La especialización productiva y la estratificación económica y funcional formaron los dos pilares sobre los que descansaba la organización de la vida en las ciudades. Podemos pensar que sin tales cambios previos en las anteriores aldeas agrícolas la urbanización no se habría consumado. La aparición de las primeras ciudades no constituyó sólo un hecho físico (reorganización del espacio del habitat, mejoras en las técnicas productivas), sino fundamentalmente económico y sociopolítico. Por ello el proceso de urbanización se encuentra íntimamente ligado a la aparición del Estado, un organismo complejo capaz de asegurar la consolidación y mantenimiento de lo que tales cambios significaban: la aparición de grupos sociales antagónicos (Claessen: 1984, 365)
El Estado, una forma centralizada y muy articulada de gobierno, surge como corolario de la estratificación socioeconómica y funcional. Implica una gran complejidad socio-política, en contraste con formas de gobierno más simples y menos articuladas, como las jefaturas de las sociedades jerarquizadas, y tiene como objetivos perpetuar el orden social, que es tanto como decir las desigualdades sobre el que éste se alza. El Estado es propio de una sociedad muy estratificada, con enorme diversidad interna, y con pautas de residencia basadas en la especialización de las ocupaciones y no en las relaciones de consanguinidad o afinidad. En el Estado el parentesco queda relegado por la territorialidad, y en él y por él se establece el monopolio de la fuerza y la presencia generalizada de la ley que emana, no de la costumbre o de la sanción social, sino de los gobernantes. En el Estado la economía deja de ser predominantemente doméstica para pasar a estar controlada en gran medida por una elite que disfruta de acceso privilegiado a bienes y servicios, y de la cual se reclutan los altos funcionarios.
El Estado surgió históricamente por vez primera en el seno de las sociedades complejas del Próximo Oriente ubicadas en la Mesopotamia meridional (Uruk), aunque subsisten importantes dudas sobre si los procesos de monumentalización en Arslantepe y de urbanización en sitios como Tell Brak o Hamoukar llegaron a culminar en un tipo incipiente de estado arcaico antes de que fueran finalmente destruidos. Esto nos permite diferenciar entre Estados prístinos (o primarios) y secundarios. Los estados prístinos son aquellos que se han formado originariamente sobre la base de sociedades complejas pre-existentes y por causas internas, sin haber experimentado, por tanto, la interferencia exterior procedente de otro entorno, culturalmente más complejo, en su proceso de formación. Los estados secundarios, contrariamente, surgen como consecuencia de la interferencia externa de un Estado ya constituido sobre una comunidad aestatal. Lógicamente la mayoría de los estados históricamente conocidos surgieron en condiciones secundarias, siendo los prístinos tan sólo unos pocos de ellos, todo lo cual nos lleva a plantear la cuestión de las causas o motores de los procesos de formación de los primeros estados.
Las diversas teorías sobre la aparición del Estado.
Ya que los estados secundarios, como fueron por ejemplo algunos centros emergentes del poder hurrita, como Tell Leilan, o la misma Assur en la Mesopotamia septentrional, se originaron como consecuencia de la acción (comercial, militar, etc) que ejercieron sobre ellos otros estados que habían aparecido con anterioridad, resulta particularmente interesante aproximarse a los procesos de formación de los Estados prístinos, a fin de establecer en lo posible las causas de su nacimiento. El tema reviste, no obstante, una gran dificultad, ya que los procesos que causaron la aparición de los primeros estados son anteriores a la existencia de registros históricos, por lo que se dispone sólo de una exigua base arqueológica de información, lo que, junto a discrepancias de cariz ideológico, ha dado lugar a diversas propuestas teóricas. En cualquier caso, suele admitirse que los indicadores arqueológicos que permiten reconocer la existencia del Estado en un lugar y momento dados son la concentración de la población en grandes centros urbanos junto con una jerarquía de los asentamientos, las diferencias de status y riqueza observadas en las necrópolis, una arquitectura monumental o colectiva que expresa la existencia de relaciones de poder capaces de movilizar grandes cantidades de fuerza de trabajo, una administración pública (sistemas de registros: sellos, escritura), el comercio interregional y de larga distancia organizado desde instancias centrales, sistemas de agricultura intensiva (irrigación) a gran escala, e instituciones religiosas centralizadas.
Entre las teorías que se han ocupado de la aparición del Estado, destacan en primer término dos posiciones claramente enfrentadas. Por un lado, aquellas que lo conciben como un poderoso instrumento coercitivo en manos de las elites dominantes, buscando su nacimiento en la existencia de un conflicto social interno y por otro, las que, contrariamente, afirman su origen como resultado de los beneficios en el plano social y organizativo que su presencia promueve, así como de su poder de integración. Las primeras afirman el papel coercitivo del Estado, cuyo objetivo no sería otro que el de defender los intereses de los grupos sociales dominantes frente al resto de la población, que ocupa una posición subordinada. Las segundas destacan, empero, el carácter benefactor y providencial del Estado subrayando su utilidad al servicio del bien común. La aparición del Estado en un contexto de enfrentamiento de intereses de clases, originado por la estratificación social, fue defendida en su momento por Morgan, padre de la antropología moderna, y Engels; posteriormente por Childe en muchos de sus numerosos trabajos, y en época más reciente por Fried (1978), Harris (1978, 95 ss) Friedman (1977, 230ss) o Diakonoff (1988, 2). La posición contraria, desacreditada durante mucho tiempo, ha encontrado un nuevo defensor en Service (1985).
Un lugar intermedio entre ambas concepciones del Estado corresponde a los modelos teóricos que lo hacen nacer de un conflicto intrasocial y externo, en el que la competencia entre grupos territoriales por la tierra y la guerra de conquista se proponen como las principales causas que originaron las desigualdades y la estratificación social. Con ello entramos de paso en otra clasificación de los planteamientos sobre el origen del Estado, la que distingue entre las teorías que ponen el énfasis en los denominados "primeros motores" o "causas principales" y aquellas otras que invocan un conjunto múltiple de causas diversas e interrelacionadas. Así, se ha propuesto que la guerra y el crecimiento de la población (Carneiro: 1970), el comercio (Renfrew: 1975; Godelier: 1977, 48 ss), o la agricultura intensiva de irrigación (Wittfogel: 1970, 48 ss) constituyeron otros tantos "motores" o causas principales del nacimiento del Estado. Su simple enumeración resulta de por sí significativa y lo cierto es que no se disponen de pruebas contundentes al respecto (Flannery: 1976, 21 ss; Manzanilla: 1986, 227 ss; Redman: 1990, 284 ss), por lo que se han propuesto como alternativa otras teorías de causalidad múltiple (Adams: 1966; Flannery: 1972; 29 ss).
Si bien es cierto que no existe aún un modelo teórico capaz de explicar totalmente los orígenes de los primeros estados, parece que las explicaciones multicausales, aquellas que tienen en cuenta una diversidad de factores, son más adecuadas que sus oponentes en las que el proceso de la transformación histórica que condujo al Estado se vertebra a partir de una causa principal. Así, la guerra constituyó sin duda un factor de potenciación de las élites, con el que se adquirían riquezas en forma de botín y esclavos (prisioneros), pero no explica por si sola el mecanismo mediante el cual éstas se apropiaron del excedente y lograron la subordinación de las masas campesinas. De la misma manera, la circunscripción geográfica, entendida como un contexto medioambiental localizado, en el que se produce la fuerte presión de una población en aumento y una intensa competencia por los recursos, según la hipótesis demográfica y el modelo de beligerancia propuesto por Carneiro, puede reforzar los mecanismos coercitivos en manos de las élites pero no contribuye necesariamente a crearlos.
Otros factores a tener en cuenta serían los siguientes:
a) La importancia de la organización territorial que superó definitivamente la anterior organización tribal basada en el parentesco.
b) La disponibilidad de excedentes largamente almacenables, que es un requisito básico para el mantenimiento permanente de una clase de especialistas (funcionarios, sacerdotes, artesanos, comerciantes) que no producen su propio alimento. Ello implica la existencia de vegetales adecuados, como los cereales, y/o de técnicas eficaces de conservación.
c) La importancia del control de la información estratégica para las actividades de subsistencia, que tiene que ver con las instituciones centrales de procesamiento de la información.
d) El desarrollo de patrones de explotación de recursos de espectro restringido, íntimamente ligado a la creciente especialización de la vida económica, por lo cual la gente se vio obligada a intercambiar sus productos por aquellos que no se obtienen localmente, siendo el resultado la pérdida de autosuficiencia.
Otra cuestión muy debatida es la de la propiedad o control de los medios de producción por parte de las elites, o clases dominantes emergentes, en los nacientes estados. A tal respecto parece que no puede aplicarse una solución universal. Se ha insistido, por ejemplo, en que el Estado solamente tuvo una relación abstracta con el control sobre los medios de producción, que permanecieron en manos de las comunidades aldeanas, frente a la creencia en un control directo sobre éstos, aunque como enseguida veremos no parece ser tal enteramente el caso de las primeras ciudades en la baja Mesopotamia.
El Estado, una forma centralizada y muy articulada de gobierno, surge como corolario de la estratificación socioeconómica y funcional. Implica una gran complejidad socio-política, en contraste con formas de gobierno más simples y menos articuladas, como las jefaturas de las sociedades jerarquizadas, y tiene como objetivos perpetuar el orden social, que es tanto como decir las desigualdades sobre el que éste se alza. El Estado es propio de una sociedad muy estratificada, con enorme diversidad interna, y con pautas de residencia basadas en la especialización de las ocupaciones y no en las relaciones de consanguinidad o afinidad. En el Estado el parentesco queda relegado por la territorialidad, y en él y por él se establece el monopolio de la fuerza y la presencia generalizada de la ley que emana, no de la costumbre o de la sanción social, sino de los gobernantes. En el Estado la economía deja de ser predominantemente doméstica para pasar a estar controlada en gran medida por una elite que disfruta de acceso privilegiado a bienes y servicios, y de la cual se reclutan los altos funcionarios.
El Estado surgió históricamente por vez primera en el seno de las sociedades complejas del Próximo Oriente ubicadas en la Mesopotamia meridional (Uruk), aunque subsisten importantes dudas sobre si los procesos de monumentalización en Arslantepe y de urbanización en sitios como Tell Brak o Hamoukar llegaron a culminar en un tipo incipiente de estado arcaico antes de que fueran finalmente destruidos. Esto nos permite diferenciar entre Estados prístinos (o primarios) y secundarios. Los estados prístinos son aquellos que se han formado originariamente sobre la base de sociedades complejas pre-existentes y por causas internas, sin haber experimentado, por tanto, la interferencia exterior procedente de otro entorno, culturalmente más complejo, en su proceso de formación. Los estados secundarios, contrariamente, surgen como consecuencia de la interferencia externa de un Estado ya constituido sobre una comunidad aestatal. Lógicamente la mayoría de los estados históricamente conocidos surgieron en condiciones secundarias, siendo los prístinos tan sólo unos pocos de ellos, todo lo cual nos lleva a plantear la cuestión de las causas o motores de los procesos de formación de los primeros estados.
Las diversas teorías sobre la aparición del Estado.
Ya que los estados secundarios, como fueron por ejemplo algunos centros emergentes del poder hurrita, como Tell Leilan, o la misma Assur en la Mesopotamia septentrional, se originaron como consecuencia de la acción (comercial, militar, etc) que ejercieron sobre ellos otros estados que habían aparecido con anterioridad, resulta particularmente interesante aproximarse a los procesos de formación de los Estados prístinos, a fin de establecer en lo posible las causas de su nacimiento. El tema reviste, no obstante, una gran dificultad, ya que los procesos que causaron la aparición de los primeros estados son anteriores a la existencia de registros históricos, por lo que se dispone sólo de una exigua base arqueológica de información, lo que, junto a discrepancias de cariz ideológico, ha dado lugar a diversas propuestas teóricas. En cualquier caso, suele admitirse que los indicadores arqueológicos que permiten reconocer la existencia del Estado en un lugar y momento dados son la concentración de la población en grandes centros urbanos junto con una jerarquía de los asentamientos, las diferencias de status y riqueza observadas en las necrópolis, una arquitectura monumental o colectiva que expresa la existencia de relaciones de poder capaces de movilizar grandes cantidades de fuerza de trabajo, una administración pública (sistemas de registros: sellos, escritura), el comercio interregional y de larga distancia organizado desde instancias centrales, sistemas de agricultura intensiva (irrigación) a gran escala, e instituciones religiosas centralizadas.
Entre las teorías que se han ocupado de la aparición del Estado, destacan en primer término dos posiciones claramente enfrentadas. Por un lado, aquellas que lo conciben como un poderoso instrumento coercitivo en manos de las elites dominantes, buscando su nacimiento en la existencia de un conflicto social interno y por otro, las que, contrariamente, afirman su origen como resultado de los beneficios en el plano social y organizativo que su presencia promueve, así como de su poder de integración. Las primeras afirman el papel coercitivo del Estado, cuyo objetivo no sería otro que el de defender los intereses de los grupos sociales dominantes frente al resto de la población, que ocupa una posición subordinada. Las segundas destacan, empero, el carácter benefactor y providencial del Estado subrayando su utilidad al servicio del bien común. La aparición del Estado en un contexto de enfrentamiento de intereses de clases, originado por la estratificación social, fue defendida en su momento por Morgan, padre de la antropología moderna, y Engels; posteriormente por Childe en muchos de sus numerosos trabajos, y en época más reciente por Fried (1978), Harris (1978, 95 ss) Friedman (1977, 230ss) o Diakonoff (1988, 2). La posición contraria, desacreditada durante mucho tiempo, ha encontrado un nuevo defensor en Service (1985).
Un lugar intermedio entre ambas concepciones del Estado corresponde a los modelos teóricos que lo hacen nacer de un conflicto intrasocial y externo, en el que la competencia entre grupos territoriales por la tierra y la guerra de conquista se proponen como las principales causas que originaron las desigualdades y la estratificación social. Con ello entramos de paso en otra clasificación de los planteamientos sobre el origen del Estado, la que distingue entre las teorías que ponen el énfasis en los denominados "primeros motores" o "causas principales" y aquellas otras que invocan un conjunto múltiple de causas diversas e interrelacionadas. Así, se ha propuesto que la guerra y el crecimiento de la población (Carneiro: 1970), el comercio (Renfrew: 1975; Godelier: 1977, 48 ss), o la agricultura intensiva de irrigación (Wittfogel: 1970, 48 ss) constituyeron otros tantos "motores" o causas principales del nacimiento del Estado. Su simple enumeración resulta de por sí significativa y lo cierto es que no se disponen de pruebas contundentes al respecto (Flannery: 1976, 21 ss; Manzanilla: 1986, 227 ss; Redman: 1990, 284 ss), por lo que se han propuesto como alternativa otras teorías de causalidad múltiple (Adams: 1966; Flannery: 1972; 29 ss).
Si bien es cierto que no existe aún un modelo teórico capaz de explicar totalmente los orígenes de los primeros estados, parece que las explicaciones multicausales, aquellas que tienen en cuenta una diversidad de factores, son más adecuadas que sus oponentes en las que el proceso de la transformación histórica que condujo al Estado se vertebra a partir de una causa principal. Así, la guerra constituyó sin duda un factor de potenciación de las élites, con el que se adquirían riquezas en forma de botín y esclavos (prisioneros), pero no explica por si sola el mecanismo mediante el cual éstas se apropiaron del excedente y lograron la subordinación de las masas campesinas. De la misma manera, la circunscripción geográfica, entendida como un contexto medioambiental localizado, en el que se produce la fuerte presión de una población en aumento y una intensa competencia por los recursos, según la hipótesis demográfica y el modelo de beligerancia propuesto por Carneiro, puede reforzar los mecanismos coercitivos en manos de las élites pero no contribuye necesariamente a crearlos.
Otros factores a tener en cuenta serían los siguientes:
a) La importancia de la organización territorial que superó definitivamente la anterior organización tribal basada en el parentesco.
b) La disponibilidad de excedentes largamente almacenables, que es un requisito básico para el mantenimiento permanente de una clase de especialistas (funcionarios, sacerdotes, artesanos, comerciantes) que no producen su propio alimento. Ello implica la existencia de vegetales adecuados, como los cereales, y/o de técnicas eficaces de conservación.
c) La importancia del control de la información estratégica para las actividades de subsistencia, que tiene que ver con las instituciones centrales de procesamiento de la información.
d) El desarrollo de patrones de explotación de recursos de espectro restringido, íntimamente ligado a la creciente especialización de la vida económica, por lo cual la gente se vio obligada a intercambiar sus productos por aquellos que no se obtienen localmente, siendo el resultado la pérdida de autosuficiencia.
Otra cuestión muy debatida es la de la propiedad o control de los medios de producción por parte de las elites, o clases dominantes emergentes, en los nacientes estados. A tal respecto parece que no puede aplicarse una solución universal. Se ha insistido, por ejemplo, en que el Estado solamente tuvo una relación abstracta con el control sobre los medios de producción, que permanecieron en manos de las comunidades aldeanas, frente a la creencia en un control directo sobre éstos, aunque como enseguida veremos no parece ser tal enteramente el caso de las primeras ciudades en la baja Mesopotamia.