La vida aldeana

La vida era sencilla en las primitivas aldeas de los incipientes cultivadores neolíticos con una extensión reducida y una población limitada, organizada de acuerdo a la afinidad o al parentesco. En un primer nivel, correspondiente a los primeros estadios de la agricultura, cuando las actividades de caza y recolección eran aún importantes para la subsistencia, la adhesión y la afinidad podrían haber dominado el comportamiento social de las gentes de las primeras aldeas agrícolas, de acuerdo con lo que se sabe de la formación y desarrollo histórico de la comunidad doméstica.

Pronto, sin embargo, dado que la explotación de la tierra como medio de trabajo favorece la constitución de lazos sociales permanentes e indefinidamente renovados y que la circulación de las subsistencias entre generaciones consecutivas así como la solidaridad que se establece entre ellas , suscitan las preocupaciones ligadas a la reproducción física y estructural del grupo (Meillassoux: 1977, 67 ss), el parentesco arbitrado mediante el matrimonio y la filiación, se convirtió en el elemento predominante. La planificación y realización de las actividades productivas recaía en los propios grupos de parientes que las llevaban a cabo, por lo que las unidades doméstico-familiares dominaban el proceso de la vida económica y social. Las técnicas, apoyadas en el utillaje lítico, eran simples y requerían más de la colaboración que de la especialización, por lo que ésta era todavía mínima y respondía fundamentalmente a la división de los grupos familiares por edades y sexos, en virtud de lo cual se realizaba un trabajo diferente.

La economía doméstica de las primitivas aldeas agrícolas autosuficientes, con su organización social igualitaria, no posibilitaba ni precisaba de un excedente de recursos, puesto que la división del trabajo no lo era a tiempo completo. La presencia de algunos materiales exóticos, como la obsidiana o las conchas marinas, encontradas en lugares situados a muchos cientos de kilómetros de sus regiones de origen (Anatolia, el Mar Rojo y el golfo Pérsico) aunque demuestran la existencia de contactos a grandes distancias, no permiten hablar de un comercio especializado, pues seguramente eran llevados de acá para allá por pequeños grupos de nómadas que, practicando el pastoreo, compartían estacionálmente los mismos espacios naturales con los agricultores sedentarios y los intercomunicaban. A partir de entonces el dimorfismo sedentarios/nómadas será una de las constantes de todo el posterior desarrollo cultural e histórico del Próximo Oriente.

Varios son los aspectos que más llaman nuestra atención sobre la vida de aquellas comunidades de campesinos neolíticos, relacionados con las innovaciones técnicas y las adaptaciones culturales que fueron propiciadas por las nuevas formas de vida. Se trata de aspectos tales como el descubrimiento de la cerámica, la aparición de la guerra como actividad institucionalizada y ritualmente regulada, diferenciada claramente de la violencia intergrupal esporádica, y la creación de una ideología religiosa que, en torno al culto a los ancestros y a las fuerzas responsables de la fertilidad, legitimó la primera de todas las explotaciones, la de la mujer por el hombre. Por supuesto, cada uno de ellos formó parte activa del proceso global que a la postre daría lugar a la aparición de la civilización y las primeras ciudades, lo que no implica un desarrollo siempre conjunto ni homogéneo de los mismos.

La guerra, como pauta cultural que promueve la supremacía masculina y afecta a la regulación del equilibrio población/recursos, parece haber aparecido tempranamente en unas zonas y más tarde en otras, dependiendo seguramente de las distintas situaciones que las caracterizaban. De escasa significación en las poblaciones de cazdores-recolectores nómadas (Steward: 1968, 333 ss), en algunos casos parece que ya se encontraba presente entre los cazadores-recolectores de vida sedentaria, y su base se establece en la disputa de territorios y sus recursos o en el rapto de mujeres cuando estas son escasas. En este sentido las primeras aldeas agrícolas del Levante albergaban, con su tamaño mucho mayor, una población más numerosa que los pequeños asentamientos de los Zagros, lo que constituye una significativa diferencia. Tal vez por ello tenemos las primeras pruebas arqueológicas de la existencia de la guerra en el neolítico inicial de Palestina. La cerámica, por el contrario, no comenzó a producirse hasta aproximadamente un milenio después, mientras que los datos que ilustran la aparición de prácticas religiosas vinculadas al culto a los ancestros y a la fertilidad se remontan asimismo a las primeras aldeas agrícolas del Levante y Anatolia, siendo las manifestaciones reconocibles de la ideología sexista un tanto posteriores.

Una vez constituidas, el éxito de las comunidades aldeanas agrícolas del Neolítico obedeció a una serie de factores interrelacionados, factores tales como la paulatina mejora fisiológica de las especies domésticas que incidiría positivamente en el aumento de la productividad, las innovaciones técnicas que facilitaban las tareas cotidianas, o las nuevas formas de organización social, que en conjunto hacían difícil el abandono de la vida sedentaria y su sustitución por adaptaciones alternativas, como la caza-recolección o el pastoreo nómada. Al mismo tiempo las prácticas rituales y los medios de comunicación simbólica crecieron en complejidad e importancia, dando lugar a la aparición de nuevos objetos y técnicas, como las figurillas de arcilla, las cerámicas pintadas o las pinturas murales. El incremento de los medios de comunicación simbólica no fue sino el resultado del volumen creciente de información que tenía que ser trasmitida y constituye un claro exponente de una mayor complejidad socio-cultural.

Pero tal y como hemos advertido con anterioridad, el desarrollo de las formas de vida neolítica no constituyó un proceso de progresión lineal, e irreversible, sino que en realidad fue algo mucho más complejo. La crisis de los asentamientos pioneros de Palestina, enclavados en zonas donde la vida nómada experimentaba un nuevo auge durante el Neolítico pleno, el abandono final de un sitio como Chatal Huyuk, tras un periodo en que parece haber sido la comunidad aldeana más próspera y mejor constituida del Próximo Oriente, el repentino despoblamiento de Umm Dabaghiyah, así como la posterior aparición de las aldeas neolíticas en la hasta entonces deshabitada Mesopotamia meridional, revelan que el surgimiento de la civilización no fue, como popularmente se considera, un proceso de crecimiento acumulativo e ininterrumpido en el tamaño y complejidad de las comunidades aldeanas del Neolítico.