La Asiria imperial

En la Mesopotamia septentrional, en el territorio asirio, los procesos de transformación de la propiedad que habían afectado a Babilonia -el país de Summer y Akkad- no se dieron de igual forma. La importancia económica de los templos fue siempre menor y los palacios, debido a las dificultades que presentaba la irrigación, penetraron con menos fuerza sobre el tejido productivo rural. El comercio paleoasirio se había organizado originariamente en torno a los karum -colonias de mercaderes en país extranjero- y aunque bastante reglamentado por el Estado, representado por el rey y los notables de la ciudad de Assur, se fundamentaba en los patrimonios de las grandes familias que adelantaban los fondos necesarios para las transacciones. Fue un comercio que, a diferencia del babilonio, al estar sumido en el seno de la estructura patriarcal de la población, no alteró significativamente sus formas de propiedad, por lo que contribuyó escasamente a la aparición de la propiedad privada. Más tarde, debido a necesidades administrativas y militares cada vez más acuciantes, y ocasionadas por la centralización política y las guerras incesantes, los monarcas asirios adoptaron la costumbre de pagar a sus servidores con tierras, a cambio de un servicio militar que exigía prestaciones personales y económicas muy acusadas. Como en otras partes, estos dignatarios mezclaban su posición pública y sus negocios particulares. Disponían de grandes dominios, cuyos beneficios representaban sus emolumentos, y agrandaban su fortuna concediendo préstamos, hipotecas, comprando y vendiendo inmuebles, convirtiéndose así en una nobleza hereditaria que trasmitía sus riquezas y sus cargos a sus hijos, y que acaparó la gestión del gobierno de las provincias, del que obtenían enormes beneficios. De esta forma, durante los siglos XV y XIV a.C. se produjo el encumbramiento de una nobleza terrateniente, integrada por una serie de familias que acrecentaban sus propiedades a expensas de sus vecinos, mediante préstamos hipotecarios en forma de cebada o de estaño. Esta aristocracia parece haber nutrido a la administración provincial y local con altos funcionarios que pasaron a heredar sus cargos. Pronto todos estos nobles se convirtieron en una especie de casta cerrada, por medio de matrimonios endógamos que unían entre si a los miembros de las grandes familias. Estas colocaban a sus hijos en los distintos cargos de la administración, en ocasiones bajo sus órdenes directas, y aumentaban aún más sus recursos mediante la explotación de sus provincias, pues a menudo compartían su actividad por cuenta del palacio con sus negocios particulares. Tenían a su disposición grandes dominios dirigidos por intendentes, con un servicio de comercialización y un embrión de aparato administrativo compuesto por escribas y mensajeros.

Desgraciadamente el estado fragmentario en que nos ha llegado la legislación asiria de este período no nos permite dibujar un cuadro completo de las relaciones sociales, por lo que únicamente podemos identificar sus grupos más característicos. En el siglo XIII, cuando disponemos de mayor documentación, la nobleza asiria parece una casta exclusiva, cuyo poder emanaba de su grandes propiedades, acrecentadas muchas veces mediante la requisa de los campos de deudores insolventes, y por los beneficios obtenidos del gobierno de las provincias. Otro grupo social influyente era el clero, cuyos intereses no siempre coincidían con los de la nobleza terrateniente y militar, con la que, con ocasión de las crisis políticas, entró a veces en conflicto. Así no fue raro ver como, desatada una disputa dinástica, nobles y sacerdocio apoyaban a un candidato distinto.

En Asiria la sociedad se dividía, como en otras partes, en hombres libres, siervos y esclavos. A la aparición de las relaciones esclavistas contribuyeron en gran medida las continuas guerras y la ampliamente difundida servidumbre por deudas. Si bien las leyes establecían la prohibición de convertir en esclavos a los asirios nativos, es poco probable que estas disposiciones, que ablandaban un tanto las duras formas de la explotación esclavista, se llevasen siempre a la práctica. A juzgar por los documentos, los asirios de hecho caían en la esclavitud finalmente si no pagaban a tiempo su deuda. Además de los grandes señores, con frecuencia los comerciantes -tamkarum- actuaban también como prestamistas. Aquellos deudores insolventes que no podían satisfacer su deuda a tiempo tenían que "entrar en la casa del prestamista" o sea, pasar a la situación de siervos por deudas, pagando el préstamo con su trabajo personal, aunque el acreedor no tenía derecho a venderle como vendía a sus esclavos. Los deudores insolventes podían librarse ellos mismos de esta servidumbre entregando al prestamista a sus hijos o parientes como garantía. En ocasiones, los asirios más humildes escapaban del hambre y de la miseria vendiéndose ellos mismos, o entregando a sus hijos como esclavos de una familia acomodada.

Es preciso, sin embargo, distinguir, como en otras partes, entre las formas de esclavitud o servidumbre doméstica y la condición de los esclavos prisioneros de guerra, cuya situación se encontraba mucho más deteriorada, y que trabajaban en las explotaciones dependientes de los palacios. Un importante desarrollo de la esclavitud doméstica y de la servidumbre por deudas lo atestigua el artículo de la ley que prohibía, hasta que se efectuase la división de bienes entre los hermanos, que cualquiera de ellos matase a «seres vivos». Esta matanza de los «seres vivos» se permitía tan sólo al propietario de los «seres vivos», y bajo estas palabras el legislador, por lo visto, entendía que se trataba de esclavos domésticos y servidumbre, así como también de ganado, dotado en igual medida de un «alma viva» —napishtu—. No deja de ser interesante que la antigua palabra hebrea nefesht, similar a ésta, signifique también esclavo doméstico y ganado.

Frente a la clase privilegiada de asignatarios de tierra regia, y al margen de los esclavos, el pueblo llano, la gente sencilla y humilde, formaba la clase de los hupshu, término con el que se designaba a pequeños campesinos o artesanos, que vivían en las cercanías de las localidades, y con los que se formaba la infantería de los ejércitos. Eran gentes de condición semilibre y de origen bastante heterogéneo, sobre los que descansaba la doble presión fiscal y militar, hasta el punto de que su número iría mermando con el tiempo, haciendo necesario la búsqueda de soluciones para restablecer sobre el terreno la presencia de estos pequeños agricultores. Ciudadanos originariamente "libres", se vieron sin embargo sometidos a un largo proceso en empobrecimiento que terminó por trasformarles en siervos rurales ligados a la tierra, que no podían abandonar.

Una de las constataciones más importantes del período neosairio, en relación con la vida agrícola y las clases campesinas, constituye la tendencia, observada a través de los censos, a una importante disminución de la población rural, en especial del pequeño campesinado, cuya situación no dejó de empeorar durante toda esta época, sometido como estaba al duro servicio militar, a la fuerte presión impositiva y a la competencia económica de los grandes propietarios. Posiblemente las deportaciones querían aliviar en algo esta tendencia, y los reyes asirios recurrieron, al mismo tiempo, al desarrollo del colonato militar. Según esta fórmula, el rey entregaba tierras a colonos militares a cambio de sus servicios en la guerra. Por lo general se establecían en las zonas fronterizas y se encontraban bajo la protección del rey, siendo sus tierras inexpropiables. Al igual que los restantes agricultores, se trataba de gente muy modesta que disponía de unos recursos limitados.

Los esclavos —urdani— trabajaban en la explotación de las tierras de los palacios, de los grandes templos o en propiedades de la nobleza, cuyas rentas procedían de las provincias que administraban y de las contribuciones que otras regiones podían pagarles por los cargos que ostentaban. En ocasiones la tierra se vendía con los esclavos que la trabajaban. El importante desarrollo del esclavismo, que como problema social no perdió agudeza (Garelli: 1977, 87), condujo, no obstante, a que los esclavos tuviesen el derecho de usar y poseer sus propios bienes, tener su propia familia, casándose incluso con una persona de condición libre, y promover acciones jurídicas. Sin embargo el propietario conservaba siempre un poder total sobre su esclavo al que podía dejar en herencia, comprarlo, venderlo, intercambiarlo, prestarlo y arrendarlo. Aunque algunos esclavos podían con el transcurso del tiempo recobrar su libertad, los actos de manumisión eran poco frecuentes, y es así mismo poco probable que estos manumitidos tuvieran los derechos que correspondían a un hombre plenamente libre. La ley no establecía, igual que antes, una diferenciación clara entre el hombre libre, el esclavo y el siervo. Estos dos últimos grupos tenían un estatuto más bien degradado que francamente diferente. Esta ambigüedad en la condición se mantenía por otra parte más fácilmente, ya que en Asiria, como en otros lugares, un esclavo no era sólo un extranjero capturado en la batalla, sino también un hijo vendido por su padre o un deudor insolvente. De hecho, parte del desarrollo de la esclavitud durante esta época hay que atribuirla a la insolvencia de gran número de prestatarios y a la usura de los prestamistas, que imponían con frecuencia intereses desorbitados. Como consecuencia, muchas familias humildes se arruinaban y recurrían a la venta de sus hijos. Estos esclavos nativos integraban una servidumbre doméstica, poseían, como se ha visto, una personalidad jurídica y estaban así mismo obligados al servicio militar. La esclavitud más dura correspondía a los prisioneros de guerra que, pese a las continuas campañas militares, seguían constituyendo un artículo caro. Trabajaban en las grandes explotaciones agrícolas, encontrándose el mayor número de ellos mencionados en las cuentas de la administración palatina. Con frecuencia eran también empleados en los grandes trabajos de construcción promovidos por los monarcas asirios.

A la división social entre libres, siervos y esclavos hay que añadir una profundización cada vez más importante del abismo que separaba a los ricos de los pobres. Si las gentes humildes -nishe- soportaban una pesada carga de imposiciones fiscales y prestaciones militares y personales, los grandes propietarios disfrutaban frecuentemente de concesiones -ilku - y franquicias que venían a sumarse a sus privilegios, ya que los reyes asirios, al igual que otros monarcas orientales, acostumbraban a repartir, imitando sobre todo el ejemplo babilónico, grandes posesiones de tierra entre los jefes militares destacados, los nobles de palacio y los altos funcionarios, lo que condujo finalmente, como se ha visto, a la consolidación definitiva de la propiedad privada. Además, estas tierras solían estar libres de impuestos y de las demás prestaciones habituales. Tales franquicias se extendieron también a los templos, aunque sin llegar a alcanzar la importancia que tuvieron en Babilonia, y a las ciudades más importantes. La población de estas ciudades, que al igual que los palacios constituían centros de recepción y transformación de las mercancías, así como de distribución de los productos manufacturados, constituía sin duda uno de los sectores sociales más favorecidos, junto a la nobleza propietaria rural que acaparaba las dignidades del Estado. Las exenciones obtenidas del poder real debido a la importancia política, religiosa, militar y económica de las ciudades, convertía frecuentemente a sus habitantes en unos privilegiados con dispensa de las prestaciones personales y del pago de impuestos. Tal era el caso, por ejemplo, de Assur y Harran, de Nippur, Babilonia y Sippar, cuyos ciudadanos no dejaron de recordar sus privilegios, algunos muy antiguos, a los reyes de Asiria. Además, estos centros importantes escaparon a menudo a la administración central y el representante real solía ser un notable local.