La metalurgia y los oficios especializados

Por norma general y de acuerdo con la tradición generalizada en todo el Próximo Oriente Antiguo, las profesiones y oficios se trasmitían por vía familiar, como indica también el hecho de que los contratos de aprendizaje conciernan, sobre todo, a los esclavos. Probablemente estos últimos se ocupaban preferentemente de las labores artesanales menos especializadas y que por tanto no requerían unos conocimientos técnicos muy elevados: panaderos, tejedores, zapateros, etc. El auge del artesanado se encontraba también en estrecha relación con la actividad comercial.

Por desgracia las actividades del sector privado permanecen ocultas debido al silencio de las fuentes, lo que seguramente no supone su inexistencia sino que se llevaban a cabo sin documentación escrita. Por ello no sabemos si las actividades artesanales estaban organizadas como gremios, en el sentido de asociaciones más o menos exclusivas de trabajadores que se dedicaban a la misma actividad artesanal sin depender de las instituciones. Algunas actividades artesanales se enorgullecían de contar con una divinidad protectora, como el dios ladrillo Kulla, y es posible especular que quienes se dedicaban a ellas se mantenían unidos gracias al culto común al dios; sin embargo, no hay garantía alguna de que tales dioses tuvieran templos propios, y que su existencia fuera más que una construcción teórica. Existe cierta información arqueológica sobre barrios de artesanos, y en Ur y Nippur algunos sacerdotes, escribas y mercaderes vivían en sus propias vecindades, pero no está bien atestiguada la existencia de barrios de las ciudades que tomen su nombre de una profesión. Finalmente, en contraste con el período neobabilónico, cuando se redactaban de forma regular los contratos de empleo, los únicos contratos de aprendizaje que conocemos parecen ser el de un cantante y un cocinero, procedentes de los escribas de la Isín paleobabilónica.

El trabajo metalúrgico.
Si el cultivo de plantas y la domesticación de animales supuso durante el Neolítico una auténtica revolución en las técnicas de explotación de los recursos con repercusiones que habrían de afectar decisiva y radicalmente a todos los ámbitos de la vida, otro tanto cabe decirse de la cerámica y también de la metalurgia, que fue una consecuencia de la primera dentro de un mismo proceso de control de la transformación de la materia por el fuego. La especialización en el trabajo de los metales se puede advertir en el vocabulario que utilizaba distintas palabras para referirse a los artífices que protagonizaban las diversas partes de que se componía. Así, el qurqurru era el fundidor, encargado de la preparación del metal que, separado del mineral de origen en forma de planchas o lingotes mediante su fundición en un horno, y una vez limpio de impurezas y escorias, era luego trabajado por el nappahu, el herrero, mediante la fundición en moldes para la fabricación de herramientas y armas, o el martilleo de los metales maleables para conseguir finas láminas o trabajar el hierro. El kutimmu era el orfebre, especializado en los trabajos que concernían al oro y la plata, y entre cuyas técnicas figuraba ya la de la soldadura.

La parte inicial de los trabajos metalúrgicos solía desarrollarse en lugares próximos a las zonas de extracción minera, ya que el metal una vez limpio y preparado era más fácil de transportar. No obstante había también talleres de fundidores en las ciudades y en los templos, pues en ocasiones el mineral viajaba en estado nativo y porque los objetos de metal inservibles eran refundidos para volver a fabricar piezas nuevas. Las altas temperaturas necesarias para la fundición se conseguían utilizando como combustible carbón vegetal, forzando la ventilación de los hornos mediante toberas y por el mismo poder refractario de la cerámica con que estaban fabricados los hornos. El metal era fundido una y otra vez, y golpeado con martillos de piedra para eliminar las impurezas. Además de herramientas, utensilios y armas se fabricaban de bronce figuras y relieves. El método de la cera perdida, que permitía fundir objetos de formas complejas, era empleado desde antiguo antiguo y parece que su conocimiento puede remontarse al 4º Milenio.

Desde los tiempos de Uruk y a lo largo de muchos siglos el bronce jugó un papel predominate en la fabricación de objetos de metal. Pero el bronce no es un metal en sí, sino una aleación que se consigue al mezclar el cobre con otro metal, como el estaño o el arsénico, con lo que aumenta su dureza a costa de su maleabilidad, por lo que representa una innovación técnica de primera índole, ya que permite fabricar instrumentos y armas más duraderos y eficaces. Hasta comienzos del segundo milenio, en que el bronce arsenicado desaparece, había coexistido con el bronce de estaño, si bien ambos en lugares distintos. Mientras que el bronce arsenicado era propio de sitios como la Anatolia oriental, el sur de Mesopotamia y Palestina, el bronce de estaño se producía en Irán, toda la Mesopotamia, en el Norte de Siria y en el sur de Anatolia.

Desde el siglo XIII el hierro comenzó a hacerse cada vez más frecuente, reemplazando al bronce que quedó relegado a un segundo rango a comienzos del 1er milenio. Pero el hierro, que se conocía desde mucho antes y era considerado casi un metal precioso y al que los asirios llegaron a atribuir propiedades mágicas, deviene útil entonces gracias al descubrimiento de su carburación que permite martillearlo al rojo y eliminar sus impurezas. La nueva tecnología de hierro supuso un cambio tan importante como lo fue la del bronce en su momento. Las concentraciones de mineral de hierro, de modestas dimensiones pero suficientes para la producción local, se hallaban mas difundidas por el Próximo Oriente que los yacimientos de cobre o estaño, lo que, junto al carácter menos especializado de los conocimientos técnicos implicados, favoreció finalmente su éxito, en un momento en que, a finales de la Edad del Bronce, la crisis del sistema palatino, con la destrucción incluida de muchos centros de poder, supuso la paralización del comercio y la desaparición de los centros metalúrgicos especializados en la fabricación de objetos de bronce. La metalurgia, tanto del bronce como del hierro, conoció un desarrollo espectacular en tierras de Urartu. La destreza de los metalúrgicos urartianos en los procedimientos del fundido y la forja, así como la calidad de las manufacturas realizadas alcanzó allí niveles muy elevados (Ruder y Merhav: 1991).

Otros oficios especializados.
La alfarería y la cerámica constituían otros de los oficios especializados que, si bien no requerían de unos conocimientos tan específicos como la metalurgia, tenían un peso proporcional importantísimo. La invención de la rueda en el transcurso del 4º milenio constituyó el punto de partida de una nueva tecnología que permitía, mediante el torno de alfarero, la mecanización de la actividad, incrementando considerablemente su producción. Además de la producción de vasijas, los moldes de arcilla cocida a altas temperaturas fueron utilizados para realizar figurillas y relieves en terracota. Intimamente vinculados a la cerámica, y como una consecuencia del desarrollo de los sistemas de cocción, aparecerán finalmente, durante el 2º milenio, el esmalte y el vidrio. La técnica del esmaltado conoció un alto grado de desarrollo. La placa de arcilla se cocía primero ligeramente para colocar luego, sobre el contorno del dibujo, hilos de vidrio negro, rellenando el resto de la superficie del color escogido, tras lo cual se sometía a una nueva cocción. El vidrio, trabajado en forma de pasta, pues se desconocía la técnica del soplado, era utilizado para la fabricación de recipientes y figurillas y conoció con el artesanado fenicio un auge importante. Cuando los objetos eran pequeños la pasta de vidrio se trabajaba directamente logrando por calentamiento la forma deseada; si, por el contrario, se trataba de recipientes mayores se utilizaban moldes de arcilla.

Ur III.
De un estrecho control y supervisión eran objeto los artesanos que trabajaban para el palacio en la época del imperio de Ur, bien en los templos o en talleres situados en las afueras de las ciudades, sometidos al mismo tiempo a una política de reagrupamiento e integración destinada a sustituir los talleres de modestas dimensiones por "fabricas" reales donde se concentraba un gran numero de trabajadores: cuarenta personas para un molino, seis mil cuatrocientos tejedores en los tres distritos de la provincia de Lagash. El trabajo metalúrgico, el más especializado, se realizaba en serie desde la fundición hasta concluir las piezas., siempre bajo la supervisión de contramaestres que se cuidaban de las diferentes fases de proceso de fabricación. Otras manufacturas, como las textiles, que empleaban fundamentalmente mano de obra servil femenina, o la alfarería, compartían los mismos métodos de producción: los trabajadores (curtidores, carpinteros, cesteros, grabadores, fundidores y orfebres), cuya independencia resultaba proporcional a su grado de especialización, integraban equipos dirigidos por capataces que eran responsables ante los intendentes. Había inspectores que se encargaban de constatar si las piezas entregadas correspondían a la cantidad de materia prima suministrada (lana, metal...) y se calculaban las pérdidas propias del proceso de manufacturación así como el tiempo, en jornadas laborales, necesario para fabricarlas. Por supuesto, todo ello daba lugar a una abundante contabilidad y a registros minuciosos por parte de los escribas.

Las ciudades levantinas.
La artesanía se encontraba muy desarrollada en algunas ciudades comerciales de la costa mediterránea. Como en otras partes, los artesanos transmitían su oficio de padres a hijos y se agrupaban por corporaciones de tejedores, orfebres, curtidores, alfareros, etc. situados bajo la autoridad de los palacios, de los que recibían la materia prima y a los que debían hacer entrega de los productos terminados. Más tarde el comercio fenicio sobre un especializado sector de manufacturas que producía de una extensa gama de artículos. Muebles y objetos de ebanistería, vestidos de lana y lino teñidos con la púrpura que mucho antes les había hecho famosos, estatuillas y cuencos decorados de bronce, platos, fuentes y jarros de bronce y plata, collares, pulseras, pendientes, colgantes y otros objetos de orfebrería en metales nobles, vidriados, marfiles decorados y cerámicas, eran producidos en los talleres fenicios, cuyos artesanos, que transmitían su oficio por tradición familiar, como era corriente en el Próximo Oriente, se hallaban reunidos en corporaciones profesionales bajo la autoridad de un gran maestro. Si bien durante la Edad del Bronce muchas de estas corporaciones con sus miembros estaban sometidas a una dependencia directa del palacio y eran incluso denominados como "hombres del rey", el declive del sistema de organización palatino y la extensión de los principios del derecho individualista, que acompañó al auge de las actividades comerciales, favoreció sin duda una mayor autonomía de estas corporaciones profesionales, al parecer muy semejantes a las que encontramos en otros lugares del Próximo Oriente. La reputación de los técnicos y artesanos fenicios era tal que con frecuencia se les encuentra trabajando en las cortes de los grandes imperios circundantes, como Asiria, Babilonia o Persia, o de los pequeños reinos vecinos, como Israel, donde fueron responsables de la construcción y decoración del templo y el palacio de Salomón.

Asiria y Babilonia.
Debido a las necesidades militares, la metalurgia alcanzó en Asiria un desarrollo especialmente notable y una gran perfección técnica. Durante el siglo VIII a.C. el hierro había desplazado al cobre y al bronce tanto en la vida ordinaria como en la producción militar. La extracción y elaboración del hierro produjeron una revolución tecnológica y favorecieron el desarrollo y complejidad de la metalurgia. La fuerte caída del coste de esta nueva y más asequible clase de metal contribuyó a su amplia difusión. Al desarrollo de las manufacturas especializadas durante este período contribuyó también de forma importante la presencia de artesanos extranjeros, especialmente sirio-fenicios, llevados a los talleres de sus palacios por los monarcas asirios, y responsables de la fabricación de bienes de gran calidad, como las tallas de marfil o las telas de lujo.

El artesanado floreció durante el período neobabilónico, favorecido en buena medida por los programas de grandes trabajos reales. Los artesanos -ummanu—, como los carpinteros, metalúrgicos u orfebres, trabajaban bien en los templos que disponían de sus propios talleres o en las ciudades, apareciendo entonces agrupados por barrios según los oficios. Aunque se discute si llegaron a formar organizaciones similares a las guildas o gremios medievales, lo cierto es que estaban agrupados en asociaciones situadas bajo la protección de una divinidad tutelar. Estas asociaciones que parecen haber contado con su «domicilio social» jugaban un papel esencial en la prestación de socorro mutuo, ya que disponían de un fondo común que era gestionado directamente por ellas. Este tipo de organización parece haber sido un privilegio de los artesanos más especializados, cuyas profesiones recibían frecuentemente prebendas del templo y a menudo ellos mismos figuraban entre los notables -mar bani- de la comunidad. Actuaban también como una especie de sindicato, ya que poseían personalidad civil para tratar directamente con el contratante de sus servicios y en su caso reclamar la exclusividad de éstos.

También había artesanos fenicios trabajando en los palacios. Al igual que los deportados políticos de alto rango eran mantenidos mediante un sistema de raciones, tipo de retribución de gran antigüedad asociada a la economía templario-palatina que, pese a la aparición y generalización de otras formas de pago, no llegó a desaparecer. Si bien los templos promovían una parte importante de la actividad comercial, esto no quiere decir que no existieran empresas comerciales autónomas. Como antaño, los tamkaru se organizaban en sociedades comanditarias, generalmente de carácter familiar, que invertían su fortuna en la financiación del comercio y actuaban a la vez como "banca", función que también desempeñaban los templos, adelantando capitales o concediendo créditos y préstamos contra interés.