En el Próximo Oriente Antiguo la economía no constituía un conjunto específico y diferenciado de actividades sino que, por el contrario, se hallaba inmersa e integrada en las relaciones familiares y sociales, en las normas institucionales y en las creencias religiosas. No existía una actividad económica cómo algo propio y separado de las demás tareas que se realizaban, sino que las personas llevaban a cabo en el seno de su vida familiar, social, institucional y cultural-ideológica cometidos que estaban orientados hacia la producción, la distribución y el consumo o la subsistencia, y que, por consiguiente, poseían también una funcionalidad económica. Se trataba, por tanto, de una economía "integrada" en el contexto de actividades de otra índole, o mejor, se trataba de actividades con finalidad "económica" que se realizaban en el marco de la familia, de las relaciones sociales e institucionales, influidas por criterios de costumbre, de autoridad administrativa, de pertinencia política y de sanción religiosa.
Una de las principales diferencias con nuestra economía moderna estriba en que el objetivo de la producción consistía en satisfacer las necesidades más básicas de la mayoría de la población y conseguir un excedente que era centralizado por los tempos y los palacios. Fuera de las élites no existía un consumo conspicuo ni mantenido. Las formas en que las cosas eran adquiridas y se distribuían y el número de cosas que eran objeto de distribución tampoco guardan relación alguna con nuestra época. En el Próximo Oriente Antiguo el consumo más allá de la subsistencia, la ostentación y las comodidades sólo estaban al alcance de una élite minoritaria y respondían más a una condición política que económica. Eran los atributos del poder y como tal había que mantenerlos. La mayoría de las personas vivían y trabajaban en el umbral mismo de la subsistencia, que incluía, claro está, las condiciones de su reproducción, sin más lujos ni comodidades. Para ellas la subsistencia no estaba asegurada por su posición económica sino, ante todo por su estatuto jurídico. Sin él la subsistencia misma quedaba comprometida. Ello hacía que la mayor parte de las necesidades quedaran cubiertas dentro del ámbito familiar, en el marco de una economía doméstica que no necesitaba de muchos intercambios con el exterior. Fuera de la esfera familiar el factor que dominaba la economía era la redistribución.
El carácter redistributivo no se manifestaba únicamente en el sistema de raciones empleado para retribuir a los trabajadores empleados por los templos y los palacios, sino que se advierte así mismo en la capacidad de éstos para reclutar mediante corvea a los ciudadanos que eran puestos a trabajar en tareas de utilidad pública, como construcción y reparación de canales, murallas, etc, ya que la asignación centralizada propia de la redistribución no sólo tiene que ver con la recaudación física del producto sino también con la jurídica, como en el caso de los derechos sobre la localización física de los bienes o el trabajo de las personas. También se advierte el carácter redistributivo de las prácticas dominantes, además de en el grano conservado en los almacenes de templos y palacios para hacer frente a las eventuales emergencias, en las celebraciones que jalonaban el calendario y que, patrocinadas por los santuarios urbanos, servían para ritualizar los momentos más importantes de la actividad agrícola sobre la que se sustentaba toda la economía, favoreciendo la movilización de los esfuerzos hacia un mismo objetivo, y siendo al mismo tiempo ocasión para distribuir raciones extras de alimentos, que unas pocas veces incluían carne, entre el personal dependiente y los asistentes a los festivales.
La cuestión del Mercado y la iniciativa privada.
Aunque las cosas tenían un valor, el mercado no existía como instrumento creador y regulador de los precios, ya que la mayor parte de los cometidos de funcionalidad económica se regían por reglas distintas a la oferta/demanda. Así, aunque las personas intercambiaban bienes y productos, originariamente los intercambios se hacían predominantemente en el marco de la denominada "economía natural", concepto un tanto ambiguo que quiere decir que los cambios se realizaban en especie. Esto es, se intercambiaban unas cosas por otras. Más adelante se instituyeron sistemas de equivalencias basados en patrones de valores estables que se utilizaban como referencia y como elementos de pago en las transacciones. Los más comunes de tales patrones fueron la cebada, el cobre y la plata. Por supuesto se efectuaban pagos a numerosas personas a cambio de sus servicios especializados (funcionarios, artesanos, médicos etc) o de su trabajo en el campo, como jornaleros o pastores, pero se realizaban siempre de acuerdo a estos principios de la "economía natural" o de los sistemas de equivalencias.
De este modo la mayoría de los salarios se pagaban en forma de raciones alimentarias y/o de tierras agrícolas que aseguraban el mantenimiento de sus detentadores. Dichos salarios no eran fijados de acuerdo a criterios de índole económica que contemplaran la disponibilidad de fuerza laboral en el mercado del trabajo, sino mediante disposiciones administrativas que tenían en cuenta el tipo de trabajo o servicio realizado y los alimentos y bienes necesarios para mantener a una persona de acuerdo a su edad, sexo, y categoría jurídica. Los altos funcionarios, los escribas y mercaderes recibían salarios superiores a los artesanos, campesinos y pastores. Los pagos en raciones eran mayores, casi el doble, para los varones adultos que para las mujeres y los esclavos. Los niños recibían aproximadamente la tercera parte de lo que correspondía a un varón adulto.
El mercado como tal no existió, ya que las actividades económicas (producción, distribución, consumo) no tenían una existencia independiente de las instituciones y prácticas políticas, jurídicas y sociales en las que se articulaban las relaciones de producción. La economía no disponía, al revés de lo que ocurre en nuestros tiempos, de un lugar específico y propio, en lo que básicamente y de modo muy significativo están de acuerdo Polanyi y sus seguidores, Finley y los suyos, los marxistas no dogmáticos, Carandini y otros discípulos de Bianchi Bandinelli, y los marxistas estructuralistas franceses. Los elementos característicos del Mercado, como la iniciativa privada, las ganancias y los beneficios, el riesgo, y la fluctuación de los precios en función de los cambios experimentados en la oferta y la demanda, no ocuparon un lugar significativo al encontrarse sometidos a unas condiciones que emanaban, no de la actividad económica, sino de las esferas jurídica, política y social.
Por el contrario, haría falta demostrar la existencia de pequeños productores libres en todas las ramas de la producción, y que el intercambio afectara no sólo a metales y productos de lujo, sino sobre todo a las subsistencias, ya que el intercambio a través del mercado sólo llega a dominar la economía en la medida en que la tierra y las subsistencias son movilizados por ese intercambio y cuando la fuerza de trabajo se ha convertido en una mercancía que puede adquirirse libremente. Pero como los principales medios de producción estaban constituidos por la tierra y el trabajo no libre, el Mercado no tenía apenas incidencia en la dirección y regulación de los procesos económicos. Así, los elementos propios de una economía de mercado, como la iniciativa privada, las ganancias y los beneficios, el riesgo, y la fluctuación de los precios en función de los cambios experimentados en la oferta y la demanda, no desempeñaron un papel significativo al encontrarse sometidos a unas condiciones que emanaban, no de la actividad económica, sino de las esferas jurídica, política y social.
Se ha argumentado que la iniciativa privada existió siempre en mayor o menor medida y que se expandía aprovechando los períodos de debilidad de los poderes públicos, pero lo cierto parece ser más bien lo contrario. Además, en un mundo en el que la sociedad estaba formada por las elites (y los grupos que trabajaban para ellas:dependientes de palacio, artesanos, artistas, esclavos...) y la masa de campesinos, nuestra distinción entre una esfera de actividades “públicas” y una esfera de actividades “privadas” carece en gran medida de sentido. En todas partes el Estado era dirigido como si de una gran hacienda o propiedad se tratase, lo que puede percibirse en el término de "gran casa" empleado para denominar al palacio en Egipto y Oriente. El propio concepto de Estado como tal no había surgido y la mentalidad de las elites hacia la gestión “pública” se hallaba dominada por un fuerte sentido patrimonial.
Más adelante, aprovechando esta posición de privilegio, comerciantes y mercaderes realizaron negocios por su propia cuenta, sirviéndose de su patrimonio, salido de los pagos que les efectuaban los templos y palacios. Pero a pesar de su creciente importancia nunca estuvieron del todo en condiciones de sustituirlos totalmente como organizadores y garantes de la actividad comercial, y, por otra parte, los beneficios obtenidos en estos negocios, así como en los préstamos con interés, no eran reinvertidos en estas actividades a fin de aumentar su monto y las ganancias que proporcionaban, sino que normalmente se utilizaban para adquirir tierras, la única forma de riqueza considerada segura. La actividad dominante en sentido económico era la agricultura que se ejercía en el seno de unidades de explotación familiares, bien "libres" (poseedoras de su propia tierra) o dependientes de la tierra de otros propietarios, que podían arrendar su trabajo o utilizar para ello siervos o esclavos. Templos y palacios constituían grandes unidades económicas que poseían dominios de gran tamaño y utilizaban numeroso personal y trabajadores especializados.
Precios y dinero.
Las fluctuaciones en los precios, y en los pagos, si bien existieron no solían ser por lo normal bruscas ni importantes, al menos dentro del tiempo de vida de una persona, y las carestías, que las hubo, tuvieron más que ver con causas de tipo, natural (malas cosechas, plagas), militar (guerras, invasiones) o político (querellas dinásticas, esclerotización del aparato administrativo), que con oscilaciones provocadas por factores económicos. Así durante el reinado de Ibbi-Sin el grano llegó a alcanzar 30 veces su valor corriente en el cenit de la descomposición del Imperio de Ur. Otras crisis importantes tuvieron lugar en Eshnunna, Larsa y Ur antes de la conquista de Hammurabi y en toda Babilonia y Asiria a finales de la Edad del Bronce, pero las causas económicas, tal y como las concebimos hoy, no tuvieron más que una incidencia muy localizada.
La moneda hizo aparición muy tardíamente, en el curso de la primera mitad del primer milenio, y su difusión no respondió tanto a necesidades comerciales como a otras de carácter político y administrativo. Se utilizaba más como medio de pago que de intercambio. De hecho el comercio se había desarrollado desde muchos siglos antes, al igual que los préstamos con intereses, sin que existiera la moneda. Los patrones estables de valor basados en la cebada, y sus equivalentes en cobre y plata ejercían en este sentido a la manera de dinero. Además, a diferencia de nuestra época en que casi todo se compra y se vende, el comercio era un actividad muy especializada y restringida, tanto en el número de personas que lo llevaban a cabo como en la cantidad de cosas con que se comerciaba. En un principio el comercio estuvo dominado por la organización burocrática de los templos y los palacios que contrataban los servicios de los mercaderes, personajes de alto rango, adelantándoles en productos las sumas necesarias para llevar a cabo la labor que se les encomendaba. La actividad dominante en sentido económico era la agricultura que se ejercía en el seno de unidades de explotación familiares, bien "libres" (poseedoras de su propia tierra) o dependientes de la tierra de otros propietarios, que podían arrendar su trabajo o utilizar para ello siervos o esclavos. Templos y palacios constituían grandes unidades económicas que poseían dominios de gran tamaño y utilizaban numeroso personal y trabajadores especializados.
Propiedad, consumo y susbsistencia.
Otra diferencia importante con nuestra época es que ahora la mayoría de las personas no es poseedora, ni propietaria, de sus medios de producción y se ve obligada a alquilar o vender su trabajo a los propietarios de dichos medios (dueños de empresas, explotaciones agrícolas o bancos, amén del propio Estado) a cambio de un salario en moneda, en lo que constituye para nosotros una relación de tipo económico, ya que se trata en realidad de una compraventa en la que la mercancía es la fuerza de trabajo. En el Próximo Oriente Antiguo muchas gentes eran originariamente poseedoras o propietarias de los medios de producción, la tierra, los aperos y animales necesarios para hacerla productiva, no tanto a nivel individual, al menos en un principio, sino como miembros de una familia o de una comunidad (rural) más amplia.
Aquellos que, por el contrario, no poseían sus propios medios de producción, como ocurría primero con las personas que trabajaban para los palacios y los templos, y más tarde con los campesinos empobrecidos que se vieron obligados a vender sus tierras para hacer frente a sus deudas, pasaban a depender de grandes propietarios, personas particulares además de los palacios y templos, en una relación que no sólo era económica sino ante todo jurídica. Su situación de dependientes estaba regulada por la ley y a menudo carecían de la movilidad y otros derechos y prerrogativas que caracterizaban la situación de las personas "libres", es decir propietarias, por lo que su estatuto no era el de un trabajador a sueldo sino el de una especie de siervos. Ocurría de esta forma porque su trabajo no se había convertido en una mercancía separándose de su persona. Como vemos, todos los cometidos con una función económica se encontraban regulados por una serie de sanciones y disposiciones que emanaban del derecho familiar, de la reglamentación jurídica de los administradores políticos, o de la religión, por lo que el espacio concedido a la iniciativa privada, sin ser inexistente era en realidad muy exiguo. A este respecto el debate sobre la existencia o no de formas propias de la economía de mercado carece en realidad de sentido y debe ser sustituido por la discusión sobre el papel que tales formas, allí donde existieron, desempeñaron en la economía.
Tres factores condicionaban en gran medida el consumo que, como queda dicho, se situaba para la mayor parte de la población campesina en el umbral de la subsistencia. El primero tenía que ver con el carácter preponderántemente redistributivo de la economía en el Próximo Oriente Antiguo. El segundo concierne a los ordenamientos socio-jurídicos vigentes que influían enormemente en las prácticas laborales y en su retribución. El tercero, en fin, se relaciona con los procesos históricos de concentración de la tierra y empobrecimiento/endeudamiento de los pequeños campesinos "libres". Todos juntos articularon una situación en la que los niveles de vida material más elevados iban parejos a la posesión de conocimientos y a la práctica de funciones especializados, algo propio sólo de las elites urbanas.
Los tres artículos básicos, que procedían de la actividad agraria, eran la cebada, el aceite y la lana. La cebada "fue a la vez la base de la alimentación y el principal patrón de valores, y siguió conservando este papel, incluso después de que el uso de la plata se hubo generalizado en las transacciones. El aceite, obtenido del sésamo, era muy empleado en la alimentación, el cuidado corporal, la iluminación, las ceremonias de culto y de la adivinación, y en medicina. La lana, finalmente, fue la principal materia prima de la industria textil. El lino no tuvo más que una importancia secundaria, y el algodón no fue conocido hasta Senaquerib, que sólo lo aclimató, por otra parte, a título de ensayo" (Garelli: 1974, 227).
La mayoría de la población, esto es, los campesinos, consumían una dieta sobria (cereales, aceite, cerveza, dátiles y productos lácteos) de la que estaba ausente la carne, que sólo se comía en ocasión de unas pocas festividades anuales, y que en Mesopotamia se podía enriquecer un poco gracias a la abundancia de pesca en los ríos y canales. Los trabajadores de los templos y palacios recibían, al menos desde el periodo acadio, en que parecen estabilizarse los mínimos, una ración media de 60 sila (sila= 0, 84 litros) de cebada al mes si eran varones adultos, 40/30 si eran mujeres y 30/20 para los niños. Las raciones incluían también un sila de aceite una vez al mes, y lana una vez al año. Por un siclo (unos ocho gramos) de plata se podían obtener entre 250/300 sila de cebada, dependiendo del lugar y el periodo, 9/12 sila de aceite y unas dos minas (aproximadamente 1 kl.) de lana, por término medio. En época de Hammurabi la ración de un esclavo era de un sila de cebada al día, justo la mitad en que se estimaba la de un campesino libre, y con un siclo de plata podían adquirirse unos 150/180 sila de cebada. El salario de un jornalero era de unos 3,1/2 a 5 siclos de plata. Los salarios eran superiores a los de unos siglos atrás en tiempos del Imperio de Ur, pero los precios también habían aumentado.
Con todo, para la gente que no dependía de los templos y palacios los precios no eran el único factor que condicionaba los niveles de consumo (subsitencia). Gran parte de la población campesina no podía hacer frente a los gastos derivados de la compra de simientes, renovación del equipo, alquiler de los trabajadores y de los animales de tiro, amén de su propio mantenimiento, por lo que se veía obligada a pedir prestado. Los préstamos tenían un interés elevado, de un 33% si estaban expresados en cebada, y de un 20% si se trataba de plata. Para librarse de las deudas muchas personas vendían sus tierras y se convertían en campesinos arrendatarios que debían pagar entre un tercio y la mitad de la cosecha, además de hacer frente a todos los otros gastos habituales. Un campo de un iku (35 áreas) podía costar entre dos y siete siclos de plata, trece si se trataba de un huerto. En tales condiciones la subsistencia se tornaba difícil.
Una de las principales diferencias con nuestra economía moderna estriba en que el objetivo de la producción consistía en satisfacer las necesidades más básicas de la mayoría de la población y conseguir un excedente que era centralizado por los tempos y los palacios. Fuera de las élites no existía un consumo conspicuo ni mantenido. Las formas en que las cosas eran adquiridas y se distribuían y el número de cosas que eran objeto de distribución tampoco guardan relación alguna con nuestra época. En el Próximo Oriente Antiguo el consumo más allá de la subsistencia, la ostentación y las comodidades sólo estaban al alcance de una élite minoritaria y respondían más a una condición política que económica. Eran los atributos del poder y como tal había que mantenerlos. La mayoría de las personas vivían y trabajaban en el umbral mismo de la subsistencia, que incluía, claro está, las condiciones de su reproducción, sin más lujos ni comodidades. Para ellas la subsistencia no estaba asegurada por su posición económica sino, ante todo por su estatuto jurídico. Sin él la subsistencia misma quedaba comprometida. Ello hacía que la mayor parte de las necesidades quedaran cubiertas dentro del ámbito familiar, en el marco de una economía doméstica que no necesitaba de muchos intercambios con el exterior. Fuera de la esfera familiar el factor que dominaba la economía era la redistribución.
El carácter redistributivo no se manifestaba únicamente en el sistema de raciones empleado para retribuir a los trabajadores empleados por los templos y los palacios, sino que se advierte así mismo en la capacidad de éstos para reclutar mediante corvea a los ciudadanos que eran puestos a trabajar en tareas de utilidad pública, como construcción y reparación de canales, murallas, etc, ya que la asignación centralizada propia de la redistribución no sólo tiene que ver con la recaudación física del producto sino también con la jurídica, como en el caso de los derechos sobre la localización física de los bienes o el trabajo de las personas. También se advierte el carácter redistributivo de las prácticas dominantes, además de en el grano conservado en los almacenes de templos y palacios para hacer frente a las eventuales emergencias, en las celebraciones que jalonaban el calendario y que, patrocinadas por los santuarios urbanos, servían para ritualizar los momentos más importantes de la actividad agrícola sobre la que se sustentaba toda la economía, favoreciendo la movilización de los esfuerzos hacia un mismo objetivo, y siendo al mismo tiempo ocasión para distribuir raciones extras de alimentos, que unas pocas veces incluían carne, entre el personal dependiente y los asistentes a los festivales.
La cuestión del Mercado y la iniciativa privada.
Aunque las cosas tenían un valor, el mercado no existía como instrumento creador y regulador de los precios, ya que la mayor parte de los cometidos de funcionalidad económica se regían por reglas distintas a la oferta/demanda. Así, aunque las personas intercambiaban bienes y productos, originariamente los intercambios se hacían predominantemente en el marco de la denominada "economía natural", concepto un tanto ambiguo que quiere decir que los cambios se realizaban en especie. Esto es, se intercambiaban unas cosas por otras. Más adelante se instituyeron sistemas de equivalencias basados en patrones de valores estables que se utilizaban como referencia y como elementos de pago en las transacciones. Los más comunes de tales patrones fueron la cebada, el cobre y la plata. Por supuesto se efectuaban pagos a numerosas personas a cambio de sus servicios especializados (funcionarios, artesanos, médicos etc) o de su trabajo en el campo, como jornaleros o pastores, pero se realizaban siempre de acuerdo a estos principios de la "economía natural" o de los sistemas de equivalencias.
De este modo la mayoría de los salarios se pagaban en forma de raciones alimentarias y/o de tierras agrícolas que aseguraban el mantenimiento de sus detentadores. Dichos salarios no eran fijados de acuerdo a criterios de índole económica que contemplaran la disponibilidad de fuerza laboral en el mercado del trabajo, sino mediante disposiciones administrativas que tenían en cuenta el tipo de trabajo o servicio realizado y los alimentos y bienes necesarios para mantener a una persona de acuerdo a su edad, sexo, y categoría jurídica. Los altos funcionarios, los escribas y mercaderes recibían salarios superiores a los artesanos, campesinos y pastores. Los pagos en raciones eran mayores, casi el doble, para los varones adultos que para las mujeres y los esclavos. Los niños recibían aproximadamente la tercera parte de lo que correspondía a un varón adulto.
El mercado como tal no existió, ya que las actividades económicas (producción, distribución, consumo) no tenían una existencia independiente de las instituciones y prácticas políticas, jurídicas y sociales en las que se articulaban las relaciones de producción. La economía no disponía, al revés de lo que ocurre en nuestros tiempos, de un lugar específico y propio, en lo que básicamente y de modo muy significativo están de acuerdo Polanyi y sus seguidores, Finley y los suyos, los marxistas no dogmáticos, Carandini y otros discípulos de Bianchi Bandinelli, y los marxistas estructuralistas franceses. Los elementos característicos del Mercado, como la iniciativa privada, las ganancias y los beneficios, el riesgo, y la fluctuación de los precios en función de los cambios experimentados en la oferta y la demanda, no ocuparon un lugar significativo al encontrarse sometidos a unas condiciones que emanaban, no de la actividad económica, sino de las esferas jurídica, política y social.
Por el contrario, haría falta demostrar la existencia de pequeños productores libres en todas las ramas de la producción, y que el intercambio afectara no sólo a metales y productos de lujo, sino sobre todo a las subsistencias, ya que el intercambio a través del mercado sólo llega a dominar la economía en la medida en que la tierra y las subsistencias son movilizados por ese intercambio y cuando la fuerza de trabajo se ha convertido en una mercancía que puede adquirirse libremente. Pero como los principales medios de producción estaban constituidos por la tierra y el trabajo no libre, el Mercado no tenía apenas incidencia en la dirección y regulación de los procesos económicos. Así, los elementos propios de una economía de mercado, como la iniciativa privada, las ganancias y los beneficios, el riesgo, y la fluctuación de los precios en función de los cambios experimentados en la oferta y la demanda, no desempeñaron un papel significativo al encontrarse sometidos a unas condiciones que emanaban, no de la actividad económica, sino de las esferas jurídica, política y social.
Se ha argumentado que la iniciativa privada existió siempre en mayor o menor medida y que se expandía aprovechando los períodos de debilidad de los poderes públicos, pero lo cierto parece ser más bien lo contrario. Además, en un mundo en el que la sociedad estaba formada por las elites (y los grupos que trabajaban para ellas:dependientes de palacio, artesanos, artistas, esclavos...) y la masa de campesinos, nuestra distinción entre una esfera de actividades “públicas” y una esfera de actividades “privadas” carece en gran medida de sentido. En todas partes el Estado era dirigido como si de una gran hacienda o propiedad se tratase, lo que puede percibirse en el término de "gran casa" empleado para denominar al palacio en Egipto y Oriente. El propio concepto de Estado como tal no había surgido y la mentalidad de las elites hacia la gestión “pública” se hallaba dominada por un fuerte sentido patrimonial.
Más adelante, aprovechando esta posición de privilegio, comerciantes y mercaderes realizaron negocios por su propia cuenta, sirviéndose de su patrimonio, salido de los pagos que les efectuaban los templos y palacios. Pero a pesar de su creciente importancia nunca estuvieron del todo en condiciones de sustituirlos totalmente como organizadores y garantes de la actividad comercial, y, por otra parte, los beneficios obtenidos en estos negocios, así como en los préstamos con interés, no eran reinvertidos en estas actividades a fin de aumentar su monto y las ganancias que proporcionaban, sino que normalmente se utilizaban para adquirir tierras, la única forma de riqueza considerada segura. La actividad dominante en sentido económico era la agricultura que se ejercía en el seno de unidades de explotación familiares, bien "libres" (poseedoras de su propia tierra) o dependientes de la tierra de otros propietarios, que podían arrendar su trabajo o utilizar para ello siervos o esclavos. Templos y palacios constituían grandes unidades económicas que poseían dominios de gran tamaño y utilizaban numeroso personal y trabajadores especializados.
Precios y dinero.
Las fluctuaciones en los precios, y en los pagos, si bien existieron no solían ser por lo normal bruscas ni importantes, al menos dentro del tiempo de vida de una persona, y las carestías, que las hubo, tuvieron más que ver con causas de tipo, natural (malas cosechas, plagas), militar (guerras, invasiones) o político (querellas dinásticas, esclerotización del aparato administrativo), que con oscilaciones provocadas por factores económicos. Así durante el reinado de Ibbi-Sin el grano llegó a alcanzar 30 veces su valor corriente en el cenit de la descomposición del Imperio de Ur. Otras crisis importantes tuvieron lugar en Eshnunna, Larsa y Ur antes de la conquista de Hammurabi y en toda Babilonia y Asiria a finales de la Edad del Bronce, pero las causas económicas, tal y como las concebimos hoy, no tuvieron más que una incidencia muy localizada.
La moneda hizo aparición muy tardíamente, en el curso de la primera mitad del primer milenio, y su difusión no respondió tanto a necesidades comerciales como a otras de carácter político y administrativo. Se utilizaba más como medio de pago que de intercambio. De hecho el comercio se había desarrollado desde muchos siglos antes, al igual que los préstamos con intereses, sin que existiera la moneda. Los patrones estables de valor basados en la cebada, y sus equivalentes en cobre y plata ejercían en este sentido a la manera de dinero. Además, a diferencia de nuestra época en que casi todo se compra y se vende, el comercio era un actividad muy especializada y restringida, tanto en el número de personas que lo llevaban a cabo como en la cantidad de cosas con que se comerciaba. En un principio el comercio estuvo dominado por la organización burocrática de los templos y los palacios que contrataban los servicios de los mercaderes, personajes de alto rango, adelantándoles en productos las sumas necesarias para llevar a cabo la labor que se les encomendaba. La actividad dominante en sentido económico era la agricultura que se ejercía en el seno de unidades de explotación familiares, bien "libres" (poseedoras de su propia tierra) o dependientes de la tierra de otros propietarios, que podían arrendar su trabajo o utilizar para ello siervos o esclavos. Templos y palacios constituían grandes unidades económicas que poseían dominios de gran tamaño y utilizaban numeroso personal y trabajadores especializados.
Propiedad, consumo y susbsistencia.
Otra diferencia importante con nuestra época es que ahora la mayoría de las personas no es poseedora, ni propietaria, de sus medios de producción y se ve obligada a alquilar o vender su trabajo a los propietarios de dichos medios (dueños de empresas, explotaciones agrícolas o bancos, amén del propio Estado) a cambio de un salario en moneda, en lo que constituye para nosotros una relación de tipo económico, ya que se trata en realidad de una compraventa en la que la mercancía es la fuerza de trabajo. En el Próximo Oriente Antiguo muchas gentes eran originariamente poseedoras o propietarias de los medios de producción, la tierra, los aperos y animales necesarios para hacerla productiva, no tanto a nivel individual, al menos en un principio, sino como miembros de una familia o de una comunidad (rural) más amplia.
Aquellos que, por el contrario, no poseían sus propios medios de producción, como ocurría primero con las personas que trabajaban para los palacios y los templos, y más tarde con los campesinos empobrecidos que se vieron obligados a vender sus tierras para hacer frente a sus deudas, pasaban a depender de grandes propietarios, personas particulares además de los palacios y templos, en una relación que no sólo era económica sino ante todo jurídica. Su situación de dependientes estaba regulada por la ley y a menudo carecían de la movilidad y otros derechos y prerrogativas que caracterizaban la situación de las personas "libres", es decir propietarias, por lo que su estatuto no era el de un trabajador a sueldo sino el de una especie de siervos. Ocurría de esta forma porque su trabajo no se había convertido en una mercancía separándose de su persona. Como vemos, todos los cometidos con una función económica se encontraban regulados por una serie de sanciones y disposiciones que emanaban del derecho familiar, de la reglamentación jurídica de los administradores políticos, o de la religión, por lo que el espacio concedido a la iniciativa privada, sin ser inexistente era en realidad muy exiguo. A este respecto el debate sobre la existencia o no de formas propias de la economía de mercado carece en realidad de sentido y debe ser sustituido por la discusión sobre el papel que tales formas, allí donde existieron, desempeñaron en la economía.
Tres factores condicionaban en gran medida el consumo que, como queda dicho, se situaba para la mayor parte de la población campesina en el umbral de la subsistencia. El primero tenía que ver con el carácter preponderántemente redistributivo de la economía en el Próximo Oriente Antiguo. El segundo concierne a los ordenamientos socio-jurídicos vigentes que influían enormemente en las prácticas laborales y en su retribución. El tercero, en fin, se relaciona con los procesos históricos de concentración de la tierra y empobrecimiento/endeudamiento de los pequeños campesinos "libres". Todos juntos articularon una situación en la que los niveles de vida material más elevados iban parejos a la posesión de conocimientos y a la práctica de funciones especializados, algo propio sólo de las elites urbanas.
Los tres artículos básicos, que procedían de la actividad agraria, eran la cebada, el aceite y la lana. La cebada "fue a la vez la base de la alimentación y el principal patrón de valores, y siguió conservando este papel, incluso después de que el uso de la plata se hubo generalizado en las transacciones. El aceite, obtenido del sésamo, era muy empleado en la alimentación, el cuidado corporal, la iluminación, las ceremonias de culto y de la adivinación, y en medicina. La lana, finalmente, fue la principal materia prima de la industria textil. El lino no tuvo más que una importancia secundaria, y el algodón no fue conocido hasta Senaquerib, que sólo lo aclimató, por otra parte, a título de ensayo" (Garelli: 1974, 227).
La mayoría de la población, esto es, los campesinos, consumían una dieta sobria (cereales, aceite, cerveza, dátiles y productos lácteos) de la que estaba ausente la carne, que sólo se comía en ocasión de unas pocas festividades anuales, y que en Mesopotamia se podía enriquecer un poco gracias a la abundancia de pesca en los ríos y canales. Los trabajadores de los templos y palacios recibían, al menos desde el periodo acadio, en que parecen estabilizarse los mínimos, una ración media de 60 sila (sila= 0, 84 litros) de cebada al mes si eran varones adultos, 40/30 si eran mujeres y 30/20 para los niños. Las raciones incluían también un sila de aceite una vez al mes, y lana una vez al año. Por un siclo (unos ocho gramos) de plata se podían obtener entre 250/300 sila de cebada, dependiendo del lugar y el periodo, 9/12 sila de aceite y unas dos minas (aproximadamente 1 kl.) de lana, por término medio. En época de Hammurabi la ración de un esclavo era de un sila de cebada al día, justo la mitad en que se estimaba la de un campesino libre, y con un siclo de plata podían adquirirse unos 150/180 sila de cebada. El salario de un jornalero era de unos 3,1/2 a 5 siclos de plata. Los salarios eran superiores a los de unos siglos atrás en tiempos del Imperio de Ur, pero los precios también habían aumentado.
Con todo, para la gente que no dependía de los templos y palacios los precios no eran el único factor que condicionaba los niveles de consumo (subsitencia). Gran parte de la población campesina no podía hacer frente a los gastos derivados de la compra de simientes, renovación del equipo, alquiler de los trabajadores y de los animales de tiro, amén de su propio mantenimiento, por lo que se veía obligada a pedir prestado. Los préstamos tenían un interés elevado, de un 33% si estaban expresados en cebada, y de un 20% si se trataba de plata. Para librarse de las deudas muchas personas vendían sus tierras y se convertían en campesinos arrendatarios que debían pagar entre un tercio y la mitad de la cosecha, además de hacer frente a todos los otros gastos habituales. Un campo de un iku (35 áreas) podía costar entre dos y siete siclos de plata, trece si se trataba de un huerto. En tales condiciones la subsistencia se tornaba difícil.