Las subsiguientes transformaciones llevaron a convertirlas en comunidades de propietarios de tierra (Diakonoff: 1982, 32 ss).

Este sector de la población libre, no vinculada directamente a templos y palacios, llegaba a alcanzar en época sumeria y en algunos lugares, como Lagash, los dos tercios de la población y poseía la mitad de la tierra (Arnaud: 1970, 14). Estaba compuesto por medianos y pequeños agricultores, granjeros y artesanos que trabajaban con la ayuda de su familia, de jornaleros y a veces, las menos, de uno o dos esclavos. Su situación no debía ser muy buena, a tenor del edicto de Urukagina que menciona como los "hombres del ensi " habían empezado a ejercer su control sobre las tierras de propietarios privados, invadiendo campos y huertos y apropiándose por la fuerza de los frutos y ganado, aludiendo también a los abusos cometidos por los administradores de los templos cuyos sacerdotes cobraban impuestos excesivos en los servicios religiosos y en los funerales. Antes que él Entenema había proclamado que "había restituido el hijo a la madre y la madre al hijo", condonando los intereses sobre las deudas y restableciendo la libertad en Lagash, Uruk, Larsa y Bad-tibira. Ambos ejemplos ilustran una tendencia que arranca de esta época, el endeudamiento de parte de la población libre a causa de las dificultades económicas -fuerte presión impositiva, marginalización de sus tierras respecto a las explotaciones dirigidas por templos y palacios, perjuicios ocasionados por las guerras, endeudamiento que, además de obligar en muchos casos a vender la tierra familiar para hacer frente a los requerimientos del prestamista, conducía de forma casi irremediable a la servidumbre.

En la otra cara del mismo proceso nos encontramos a gente que, aprovechando su situación privilegiada como administradores de templos y palacios, concedían préstamos a interés y compraban tierra de familias y clanes, constituyéndose de esta forma en un grupo de grandes propietarios al margen de la propiedad y del control de las instituciones públicas y de las comunidades suprafamiliares de hombres libres. El fenómeno parece haber sufrido un incremento en época del imperio acadio. Los reyes acadios, al igual que sus predecesores sumerios, adquirieron buen número de propiedades territoriales que luego entregaban, como recompensa por su fidelidad, a dignatarios y altos funcionarios. Los textos de este periodo mencionan en calidad de propietarios, además de los templos, al rey, su familia, funcionarios de palacio y simples particulares.

Aunque en teoría la clase propietaria estaba constituida únicamente por las personas "libres", en la práctica los administradores hereditarios de los templos y los cortesanos de palacio, ejerciendo la posesión de bienes cuantiosos, disfrutaban de una situación preeminente. Si bien dependientes, en último término, de templos y palacios, su posición no era equivalente a la de los campesinos, jornaleros o artesanos que trabajaban en los campos y talleres de aquellos y que integraban una especie de población servil, situándose por el contrario a la cabeza de la jerarquía social, gozando incluso de mayores prerrogativas que las personas "libres". Así, en lo más alto de la cumbre social se encontraba instalada esta elite o clase social dominante, integrada por los grupos dirigentes con los sacerdotes, dignatarios, y altos funcionarios a su cabeza. Ocupaban una posición de privilegio, gozando de una serie de prerrogativas que incluían exenciones fiscales y un trato de favor que quedaba a menudo reflejado en las leyes.

Las personas libres estaban obligadas, como contrapartida a su posición social, a prestaciones económicas y laborales en beneficio de la comunidad política, encarnada en la persona del monarca y sus funcionarios. Ello significaba el pago de impuestos y dedicar varios días al año para trabajos comunes, tales como faenas agrícolas de carácter estacional en tierras de templos o palacios, construcción, conservación y reparación de las murallas o el mantenimiento y limpieza de los canales de riego, así como la posibilidad de ser movilizados en la milicia ciudadana en caso de conflicto militar. Los dignatarios, funcionarios, sacerdotes y personajes de la corte se hallaban exentos de tales obligaciones, en virtud del trabajo especializado y permanente que realizaban en templos y palacios. Algunas personas que ejercían profesiones y oficios apreciados podían situarse en una posición muy próxima, como sucedía con médicos o músicos, dado el carácter altamente especializado de los oficios que realizaban. En el siguiente peldaño de la jerarquía social, gozando aún de la categoría de hombres libres, se encontraban los modestos artesanos, albañiles, barqueros, pescadores, pastores y los campesinos, gentes humildes cuya situación económica nunca fue buena -expuestos desde el principio a los abusos de los poderosos, si hacemos caso de la temprana proclama de Urukagina- y que se fue degradando, a medida que las condiciones de vida empeoraban como consecuencia de las guerras, carestías, hambrunas, y de la cotidiana presión de los prestamistas y los recaudadores de impuestos, con lo que terminaban muchas veces en la servidumbre o la esclavitud.

Existía también un grupo bastante compacto y numeroso de especialistas, relacionados igualmente con las actividades de gestión y la organización económica, como eran los escribas, comerciantes, y mercaderes. Aunque dependientes de los templos y palacios para su mantenimiento, lo que reducía su movilidad frente a las familias de pequeños campesinos integrados en las comunidades rurales, su posición económica resultaba preponderante y sus intereses se alineaban con los de los sacerdotes, funcionarios y altos dignatarios, situándose junto con aquellos, si bien en una posición subordinada, muy próximos al vértice de la jerarquía social. Luego, con una gran distancia de por medio, estaban los siervos y los esclavos, igualmente dependientes, pero cuya situación económica se hallaba degradada y su reconocimiento jurídico era mucho menor.