La formación de las ciudades y el Estado

En todas partes las llamadas sociedades complejas se definen por una serie de rasgos comunes, entre los que destacan por su importancia: 1) la existencia de una agricultura intensiva capaz de proporcionar excedentes más allá de la subsistencia y las necesidades sociales, 2) la densidad de la población y la presión demográfica, 3) la especialización artesanal, 4) la organización coordinada de las tareas colectivas plasmada en la presencia de una arquitectura monumental de fuerte contenido simbólico, en el comercio organizado y la guerra institucional, 5) y la existencia de formas religiosas elaboradas que sirven para legitimar el orden establecido. Algunos de estos elementos ya se encontraban, en su manifestación más embrionaria, en las culturas del Neolítico pleno mesopotámico, particularmente en aquellas de Samarra y Halaf. Sin embargo la evolución subsiguiente no se produjo en ninguno de los lugares sobre los que se habían extendido, sino más hacia el sur, en una zona que exigía un acondicionamiento previo para hacer posible la existencia de la vida agrícola sedentaria.

La aparición de las élites, documentada en el Neolítico pleno tardío, constituyó en tierras mesopotámicas el punto de partida de un proceso que en algunos casos culminaría con la estratificación social y el nacimiento del Estado, lo que no quiere decir que debamos entenderlo como un desarrollo irreversible por necesidad. Multitud de ejemplos etnohistóricos convergen en señalar lo contrario. En la misma Mesopotamia, comunidades agrícolas avanzadas, como habían sido las pertenecientes a las culturas de Samarra y Halaf, caracterizadas por la presencia de unas elites incipientes, no alcanzaron niveles superiores de complejidad sociocultural y organizativa, trasladándose la secuencia, como hemos visto, a la llanura aluvial del sur. El auge de la urbanización en sur de Mesopotamia tuvo además la virtud de convertir aquella zona en "centro" desde donde emanaba tecnología y actividades organizativas, frente a una "periferia" que experimentaba una evolución distinta.

En las tierras altas situadas más al norte, en la región que en tiempos históricos posteriores se llamará de Asiria, allí donde precisamente habían florecido los asentamientos de la cultura de Samarra y los halafienses, la influencia meridional con acusados rasgos procedentes de El Obeid experimentó sin embargo un retroceso durante la primera mitad del cuarto milenio, en favor de formas propias de organización, con la constitución de jefaturas territoriales cuyos asentamientos más avanzados no llegaron a alcanzar el rango de ciudad. Su característica principal fue que no desarrollaron la institución del templo ni la elite sacerdotal, hasta un momento muy tardío y por probable influencia sur. Los principales indicadores arqueológicos del rango son aquí las ofrendas funerarias, y su diversificación a dado pie a suponer la existencia de una creciente complejidad social en la que, mediante la acumulación privada de riqueza, emergería una élite aristocrática con prerrogativas militares (Manzanilla: 1986, 106 ss).

Todo ello aboga en favor de diversas formas de disolución de las comunidades agrícolas originarias, en los procesos de desarticulación de las comunidades neolíticas, de la multiplicidad de formas elitistas primitivas, frente a cualquier posición que pretenda ver en todas partes el mismo desarrollo. Así mismo, en el ambiente tribal de la periferia mesopotámica, las tribus alcanzarían la dimensión estatal en el marco de la confederación que supuso la crisis de las estructuras comunitarias bajo los auspicios de un pacto protegido por la divinidad (Liverani: 1987: 305) y ante el impacto, económico y militar, procedente de Mesopotamia.

Si los yacimientos de tipo Hassuna se ubicaban aún en la zona donde la agricultura de secano era normalmente próspera, al estar asegurados los mínimos de pluviosidad media anual, los de tipo Samarra se establecieron más hacia el sur, en los límites o fuera de la zona donde la agricultura de secano ofrecía cierta seguridad. La constatación de la irrigación, aunque modesta, durante el periodo de Eridu (El Obeid 1) y la posterior sistematización de los recursos agrohidráulicos de la llanura aluvial meridional, sugiere que la agricultura irrigada a gran escala se conformó como un factor importante, aunque no necesariamente decisivo, de la creciente complejidad socio-cultural, estimulando la aparición de mecanismos organizativos cada vez más sofisticados.

Más tarde hizo de nuevo aparición la influencia meridional, no sólo allí, sino también en regiones más alejadas que ahora se incorporan a esta periferia, como Siria, Anatolia e Irán. Como quiera que tal influencia coincide con el importante desarrollo, observado arqueológicamente, de Uruk en el sur de Mesopotamia y de la muy amplia dispersión de su cerámica más característica, algunos autores (Algaze: 1989; Liverani: 1988, 141 ss) han asumido la idea de una posible "colonización" comercial de estos territorios efectuada desde aquel centro, estimulando así la urbanización de la periferia mesopotámica, y que más adelante se vería colapsada por una "crisis de crecimiento" resultado de la sobreexplotación agrícola requerida para hacer frente al engranaje que posibilitaba los intercambios comerciales. Según este punto de vista, que no todos comparten, la primera urbanización de aquellas regiones periféricas sería la consecuencia de contactos meridionales que se desarrollaron bajo la hegemonía política y económica de la ciudad de Uruk, la más extensa de la baja Mesopotamia por aquel entonces. No obstante, hoy tenemos datos que sugieren que sitios como Arslantepe, en Anatolia oriental, con construcciones monumentales de carácter redistributivo y ceremonial en un contexto no urbano, o aquellos de Tell Brak y Hamoukar, en la región del Habur, en el NE de Siria, donde la aparición de las estructuras y especialización asociadas a la vida urbana, que muestra cierta precocidad respecto al sur, y en ocasiones, como en el primero llegan a alcanzar mayor tamaño, no surge a partir de un poder centralizado (templo/palacio) sino por medio de uno que podríamos entender como "agregación" o sineicismo. La conclusión que se puede extraer de todo ello es que en estas regiones el proceso de urbanización fue paralelo al de la Baja Mesopotamia, con la que apenas existieron relaciones durante la primera parte del IV milenio, por lo que se generó de forma independiente y no como consecuencia de una influencia procedente del sur. Y por lo que vemos fue también distinto.

La secuencia protourbana de Mesopotamia, cuya cronología se ha establecido en periodos arqueológicos identificados por las variaciones detectadas en los principales indicadores utilizados como muestras de la cultura material y de las formas organizativas (cerámicas, arquitectura...), había comenzado con la fase de El Obeid para llegar a culminar en la formación de las primeras ciudades aproximadamente un milenio después. En los siglos siguientes aquellas primeras ciudades crecieron, se desarrollaron, y aparecieron otras nuevas. Todo ese lapso de tiempo ha sido dividido un tanto arbitrariamente por los arqueólogos en un periodo de Uruk y un periodo de Jemdet Nasr, que sólo se encuentran separados por cuestiones de matiz.

Uruk.
Desde el 3500 se aprecia en el sur de Mesopotamia, sin que se pueda constatar ningún tipo de ruptura, una nueva fase de desarrollo cultural, que conocemos como Uruk, en la que los avances tecnológicos y organizativos prosiguieron en la misma dirección que habían adquirido en periodo anterior, pero con una polarización mucho más marcada hacia una economía y una dirección política fuertemente centralizadas. La sistematización hidráulica alcanzó a mitad del cuarto milenio unas dimensiones que rebasaban con creces la aplicación meramente local. Por aquellas fechas la primacía del sur de Mesopotamia en el urbanismo ya estaba asegurada, culminando los procesos de urbanización entre el 3500 y el 3200, cuando grandes asentamientos como Eridu, Uruk, Ur o Nínive alcanzaron la categoría de ciudades.

En este punto conviene aclarar que la diferencia entre una ciudad, una aldea o un asentamiento protourbano (villa) radica, no sólo en una cuestión de tamaño y densidad de población, aunque éste suele ser un parámetro significativo, sino fundamentalmente de especialización funcional. En otras palabras, la ciudad se distingue de la aldea o del poblado no tanto por una cuestión de magnitud, cuanto de organización interna, ya que constituye una agrupación fundamentada en la especialización y la división del trabajo (Liverani: 1987, 308). La ciudad es, por tanto, la plasmación física en el espacio de la especialización funcional y la estratificación socioeconómica, lo que se traduce en múltiples contrastes en la utilización del mismo, que no se observan en la aldea, así como en la diversidad de ambientes constructivos: edificios públicos (templos, palacios), plazas, calles, áreas residenciales, lo que determina su morfología mucho más compleja.

El periodo de Uruk, con su fases antigua (3500-3200) y reciente (3200-3000) se desarrolló, con un aumento importante de la población, en torno a la institución del templo y al control que el sacerdocio ejercía sobre las comunidades, de las que reclamaba fundamentalmente la participación de algunos de sus miembros en los trabajos colectivos asociados a la agricultura de regadío a gran escala, dando lugar a un sistema administrativo sumamente complejo, fundamentado en la actividad redistribuidora del templo y en su monopolio de la información que era cada vez más abundante y diversa, por lo que, precisando de sistemas de contabilidad y formas de registro, estimuló la aparición de la escritura al término del mismo. La glíptica (fabricación de sellos para estampar impresiones), conocida desde momentos muy anteriores que podemos remontar a las culturas septentrionales del Neolítico pleno de Hassuna y Samarra, alcanzó entonces un espectacular desarrollo, sustituyéndose el sello de impronta plana (estampilla), común hasta entonces, por el cilíndrico que dejaba un registro alargado sobre la superficie de arcilla marcada.

Junto con éstas innovaciones organizativas, en manos de los sacerdotes de los templos, cabe destacar también la aparición de importantes novedades técnicas, como el carro que, basado en el conocimiento del principio de la rueda y en la disponibilidad de animales de tiro, revolucionó el sistema de transportes. En esta misma dirección, la mayor amplitud de la sistematización hidráulica, que adquiría dimensiones cantonales, sirvió para constituir una red que ponía en contacto los territorios de las diferentes ciudades, al resultar el transporte fluvial más económico que el terrestre.

Desde inicios de la fase reciente (Uruk 4) el uso del torno rápido y del horno de reducción, estrechamente vinculado también al desarrollo de técnicas de fundido y de vaciado en la metalurgia, caracterizaron la producción de cerámica, consolidando la coincidente existencia de artesanos especializados. Se asiste, así mismo, a una producción cada vez más masiva de un tipo de cerámica específica, cuencos de borde biselado, presentes en todos los yacimientos de esta cultura, y que han sido relacionados con la asignación de raciones alimenticias dentro del marco de la economía redistributiva del templo.

En la misma Uruk, convertida ahora en sitio guía arqueológico (actual Warka) y en el asentamiento de mayor tamaño con sus cerca de 70 ha, la construcción de los templos sigue una evolución que culmina, ya en la fase reciente, en el gran complejo templario del área sacra del Eanna (Templo de Caliza, Templo de las Columnas, Templos C y D), situada en el centro de la ciudad y consagrada al culto de Inanna, diosa sumeria del amor y de la guerra representada por el planeta Venus, a las que se añadirán posteriormente las estructuras superpuestas, coronadas por el Templo Blanco, del zigurat de Anu, dios supremo del panteón sumerio. La arquitectura religiosa del periodo de Uruk, conocida también en lugares como Eridu, Tell Uqair en la Mesopotamia central, o Tepe Gawra más al norte, constituye un testimonio firme de la existencia de una elite poderosa capaz de movilizar una formidable fuerza de trabajo muy bien organizada.

Yemdet Nasr.
El siguiente periodo arqueológico, denominado Yemdet Nasr (3000-2850) que debe también su nombre al sitio-guía originario, supuso una aceleración de las tendencias características anteriores, con el desarrollo de los asentamientos urbanos pre-existentes y el crecimiento de otros centros que, como Shuruppak, Nippur, Kish, ó Eshnunna en la región del Diyala, alcanzaron entonces el rango de ciudades. Dicho periodo se caracterizó también por la aparición de la arquitectura monumental secular, los palacios, por lo que durante el mismo se inscribe el nacimiento de la realeza, una élite político-militar diferenciada de la jerarquía administrativa de los templos, y también, de acuerdo a una interpretación de los mitos posteriores de la asamblea de Nippur, la aparición de la “Liga Kengir”, que en torno a dicha ciudad reuniría en forma de federación a las más importantes de las ciudades sumerias.