Dos son las características que podrían definir en su conjunto a la población del Próximo Oriente Antiguo: variedad y discontinuidad espacial. La primera viene dada por factores lingüísticos y culturales, más que étnicos, mientras que la segunda es resultado, sobre todo, de las distintas formas de integración en el medioambiente y de los condicionantes fijados por éste. Así, se observa en general una concentración de la población en las zonas agrícolas, que fueron las de posterior desarrollo urbano, mientras que era mucho menos densa en las estepas semiáridas y las zonas montañosas. A la población originaria, cuyo caracterización a menudo no resulta fácil establecer, se sumaron en el curso de los siglos siguientes gentes llegadas de fuera, y cuya procedencia exacta no siempre estamos en condiciones de dilucidar, aunque éste tampoco es siempre el aspecto más interesante del problema. El encuentro entre unos y otros daría lugar a procesos complejos de interacción política, demográfica y cultural que constituyeron una de las características más destacadas de toda la historia del Próximo Oriente Antiguo.
Pueblos y lenguas.
Mejor que cualquier otro, la lengua constituye un factor diferenciador que nos permite apreciar la diversidad del poblamiento. Comenzando por los pobladores originarios, los semitas constituían un porcentaje notable de la población total. Aunque se ha discutido mucho acerca de su procedencia no parece que ésta sea la cuestión principal. De hecho no tenían por qué haber venido de ninguna parte de las que han sido propuestas como su cuna (Africa sahariana, Arabia, sur de Mesopotamia), para expandirse luego por amplias regiones del Próximo Oriente, sino que es sumamente posible que siempre hubieran estado allí. Los semitas hablaban lenguas estrechamente emparentadas por un substrato, divididas en dos troncos principales: el semítico oriental o acadio y el semítico occidental que constituye un grupo mucho más diversificado, con el ugarítico, el cananeo que a su vez aloja las variantes dialectales del fenicio, hebreo y moabita, y el arameo. Además, pertenecen también al tronco común del semítico occidental el árabe, en sus dos variantes septentrional y meridional, y el etiópico. El acadio, por su parte, contó con una larga y fructífera historia, se hablaba en gran parte de Mesopotamia y experimentó desde el segundo milenio una diversificación en dialectos, surgiendo de esta forma el babilonio, que se hablaba en la zona meridional, y el asirio en el norte.
Otro pueblo al que se le ha buscado durante mucho tiempo un origen fuera de la zona que ocupó en tiempos históricos es el de los hurritas, gentes que hablaban una lengua aglutinante emparentadas con las del Cáucaso, y a quienes se ha hecho venir por ello de aquella región, y a los que se considera en otras ocasiones parientes de los indoeuropeos. Aunque ciertamente utilizaban algunas palabras de este origen, hoy sabemos sin embargo que desde muy antiguo ocuparon el territorio comprendido por la llanura de Armenia y el arco que forman los contrafuertes del Tauro y el piedemonte de los Zagros septentrionales, con una fuerte penetración en Siria del norte y la alta Mesopotamia. Pueblo autóctono, por tanto, los hurritas sufrirían, como otras tantas poblaciones próximo orientales durante la Antigüedad, posteriores mezclas étnicas y lingüísticas que han servido a menudo para confundirnos a cerca de su procedencia. En Anatolia la población preindoeuropea, que denominaremos hatti, nombre autóctono de la región comprendida por el arco que forma el río Kizilimark (Halys) cuando llegaron los hititas, resulta aún muy mal conocida. De acuerdo con los datos arqueológicos parece ser originaria de la vertiente meridional del país (Cilicia, Konya), en la que se documentan los asentamientos del periodo neolítico, y luego iría poblando progresivamente el resto del territorio. Peor conocidas son todavía las poblaciones montañesas de los Zagros, qutu, lulubitas, etc, de quienes tenemos noticia únicamente por el testimonio de los habitantes de la llanura mesopotámica que se refirieron a ellos de forma despectiva, circunstancial o anecdótica.
Los pobladores más antiguos del Irán nos resultan también prácticamente desconocidos, a excepción de los que habitaban en el S.O. del país, en la región conocida como Elam, en estrecho contacto con Mesopotamia. En general el territorio iraní estaba escasamente poblado antes de la llegada a él de los medos y los persas, salvo pequeños grupos de agricultores asentados en torno a algunos oasis u otros de componente nómada, pertenecientes a la familia lingüística caucásica nororiental . Al suroeste del lago Urmia habitaban los maneos, de los que casi no sabemos nada hasta el primer milenio en que crearon un reino de cierta importancia. La población elamita parece ser de origen autóctono, descendiente de las gentes que desde el Neolítico habitaban en el Kuzistán, y hablaban una lengua de tipo proto-dravidio, ancestro de las que actualmente se hablan en el sur de la India y en algunas partes del Beluchistán.
Un problema especial es el que concierne al de los orígenes de los sumerios, pueblo que habitaba el extremo sur mesopotámico y creador de la primera civilización urbana de la Historia. Los sumerios hablaban una lengua aglutinante sin parangón con cualquier otra de las conocidas en el Próximo Oriente, debido a las diferencias fonéticas que presentaba con todas ellas. Ello, unido a la existencia en el sur de Mesopotamia de un substrato lingüístico diferenciado que se considera pre-sumerio, ha hecho pensar en un origen externo de este pueblo, siendo la ubicación de su cuna en algún lugar oriental del Golfo Pérsico una de las localizaciones más aceptada, mientras que otras veces se ha pensado en los países montañosos situados hacia el este. Desde allí los sumerios habrían penetrado en la llanura mesopotámica hacia el 4500, según unos, ó en torno al 3500 en opinión de otros. Pero los sumerios no constituían un grupo racial específico, por el contrario tenían cráneos braquicéfalos o dolicocéfalos, por lo que podían ser mezcla de tipos alpinos y mediterráneos, atestiguados por igual en el Próximo Oriente Antiguo. En cualquier caso tampoco tienen que proceder necesariamente de algún lugar que no fuera la región que habitaron en tiempos históricos o alguna otra zona próxima. La idea de que, al fin y al cabo, los sumerios podían ser pobladores autóctonos, reforzada por los paisajes de sus mitos, que no son otros que los que caracterizan el sur mesopotámico, cuenta cada vez con mayor número de adeptos.
Los casitas resultan ser uno de los pueblos más misteriosos que llegaron a habitar en Mesopotamia. Hablaban una lengua que no era semítica ni indoeuropea y que no tenía conexión, por otra parte, con el sumerio, el hurrita o cualquiera de las otras lenguas del Próximo Oriente Antiguo. Se desconoce con exactitud su lugar de origen, que en algunas ocasiones se pretende situar en el sudoeste de Irán. A diferencia de los indoeuropeos, los casitas asentados en Mesopotamia, en donde llegaron a establecer un reino floreciente, perdieron en gran parte su lengua y cultura originarias, resultando asimilados por la civilización de las gentes y la cultura del país que ocuparon.
Entre los pueblos que llegaron al Próximo Oriente durante la Antigüedad desde alguna otra región figuran principalmente los indoeuropeos, si bien algunas teorías recientes pretenden hacerlos originarios del Zagros meridional o de la misma Anatolia. Los indoeuropeos, venidos desde las estepas de la Europa sudoriental, penetraron en el Próximo Oriente en distintos momentos y de formas diversas. Los primeros en llegar parecen haber sido los hititas, vocablo que engloba varias familias afines como los luvitas, nesitas y palaitas, que conforme a los documentos asirios encontramos ya instalados en Anatolia en el curso del siglo XX a.C. Parece que los luvitas irrumpieron violentamente desde los Balcanes en el Asia Menor en torno al 2200, causando en gran medida la destrucción de las culturas locales, mientras que los otros dos grupos llegarían, desde el Este y por el Cáucaso, dos o tres siglos más tarde y de forma más pacífica, asentándose en la parte oriental y en la altiplanicie central respectivamente. Hacia el 1900, y procedentes probablemente de las riberas del Volga, los indoarios, rodeaban el Mar Caspio por el norte y el este y se establecían al sur del mismo, en la llanura de Gurgán. Desde allí, basándonos en algunos indicios arqueológicos que permiten seguirles la pista, se habrían separado en dos grupos que siguieron direcciones opuestas. El occidental entraría finalmente en contacto con los hurritas, mientras que el oriental alcanzaría finalmente el valle del Indo.
A finales del segundo milenio, otro grupo indoeuropeo, también emparentado con los indoarios, los iranios, habría atravesado el Cáucaso, estableciéndose una parte de ellos en el Irán occidental, donde luego los conoceremos con el nombre de medos y persas, mientras que otros, los turanios, avanzaron más hacia oriente, llegando a entrar en contacto con los indoarios de la India. Como en su momento veremos, la llegada de los medos y persas a la altiplanicie iraní supuso el fin de la Edad del Bronce y los comienzos de la del Hierro. Más tardía fue la llegada de los cimerios y escitas, nómadas originarios de las estepas euroasiáticas de quienes se discute su posible origen iranio, y su presencia también mucho más corta.
Nómadas y sedentarios.
Desde el punto de vista de la integración en el medio ambiente, la población del Próximo Oriente Antiguo se puede clasificar en sedentarios y nómadas. Junto con la agricultura, el seminomadismo estacional pastoril fue otra de las variantes que, como veremos, conoció una amplia difusión desde tiempos del Neolítico. Ambas formas de vida, con un aprovechamiento distinto de los recursos y modos de organización específicos de cada una, compartían frecuentemente un mismo nicho ecológico dando lugar a una realidad que llamamos dimorfa. El pastoreo nómada permitía un aprovechamiento de aquellas zonas que no reunían las condiciones mínimas para ser sometidas a una explotación agrícola, pero podían alimentar al ganado. Con todo, los pastores nómadas no fueron nunca autosuficientes y los agricultores sedentarios a menudo necesitaban también de ellos. Por eso, al margen de los estereotipos culturales, acuñados por los habitantes de las ciudades que hacían del nómada un "bárbaro" y de ellos mismos seres "civilizados, al margen también de la mutua desconfianza cimentada por no pocos conflictos a lo largo de la historia del Antiguo Oriente, lo cierto es que ambas formas de vida no constituyeron nunca mundos totalmente al margen el uno del otro, aunque si bien distintos, ni tuvieron un comportamiento estático, sin evolución ni intercomunicación entre ellos, sino que por el contrario se relacionaron con frecuencia, nutriéndose en ocasiones cada uno del otro.
Se produjo así una interacción entre ambas formas de vida, que no siempre estuvo exenta de problemas y violencias, sobre todo en tiempos de crisis, pero que por lo común podía resultar mutuamente provechosa. Los nómadas, habitantes de las estepas semiáridas y de algunas zonas montañosas, precisaban de los sedentarios para abastecerse de productos agrícolas y determinadas manufacturas. A cambio los sedentarios obtenían de los nómadas pieles y otros derivados del ganado, así como fuerza de trabajo y tropas militares extras en determinadas ocasiones. Se trata, por supuesto, de una simplificación de fenómenos mucho más complejos, pero que sirve para ilustrar lo que decimos.
En tiempos de crisis, y bajo condiciones especialmente duras, no fue raro que los habitantes de las ciudades, sobre todo aquellos más desprotegidos social y económicamente, abandonaran el entorno urbano, tradicionalmente considerado como "protector", para integrarse en el ámbito de la vida nómada en espacios abiertos y fuera del control de los palacios. Como también veremos, la urbanización no constituyó tampoco un fenómeno irreversible y así lugares que habían conocido un temprano auge urbano, experimentaron más tarde una transformación que supuso el retraimiento e incluso la desaparición de muchas ciudades, quedando sus territorios a merced de grupos de pastores nómadas que los recorrían. En general, tal cosa ocurrió en las zonas de paso entre la llanura agrícola y las estepas semiáridas, como el interior de Siria o la Transjordania, y fue debido, bien a pequeñas oscilaciones climáticas que produjeron una disminución de las precipitaciones pluviales, o a una sobreexplotación agrícola forzada por las propias condiciones ambientales que terminó por hacer descender los rendimientos de forma importante.
Otras veces eran los nómadas quienes, impelidos por la necesidad propia de una situación de crisis, que en muchos casos estaba originada por la depredación de los sedentarios sobre sus tierras, en las que las gentes de las ciudades buscaban metales u otras materias primas, se ponían en marcha avanzando hacia las zonas urbanas. Se producían entonces migraciones de mayor o menor virulencia, percibidas por los sedentarios como auténticas invasiones, y con resultados diversos. La presión de los nómadas en marcha podía ser resistida, e incluso rechazada con éxito, si el sistema de vida de las ciudades gozaba de buena salud. Pero si aquellas se encontraban en crisis o decadencia, agobiadas por problemas internos, la presión de los nómadas podía desbordar finalmente todas las contenciones e irrumpir en el territorio de los aterrorizados habitantes de las zonas urbanas. Una vez allí podían ser rechazados al cabo del tiempo, como les ocurriría a los qutu, o resultar asimilados por la civilización sedentaria, abandonando paulatinamente sus costumbre y adquiriendo las de aquellos a los que habían invadido, lo que hicieron buena parte de los amoritas; o también persistir en sus formas de vida tradicionales, creando amplios espacios al margen del control de las ciudades pero insertos entre ellas, que fue el caso de los arameos.
La falsa identificación étnica=cultura.
La consideración de que la etnia es de por sí creadora y portadora de cultura, que la cultura tiene por tanto un origen étnico más que social, siendo la sociedad también una creación de la etnia, entendida ésta en un sentido racial, además de inducir a peligrosas y absurdas concepciones de la Historia, no posee fundamento científico alguno. La identificación de los grupos culturales con supuestas realidades étnicas y lingüísticas, y la consideración de estas últimas como grupos creadores y portadores de la cultura reposa sobre una base enteramente ficticia. La lengua, aunque constituye sin duda uno de los principales elementos de la autoconciencia colectiva de un pueblo y una de sus más importantes herramientas y vehículo de cultura, es así mismo un elemento cultural y por consiguiente mucho más móvil que el elemento genético-antropológico, actuando dicha movilidad en el tiempo (mutabilidad diacrónica) y en el espacio (difusión lingüística). Muchas de las supuestas expansiones étnicas que tuvieron lugar en el Próximo Oriente Antiguo, fueron probablemente fenómenos de difusión lingüística dentro de interacciones complejas que se produjeron en el ámbito de la aculturación, consecuencia sobre todo de la variedad cultural y su interrelación.
Aún en los casos en que la expansión étnica está constatada, por ejemplo mediante el fenómeno de la migración, otros factores terminaron por imponerse sobre el componente genético-antropológico. Así, los hititas tuvieron que establecerse en Anatolia para desarrollar una forma compleja de cultura que por el contrario se ha supuesto muchas veces habrían portado desde siempre asociada a sus características étnicas. ¿Por qué no la desarrollaron pues previamente?. Otro tanto puede afirmarse de los medos y persas, pastores seminómadas durante milenios y que en un lapso relativamente breve adoptaron las formas de la civilización urbana del Próximo Oriente. ¿Qué papel jugaba entonces en todo ello su adscripción étnica a la familia indoeuropea?. Los mismos casitas resultaron finalmente asimilados en un grado elevado por la cultura mesopotámica, representando otro ejemplo significativo. La misma diferenciación y autoconciencia de los hebreos a partir de un momento histórico dado, constituyó un fenómeno cultural, la expresión de un nacionalismo religioso exacerbado en unas gentes que compartían la misma base genético-antropológicas que las restantes poblaciones cananeas.
Por otra parte, el grado de aculturación y mezcla de gentes de origen diverso debió de ser significativo desde un principio. En la baja Mesopotamia sumerios, semitas y otras gentes (pre-sumerios) vivían en estrecha vecindad y colaboración, lo que también puede decirse de los hititas respecto a la población hatti de Anatolia. No hay forma de saber si un individuo que llevaba un nombre sumerio no hubiera sido de origen semita y a la inversa, pues las uniones entre ambos pudieron ser frecuentes. Cuando desde comienzos del segundo milenio la población sumeria desaparece, su eclipse no constituye tanto un fenómeno de tipo étnico como cultural. Aquella gente seguía estando allí; sus ciudades y muchos de los elementos más característicos de su civilización perdurarían durante siglos, pero culturalmente fueron asimilados por la población semita que terminó por imponer su lengua y algunas de sus costumbres. Los sumerios no se evaporaron, ni fueron étnicamente diezmados, sino que, en un proceso más amplio de mestizaje, fueron sometidos a una intensa semitización, acompañada además de la pérdida de importancia económica de muchos de sus centros frente al nuevo auge de las zonas de población y cultura semita, reforzadas en aquel momento por la llegada e instalación en Mesopotamia de los amoritas, otros semitas de carácter originariamente seminómada.
Desde esta perspectiva el componente étnico de la cultura resulta insignificante en comparación con los factores ecológicos, tecnológicos, sociales, económicos, institucionales, simbólico-ideológicos, etc., que caracterizan el modo de vida de las gentes de un determinado periodo y lugar. Resulta falso y manipulador, afirmar, por tanto, que tal o cual cosa fue una creación de los sumerios, de los hititas o de los persas, entendidos todos ellos como etnias y no como pueblos organizados en sociedad de acuerdo a motivaciones que son fundamentalmente culturales.
Pueblos y lenguas.
Mejor que cualquier otro, la lengua constituye un factor diferenciador que nos permite apreciar la diversidad del poblamiento. Comenzando por los pobladores originarios, los semitas constituían un porcentaje notable de la población total. Aunque se ha discutido mucho acerca de su procedencia no parece que ésta sea la cuestión principal. De hecho no tenían por qué haber venido de ninguna parte de las que han sido propuestas como su cuna (Africa sahariana, Arabia, sur de Mesopotamia), para expandirse luego por amplias regiones del Próximo Oriente, sino que es sumamente posible que siempre hubieran estado allí. Los semitas hablaban lenguas estrechamente emparentadas por un substrato, divididas en dos troncos principales: el semítico oriental o acadio y el semítico occidental que constituye un grupo mucho más diversificado, con el ugarítico, el cananeo que a su vez aloja las variantes dialectales del fenicio, hebreo y moabita, y el arameo. Además, pertenecen también al tronco común del semítico occidental el árabe, en sus dos variantes septentrional y meridional, y el etiópico. El acadio, por su parte, contó con una larga y fructífera historia, se hablaba en gran parte de Mesopotamia y experimentó desde el segundo milenio una diversificación en dialectos, surgiendo de esta forma el babilonio, que se hablaba en la zona meridional, y el asirio en el norte.
Otro pueblo al que se le ha buscado durante mucho tiempo un origen fuera de la zona que ocupó en tiempos históricos es el de los hurritas, gentes que hablaban una lengua aglutinante emparentadas con las del Cáucaso, y a quienes se ha hecho venir por ello de aquella región, y a los que se considera en otras ocasiones parientes de los indoeuropeos. Aunque ciertamente utilizaban algunas palabras de este origen, hoy sabemos sin embargo que desde muy antiguo ocuparon el territorio comprendido por la llanura de Armenia y el arco que forman los contrafuertes del Tauro y el piedemonte de los Zagros septentrionales, con una fuerte penetración en Siria del norte y la alta Mesopotamia. Pueblo autóctono, por tanto, los hurritas sufrirían, como otras tantas poblaciones próximo orientales durante la Antigüedad, posteriores mezclas étnicas y lingüísticas que han servido a menudo para confundirnos a cerca de su procedencia. En Anatolia la población preindoeuropea, que denominaremos hatti, nombre autóctono de la región comprendida por el arco que forma el río Kizilimark (Halys) cuando llegaron los hititas, resulta aún muy mal conocida. De acuerdo con los datos arqueológicos parece ser originaria de la vertiente meridional del país (Cilicia, Konya), en la que se documentan los asentamientos del periodo neolítico, y luego iría poblando progresivamente el resto del territorio. Peor conocidas son todavía las poblaciones montañesas de los Zagros, qutu, lulubitas, etc, de quienes tenemos noticia únicamente por el testimonio de los habitantes de la llanura mesopotámica que se refirieron a ellos de forma despectiva, circunstancial o anecdótica.
Los pobladores más antiguos del Irán nos resultan también prácticamente desconocidos, a excepción de los que habitaban en el S.O. del país, en la región conocida como Elam, en estrecho contacto con Mesopotamia. En general el territorio iraní estaba escasamente poblado antes de la llegada a él de los medos y los persas, salvo pequeños grupos de agricultores asentados en torno a algunos oasis u otros de componente nómada, pertenecientes a la familia lingüística caucásica nororiental . Al suroeste del lago Urmia habitaban los maneos, de los que casi no sabemos nada hasta el primer milenio en que crearon un reino de cierta importancia. La población elamita parece ser de origen autóctono, descendiente de las gentes que desde el Neolítico habitaban en el Kuzistán, y hablaban una lengua de tipo proto-dravidio, ancestro de las que actualmente se hablan en el sur de la India y en algunas partes del Beluchistán.
Un problema especial es el que concierne al de los orígenes de los sumerios, pueblo que habitaba el extremo sur mesopotámico y creador de la primera civilización urbana de la Historia. Los sumerios hablaban una lengua aglutinante sin parangón con cualquier otra de las conocidas en el Próximo Oriente, debido a las diferencias fonéticas que presentaba con todas ellas. Ello, unido a la existencia en el sur de Mesopotamia de un substrato lingüístico diferenciado que se considera pre-sumerio, ha hecho pensar en un origen externo de este pueblo, siendo la ubicación de su cuna en algún lugar oriental del Golfo Pérsico una de las localizaciones más aceptada, mientras que otras veces se ha pensado en los países montañosos situados hacia el este. Desde allí los sumerios habrían penetrado en la llanura mesopotámica hacia el 4500, según unos, ó en torno al 3500 en opinión de otros. Pero los sumerios no constituían un grupo racial específico, por el contrario tenían cráneos braquicéfalos o dolicocéfalos, por lo que podían ser mezcla de tipos alpinos y mediterráneos, atestiguados por igual en el Próximo Oriente Antiguo. En cualquier caso tampoco tienen que proceder necesariamente de algún lugar que no fuera la región que habitaron en tiempos históricos o alguna otra zona próxima. La idea de que, al fin y al cabo, los sumerios podían ser pobladores autóctonos, reforzada por los paisajes de sus mitos, que no son otros que los que caracterizan el sur mesopotámico, cuenta cada vez con mayor número de adeptos.
Los casitas resultan ser uno de los pueblos más misteriosos que llegaron a habitar en Mesopotamia. Hablaban una lengua que no era semítica ni indoeuropea y que no tenía conexión, por otra parte, con el sumerio, el hurrita o cualquiera de las otras lenguas del Próximo Oriente Antiguo. Se desconoce con exactitud su lugar de origen, que en algunas ocasiones se pretende situar en el sudoeste de Irán. A diferencia de los indoeuropeos, los casitas asentados en Mesopotamia, en donde llegaron a establecer un reino floreciente, perdieron en gran parte su lengua y cultura originarias, resultando asimilados por la civilización de las gentes y la cultura del país que ocuparon.
Entre los pueblos que llegaron al Próximo Oriente durante la Antigüedad desde alguna otra región figuran principalmente los indoeuropeos, si bien algunas teorías recientes pretenden hacerlos originarios del Zagros meridional o de la misma Anatolia. Los indoeuropeos, venidos desde las estepas de la Europa sudoriental, penetraron en el Próximo Oriente en distintos momentos y de formas diversas. Los primeros en llegar parecen haber sido los hititas, vocablo que engloba varias familias afines como los luvitas, nesitas y palaitas, que conforme a los documentos asirios encontramos ya instalados en Anatolia en el curso del siglo XX a.C. Parece que los luvitas irrumpieron violentamente desde los Balcanes en el Asia Menor en torno al 2200, causando en gran medida la destrucción de las culturas locales, mientras que los otros dos grupos llegarían, desde el Este y por el Cáucaso, dos o tres siglos más tarde y de forma más pacífica, asentándose en la parte oriental y en la altiplanicie central respectivamente. Hacia el 1900, y procedentes probablemente de las riberas del Volga, los indoarios, rodeaban el Mar Caspio por el norte y el este y se establecían al sur del mismo, en la llanura de Gurgán. Desde allí, basándonos en algunos indicios arqueológicos que permiten seguirles la pista, se habrían separado en dos grupos que siguieron direcciones opuestas. El occidental entraría finalmente en contacto con los hurritas, mientras que el oriental alcanzaría finalmente el valle del Indo.
A finales del segundo milenio, otro grupo indoeuropeo, también emparentado con los indoarios, los iranios, habría atravesado el Cáucaso, estableciéndose una parte de ellos en el Irán occidental, donde luego los conoceremos con el nombre de medos y persas, mientras que otros, los turanios, avanzaron más hacia oriente, llegando a entrar en contacto con los indoarios de la India. Como en su momento veremos, la llegada de los medos y persas a la altiplanicie iraní supuso el fin de la Edad del Bronce y los comienzos de la del Hierro. Más tardía fue la llegada de los cimerios y escitas, nómadas originarios de las estepas euroasiáticas de quienes se discute su posible origen iranio, y su presencia también mucho más corta.
Nómadas y sedentarios.
Desde el punto de vista de la integración en el medio ambiente, la población del Próximo Oriente Antiguo se puede clasificar en sedentarios y nómadas. Junto con la agricultura, el seminomadismo estacional pastoril fue otra de las variantes que, como veremos, conoció una amplia difusión desde tiempos del Neolítico. Ambas formas de vida, con un aprovechamiento distinto de los recursos y modos de organización específicos de cada una, compartían frecuentemente un mismo nicho ecológico dando lugar a una realidad que llamamos dimorfa. El pastoreo nómada permitía un aprovechamiento de aquellas zonas que no reunían las condiciones mínimas para ser sometidas a una explotación agrícola, pero podían alimentar al ganado. Con todo, los pastores nómadas no fueron nunca autosuficientes y los agricultores sedentarios a menudo necesitaban también de ellos. Por eso, al margen de los estereotipos culturales, acuñados por los habitantes de las ciudades que hacían del nómada un "bárbaro" y de ellos mismos seres "civilizados, al margen también de la mutua desconfianza cimentada por no pocos conflictos a lo largo de la historia del Antiguo Oriente, lo cierto es que ambas formas de vida no constituyeron nunca mundos totalmente al margen el uno del otro, aunque si bien distintos, ni tuvieron un comportamiento estático, sin evolución ni intercomunicación entre ellos, sino que por el contrario se relacionaron con frecuencia, nutriéndose en ocasiones cada uno del otro.
Se produjo así una interacción entre ambas formas de vida, que no siempre estuvo exenta de problemas y violencias, sobre todo en tiempos de crisis, pero que por lo común podía resultar mutuamente provechosa. Los nómadas, habitantes de las estepas semiáridas y de algunas zonas montañosas, precisaban de los sedentarios para abastecerse de productos agrícolas y determinadas manufacturas. A cambio los sedentarios obtenían de los nómadas pieles y otros derivados del ganado, así como fuerza de trabajo y tropas militares extras en determinadas ocasiones. Se trata, por supuesto, de una simplificación de fenómenos mucho más complejos, pero que sirve para ilustrar lo que decimos.
En tiempos de crisis, y bajo condiciones especialmente duras, no fue raro que los habitantes de las ciudades, sobre todo aquellos más desprotegidos social y económicamente, abandonaran el entorno urbano, tradicionalmente considerado como "protector", para integrarse en el ámbito de la vida nómada en espacios abiertos y fuera del control de los palacios. Como también veremos, la urbanización no constituyó tampoco un fenómeno irreversible y así lugares que habían conocido un temprano auge urbano, experimentaron más tarde una transformación que supuso el retraimiento e incluso la desaparición de muchas ciudades, quedando sus territorios a merced de grupos de pastores nómadas que los recorrían. En general, tal cosa ocurrió en las zonas de paso entre la llanura agrícola y las estepas semiáridas, como el interior de Siria o la Transjordania, y fue debido, bien a pequeñas oscilaciones climáticas que produjeron una disminución de las precipitaciones pluviales, o a una sobreexplotación agrícola forzada por las propias condiciones ambientales que terminó por hacer descender los rendimientos de forma importante.
Otras veces eran los nómadas quienes, impelidos por la necesidad propia de una situación de crisis, que en muchos casos estaba originada por la depredación de los sedentarios sobre sus tierras, en las que las gentes de las ciudades buscaban metales u otras materias primas, se ponían en marcha avanzando hacia las zonas urbanas. Se producían entonces migraciones de mayor o menor virulencia, percibidas por los sedentarios como auténticas invasiones, y con resultados diversos. La presión de los nómadas en marcha podía ser resistida, e incluso rechazada con éxito, si el sistema de vida de las ciudades gozaba de buena salud. Pero si aquellas se encontraban en crisis o decadencia, agobiadas por problemas internos, la presión de los nómadas podía desbordar finalmente todas las contenciones e irrumpir en el territorio de los aterrorizados habitantes de las zonas urbanas. Una vez allí podían ser rechazados al cabo del tiempo, como les ocurriría a los qutu, o resultar asimilados por la civilización sedentaria, abandonando paulatinamente sus costumbre y adquiriendo las de aquellos a los que habían invadido, lo que hicieron buena parte de los amoritas; o también persistir en sus formas de vida tradicionales, creando amplios espacios al margen del control de las ciudades pero insertos entre ellas, que fue el caso de los arameos.
La falsa identificación étnica=cultura.
La consideración de que la etnia es de por sí creadora y portadora de cultura, que la cultura tiene por tanto un origen étnico más que social, siendo la sociedad también una creación de la etnia, entendida ésta en un sentido racial, además de inducir a peligrosas y absurdas concepciones de la Historia, no posee fundamento científico alguno. La identificación de los grupos culturales con supuestas realidades étnicas y lingüísticas, y la consideración de estas últimas como grupos creadores y portadores de la cultura reposa sobre una base enteramente ficticia. La lengua, aunque constituye sin duda uno de los principales elementos de la autoconciencia colectiva de un pueblo y una de sus más importantes herramientas y vehículo de cultura, es así mismo un elemento cultural y por consiguiente mucho más móvil que el elemento genético-antropológico, actuando dicha movilidad en el tiempo (mutabilidad diacrónica) y en el espacio (difusión lingüística). Muchas de las supuestas expansiones étnicas que tuvieron lugar en el Próximo Oriente Antiguo, fueron probablemente fenómenos de difusión lingüística dentro de interacciones complejas que se produjeron en el ámbito de la aculturación, consecuencia sobre todo de la variedad cultural y su interrelación.
Aún en los casos en que la expansión étnica está constatada, por ejemplo mediante el fenómeno de la migración, otros factores terminaron por imponerse sobre el componente genético-antropológico. Así, los hititas tuvieron que establecerse en Anatolia para desarrollar una forma compleja de cultura que por el contrario se ha supuesto muchas veces habrían portado desde siempre asociada a sus características étnicas. ¿Por qué no la desarrollaron pues previamente?. Otro tanto puede afirmarse de los medos y persas, pastores seminómadas durante milenios y que en un lapso relativamente breve adoptaron las formas de la civilización urbana del Próximo Oriente. ¿Qué papel jugaba entonces en todo ello su adscripción étnica a la familia indoeuropea?. Los mismos casitas resultaron finalmente asimilados en un grado elevado por la cultura mesopotámica, representando otro ejemplo significativo. La misma diferenciación y autoconciencia de los hebreos a partir de un momento histórico dado, constituyó un fenómeno cultural, la expresión de un nacionalismo religioso exacerbado en unas gentes que compartían la misma base genético-antropológicas que las restantes poblaciones cananeas.
Por otra parte, el grado de aculturación y mezcla de gentes de origen diverso debió de ser significativo desde un principio. En la baja Mesopotamia sumerios, semitas y otras gentes (pre-sumerios) vivían en estrecha vecindad y colaboración, lo que también puede decirse de los hititas respecto a la población hatti de Anatolia. No hay forma de saber si un individuo que llevaba un nombre sumerio no hubiera sido de origen semita y a la inversa, pues las uniones entre ambos pudieron ser frecuentes. Cuando desde comienzos del segundo milenio la población sumeria desaparece, su eclipse no constituye tanto un fenómeno de tipo étnico como cultural. Aquella gente seguía estando allí; sus ciudades y muchos de los elementos más característicos de su civilización perdurarían durante siglos, pero culturalmente fueron asimilados por la población semita que terminó por imponer su lengua y algunas de sus costumbres. Los sumerios no se evaporaron, ni fueron étnicamente diezmados, sino que, en un proceso más amplio de mestizaje, fueron sometidos a una intensa semitización, acompañada además de la pérdida de importancia económica de muchos de sus centros frente al nuevo auge de las zonas de población y cultura semita, reforzadas en aquel momento por la llegada e instalación en Mesopotamia de los amoritas, otros semitas de carácter originariamente seminómada.
Desde esta perspectiva el componente étnico de la cultura resulta insignificante en comparación con los factores ecológicos, tecnológicos, sociales, económicos, institucionales, simbólico-ideológicos, etc., que caracterizan el modo de vida de las gentes de un determinado periodo y lugar. Resulta falso y manipulador, afirmar, por tanto, que tal o cual cosa fue una creación de los sumerios, de los hititas o de los persas, entendidos todos ellos como etnias y no como pueblos organizados en sociedad de acuerdo a motivaciones que son fundamentalmente culturales.