La esclavitud

El importante desarrollo del esclavismo, que como problema social no perdió agudeza durante el periodo Neoasirio (Garelli: 1977, 87), condujo, no obstante, a que los esclavos tuviesen el derecho de usar y poseer sus propios bienes, tener su propia familia, casándose incluso con una persona de condición libre, y promover acciones jurídicas. Sin embargo el propietario conservaba siempre un poder total sobre su esclavo al que podía dejar en herencia, comprarlo, venderlo, intercambiarlo, prestarlo y arrendarlo. Aunque algunos esclavos podían con el transcurso del tiempo recobrar su libertad, los actos de manumisión eran poco frecuentes, y es así mismo poco probable que estos manumitidos tuvieran los derechos que correspondían a un hombre plenamente libre.

Las formas de esclavización más duras habían recaído desde siempre sobre los extranjeros hechos prisioneros en el curso de una batalla o de una expedición militar, o sobre aquellos que habían sido condenados por algún tribunal a causa de un delito grave. El esclavo, como en otros sitios, era un extraño lo que permitía, además de desarraigarle, reducirle al estado de cosa que se puede poseer en propiedad. El término sumerio para esclavo era la misma palabra que designaba montaña, por lo que se piensa que los esclavos procederían originariamente de las zonas montañosas de la periferia mesopotámica. En un principio tal suerte recaía principalmente sobre las mujeres, que como tal aparecen mencionadas en las listas de los templos y palacios, siendo el número de esclavos varones ciertamente reducido. Los varones esclavizados, concentrados en un número importante, para trabajar por ejemplo en una extensa propiedad agrícola, requerirían ser vigilados muy de cerca por otros tantos hombres armados, pues llegado el caso y pertrechados con sus azadas de bronce podían constituir un serio peligro, lo que no convertía en muy rentable su explotación laboral. Por el contrario, a las mujeres cautivas convertidas en esclavas que realizaban diversos oficios en los templos y palacios, se les permitía permanecer junto a sus hijos ya que seguramente ello facilitaba su sumisión: "Si una mujer había sido capturada con sus hijos, se sometería a cualquier condición que le impusieran sus apresadores con tal de asegurar la supervivencia de los niños. Si no los tenía, la violación o el abuso sexual la dejarían al cabo de poco embarazada, y la experiencia demostraría a los apresadores que las mujeres soportarían la esclavitud y se adaptarían a ella con la esperanza de salvar a sus hijos y mejorar al final su suerte" (Lerner: 1990, 126).

A diferencia del periodo Dinástico Arcaico, en el que la esclavitud la sufrían principalmente las mujeres hechas cautivas y empleadas en gran número en los trabajos asignados por templos y palacios, ahora, en tiempos de la Tercera Dinastía de Ur, se produjo un considerable aumento de la esclavitud masculina. Los prisioneros de guerra -namra-, que carecían de cualquier tipo de derecho regulado por un estatuto jurídico, eran repartidos en grupos de eren -contingentes de siervos destinados por los palacios y templos a actividades de diversa índole, estando integrados por esclavos y personas semi-libres que carecían del derecho de desplazarse a voluntad (Garelli: 1974, 66 ss)- y, bajo la estrecha vigilancia de oficiales y capataces, destinados a trabajos agrícolas o en la construcción de las ciudades.

Durante el periodo paleobabilónico, la situación de los esclavos era un tanto ambigua. Aunque eran considerados como bienes que se podían vender o heredar, poseían una personalidad jurídica que les permitía casarse con una mujer libre, en cuyo caso sus hijos eran también libres, poseer sus propios bienes y comparecer ante la justicia. Igualmente existía la posibilidad de una manumisión. Esta podía realizarse por adopción o mediante compra. En este último caso el precio de la venta se pagaba, o bien con el dinero que el propio esclavo había ahorrado, o bien con una suma aportada por sus familiares. Los ciudadanos babilonios que habían sido hechos prisioneros durante una campaña militar debían, según las leyes de Hammurabi, ser rescatados por el templo de su ciudad o por el palacio si eran del todo insolventes. Pese a que se ha considerado irrelevante su participación en la economía, desde comienzos de esta época algunos documentos indican la existencia de grupos de entre diez y quince esclavos trabajando en propiedades de mediano tamaño (Diakonoff: 1982, 56 ss).

Junto a este tipo de esclavitud doméstica, en la que el dueño se veía obligado por ley a cuidar de su esclavo, hasta el punto que debía satisfacer los honorarios médicos derivados de su atención en caso de que cayera enfermo, existían también esclavos públicos, propiedad del Estado, y que se encontraban al servicio del templo o del palacio, cuya situación debía ser bastante similar a la de los anteriores, ya que el Código de Hammurabi los cita frecuentemente juntos. Otro tipo de esclavitud era la de los prisioneros de guerra -asiru- y los deportados. Su situación no estaba en modo alguno contemplada por la ley, por lo que carecían de estatuto jurídico al contrario que las demás categorías sociales. Si bien no parecen haber sido utilizados abundantemente durante este período, su situación material debía ser bastante precaria, ya que se encontraban a menudo sometidos a duras prestaciones.

Tambien en el rteino de Israel, mucho tiempo después, la ruptura de la solidaridad tribal y la estratificación socioeconómica introdujeron finalmente la servidumbre por deudas, como consecuencia del empobrecimiento y de la duras condiciones de vida de muchos israelitas. Personas vendidas por sus familiares, deudores insolventes y ladrones que no podían restituir lo que habían hurtado, se convertían de esta forma en siervos que, no obstante, debían de ser liberados después de seis años de servicios para su amo y también durante el año jubilar. Los esclavos eran extranjeros comprados o capturados en el curso de las campañas militares. Podían pertenecer a un particular o ser esclavos públicos que trabajaban en las grandes construcciones o al servicio del templo. Aunque eran objetos propiedad de sus amos, la ley les preservaba contra los malos tratos extremos.