El matrimonio

Por lo general las futuras uniones eran acordadas entre las familias a una edad aún muy temprana de los futuros cónyuges. El matrimonio era, por tanto, un vínculo jurídico, un contrato suscrito por dos familias ya constituidas para unir a dos de sus miembros (Lara Peinado: 1989, 20) Además, de acuerdo con el ordenamiento y la estructura de la familia patriarcal, tenía un carácter marcadamente económico, pues estaba destinado a proporcionar fuerza de trabajo a la casa del marido.

En el Próximo Oriente Antiguo las uniones matrimoniales eran predominantemente exógamas, estando atestiguado con fuerza el tabú del incesto que prohibía la unión entre consanguíneos. Durante mucho tiempo subsistieron diversas formas de matrimonio. Al matrimonio sin residencia preferencial, que concedía mayor libertad a las mujeres, se sobrepusieron formas de matrimonio por compra o por contrato de índole patriarcal, si bien no está claro si fue el resultado de una evolución histórica, según la cual los contratos matrimoniales acabaron prevaleciendo sobre las compras, o si por el contrario se trataría de una distinción de clase, en virtud de la cual la forma más articulada de matrimonio, la del contrato, que incluía el concepto de que la novia es una parte de la pareja, sería propia de las clases altas mientras que la compra, que equivaldría para las mujeres a la servidumbre doméstica, sería propia de las clases bajas (Lerner: 1990, 170 ss).

Parece que hubo cambios a lo largo de la historia en relación al número permitido de esposas. En los ambientes nómadas y pastoriles este solía ser más amplio que en las ciudades, donde tenemos ya atestiguada la bigamia y el matrimonio monógamo en ambiente sumerio. Las leyes de Hammurabi permitían poseer una segunda mujer, que era más bien una concubina, pues la esposa principal, como se ha visto, poseía mayores derechos legales. El llegar a poseer varias mujeres y concubinas no era solo una cuestión de promiscuidad sexual, pues más mujeres en una casa significaba mayor productividad, así como un aumento del prestigio social y de las relaciones sociales con otras familias. No obstante, dada la costumbre de satisfacer por parte del futuro marido una serie de exigencias económicas antes del matrimonio, la mayoría de las veces la poligamia se convertía en una posibilidad propia, sobre todo, de los grupos sociales elevados.

Petición de mano y preparativos previos.
La petición de mano, generalmente realizada por el padre del novio, si era aceptada por la familia de la novia, daba lugar a una serie de actos con intercambios de presentes entre los dos grupos. Por parte de la familia del novio se entregaba el "dinero nupcial", una suma en "metálico" o una serie de bienes destinada al padre de la novia, como contrapartida por la entrega de su hija (Fales: 1988, 225). Normalmente el pago del dinero nupcial -el mohar entre los cananeos y hebreos, terhatu en Babilonia, Mari y Asiria, kushata en Hatti- que podía darse de una vez, siendo lo más frecuente sin embargo que se entregara en sucesivas ocasiones (Lipinski: 1988b), se consideraba ratificación de la aceptación de la petición de mano y abría el periodo de compromiso de esponsales. Dicho periodo podía alargarse en virtud de las diferencias de edades de los futuros esposos. Por lo general la mujer se casaba muy joven, apenas iniciada el periodo fértil de su vida, mientras que el hombre lo hacía más tarde. Durante toda esta fase ambas familias se intercambiaban regalos que servían para cimentar aún más los lazos establecidos, pero el compromiso también podía romperse por decisión del padre de la novia, que debía devolver entonces el "dinero nupcial" que había recibido. Como la virginidad de la novia era el prerrequisito para que pudiera casarse, el acuerdo matrimonial podía cancelarse si se encontraba que no era virgen. Si era el padre del novio o el mismo novio el que cambiaba de parecer y decidía anular los esponsales, la familia de la novia no tenía que devolver nada. Otras veces, cuando la prometida era aún niña podía ir a vivir a casa de su futuro suegro realizando en ella los trabajos propios de una sirvienta. Si allí resultaba forzada siendo aún virgen debía restituírsele la dote y devolverla a casa de su padre. En tal caso, y contando siempre con el consentimiento paterno, podía optar a un nuevo marido.

Las nupcias.
Las ceremonias nupciales constaban de dos elementos. Uno burocrático, el propio pacto matrimonial que en ocasiones, más en las ciudades, se plasmaba en un contrato por escrito, y tenía en todas partes un carácter eminentemente civil, pues, incluso en los casos en que se invocaba a la divinidad, se hacía a título de representante superior de la sociedad, y otro festivo, que podía adquirir el aspecto de un banquete nupcial. Luego, por un periodo variable de tiempo, que oscilaba entre unos pocos días y unos cuantos meses, el esposo "entraba" a vivir, en un ambiente aún de festejos, en casa de su suegro, donde se realizaba, en estricta intimidad, la consumación de la unión sexual de la pareja. Concluido dicho plazo, los esposos, a los que ya se podía considerar como tales marchaban a residir a la casa que les correspondía. Muchas veces, sobre todo en el ambiente patriarcal dominado por las familias extensas, ésta era la casa del padre del marido en cuyo funcionamiento económico se insertaban. Allí donde, no obstante, la familia nuclear constituía la formula predominante, los esposos marchaban a una casa nueva, su casa, separando su convivencia y su actividad económica de sus grupos familiares respectivos. Otras veces, como parece que ocurría entre los sumerios y ocasionalmente en la Asiria de los siglos XV y XIV, así como en ambiente hebreo, el marido residía con su esposa en casa de los padres de ésta, en lo que ha podido constituir una prolongación del derecho patriarcal del padre sobre su hija.

El divorcio.
La principal causa para la disolución del matrimonio era la esterilidad en cuyo caso, si la mujer no había faltado a ninguno de sus deberes conyugales, recibía la devolución de su dote y una indemnización, si estaba fijada de antemano en el contrato matrimonial. Una enfermedad grave de la esposa podía ser también causa de divorcio, y ésta podía optar por abandonar la familia de su marido y recuperar la dote, o vivir en una casa aparte mantenida por su esposo, como ocurría, por ejemplo en Babilonia: "Si un señor ha tomado en matrimonio a una esposa y una fiebre maligna se ha apoderado de ella, si se propone tomar otra esposa podrá tomarla, peno no podrá repudiar a su esposa,víctima de la fiebre. Vivirá en la casa que el construyó y, mientras ella viva deberá mantenerla. Si esa mujer se niega a vivir en la casa de su marido, él le devolverá la dote que llevó de la casa de su padre y podrá irse" (CH, 148-149) La infidelidad o una conducta frívola por parte de la esposa era también casi siempre causa de divorcio. En términos generales, cualquier "transgresión" de la mujer podía inducir al marido a disolver el matrimonio, y en la "conducta ligera" o la "actitud frívola" podían resumirse muchas actitudes inconvenientes de la esposa. Como se observará el divorcio constituía también, una prerrogativa e iniciativa masculina, dándose en mucha menor medida el caso de una ruptura solicitada por la mujer.