El conflicto social

A pesar de la opacidad y de la parquedad de los documentos en lo que a la conflictividad social se refiere, poseemos indicios que sugieren la existencia de malestar y conflicto social en algunos lugares y en distintas épocas. Ahora bién, las circunstancias en que se origina el registro de los hechos históricos en el Próximo Oriente Antiguo dificultan extraordinariamente conocer con amplitud algo sobre este punto. Tal y como se verá en el capítulo correspondiente, la escritura y con ella cualquier otra forma de registrar la información, constituía un privilegio de la clase dominante, permaneciendo la mayoría de la población iletrada. Por otra parte, la posición de clase intervenía en la caracterización de lo que se consideraba digno de ser un acontecimiento registrable, así como en la forma de hacerlo. De ahí el habitual silencio de los documentos sobre el malestar social.

No obstante, no por ello debemos asumir la satisfacción generalizada, ni la resignación absoluta de los campesinos y de las personas humildes o maltratadas, sobre todo en épocas de dificultades. Además, los indicios a los que antes aludíamos, si bien no nos permiten en muchos casos trazar una situación concreta, se muestran como resonancias de la realidad que los documentos silencian. Dichos indicios los encontramos en las leyes, las cartas y acuerdos diplomáticos, en los proverbios y presagios, así como en la misma mitología. Es preciso considerar, además, que la capacidad de rebeldía de los campesinos se ejercería sobre todo, salvo situaciones límite, en la resistencia pasiva, que encontraba formas de manifestarse en la complicidad, mediante la cual todo el poblado asumía ante el palacio la responsabilidad del infractor, y en la fuga. De una y otra tenemos algunos ejemplos en los documentos conservados.
Las leyes hititas intentaban combatir el abandono del campo por parte de los campesinos más pobres, fenómeno que sabemos afectó también notoriamente en la región de Siria y Palestina a las ciudades y principados sirios y cananeos, durante la segunda mitad del 2º Milenio o Edad del Bronce Tardío, generando las bandas de hapiru que, como población nomadizada, constituyó un factor de inestabilidad importante en la zona.

Se trataba de prófugos y exiliados, esclavos o personas a punto de serlo a causa de las deudas, desposeidos, ladrones, gentes en definitiva arrojadas a la miseria, junto con perseguidos políticos que, en menor número, se contraponen al palacio y a su ley, con lo que pueden llegar a ser utilizados por personajes poderosos para utilizarlos como instrumento de su lucha política. El revelador testimonio de Ribadda, señor de Biblos que, en el siglo XIV se queja ante el faraón de la política aventurera de un vecino poderoso es particularmente instructivo: "Abdiashirta ha tomado la ciudad de Shigata y ha dicho a los hombres de la ciudad de Ammiya: "Matad a vuestros señores y haceos como nosotros. Así tendréis la paz". Y han hecho de acuerdo a sus palabras y han venido a ser como hapiru.. Y he aquí, pues, que Abdiashirta ha mandado un mensajero a las bandas: "Congregaos en Bit-Ninurta y marchemos sobre la ciudad de Biblos. Nadie podrá salvarla de nuestras manos. Arrojaremos a los administradores fuera de las tierras, y todas las tierras pasaran a los hapiru" (EA, 74, 23-43). El hecho de que el conflicto social asuma en ocasiones matices y dimensiones políticas, como en este caso, no debe hacernos olvidar sin embargo cuales eran sus causas.

Sin llegar a las proporciones que alcanzó en aquel periodo concreto, la fuga parece haber sido siempre una salida para los descontentos. El procedimiento en sí, salvo que adquiera connotaciones masivas y por consiguiente dramáticas, apenas deja su huella en el registro literario, salvo quizá algunos proverbios que comparan los campos abandonados con la mujer infertil. En otras ocasiones, sin embargo, los presagios se expresan mucho más contundentemente, resultando frecuentes previsiones del tipo: "los campesinos se rebelarán y matarán al rey". Como ya ha sido planteado, "¿Cuantas ruinas de ciudades y palacios habría que atribuir a un enemigo interno en vez de a un enemigo exterior?. No se puede ignorar que en muchos casos las fortificaciones del palacio con respecto al interior de la ciudad no son menos robustas o lo son más que las de la ciudad con respecto al exterior" (Liverani: 1987, 369). Un informe de época paleobabilónica describe con tintes dramáticos las consecuencias de una insurrección en la ciudad de Larsa: "En la ciudad tuvo lugar una matanza; en las calles yacían los cadáveres; las familias se volvían unas contra otras...En las calles estaba la ruina; los hermanos se comían unos a otros" (van Dijk: 1965).

Algún proverbio de época sumeria menciona a los recaudadores de impuestos como gente odiosa para los campesinos. Un episodio bien conocido de la mitología sumeria sobre los orígenes del mundo contiene, así mismo, lo que bien podría ser el eco de una revuelta campesina. Cuenta dicho texto cómo los primeros dioses, hartos de trabajar la tierra, crearon otras divinidades menores que trabajaran para ellos, con lo que al fin pudieron descansar. Pero estos otros dioses terminaron por sublevarse sitiando, incluso, a las grandes divinidades en su palacio, por lo que finalmente resolvieron crear a los hombres para que trabajaran para todos ellos. Por supuesto, se trata de un episodio literario, pero evoca un tipo de situación que no fue del todo desconocida, según podemos entrever por algunos documentos. Las ya mencionadas reformas de Urukagina, aún cuando se utilizaron para legitimar a un monarca que había accedido al trono de forma irregular -de ahí su interés por presentarse como un restablecedor del carácter original de la realeza, proveedora de vida, justicia y protección- aluden manifiestamente al abuso social, en lo que sin duda constituía algo más que una serie de figuras literarias.

Por más que la mayoría de los textos lo silencien, el descontento existió y encontró en ocasiones la forma de expresarse a través de los proverbios, de los presagios, o de alguna manifestación literaria más bien asilada, como ocurre con el relato El pobre hombre de Nippur, que recoge el deseo de venganza frente al poderoso y el funcionario en un anhelo de invertir los papeles. Más dramáticamente el descontento se transforma en revuelta algunas veces, como ocurrió en Siria según sabemos por algunas cartas de el-Amarna, provocando incluso la muerte de los funcionarios locales. La inversión de papeles, aspiración casi imposible, o la marginalización mediante la huida aparecen como las únicas alternativas al descontento, ante la inexistencia de un pensamiento social y político capaz de aportar soluciones al conflicto que no pasaran por la huida, la violencia y la represión. De ahí que ninguna manifestación del descontento social, ni tan siquiera las más dramáticas, hayan servido para influir en un cambio de la situación, que, en realidad, no se produjo nunca.