A pesar de los variados intentos por oscurecer este punto, la desigualdad implícita en las posiciones de prestigio características de las sociedades jerarquizadas descansaba sobre una base específicamente económica. La posición de jefe, o lo que también se ha denominado "liderazgo centralizado", se transmitía dentro de los linajes más ricos y más poderosos. Dado que los linajes eran también unidades de tenencia de la tierra, a la larga las mejores parcelas agrícolas o los mejores lugares de pesca se convirtieron en posesiones de los linajes de más alto rango. Las fuentes que conducían al poder no eran otras que la acumulación de riquezas, la guerra y los conocimientos rituales, mágicos y secretos.
En los dos primeros casos se trataba de la capacidad de movilizar el mayor número de gente posible, para lo cual los "ancianos" situados al frente de los linajes más poderosos estaban mejor situados que el resto. Los conocimientos específicos mencionados en tercer lugar eran trasmitidos hereditariamente dentro de los grupos de parentesco que integraban los linajes. La heredabilidad del rango de jefe descansaba así sobre las espectativas de sus parientes más próximos para seguir disfrutando de las ventajas sociales y beneficios materiales que les reportaba ocupar un lugar cercano al núcleo del sistema redistributivo, lo que quedó ideológicamente plasmado en la difusión de la creencia en una trasmisión hereditaria en el seno de un mismo linaje de las cualidades innatas precisas para ser un buen jefe, permitiendo estabilizar y proteger el acceso desigual a bienes y prestigio, y recompensando de esta forma a aquellos que habían contribuido a crearlos.
Una vez surgidas en el marco de la economía redistributiva de aldea, las elites tendieron a consolidar su posición mediante sanciones ideológicas y la creación de un fondo de poder integrado por los objetos de prestigio y ostentación que servían para definir su rango. La posesión de tales objetos no sólo expresaba de forma simbólica el lugar jerárquico ocupado por la elite, sino que implicaba una apropiación del excedente a través de una redistribución asimétrica y de contraprestaciones matrimoniales. Por otro lado, la aparición de las elites estimuló la producción misma de bienes de prestigio, constituyendo de esta forma un acicate para una mayor división del trabajo (especialización) que podía ser dirigida también hacia el intercambio lejano (comercio). La especialización artesanal y el comercio no constituyeron, por lo tanto, los factores que originaron el nacimiento de las elites como se ha pretendido tantas veces; éstas surgieron a partir de los procesos de intensificación agrícola, siendo tan sólo aquellos un síntoma de su existencia. Entre grupos neolíticos avanzados se puede observar la presencia de artesanos expertos que tienden a convertirse en especialistas a tiempo completo a costa de romper con la comunidad local, tornándose itinerantes (Childe: 1973, 46).
A este respecto se ha considerado la posibilidad de que la cerámica pintada de Samarra haya sido elaborada por este tipo de artesanos, alfareros que se desplazaban de poblado en poblado, lo que explicaría su uniformidad y difusión (Mellaart: 1975, 148), si bien no existe ninguna prueba en concreto. La cerámica policroma halafiense, que se considera de uso ritual o ceremonial, requirió también un elevado grado de especialización. Un taller de alfarero con instrumentos de trabajo y restos de las materias primas utilizadas en la policromía, ha sido encontrado por los arqueólogos en el yacimiento de Arpachiyah, en un contexto del Halaf tardío. Otra artesanía que posiblemente estuvo destinada a la producción de bienes de prestigio fue la manufactura de vasijas de piedra (alabastro) que aparecen en algunos enterramientos de la cultura de Samarra, aunque no existe absoluta seguridad de que no se trate de objetos importados.
El incremento de la especialización del trabajo provocado por la demanda de bienes de prestigio por parte de las elites originó un mayor desarrollo de las actividades comerciales para la obtención de materias primas que sirvieran de base a su elaboración. El basalto, la jadeita y el alabastro con los que se confeccionaron cabezas de maza, hachas y recipientes, eran conocidos en Umm Dabaghiyah y Hasuna, además de las cuentas de mármol, cobre nativo, turquesa y coralina y los sellos de obsidiana y esquisto. El alabastro, la jadeita, la coralina y la concha (Dentalium) fueron utilizados también por las gentes de la cultura de Samarra para la elaboración de cuentas y recipientes en un contexto funerario. En asentamientos halafienses el alabastro y la esteatita, además del mármol y la diorita, era empleado así mismo para la fabricación de vasijas y sellos. En Tell Halaf fue hallado un conjunto de instrumentos y armas de cobre (daga, hachuela, punta de proyectil, cuentas y pendientes). En los enterramientos aparecen por vez primera instrumentos de trabajo además de las vasijas de piedra y cerámica y objetos de adorno personal.
Quizá este dato puede ser interpretado como la constatación de una más nítida división del trabajo que empezaría a trascender los límites de la economía doméstica. De esta forma, estimulado por la demanda creciente de bienes de ostentación y prestigio, el mayor desarrolló de las actividades comerciales aportó nuevas materias primas suceptibles de ser también empleadas en la fabricación de instrumentos vinculados a la producción y la distribución, con lo que se ampliaba las posibilidades técnicas a disposición de las comunidades aldeanas jerarquizadas.
De acuerdo con este esquema, la aparición de las elites supeditó los intereses propios de la economía doméstica a los dictados de la emergente economía política. La subordinación de las unidades productivas familiares a una circulación centralizada de bienes y servicios (redistribución) constituía un factor que posibilitaba mermar eficazmente su autonomía, sentando así las bases para la posterior aparición de un acceso cada vez más desigual a los recursos. Las comunidades jerarquizadas, que no hay que confundir con sociedades de clases, ya que aún el parentesco continuaba teniendo una gran importancia en la articulación social, preparaban de esta forma el terreno para la aparición, bajo las condiciones adecuadas, de la estratificación social y el Estado. No obstante, conviene no perder de vista que, dada la dimensión económica (productiva) local, la dimensión política de aquellas incipientes elites no sobrepasaba tampoco un ámbito ciertamente reducido en la proyección de sus influencias.
En los dos primeros casos se trataba de la capacidad de movilizar el mayor número de gente posible, para lo cual los "ancianos" situados al frente de los linajes más poderosos estaban mejor situados que el resto. Los conocimientos específicos mencionados en tercer lugar eran trasmitidos hereditariamente dentro de los grupos de parentesco que integraban los linajes. La heredabilidad del rango de jefe descansaba así sobre las espectativas de sus parientes más próximos para seguir disfrutando de las ventajas sociales y beneficios materiales que les reportaba ocupar un lugar cercano al núcleo del sistema redistributivo, lo que quedó ideológicamente plasmado en la difusión de la creencia en una trasmisión hereditaria en el seno de un mismo linaje de las cualidades innatas precisas para ser un buen jefe, permitiendo estabilizar y proteger el acceso desigual a bienes y prestigio, y recompensando de esta forma a aquellos que habían contribuido a crearlos.
Una vez surgidas en el marco de la economía redistributiva de aldea, las elites tendieron a consolidar su posición mediante sanciones ideológicas y la creación de un fondo de poder integrado por los objetos de prestigio y ostentación que servían para definir su rango. La posesión de tales objetos no sólo expresaba de forma simbólica el lugar jerárquico ocupado por la elite, sino que implicaba una apropiación del excedente a través de una redistribución asimétrica y de contraprestaciones matrimoniales. Por otro lado, la aparición de las elites estimuló la producción misma de bienes de prestigio, constituyendo de esta forma un acicate para una mayor división del trabajo (especialización) que podía ser dirigida también hacia el intercambio lejano (comercio). La especialización artesanal y el comercio no constituyeron, por lo tanto, los factores que originaron el nacimiento de las elites como se ha pretendido tantas veces; éstas surgieron a partir de los procesos de intensificación agrícola, siendo tan sólo aquellos un síntoma de su existencia. Entre grupos neolíticos avanzados se puede observar la presencia de artesanos expertos que tienden a convertirse en especialistas a tiempo completo a costa de romper con la comunidad local, tornándose itinerantes (Childe: 1973, 46).
A este respecto se ha considerado la posibilidad de que la cerámica pintada de Samarra haya sido elaborada por este tipo de artesanos, alfareros que se desplazaban de poblado en poblado, lo que explicaría su uniformidad y difusión (Mellaart: 1975, 148), si bien no existe ninguna prueba en concreto. La cerámica policroma halafiense, que se considera de uso ritual o ceremonial, requirió también un elevado grado de especialización. Un taller de alfarero con instrumentos de trabajo y restos de las materias primas utilizadas en la policromía, ha sido encontrado por los arqueólogos en el yacimiento de Arpachiyah, en un contexto del Halaf tardío. Otra artesanía que posiblemente estuvo destinada a la producción de bienes de prestigio fue la manufactura de vasijas de piedra (alabastro) que aparecen en algunos enterramientos de la cultura de Samarra, aunque no existe absoluta seguridad de que no se trate de objetos importados.
El incremento de la especialización del trabajo provocado por la demanda de bienes de prestigio por parte de las elites originó un mayor desarrollo de las actividades comerciales para la obtención de materias primas que sirvieran de base a su elaboración. El basalto, la jadeita y el alabastro con los que se confeccionaron cabezas de maza, hachas y recipientes, eran conocidos en Umm Dabaghiyah y Hasuna, además de las cuentas de mármol, cobre nativo, turquesa y coralina y los sellos de obsidiana y esquisto. El alabastro, la jadeita, la coralina y la concha (Dentalium) fueron utilizados también por las gentes de la cultura de Samarra para la elaboración de cuentas y recipientes en un contexto funerario. En asentamientos halafienses el alabastro y la esteatita, además del mármol y la diorita, era empleado así mismo para la fabricación de vasijas y sellos. En Tell Halaf fue hallado un conjunto de instrumentos y armas de cobre (daga, hachuela, punta de proyectil, cuentas y pendientes). En los enterramientos aparecen por vez primera instrumentos de trabajo además de las vasijas de piedra y cerámica y objetos de adorno personal.
Quizá este dato puede ser interpretado como la constatación de una más nítida división del trabajo que empezaría a trascender los límites de la economía doméstica. De esta forma, estimulado por la demanda creciente de bienes de ostentación y prestigio, el mayor desarrolló de las actividades comerciales aportó nuevas materias primas suceptibles de ser también empleadas en la fabricación de instrumentos vinculados a la producción y la distribución, con lo que se ampliaba las posibilidades técnicas a disposición de las comunidades aldeanas jerarquizadas.
De acuerdo con este esquema, la aparición de las elites supeditó los intereses propios de la economía doméstica a los dictados de la emergente economía política. La subordinación de las unidades productivas familiares a una circulación centralizada de bienes y servicios (redistribución) constituía un factor que posibilitaba mermar eficazmente su autonomía, sentando así las bases para la posterior aparición de un acceso cada vez más desigual a los recursos. Las comunidades jerarquizadas, que no hay que confundir con sociedades de clases, ya que aún el parentesco continuaba teniendo una gran importancia en la articulación social, preparaban de esta forma el terreno para la aparición, bajo las condiciones adecuadas, de la estratificación social y el Estado. No obstante, conviene no perder de vista que, dada la dimensión económica (productiva) local, la dimensión política de aquellas incipientes elites no sobrepasaba tampoco un ámbito ciertamente reducido en la proyección de sus influencias.